28 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 6

Regreso a mí misma, me palpo todo el cuerpo. Me duele todo lo que sea que entra en contacto con mis manos, y creo que tengo el brazo derecho roto, porque cuando intento moverlo, un dolor insufrible me corre por toda la zona, congelando mis nervios en una intempestiva serie de respiros entrecortados que se materializan en lágrimas horribles. Mi cabeza recibió un golpe certero y entonces todo se volvió negro. Sin embargo, fue tan rápido que no creo poder recordar a futuro cómo fue que pasó.
Para variar con mi suerte… soy diestra de nacimiento.
Me levanto, apoyando el brazo que me queda en el suelo e incorporando mis piernas poco a poco sobre el pavimento. Me duele todo, como si hubiera recibido una serie de balazos que amedrentaran todos y cada uno de mis nervios. Y muchas personas están de pie, saliendo del autobús. Veo a mi alrededor en busca de mi cuerpo, pero recuerdo el dolor que me penetra hasta el cerebro y me da una pequeña alegría ligera el saberme viva.
A mi lado encuentro un cuerpo cubierto en sangre en su totalidad. Lo volteo con mi pie y le veo el rostro moreno todo desfigurado, un gran trozo de vidrio clavado en el diafragma y el cráneo roto. Mi pierna empieza a sangrar, volteo a verla y veo un vidrio de igual tamaño cruzando gran parte de mi pantorrilla, pero no llega al otro lado.
Pongo manos a la obra y saco con mucho dolor y fuerza de voluntad el trozo de vidrio. Y con cada intento, lloro abismalmente por todo el dolor que representa. La sangre no deja de fluir e incluso pienso en ceder y convivir con mi trozo de vidrio toda la vida. Pero no me dejo vencer por el dolor y lo saco con las pocas fuerzas que me sobran.
Caigo al piso y me sujeto la pierna, esperando a que el dolor pase como si se tratara de un sueño, pero sé que no lo es… y que todas las personas que veo de pie están ahora muertas, intentando regresar con sus familias.
-Oye ¿te puedo ayudar en algo? –preguntan atrás de mí. Estoy furiosa.
-¡No! ¡Sólo puedes quedarte ahí de pie, verme sufrir y no hacer nada, eso me ayudaría bastante! –grito obscenamente, y entonces volteo a verlo. Se trata de un chico moreno, un tanto alto y de ojos oscuros que lleva una playera de Iron Maiden rota por la mitad y unos audífonos muy grandes cubriéndole un rostro ensangrentado. Ese rostro, esa herida, esa playera…
¡El cadáver!
Volteo a verlo nada más para aclarar mis dudas. Es él y no me queda nada más que pensar. Hoy ha sido un día extraño, los no vivos se han relacionado conmigo y eso es algo que me debería preocupar. Siempre los veo, pero nunca me hablan o nunca les hablo yo en afán de respetar nuestras dimensiones, pero él me habla con mucha naturalidad, como si ya me hubiera visto de antes.
-Qué directa –me responde –¿y tú cómo es que sobreviviste al derrape?
-¿Se derrapó?
-No –contesta con ironía –el autobús decidió besar al suelo.
-Eres un fantasma desagradable ¿sabes? –le replico, no le interesa en lo más mínimo –y a todo esto, si ya estás muerto ¿qué demonios haces aquí? ¡a llegarle con tu familia!
-Con mi familia ¿se supone que es ahí a donde debo ir? –pregunta.
-No, sólo es mera sugerencia turística.
–No seas grosera con un alma perdida –me reprende mi abuelo, quien se aparece a mi lado y coloca su mano sobre mi hombro –el pobre aunque no lo parezca, está muerto de miedo.
-¿Se puede temerle a una muerte súbita? –pregunto un poco petulante.
-Tal vez tú lo veas así, pero él estaba haciendo una vida y seguramente el derrape no estaba en sus planes.
-Te aseguro que tampoco estaba en los míos –le digo.
-¡Chamaca! –reprende nuevamente. El chico se nos queda mirando y dirigiéndose a él -¿cómo te llamas?
-Nael, me llamaba Nael –contesta –y quisiera saber quiénes son ustedes.
-Tranquilo, no es que sea yo especialista en secuestrar fantasmas –le digo –pero como no corro ningún riesgo, te diré que mi nombre es Leah y él es mi abuelo.
-Mucho gusto, ahora viene una pregunta aún más difícil ¿puedo quedarme con ustedes?
-¡¿Qué?! –replico. Mi abuelo se acerca a mí.
-No es tu elección, si ya decidió seguirte, lo hará.
-Ahora tendré a un fantasma siguiéndome y haciéndome parecer esquizofrénica a toda hora del día ¡gracias! –exclamo. Esto es imposible de soportar junto con el dolor en mi cuerpo no me deja procesar más pensamientos.
Siento debilidad, los pies me flaquean, el dolor es insoportable, mi vista se nubla y la sangre se desvanece con cada parpadeo que hago. Y caigo al piso de espaldas.
Mi vista se pierde en la infinidad del cielo.
¡Maldita sea!
Despierto en una camilla, a la mitad de la noche y cubierta por una tela negra.
En cuanto me percato de ello, me levanto de golpe y salgo tan rápido como me lo permite mi cuerpo. Reviso a mi alrededor, no veo cuerpo mío alguno en la camilla y el dolor sigue recordándome lo obvio: sigo viva.
Me adentro a los campos alrededor de la carretera tan rápido como me lo permite mi cuerpo y me oculto detrás de un árbol que está en la zona. Mi respiración está disparada y mis latidos no se quedan atrás. Debo calmarme, debo regresar a mi realidad.
Saco mi teléfono.
¡Estúpido iPhone! Salí volando por un parabrisas y ahora me desmayo… el teléfono sigue intacto y ahora mi mamá sigue marcándome.
Pero ahora sí decido contestar.
-Salí mucho tiempo –digo sin pensarlo.
-¿¡Dónde estás!? –me exige, y no me extraña que lo haga –tu papá está enojado contigo.
-Salí a tu casa –le digo sin titubeos –a Mitlahualpan –la escucho respirar con furia… y empieza a gritarme –en el autobús que se volcó en la carretera. Estoy bien –me reviso el cuerpo una y otra vez, viendo la pantorrilla perforada y sintiendo mis huesos hipersensibles, especialmente el roto –sí, lo estoy –digo con un ligero titubeo y un poco de sarcasmo.
-Iré por ti... –me anuncia de inmediato.
-No –sentencio –no necesito que vengas, puedo llegar yo.
-Hija…
-Mira, mamá. Si te preocupa que algo malo me pase, vete deshaciendo de esa idea –empiezo a exponer –no estoy sola nunca –se calla. Empieza a llorar –llegaré.
Y por algún motivo, siento que me comprende, o que lo intenta de manera sincera y por primera vez.
-Te esperaré aquí.
-Solo… te prometo llegar –finalizo y corto la llamada –bueno, tengo que encontrar una ruta.
-Y vuelvo a preguntarte lo mismo de siempre ¿qué planeas hacer? –me dice mi abuelo, lo veo directamente a los ojos oscuros que tiene… o tenía –ahora sí te metiste en un problema grande.
-¿¡Me metí!? –pregunto impactada. Como si me dejara sola -¿¡yo!? ¿¡solita!?
-Sí, yo estoy muerto –usa mi ironía contra mí.
Ignoro ese comentario y me levanto con pesadez, el cuerpo me duele, no creo poder seguir avanzando. Entonces algo cálido me sostiene desde los brazos y me mantiene en pie. Respiro con fuerza, me importan muy poco los pasos que doy, o que apenas puedo dar con todos los latidos de mi corazón saliéndose del pecho.
Quiero desmayar. Voy a hacerlo, no me importa cómo.
-¡No! –me grita mi abuelo –vas a llegar –insiste –y llegarás en una pieza.
-¿Necesita ayuda? –apenas escucho. Desfallezco, pero estoy segura de que es ese chico muerto. Siento otro calor por mi cadera y otro poco más en mi cráneo, la temperatura se hace insoportable… pero ayuda. Se siente como si algo por dentro se reparara.
La calma vuelve, entonces doy un paso lento, doloroso y torpe, doy otro que ya es más firme y así voy sucediéndolos, como si se tratara de una cadena de cosas por hacer que me aleja siempre del sitio –real o surreal- en el que estoy de pie. Pero me ayuda…
Me ayuda en el trayecto a casa.
Estoy cansada. Llevo caminando una hora. Sin comida, ni agua, ni nada que ayude a mi pierna que me sigue punzando por dentro. No hay nubes en el cielo, está despejado, y cuando volteo esperando a que algo caiga, mis labios se desesperan y se agrietan más. No me siento mejor en definitiva.
Me sueltan, me siento a la orilla del camino y veo mi teléfono celular.

