12 de septiembre de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective CAPíTULO 12: "Transacción"

“No es estéril” informa muy rápido, prácticamente en un día ya tenía los archivos de la señora. Muchas veces yo me hago cargo de esos casos, pero ahora es mucha información la que debo de abarcar, porque están muchas personas implicadas, y en estos momentos voy a buscar con Adrián al “Brayan” ese.

Si lo que dicen las publicaciones del sujeto este en las redes de Graciela, quedan de verse en una cafetería que conozco en las partes bajas de la ciudad, una cafetería en la que el soundtrack es bueno, Pxndx, Enanitos verdes, Led zeppelín, Sex pistols y más música, pero la locación es peligrosa, muy cerca de la casa de Inés.

–¿Lista para irte? –pregunta Adrián mientras se pone una chaqueta de imitación cuero, la que le acentúa la espalda… y lo hace ver muy bien, pero procuro darme un respiro mientras desvío la mirada.

Pero para mi buena suerte, él no ha notado que lo miré más de dos segundos. Eso me resguarda en una seguridad invisible, una barrera que, por más que me atraiga alguien, sé que no romperé, por más canciones de Pxndx como Procedimientos para llegar a un común acuerdo o Lunes 28 me dedique.

Se ha distraído. Eso suele pasarme a mí muy seguido, por lo que entiendo qué ha pasado con él en ese momento, pero sigo sin poder descifrarlo del todo, porque incluso yo soy un misterio para mí misma. Es una sensación muy similar a la de un pinchazo en la frente, exactamente en las sienes, y ese pinchazo te hace olvidar de golpe, y generalmente es acompañado con un dolor en alguno de los ojos.

Y entonces todo queda en blanco.

No sabes de lo que estás hablando, ni por qué y a qué iba el tema e incluso el por qué estás en ese momento y en ese lugar hasta que haces una relación de hechos y entiendes qué ha pasado. Como si un haz de luz deslumbrara y a la vez te regresara a un mundo en el que se supone que estás y del que a la vez despegas de la tierra.

En fin, es como fumar marihuana, pero sin el placer.

–Oye, ya vamos –le recuerdo, entonces regresa de golpe a su cuerpo. Esa sensación en la que simulas hacer un viaje astral es lo más absurdo del mundo cuando te detienes a la mitad de un pasillo y después continúas con tu camino.

–Sí… -dice y camina conmigo.


“–¿Crees que vaya a llegar? –preguntó Adrián sin mirarme, sólo ajustaba los lentes de su cámara y también el obturador.

Tiene qué. Siempre que le publicaba un mensaje de amor era señal de que debía leer el chat, y siempre se citan aquí.

Mientras yo revisaba los espejos retrovisores del carro que Adrián condujo hasta estacionarlo en ese pequeño lugar. Por suerte nadie nos había visto o distinguido o creído que éramos de otra avenida. Este lugar es una comunidad y al ver que algo discorda, van contra ese elemento resaltante, y a veces ese elemento resulta herido de muerte.

Empecé a platicar con él de las cosas triviales de la vida, algunas sonrisas salieron de la nada, muchas risas y canciones que brotaban de nuestros labios sin pensarse dos veces.

Hey soul sister, ain't that mister mister on the radio, stereo 
The way you move ain't fair you know 
Hey soul sister, I don't wanna miss a single thing you do
Tonight.

Solamente fui capaz de sonreír ante la canción más tierna que hube escuchado en mi vida, corearla con él y recargarme en sus hombros mientras me envolvía con sus brazos, pero no dejaba de poner atención a los espejos retrovisores, y entonces en uno de ellos, vi al engendro del demonio que escribía como si tuviera retraso mental.

¡Ahí está! –indiqué y vi cómo fue que esos dos se sentaron. Tuve que deshacerme del abrazo de Adrián mientras él sacaba su cámara.

Pero fue demasiado para él el escuchar al crío que llevaba la desgraciada entre los brazos gritar y llorar sin final alguno, para mí no tanto, aunque mi amigo a mi lado me preocupaba…

Pero el trabajo se debe hacer, con o sin sentimientos de por medio.”

Hemos regresado con lo que necesitábamos… fotografías de una transacción muy cruel y horrible, una en la que Graciela se dejó ver en público con un niño de año y medio de edad, el que lloraba copiosamente porque no sabía qué estaba ocurriendo.
Mientras, yo tomaba las fotos, porque él no podía seguir atestiguando todo lo que ocurría en ese momento al grado de desviar la mirada y ocultarse entre sus pensamientos fugaces y, en ocasiones, llegar a perderse.

–¿Sabes qué es lo peor de este trabajo?

–Dímelo –respondí, como siempre, porque independientemente de mis respuestas, él va a expresarse libremente, porque le he otorgado esa libertad en esta institución amistosa. Una regla implícita, una unión que debe ser respetada sin importar nada.

–Ver que el mundo es peor de lo que quisiéramos que fuera.

Siempre fue un problema la depresión. A veces la sufro, y es estúpidamente confundida con un acto poético en el que la vida se ve levemente triste y en el que se pueden escribir obras de arte. No, canalizar las emociones malas en el arte es correcto, pero no lo es hundirte en ellas.

Aunque ésta es el pilar de nuestra relación como amigos.

“Yo te consuelo, tú me consuelas y a su vez, yo te hago reír y tú me haces reír en un sinfín de anécdotas que podamos o no compartir”.

Y como parte de nuestro trato, voy a abrazarle en un acto que sé que necesita. Como humano es piadoso; como amigo, leal; y como una razón por la que sonrío y canto.

Es simplemente perfecto.

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