24 de junio de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective: CAPíTULO 5: "La entrevista"

Y sigo revisando todas las respuestas, espero encontrar algo que sea útil mientras pienso en lo agradecida que estoy con los que inventaron las grabadoras en los teléfonos celulares, porque la grabación es buena en calidad, pero las respuestas son algo confusas. 

Empezó con una historia de vida y en ella el cómo empezó a trabajar para Graciela,  quien según su testimonio… no era la madre del bebé.

Todo esto es impactante hasta cierto punto, el cómo me reveló que llegó ese niño de cuatro meses a esa casa, el cómo empezó a trabajar para ella y sobretodo… qué ocurría con esos bebés, porque en apariencia, no era el primero que le llevaba.

Las respuestas son confusas al igual que los hechos, como pensaba, pero lo registro todo en una versión estenopéica que me permite ver todas y cada una de las palabras usadas para encontrar alguna relación entre los bebés y las intenciones.

Pero no hay nada.

–Hola, princesa –me susurra una voz en la espalda, la que me estremece para bien y me marca una sonrisa en la cara. Pauso la grabación y dejo la redacción interrumpida.

Esas manos ya tan conocidas por mi cuerpo se han sellado en mi piel, empezaron su recorrido en mi cintura y terminaron en mis pechos. Esta situación siempre me pone nerviosa, y el beso en el cuello que siempre me coloca termina por enervar mis nervios y emociones hasta el cielo.

Mis impulsos son fuertes en ese momento, me levanto de mi silla y tiro a Lisandro a la cama. 

Mi sonrisa ahora es más grande, el placer combinado con el amor que siento por él se intensifica como siempre. Pero por algún motivo, pienso todo esto mientras me quedo mirando al techo, recargada en su delgado brazo y con la piel cubierta por todas las blancas sábanas mientras las estrellas colgantes que hago en mis momentos de ansiedad se hacen más y más brillantes por los pequeños trazos de luz que cruzan por mis cortinas cerradas.

Empiezo a sentir los dedos de mi hombre por encima de mis cabellos, revolviéndolos todos mientras me dice que me encuentra hermosa y me recita lo afortunado que es por haberme encontrado. Mis incontrolables labios le dan un beso en la mejilla sin dejar mi rostro de sonrojarse o mis ojos brillar cada vez que le veo.

–¿Nuevo caso? –me pregunta sin dejar de mirarme con esos ojos que brillan más que el sol mismo.

–Sí –le respondo –una madre que no es madre quiere que le devuelva a su hijo que no es su hijo…

–¿Qué? –pregunta muerto de la risa -¿por qué?

–Por secuestradora –le respondo, entonces me mira, tensando las cejas y con un semblante que le conozco desde hace años… aparente preocupación y tristeza.

–Salte de ese caso.

–Lisandro…

–Hazlo.

Ordena impaciente y con una pequeña lágrima cruzándole por el pómulo, una que limpio rápidamente con los dedos mientras acuno su cabeza en mi pecho y le empiezo a revolver los cabellos castaños con los dedos.

–No pasará… –suelto con ternura, pero él levanta la vista y me besa la boca en afán de callarme.

–Siempre te metes en problemas, la última vez que me preocupé, regresaste a casa después de tres días… con veinte moretones y algunos cortes en la espalda, cuando pude hablar con Daniel, me dijo que te torturaron y no lo soporté –suelta llorando.

–Te prometo que no será igual –digo abrazándolo a mi pecho –pero no prometo dejar el caso.

–Te amo…

–Entonces, déjame hacer esto –propongo. Me mira y no sé si se trata de desconcierto o duda, pero me da un beso en la frente… y con sus labios empieza a recorrer todo mi cuerpo con besos que terminan en mi parte favorita.

Conociéndolo como lo conozco yo, eso significa un: “sí”.
Cuando hemos terminado con estas demostraciones de afecto y veo que Lisandro se ha dormido, me levanto y continúo con la redacción.