Son la una de la mañana, quiero dormir, quiero comer… pero no quiero llegar.

21 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 5

Al parecer yo. Yo quiero una vida así. Recorro sin sentido las calles del pueblo y vaga mi mente por unos preciosos segundos en los que no parece que estoy en la tierra. ¿Qué demonios estoy haciendo? ¡ah, ya sé! Cerré la capilla y pensé en aquello que me dijo mi abuelo.
No estoy para nada asustada, y eso me asusta. ¿Y por qué?
Porque simplemente no creo que mi condición se deba a un demonio. No se trata de un demonio, se trata tal vez de un don divino que no tengo idea de cómo explotar o tal vez sí se trata de una imposición que nunca debí tener, que no debo tener y que no me facilita en absoluto la vida.
Llego a la central de autobuses y abordo de nuevo aquel que me dejará en mi ciudad. Son las seis de la tarde, por lo que sé bien que no llegaré al exorcismo que me tienen planeado, sin embargo, recibo una llamada de mi madre, a la cual declino totalmente.
Y posteriormente un mensaje de Jaden.
“Te he agendado con los médicos del Sanatorio Ortega”.
Y sé perfectamente lo que significa eso, tengo que ir a ver a un psiquiatra que en nada me va a ayudar, que solo me dará medicamentos y alimentará el ego de mi ex pareja ¿por qué demonios tuve que contarle?
“¿Cuándo es?” respondo pesadamente. Y de inmediato me devolvió el mensaje.
“Mañana en la tarde. Le conté de tu caso a la psiquiatra y quiere verte. No te preocupes, yo pago” es su contestación. El autobús ha arrancado y la carretera parece insegura… empiezo a sentirme insegura.
Todas las almas a mi alrededor me miran como si pudieran sentir el espectro vagante de mi ánima y compartieran el dolor que siento en este instante. Mi abuelo se manifiesta a mi lado, justamente enfrente de una alma morena y resquebrajada recién llegada y que lleva unos cortes en el cuello. Se suicidó rebanándose la yugular y le cuelga la cabeza hacia la izquierda.
El camión avanza rápido, ya hemos salido de la ciudad. La señora que está detrás de mí saca su teléfono, suena el timbre y responde.
Retumba el estrépito cuando deja resbalar su celular entre los dedos, y el resquebrajar de un vidrio. A continuación, empieza a llorar.
Y por lo que puedo ver en el alma suicida, están emparentadas... peor aún, es su hija. Y la señora no habla, no dice nada. Quiero voltear a ver su expresión, de todos modos, ya sé qué ha pasado.
-Está más que devastada y lo sabes –me dice mi abuelo, me pongo de inmediato los audífonos del celular y empiezo a hablarle.
-¿Y eso no me da derecho a preguntarle por qué su teléfono terminó debajo de mi pie? –respondo. Resoplo cada vez que pienso en todas las veces que he recurrido a este truco para simular la aparente locura.
-No voy a voltear porque te cause morbo –me regaña –respeta su dolor.
-¿Puedo intervenir? –pregunta la chica suicida morena que está detrás de mí, a un lado de su madre.
-¿Qué quieres? –le pregunto.
-Quiero que dejen de hablar de mi madre, por favor.
-No estaríamos hablando de ella si no te hubieras pasado ese cuchillo por la garganta –grito, la señora me escucha y se levanta triste y rápida para encerrarse en el baño del autobús.
Pero de inmediato regresa, entonces sé que no es del todo ella, lo sé porque abraza a la chica morena y le empieza a llorar en el hombro. Me levanto y me dirijo al baño para corroborar aquello que me cruza por la mente. La señora se encuentra en posición fetal, sosteniéndose el corazón con ambas manos, casi cruzando éstas por su costilla.
La imagen me desgarra el alma. Pasó en cuestión de segundos la brecha delgada entre la vida y la muerte. Respiro un poco… y vuelvo la vista a mi lugar, donde mi abuelo permanece sentado y la señora llora de alegría al ver a su hija de nuevo.
Mi vista vuelve al baño y me encuentro con que mi abuelo ahora está adentro, a un lado del cadáver. La señora y la chica se han ido, al parecer era su única hija y ya no hay más descendencia a la que esas almas puedan perseguir.
Me dan pena.
-¿Estás bien? –me pregunta mi abuelo –te siento lastimada.
-Sí, estoy bien. Ya sabes que la gente se muere muy a menudo en los viajes que hago –respondo con ironía y la voz baja –lo que no es normal es que los vea… ay, no. Eso es al revés en mi caso ¿verdad?
-Tienes que adaptarte a vivir con ello. Creía que ya lo habías hecho –replica.
-No tengo amigos ni nada que ofrecer –resoplo -¿quién los necesita?
El autobús en ese momento enfrena, pierdo el equilibrio, trato de sujetarme a las barras… intento adivinar qué está pasando, pero no se me ocurre nada, sólo me queda pensar en lo peor cuando salgo volando por la ventanilla del chofer.

