28 de febrero de 2013

Concierto

Un minuto de alegrías y sueños plasmados en un símbolo tan abstracto como lo es una nota musical, un segundo repleto de inquebrantables armonías lo suficientemente fuertes y firmes como para perder la cadencia de su esencia y, sobretodo, una hora de incansables sonidos preciosos, que unidos, forman una historia, ya sea una vida o un tributo a una sensación profunda sin explicación aparente.

Fue en un sencillo, pero magnífico, concierto en donde tuve contacto con la fuente de inspiración más hermosa que puede existir, fue una sencilla tocada de instrumentos grandes, pequeños, variados y únicos en la que sentí, con más de un sentido, la pasión de la que se derivan más pasiones hasta que encuentras el sentido real de tu vacía existencia.

En ese momento exacto en el que vi las sonrisas de aquellos músicos que, con amor, interpretaban piezas y sonatas de mi desconocimiento absoluto, me pregunté por las pasiones que se tienen sobre esta tierra... todas tan variadas, todas únicas y diferentes, todas y cada una de ellas perfectas en su propio estilo. Querer evitarlo no servía de nada, ni tenía por qué querer hacerlo, pues la sencilla sensación de unanimidad de mi cuerpo y mente con respecto a la opinión positiva que me formaba sobre aquellas notas era más que suficiente sin embargo, no se podía evitar sentir la sonrisa transparente salir de mis facciones, no podía ocultar la felicidad que me producía estar presente en aquel momento. No, no podría evitarlo, nunca pude y jamás podré.

Sencillas gotas de magia eran las que corrían desde mis pensamientos, abarcando todos mis sentidos y haciéndolos enervar con locura dentro de mi frágil cuerpo. Simples gotas de magia eran aquellas que tocaban mis oídos, y, sin necesidad de mover siquiera los párpados me habían llevado a conocer el lado oscuro de la luna. No había necesidad de pedir explicaciones... la música hablaba, y a mí, me transmitía un mensaje de esperanza.

Mas, cuando se apagaron los violines y demás instrumentos, la magia se perdió en algún abismo oscuro dentro de un hueco de mi alma; como si la sonrisa que llevaba puesta cual collar de diamantes, se hubiera caído y roto en pedazos. Pues el concierto había terminado, y con él, la realidad llena de fantasía que, para mí, había creado.

Salí de las instalaciones con el ceño indiferente, como si nunca hubiera entrado, como si no hubiera corazón en esa alma de joven adolescente, como si no hubiera nada por lo que valiera la pena una lucha. Abracé mi cuerpo fuertemente y volteé a ver la luna, sí, ahí estuve yo durante algunos segundos.

Desde entonces escucho música clásica cada noche de luna plateada, esperando el momento en el que la fantasía vuelva a ser una realidad inalienable, o simplemente, una realidad en la que me sea permitida esbozar una sonrisa.