Sí, a las dos de la mañana sigo redactando mientras pienso en todas las cosas que pude haber omitido por el hecho de haber ido sola a una entrevista cara a cara, en un lugar en el que los códigos cambian y en el que mil libros de comportamiento y lenguaje no verbal pueden o no funcionar según las distintas culturas existentes en una misma zona.

“–¿Sabe si de casualidad vive aquí la señora Inés Prada Rosas? –pregunté con detenimiento, esperando tal vez una respuesta errada o inventada a propósito.

–Sí, soy yo –contesta y vamos bien... –¿qué quiere de mí?

–Solamente saber qué relación tenía usted con la señora Graciela.

–Señorita Graciela –corrige –ella era mi jefa, me contrató para cuidar a sus niños.

–¿Alguna vez tuvieron un conflicto?

–Sí, ella es una culera con la gente que no es de su sociedá –cuenta –y es del tipo de personas que no me gusta ni de lejitos ni en pintura, es muy “nais” y billetuda, además de tacaña, y no le conozco ningún esposo, sólo a los hombres que le pagan el cuerpo. Maldita como ella sola, me trae niños y yo los cuido a todos y después se los lleva y ya no los vuelvo a ver.

–¿Estos niños qué tan grandes son?

Se echa a reír.

–¡Nada grandes! –señala –mire a este regordete –indica al niño que aún tiene entre brazos –tiene como dos años a lo mucho y es el más grande que ha venido, generalmente me trae bebés, pero nunca la he visto panzona, solo los trae y me los deja y se va de puta con unos tipos de harta lana en carros como Ferrari y trocas negras…

–¿Alguna vez ha conocido a alguno de estos hombres con los que Graciela se acuesta? –pregunto de golpe, pero entonces ella baja la mirada, la sube y la vuelve a bajar; con voz temblorosa me dice –no, manita, jamás he conocido a uno de esos, solo… solo…

Empieza a contradecirse, sabe que Graciela se acuesta con hombres, pero no sabe con quienes, eso podría tener sentido, sin embargo, no me queda del todo claro.

–¿Si nunca los ha visto, cómo sabe que traen camionetota?

–Porque vienen a dejarla cuando me entrega a los bebés y se la llevan cuando los recoge y nunca bajan de esas camionetotas que se cargan los millonetas esos. Y una aquí de jodida partiéndose el lomo y esos cabrones regodeándose de su lanota.

–Entiendo… ¿tiene usted alguna idea de por qué le deja estos bebés?

–No, pero con esa lagartona de por medio, no me parece que para algo bueno, señorita –responde con la voz temblorosa otra vez.

–Es que, verá usted, me contrataron para encontrar a un niño perdido de cuatro meses y al que nombraron Noel –de inmediato saco la foto –me dijeron que usted lo cuidaba.
Enmudece y me mira con desconcierto para después echarse a llorar.

–¡Le juro que yo no fui, mamita! –grita, pero por algún motivo siento que no se dirige a mí –¡yo salí al mercado y entonces el morrito ya no estaba! ¡No lloraba, no gritaba, no se cagaba en el pañal, no nada!
Y llora sin consuelo alguno.

–Se me encargó encontrar al bebé ¿puedo revisar su casa?

–Si quiere –responde y entonces entro a verlo todo…
Pero no hay nada.

–Gracias por la información, ha sido de mucha ayuda –le digo a la señora, quien me abraza y me deja empapado el hombro con sus lágrimas, entonces solo decido irme a casa.”
Como la situación en general no me convence, sólo pienso en que tengo que volver a la casa de Inés y también investigar a Graciela… porque eso de que lleve bebés y no se haya embarazado jamás, puede sonar sospechoso, aún más estando en gobierno, aún todavía más si tengo en cuenta el hecho de que hay gente rica implicada en ello…

Y pienso en las palabras de Lisandro: “Salte de ese caso”.

Pero mi subconsciente, mi inconsciente, preconsciente y mi consciente me dicen que me quede, porque lo que más deseo es hacer un excelente trabajo, porque lo que más vale la pena es esforzarse y porque lo que más importa es dar todo lo que tienes, eres y serás en cumplir una sola cosa: obtener información y encontrar una única verdad.


Pero antes, quiero dormir.

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