14 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 4

Bajo del autobús con pasos decididos. No me arrepiento ¿por qué habría de hacerlo? He tomado una decisión precipitada y no es una decisión mala, sólo una un poco más cómoda para mí en estos momentos.
Apago mi teléfono, no quiero a nadie persiguiéndome en todo el día ¿pero quién más me puede estar buscando? La única persona que me podría buscar es precisamente la última a la que quiero ver, y no pienso en Jaden, sino en mi madre, quien apenas le está agarrando la onda a los aparatos tecnológicos y ya ve mi ubicación por GPS.
¡Ah! ¡Qué cosas con la tecnología! Está hecha para facilitar y a la vez joder la vida.
Doy paso apresurado y llego al panteón, donde pido la llave de la capilla familiar. Abro, entro y cierro de golpe y me siento en el piso a respirar hondamente.
-Ya estoy aquí –le digo. Está sentado en su tumba, sin hacer otra cosa más que mirarme sin expresión. No me juzga, no me evalúa, no dice si he hecho algo bien o mal, solo está ahí observándome como si tuviera vida –¡dime algo como mínimo! –le exijo, pero sigue en silencio.
-Tranquilízate –me ordena. Era una persona firme, no me queda duda, pero no logro tranquilizarme del todo.
-Mi vida se desmorona y quieres que me calme… -le digo –mis padres me van a querer exorcizar, dejé a mi novio y no tengo amigos.
-Muchas gracias, nieta –replica.
-Amigos vivos.
-Sabes que no es tu culpa, pero no es eso lo que te pesa por completo ¿verdad?
-Estuviste presente cuando pasó –le recuerdo –ya llegaron a ese extremo.
-Y por eso decidiste salir de la ciudad –completa.
-Un exorcismo programado para las siete de la noche en la iglesia del centro nada más porque veo cosas que otros no es algo que da miedo ¿no crees? –le pregunto, pero no responde –no digas más.
-Lo entiendo, pero tampoco es normal o cómodo para ti el vernos ¿o sí?
-¿Crees que si me gustara la idea estaría tan asustada? ¡no quiero un exorcismo!
-Pero no pareces asustada.
Lo fulmino con la mirada.
-¡Claro! Me voy de mi ciudad a un pueblo a dos horas de distancia porque me gusta hacer viajes largos.
-Pero no pareces asustada –repite una y otra vez.
-No me asusta un exorcismo, me asusta que mis padres consideren que necesito uno –respondo y oculto mi rostro entre mis piernas. Las lágrimas me corren, no hago sonido alguno, las dejo caer sobre el concreto del suelo y entonces enciendo mi teléfono. Son las cinco de la tarde y ya tengo siete llamadas perdidas y un mensaje, cuatro de mi madre y dos de Jaden, la última es de mi padre y me ha dejado un mensaje.
“Te esperamos en la iglesia del centro” me dice, suspiro y doy algunos tumbos para poder levantarme. Las piernas se han querido dormir, y no las despierto con nada, mas me permiten estar de pie por unos minutos con ayuda de los muros que logran recargarme.
No pienso acudir a donde me dijeron, pienso quedarme una hora más aquí y seguir platicando con mi abuelo. Tal vez platicaremos de algo que fuere más interesante que mis miedos o penumbras. Camino un poco y me siento sobre la tumba. Mi abuelo de un momento a otro, ya está a mi lado.
-¿Y qué piensas hacer? –me pregunta.
-¿Con respecto a qué? –mis planes se han esfumado. Ya recaímos al tema de mi extraña vida.
-Con respecto a todo.
-Tal vez huir a una cueva y vivir comiendo semillas –respondo con un poco de ironía.
-Hablo de una solución real –me recuerda.
-Tal vez hablarlo con ellos –sugiero –deben escuchar a su hija.
-¿Y con Jaden?
-¿Él qué tiene que ver?
-Que te quiere y se preocupa –replica –si no te quisiera, no te buscaría, y a pesar de su ceguera espiritual, quiere lo mejor para ti.
-Precisamente por la ceguera espiritual que tiene es que no lo quiero cerca –replico –no quiero que me vaya a cerrar los ojos. Tendría que probarle lo que puedo hacer.
Me siento mareada, intento pensar en la posibilidad de que resulte y nada viene a mi mente.
Intento que los minutos pasen rápidos y de ignorar las llamadas de mi madre y de mi padre para que vaya a la iglesia. Pero sobretodo, regreso una y otra y otra vez a ese momento.
Estaba sentada en el comedor, hacía mis trabajos de la escuela, escuchaba música fuerte y entonces el azote de una puerta interrumpió mi concentración. Entraron mis padres, estaban teniendo otro conflicto causado por una pequeña diferencia de opiniones que se había maximizado terriblemente.
Llegaron al comedor a querer interrumpirme, mi padre me sacó los audífonos de la cabeza.
–Vas a ir con nosotros a la iglesia.
–No, gracias –respondí amable. Abandoné los ritos religiosos desde el momento en el que me habían dicho que necesitaba un exorcismo. Gracias a esa noticia, no quise tener nada que ver con ellos, porque veían con recelo a quienes no hubieran pedido tener lo que tienen.
–¡Cómo de que “no, gracias”! Vienes con nosotros.
–Antes hay que preguntarle su opinión –agregó mi madre.
–Sí, antes hay que preguntarme mi opinión –repetí –no pienso ir a ningún sitio en el que me han dicho que tengo prácticamente un demonio adentro.
–Es una causa muy probable, porque ver muertos no es normal –sentenció –vas a ir porque vas a ir.
–¡Así no se trata a nuestra hija! –gritó mi madre, pero eso no lo detuvo para que me siguiera gritando. Yo seguía expectante.
–Si digo que voy ¿dejas de gritar? –le pregunté tentativamente, lo que fue un gran error –pero yo elijo día y hora.
–Convénceme.
–Viernes a las siete…
Y heme aquí, intentando evitar la cita, sentada en una tumba de cemento y bloques mientras platico con mi abuelo muerto.
Al carajo con el exorcismo, al carajo con la vida normal, de todas maneras ¿quién quiere una vida así?

10 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 3

Y tiene razón, no puedo ocultarme toda la verdad, y no puedo atribuir mis errores al don o maldición que me ha tocado. No el de hace dos semanas.
-No puedes engañarme, pequeña –me dice y se sienta a mi lado. No siento un calor real, pero el saber que al menos está ahí para mí es un poco reconfortante –pero tampoco voy a felicitarte por ello.
-¿Sabes qué es lo más duro de verte? –le pregunto un tanto tímida. No responde –lo más duro es ver a más de miles de almas y sentir que la propia se atrapa en un vacío generado por algo más allá de la vida.
Me levanto de la cama y volteo a verlo. Me mira compasivo, no me juzga, no me critica y no hace otra cosa además de escuchar, como si se tratara del mejor psicólogo que jamás tuve.
-No he vuelto al panteón desde hace ocho años –me digo a mí misma. Agarro un dinero que tengo ahorrado y salgo por la puerta de mi cuarto.
-Hija –llama mi madre desde el otro lado de la puerta, la ignoro y salgo corriendo -¿a dónde vas?
-Tengo un sitio al que ir –respondo sin responder –no me verás en algunas horas, es una advertencia –le beso una mejilla y me voy por la puerta de la entrada. Un pequeño viento corre por el pasillo y resopla sobre la cara de mi mamá. Veo que mi abuelo le ha dado un beso en la mejilla, sonrío para mis adentros.
No ha dejado de amarla.
Me dirijo a la parada de autobuses y me voy a la central. Pienso en mí y nada más en mí durante unas horas, en las que muchas personas se han sentado a mi lado, y sus demonios me han mirado con ojos vacíos. Me ven y yo los veo.
Y me miran complacidos y otros con ojos muy sufrientes, como si anduvieran en un infierno personal o en un paraíso eterno. Otros están enojados y me gruñen con fiereza, les devuelvo la mirada, pero los vivos me malinterpretan y me regresan unos ojos con igual furia.
Y mi teléfono empieza a sonar.
Jaden… un mensaje de texto.
“Te amo. Por favor intenta mejorar tu salud, porque nuestro futuro depende de ti y de lo dispuesta que estés a continuar, si de verdad me quieres o me quisiste, sé que la respuesta no será difícil…”
El mensaje es largo. Ni siquiera me digno a leerlo del todo, porque su opinión ha sido hiriente y cree que con un par de palabras de disculpa va a solucionarlo todo. Es un cretino cuando se trata de temas religiosos o de más allá, incluso cuando dijo que me aceptaría sin importar el rito religioso que yo profesase… y todo fue una mentira.
Me pongo a recordar esa tarde, la tarde en la que decidí acabar con él.
No es difícil de recordar los hechos. Viendo todo en retrospectiva, me empiezo a preguntar por qué no terminé esta relación antes, mas no puedo olvidar lo que me hizo tomar la decisión tajantemente.
Estaba con él, viendo una película romántica que se miraba barata desde un inicio, y lo era. Una cursi obra llamada Diario de una pasión en la que dos enamorados llegan a ancianos o algo así, la verdad no le presté mucha atención, pero me llamaba más el hecho de que Jaden no dejaba de abrazarme y besarme la cabeza, como siempre lo hizo de manera protectora, pero aderezados con mucho cariño extra.
-¿Algo te pasa hoy? –le pregunté, intentando despejar mi mente de aquellas escenas cursis y melodramáticas –estás muy extraño –le dije, y me había gustado. Desde que se enteró de lo que él llamaba esquizofrenia, había dejado de lado el cariño por mucho tiempo.
-Sí, que hoy estás radiante –me confesó –y que me gustas mucho desde siempre ¿sabías?
-Creo que me doy cuenta –le contesté sin tomarle mucha importancia a sus palabras.
-Sí, solo hay detalles contigo, pero sé que los vas a arreglar por lo fuerte que eres –me susurró –y luego encontrarás la verdad.
-¿Verdad? –esta frase me alarmó un poco. Si soy sincera, he descubierto mucho de la verdad con este dote, y ésta tiene distintas caras, pero siempre un patrón común que viene a repetirse -¿y cuál es tu llamada verdad? –reté un poco dura.
-Que no hay nada de cierto en esa teoría del “mundo de los espíritus” y que tampoco hay ni dioses ni monstruos, o diablos y ángeles –aquí me detuve en seco y lo alejé un poco de mí.
–¿En serio estás aprovechándote de un momento de cariño para sacar este tema? –le pregunté de verdad hastiada por su estrategia -¿creías que un montón de oxitocina producida por besos va a hacerme cambiar de parecer?
–En mi mente era una buena estrategia –se lamentó un poco –¡vamos! –me dijo –ambos sabemos que lo que ocurre contigo tiene una explicación neurológica o similar ¿de verdad crees que hablas con el espectro de tu abuelo? ¡él ya está hecho polvo…!
Y entonces le di una bofetada en la cara.
Jamás me había sentido más liberada.
-¿Sabes, Jaden? Ahora sí has cruzado la línea –le espeté –meterte con la religión en general es una cosa, pero no permitiré que le faltes al respeto a mis creencias o a la memoria de alguien que de verdad es importante para mí.
-Tienes que saber que me importas mucho, y por eso te digo lo que pienso.
-¿Me estás diciendo que me hieres porque me amas? –intenté comprender con la lógica menos caótica que había en mi cerebro para poder procesar las palabras de Jaden, pero todo fue inútil.
–…¿Sí? –respondió dudoso, lo miré con los ojos en blanco y me levanté del sofá.
–Esta relación se ha acabado –sentencié sin mirarlo a los ojos. No lo necesito, creo que nunca lo hice.
–¡No seas dramática! –me exigió –¿por esto vas a terminar lo hermoso que tenemos?
–No, voy a terminar lo nuestro porque se acabó lo hermoso en ello –finalicé –se acabó desde que empezaste a insistir.
Y cerré la puerta.
Han pasado dos semanas desde entonces y Jaden no me deja en paz. Creo que está demasiado desesperado por estar solo y que me busca nada más por ese motivo. Si insistía tanto en ayudarme con mi problema de “esquizofrenia” era porque a él le molestaba y su juramento de amor no era cierto, no me amaba al grado de aceptar todo lo que hubiera en mí, pero lo que en realidad colmó mi plato fue que insistiera en que algún día encontraría la verdad.

Pero he de admitir que en el fondo, extraño estar con alguien que sea opuesto a mí.

4 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 2

Siempre es lo mismo cuando regreso a mi casa. Veo que el lugar está lleno, veo que todas y cada una de las personas que habitan alrededor, engentan mi hogar y mi ser. Veo de todo, grandes y chicos, altos y bajos, morenos y rubios, jóvenes y viejos; y a ninguno le tomo tanta importancia como la que le tomo a aquella alma morena y brillante que me sigue con la mirada.
Lo veo y me ve y nos vemos ambos directamente a los ojos, los cuales me acusan y a la vez me comprenden, pero no por ello, me dejan tranquila. Agarro el anillo que cuelga de mi cuello con fuerza, la suficiente como para que la piedra se marque en mi mano y parezca querer cruzar por mis falanges. Me percato en ese instante de que mi palma ya se está lastimando y suelto el anillo.
Veo mi comida… un trozo de bistec y una ensalada que solo es lechuga en su mayoría, la como con rapidez y me voy a mi cuarto. Mi mamá no me pregunta nada nuevo, sólo me hace las mismas preguntas “¿Cómo te fue?” “¿Qué hiciste de nuevo?” “¿Cómo vas en la escuela?” y todo lo respondo con un simple y férreo “bien”, que no es sinónimo de nada además de un “llevo prisa”.
Llego a mi cuarto y me veo a mí misma en el espejo. Tomo el anillo y me acuesto en mi cama. Una de mis libretas se ha caído… por querer decirlo así.
-Ya te escuché –espeto con un gruñido -¿algo que quieras agregar?
Mi anillo empieza a arder sobre mi pecho. Odio esa sensación horrible, me anuncia siempre que algo podrá pasar. Me veo al espejo y ahí está él… mirándome inefable.
-¡Sabes que tengo que visitarte y que ahora no puedo! –grito.
Uno de los cuadros se cae directamente al piso. ¡Qué tierno es mi abuelo! Siempre enviándome señales con las que me quiere decir “¡no pongas excusas, niña floja!”.
-¿Y qué quieres que haga? ¡Sabes que no puedo ir a verte!
Me acuerdo perfectamente de ello, mis padres me habían prohibido salir con ellos de viaje a la tierra natal de mi madre. Era un día de verano, el calor era decente y mi mamá nos había llevado a su pueblo para celebrar las fiestas patrias. Y yo, como siempre, busqué algo en qué entretenerme. Sin embargo, las fiestas concordaban con la fecha de fallecimiento de mi abuelo antes de que siquiera mi mamá se hubiera casado. Siempre veía las tumbas con cierto recelo, puesto que las almas danzaban libres enfrente de mí y yo no podía hacer nada para evitar verlas, y mis padres lo saben. Pero ese día, yo ya estaba harta de verlos a todos.
Tenía doce años de edad, sentía a mi abuelo sonreírme, mirarme a cada segundo. Era una sonrisa afable y dulce, mas eso no le quitaba lo tétrico… un muerto me sonreía.
Caminé directamente a la puerta cuando sentí un calor recorrer mi hombro, pero todos los demás ya se habían salido de la capilla familiar. Volteé con lentitud a ver qué ocurría, quién de todos ellos me había agarrado el hombro.
Era mi abuelo, el mismo ser moreno lleno de luz del que mi madre me hubo contado toda la vida.
No tenía miedo, que me tocase el hombro no hacía ninguna diferencia.
-¿Cómo estás, Leah? –me preguntó con amabilidad… el miedo desapareció.
Duré todo el día hablando con él como si estuviera vivo. Hablamos y hablamos… y me enseñó tanto que no creí que fuera posible que una persona fuera capaz de albergar tanto conocimiento en su mente, conocimiento que puede trascender los siglos a través de las almas.
-¡Hija! –gritó mi mamá al verme encerrada adentro de la capilla y la abrió rápidamente -¿por qué no saliste?
-Estoy hablando con el abuelo –le contesté. Miró hacia donde yo veía, y al no ver nada además de la tumba de su padre, se le escapó una lágrima.
-No digas sandeces –me espetó en la cara –y ven, que nos tuviste a todos muy preocupados.
-Es en serio –había replicado –lo he visto, hemos hablado –comencé a hablar y a hablar… y entonces la lengua se me soltó. Había hablado de más… y mi madre se echó a llorar en el piso de la capilla.
-¿Desde cuándo pasa esto? –me preguntó, pero no encontré la manera de decirle que lo había visto desde toda la vida.
Hallé las palabras necesarias, pero no por ello las más prudentes. Después de eso, mis padres hablaron con el párroco del pueblo, quien examinó mi caso, y por lo pronto, prohibió mi entrada a ese panteón…
Desde entonces, se me había propuesto un exorcismo y hasta la fecha no he sido lo suficientemente valiente como para aceptarlo.
Se cae otro cuadro. Agarro mi anillo y pienso que tal vez podría hablar con él a través de la joya.
Suena mi teléfono, lo tomo y reviso el número.
Jaden…
Mi ex novio ateo a morir que cree que mi abuelo es un producto de una esquizofrenia latente, pero que a pesar de todo, no se atreve a dejarme. Resoplo y contesto el teléfono.
-Déjame… -no tengo muchos ánimos para hablar, pero intento ser lo más cortés que se pueda –llevo prisa.
-¡Qué cariñosa! –me contesta irónico –solo pasaba a preguntar si ya agendaste con el psiquiatra –me insiste. Aprieto los dientes por la furia.
-¡No soy esquizofrénica! –le grito.
-Sabes que intento ayudarte y que te amo.
-Si me amas, no me llames –exploto y cuelgo.
Tomo el anillo nuevamente entre mis manos y empiezo a concentrarme.
-Sé que estás ahí, acompañándome… -digo en voz baja. Y aparece enfrente de mí su silueta morena y traslúcida.
-Siempre lo estaré para mi nietita.
-Una a la que nunca conociste –le digo –pero de la que sabes todo su camino.
-Hay cosas que has hecho y quisiera demostrar el descontento –explica –pero como humana que eres, igual eres tan perfectible como joven.
-Y por lo mismo tonta –me digo a mí misma.
-…Solo joven –recalca –no seas tan dura contigo misma, hijita.
-Te es fácil decirlo porque ya estás muerto.
-No te voy a desmentir. La vida es más dura que la muerte, sin embargo obtener la paz que deseas dependerá de ti.
-Obtener paz… -resoplo entre mis cabellos –el ver cosas que nadie ve seguro que me traerá paz –le digo -¿sabes lo difícil que ha sido mi vida desde que mis padres saben esto?
-Pero el vernos no involucra todos los errores que has cometido.
Y entonces pienso en Jaden, en esa tarde que pasamos en su casa, solos…
Mi vergüenza se expande por todo mi rostro en forma de un rubor muy marcado y desvío la mirada. Sin embargo, él está enfrente de mí.

-Hay cosas que ni a ti misma te puedes ocultar…

1 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 1

Despierto. Tallo mis ojos y me miro en el espejo que cubre una parte de mi pared. Mi largo cabello está despeinado y el flequillo cubre la mitad de mi rostro… mi espejo, ese reflejo de siempre, aquel mismo que nunca me abandona, ni abandonará. Me incorporo poco a poco, mis rodillas duelen por el desgaste, sin embargo es normal; estiro todos mis músculos y huesos, algunos en mi espalda han tronado y me han permitido relajarme. Y ese reflejo no me deja en paz, tal vez nunca lo haga.

Respiro con fuerza, trato de convivir con él, con él y con todos los fantasmas que se encuentran detrás de mi persona cada vez que veo a ese frío vidrio. Ojalá fuera yo como un vampiro: incapaz de ver siquiera su propio reflejo, mas yo tengo la capacidad de ver más allá de eso, puesto que cuando me veo directamente a los ojos, soy capaz de ver detrás de mí a todo mi árbol genealógico extenderse para nunca acabar.

Figuras traslúcidas con las que puedo establecer un contacto más allá del que me permite mi propia visión. Y aunque quiera acabar con ello no puedo, me persigue sin razón.

Me sujeto el cabello con una liga negra y me visto rápidamente con un pantalón negro y una playera negra sin mangas. Mi molote se desacomoda, cayendo algunos cabellos enfrente de mis ojos, pero no es molesto, incluso le da a mi estilo un poco más de estilo.

Mis manos recorren mi cuerpo, a veces pretendiendo que está muerto, o pretendiendo que está más vivo de lo que antes pudo haberse sentido. Pies, pantorrillas, rodillas, muslos, pelvis, estómago, manos, brazos, clavículas, pechos… y accidentalmente toco mi collar al querer recorrer mi cuello recubierto de piel sensible. Tomo un respiro y cierro mis ojos.

“Te echo mucho de menos” pienso en voz alta, entrecierro mis ojos y presiono con fuerza. Sé que te veré algún día, que no serás sólo una visión ajena a la realidad de los demás, que te incluiré en mi vida y en la posterior a ésta y que incluso trataré de brillar como tú lo haces al instante en el que te me presentas. Sonrío. La realidad puede ser cruel, pero es mejor en ocasiones no pensar demasiado en un futuro que sé que llegará… la muerte a todos llega por igual.

Pero puedo sentirlo aquí, y es por eso que llevo su alhaja en mi collar, donde sé que nunca la perderé.

-Hija, ¿ya te vas a la escuela? –pregunta mi madre, quien ha entrado a mi cuarto sin preguntar. Es su costumbre, como la de todos en esta casa. No respondo, sigo viendo a mis fantasmas expandirse a través de mi espejo, a través del tiempo. Me ve como lo ha hecho desde hace mucho tiempo, con esos ojos compasivos dignos de la madre que ama a sus hijos, dignos del amor que profesa sin importar lo que uno hace… o no hace -¿te han molestado?

-No… -respondo con amargura, pero no es la verdad. El hecho de verlos es molesto.

-Hay alternativas…

-No –respondo tajante. Sin mirarla. Conozco una palabra para describir lo que ella llama “alternativa” y para mí, esa no lo es.

-Ay, hija. Deberías dejarte ayudar –dice queriendo comprenderme. Le agradezco todo lo que hace por mí, sus intenciones son puras, lo sé porque no sólo la conozco en vida.

-No –sigo tajante. No permitiré que me traten como un demonio –voy tarde y debo recuperarme en faltas. Nos vemos para comer.

-Cuídate hija –me abraza y me da la bendición con la mano derecha, como acostumbra hacerlo una católica que siempre siguió las reglas. Quiero llorar cada vez que lo hace, porque en el fondo, siento que traiciono a cada rato la creencia que me han inculcado con mis pensamientos en ocasiones apóstatas. Termina de darme la bendición y la abrazo con fuerza.

No es de extrañarle a ella el que la abrace con fuerza, y no me extraña el hacerlo, físicamente soy fuerte, pero me derrumbo en todos los momentos en los que se trata de estar sola. Uno de esos es en mi camino a la escuela, cuando me pongo mis gafas de sol e intento que la gente ignore mi mirada desconectada.

Los veo a todos, voltean a verme y susurran; calles pobladas de ellos, algunos me ignoran y siguen caminando, otros solo lloran, otros ríen, otros son niños chiquitos… y otros no llegaron a nacer. Cada fantasma cuenta una historia diferente, esas historias se anexan a sus balbuceos, a sus lloriqueos o risas. Me desconecto del mundo otra vez, me pongo mis audífonos y finjo que nadie está en rededor. Como lo haría un hipócrita que no sabe hacer otra cosa además de ignorar a aquel que grita al cielo después de hacer la falsa promesa de que ayudaría a todo aquel que pusiera una señal de alarma en el ambiente.

Me aferro a la alhaja, agarro el anillo pintado en plata para al fin sentir la poca paz que queda en mí. Sin embargo, no siento tanto la paz como siento un reproche que está a punto de llegar cuando lo vuelva a ver.

Lleva mucho tiempo desde que lo visité. Creo que no lo hago porque no puedo ir a verlo al rostro sin sonrojarme por la vergüenza. Es él uno de los tantos fantasmas que veo en el espejo cuando miro fijamente mi mirada azul en él, y es suya la energía que siento cuando pongo su anillo entre mis manos. Es precisamente por su energía que no tomo la propuesta de mi madre, sé que es por eso, y en ocasiones solo quiero dimitir de aquella opción. No creo que sea sano para la mente y el corazón de mi madre saber que me pongo a platicar con su padre ya fallecido.

Ignoro un poco de esa sensación absurda. Aún no ocurrirá, no ocurrirá aquello que yo no quiera que ocurra, que pase o acontezca, y mis padres saben respetar esa decisión, aunque insisten de manera sutil a que acceda. Mas yo sé que tiene buenos momentos. Que no todo lo que ha sido consecuencia de este acontecimiento sin sentido en mi vida tiene que ser malo.

Sonrío un poco… tal vez una sonrisa sea una sonrisa sin terminar. Una serie de eventos ocurren en mi cabeza, eventos de mi pasado, cuando era el día de muertos o el aniversario de su muerte. Lo veía sentado sobre su tumba en la capilla familiar. Su aspecto era el que me decía mi madre: moreno veracruzano, y con el mismo lunar que tengo yo en el cuello, exactamente en el mismo sitio; tiene la mirada firme, pero una sonrisa que puede ser comprensiva, en incluso se le nota sabiduría desbordante en la post-vida.

Toda la vida lo hube visto en el reflejo de mi cuarto, siempre atrás de mí, del lado al que pertenece mi madre, quien heredó sus ojos oscuros. Con la fuerza de carácter que mi abuelo tiene, y con esa misma fuerza combinada con su sonrisa fuerte, me miró esa primera vez. Y yo lo vi a él, sintiendo extrañeza y un escalofrío que no tardó en irse. No me asusté, pues se trataba de mi familia, y del miembro más confiable de toda ella.
En esa tumba había algo especial. Lo sé muy bien, y sé que ese algo sigue residiendo, y ahora que entiendo lo que pasa, sé que no es la tumba, es él quien la hace especial…


Abuelo… tal vez en vida no te conocí, pero me siento muy cerca de ti, y por algún motivo, te echo de menos.

Ladrón

Otro día, otra clase aburrida. Soy la única que piensa así, la única que odia la aparatosa clase de física ¿a quién le interesa cómo funciona ese circuito en serie? Son sólo cables ¿y a quién le interesa un estúpido sistema de cableado? A mí no, y por las calificaciones de mis compañeras, a ellas tampoco.

Y una de ellas suspira cuando lo ve hablar, o al menos cuando lo ve abrir la boca. A ellas no les gusta la física, no es lo suyo, hay chicas que deciden irse a Comunicación o a una ciencia de la salud, pero fingen que les interesa, porque lo que les gusta es el profesor. No voy a negar que tenga atractivo, es alto, delgado de cintura y caderas y tiene unos ojos azules que complementa con un rostro cuadrado y una mirada que es más dura que una piedra, sin mencionar su barba incipiente y su peinado de libro abierto con un flequillo que cae al frente cual estrella pretenciosa de cine y televisión. Pretencioso, eso es lo que es ese tipo, pretencioso.

-¿Entendieron lo que hay que traer para el laboratorio? –preguntó con una voz gruesa que las deleita demasiado, pero a mí me molesta, me desquicia, y yo tampoco parezco ser de su agrado, así que lo único que puedo hacer es asentir, fingir que me interesa e irme a mi casa. Mis calificaciones en esta materia están por los suelos y si no paso el examen extraordinario, probablemente repita el año.

Pero no me interesa en lo más mínimo.

Otra opción probable sería que me pasara a pesar de ello, pero no lo hará, es uno de los profesores más exigentes de la escuela, llega incluso a ser intransigente, pero no voy a negar que es muy inteligente.

Me levanto de mi pupitre y llevo una bocanada de aire a mis pulmones, tal vez con la leve esperanza de pasar el año y no verlo otra vez con sus tareas aburridas y sus proyectos estúpidos de laboratorio, tal vez sólo respiro en ese momento porque mi cuerpo está programado a hacerlo y porque me falta oxígeno, o tal vez sólo respiro porque estoy carente de emociones y trato de llenar mi vacío existencial con un poco del aire a mi alrededor, fingir que no estoy sola y que todo existe junto conmigo, o que tal vez nada existe… ni siquiera yo.

-Clara, ¿me permites un segundo? –me habla él con su voz fuerte e imponente, sólo lo veo de reojo, detrás de mi flequillo rubio y de mi sonrisa inexistente. Es obvio que lo que me tenga que decir me importa un comino.

-Suertuda –me susurra Ariana entre dientes, una chica llenita de caderas, piernas y busto, pero que tiene mucha confianza en sí misma y usa ligueros a la vista. Es una de las tantas locas por el profesor Bravo –me cuentas después cómo te fue –y me guiña el ojo. Trago con fuerza el aire que me había llevado y toso un poco. Recuerdo a Erika, una de las chicas del salón a quien no volvimos a ver desde que un profesor le pidió que se quedara a hablar con ella.

Y la desconfianza viene a mí.
No soy atractiva, sólo soy rubia y ya, aunque la gente habla, y dice que soy demasiado bonita, a pesar de que no concibo que esa sea mi realidad, tal vez es la ajena, pero no mía, no es mi vida, sólo son rumores que hablan de mí. Y se habla de mí así a pesar de mi manera de vestir, de que oculto mi figura detrás de una serie de telas holgadas que no deberían llamar la atención de nadie. Una sudadera oscura y percudida y un pantalón acampanado de mezclilla, el resto son sólo unos tenis y una cola de caballo que evita que mi cabello se revuelva demasiado, y los maquillajes no existen en este rostro.

Lo miro fijamente mientras me acerco poco a poco.

-¿Qué ocurre? –él sigue sentado y me regresa la mirada fría y dura, como la de un profesor de escuela común y corriente. Saca la lista de calificaciones.

-Tus calificaciones están en un declive muy marcado, Clara –me enseña mis promedios de mis parciales anteriores. Puros sietes es lo que veo en la lista.

-¿Y luego? –pregunto cínicamente. Quiere llevarse los dedos a los ojos, pero no puede hacerlo enfrente de mí, sería una clara señal ofensiva.

-Necesitas ayuda, eso es lo que pasa –me responde, sólo sonrío nerviosamente ante lo que me está diciendo, mi sonrisa es grande y muestro mi dentadura completa –tienes que recibir asesoría, tienes que pasar la materia. Eres brillante, no entiendo el problema aquí.

-Le diré a Erick que…

-No funcionará que tus compañeros te ayuden, pocos son los que van a pasar esta materia con una calificación alta –remarcó –necesitas ayuda del que sabe bien en esto.

-¿Y ese alguien es…? –pregunto inquisitiva. Por algún motivo ya me sé la respuesta.

-Ese alguien es tu profesor de clases –me responde… y acierto mentalmente, como imaginaba -¿tienes algo que hacer mañana a la hora de la salida?

-No… -respondo un tanto temerosa. Esto no me causa gracia alguna.

-Perfecto, a las dos te llevaré a mi casa y ahí estudiarás para el examen final. Podrás preguntarme cualquier duda que tengas.

-Sí –respondo vacilante. No me queda otra cosa que hacer además de sonreír de oreja a oreja –muchas gracias.

Salgo del salón y cierro la puerta con un golpe sordo.

-¿Qué te dijo? –pregunta Ariana con curiosidad. Deja caer su cabello largo y ondulado enfrente de su rostro, su sonrisa es más grande ahora –daría lo que fuera por ser tú ahora, anda ¿Qué te dijo?

-Nada importante –respondo -quiere que tome asesorías en su casa cuando salga mañana de clases.

-Y dices que no es importante –me guiña el ojo –si fuera tú, me dejaría meter mano.

-Eres una estúpida –respondo secamente –de hecho tengo miedo, ahora que lo mencionas.

-¿Qué un hombre guapísimo quiera hacer algo contigo te asusta? Entonces yo quiero gritar despavorida –contesta. No se guarda lo que piensa, a veces creo que ese es un problema, más cuando se trata de esas cuestiones tan importantes, pero tomadas a la ligera.

-No voy a dejar que un imbécil ojo alegre me vaya a faltar al respeto ¿sabes? –replico con rudeza.

-Ahora mismo eres la envidia de las chicas, disfruta cuando vayas allí.

-Sí, claro… soy la envidia como Erika lo fue en su momento el año pasado. Fue con el profesor de matemáticas y la violó el desgraciado.

-Entiendo. Sólo aprovecha una oportunidad que nadie más va a tener ¿vale?

-Solo es una clase de física en otro sitio, estoy segura de que me voy a dormir.
Me despido de Ariana, me voy a la salida y tomo un autobús que me deja directamente donde mi dentista, quien me receta paracetamol para mis muelas del juicio, las que comienzo a odiar con todo mi ser.

-El dolor es normal, sólo te hice una limpieza de sarro, y recuerda tomar tu medicamento. El mes que entra te pondré tus frenos y recuerda evitar el azúcar –me dice sutilmente, yo sólo quiero llegar a mi casa.

Le doy las gracias y me vuelvo para dormir un rato, ver el libro de física y aventarlo al piso… ¡cómo odio esta materia!

Me levanto y vivo mi día normal hasta que llega la última clase. Mi muela me sigue molestando, ahora más de lo que nunca lo había hecho. La clase transcurre rápido, es psicología, mi clase favorita, sólo me levanto y me voy a la puerta de salida.

Trato de esquivar a Ariana, pero me busca desesperada, tal vez quiera darme lencería fina para el momento, pero es algo que me viene valiendo un comino.

Veo un auto blanco, un Jetta con los vidrios polarizados y un rostro cuadrado adentro de él, es inconfundible el perfil del profesor Bravo.

-¿Clara? –pregunta por mí al verme en el zaguán de la salida, volteo a verlo a los ojos, pero lleva unas gafas oscuras ochenteras que no me parece que le queden por la forma de su rostro.

-Sólo acabemos con esto –murmullo y me subo al carro.

-¿Cómo estuvo tu día? –pregunta él, intenta hacerme una conversación amigable, mas no me dejo y veo al exterior de la ventanilla –qué raro que no hables, generalmente lo haces hasta por los codos.

-No tengo nada de qué hablar –digo secamente –sólo accedo a tomar asesoría porque no quiero cursar la clase de nuevo.

-Veo que sí te queda el ser directa.

-Y yo que a usted no le queda ser agradable.
Sigue conduciendo, no me dirige la palabra nuevamente. Llegamos al fraccionamiento, pero entonces toma una desviación a la derecha de la que dudo mucho.

-Creí que el fraccionamiento estaba del otro lado –señalo con ironía mientras cierro mi sudadera con fuerza.

-Y lo está… -contesta  sin dedicarme ni una mirada.

-¿Qué es todo esto? –pregunto cuando veo que llegamos a un terreno baldío, estamos justamente en medio de él, a kilómetros de la madre carretera -¿qué hacemos aquí?

-Por nada del mundo te vayas a salir de aquí –me ordena, y él sale del carro y abre la cajuela. Un mal presentimiento se asoma en mi corazón cuando enfoco el espejo y lo veo buscar con desesperación.

Compartimos miradas por un segundo, y entonces saca su control remoto y cierra todas las puertas con el seguro. Me congelo por unos segundos ¿qué demonios está pasando y por qué? Mis ansias arden en mis manos, intento empujar la puerta, abrirla por cualquier medio… pero no se puede, está muy bien cerrada.

Volteo a todos lados, pierdo de vista al profesor Bravo, y mi puerta se abre.

-Vienes para acá –me dice mientras me quita el cinturón de seguridad y me jala por los hombros con violencia. Forcejeo un rato, pero es más fuerte que yo.
Me tira al piso, veo a un costado de él y tiene una caja parecida a una de herramientas. Como cangrejo, retrocedo lo más que puedo en afán de alejarme lo más posible de él. Se ve intimidante desde este ángulo en nadir… y sigo yendo hacia atrás.

Logro levantarme y correr.

Me alcanza, me taclea por la lateral y me tira al piso para sujetarme las manos por encima de mi cabeza sólo con una de las suyas, y con la otra me toma de la cabeza, buscando abrir mi boca con fiereza.

-No te muevas, no te muevas –ordena, y no le hago caso. Me tiene en una posición comprometedora y no puedo hacer nada al respecto –abre y di “ah” –me sugiere con violencia.

Cuando mete su mano en mi boca, lo único que hago es morderle los dedos con fuerza, logra 
sacar su mano y se la revisa.

-¡Estúpida! –grita. Ha bajado la guardia, ha cesado en aplicar toda esa fuerza. Muevo las piernas y le empujo el tórax con las plantas del pie, creo que le he dado en el timo, porque no se puede levantar.

Reviso rápidamente con la vista el lugar, no me ha abierto la chaqueta, sólo buscaba mi boca, y la caja que llevaba está abierta y contiene utensilios de ortodoncia. ¿Qué demonios pasa?

No pregunto más y salgo corriendo del lugar hasta llegar a la carretera.

Regreso a mi casa, me limpio la tierra de la sudadera y trato de entender qué pasó.

No quiero volver a esa clase, no quiero verle la cara a ese degenerado, y no quiero entender por qué me tuvo que pasar esto a mí, al igual que a Erika en el año pasado con el profesor de matemáticas. Definitivamente esta es una situación que voy a tener que denunciar.

Trato de dormir, no hay nada que pueda hacer ahora, relajo el cuerpo y me acuesto en mi cama sin poder siquiera considerar las posibilidades.

He despertado… primer clase del día: profesor Bravo. Lo veo a la cara, nos confrontamos 
visualmente, con odio, con todo en contra nuestra, y entonces Ariana llega conmigo y me pregunta qué pasó.

-Nada –respondo secamente, sin despegar la vista de él, quien ya ha entrado al aula.

-¿Cómo que nada? –pregunta inconforme.

-Nada, no entendí nada, fue una asesoría rutinaria ¿me dejas en paz? –recrimino y se aleja.

Pasa el día, nada nuevo… pero se me queda mirando sin motivo alguno, más cuando intento sonreír y muestro todos los dientes. Espero en la dirección de mi escuela y hablo con los directivos correspondientes.

La conversación es larga y nada amena, odio todo lo referente a los procesos burocráticos, y no puedo hacer nada al respecto. Le explico a la directora mi situación y entonces me voy. A la hora siguiente veo que el profesor Bravo está abandonando el edificio.

Y Ariana va tras de él… y es la última vez que la veo en ese día.

Llego a mi casa, duermo y despierto en la noche gracias a una llamada telefónica que pertenece a Ariana y un mensaje. No deja de fregarme con esto.

“¡Estoy por tu casa! Ve al parque por mí  :’(“

Salgo por la puerta y voy al parque que me ha dicho, está encima de una de las colinas que rodean mi calle. Llego por enfrente. Está oscuro, no percibo nada, ni siquiera a la tenue luz que se supone debería estar iluminando los prados por la tarde-noche.

Y oigo un grito lastimero al otro extremo del parque, reconozco el timbre de voz.

-¡Ariana! –grito incansablemente. Entro al parque y lo recorro hasta llegar a una parada de autobuses.

Me agarran por los hombros, volteo violentamente.

-¡Clara! –exclama adolorida, un poco de luz se asoma por su rostro, veo que corre sangre de su boca y empieza a llorar.

-¡Demonios! ¿Qué te pasó? –la sostengo e inspecciono su boca. Empieza a toser y me escupe sangre a la cara.

-Mis… mo… mo… molares… -explica, pero no entiendo nada, no puede pronunciar bien por el dolor que le causa –el profesor Bravo…

-Vamos a mi casa… -le digo sutilmente mientras la agarro por los brazos. El dolor es insoportable y la tengo que llevar casi a rastras.

Se queda a dormir en mi casa, no puede llegar a su casa, por lo que le invento una excusa a su madre y le preparo una cama para que se duerma y no esté sola.

Llego a la escuela, no levanté a Ariana, cosa que se me hace muy justa dada la naturaleza de lo que le pasó.

Acaban las clases, sigo inquieta… veo el Jetta del señor Bravo afuera de mi escuela, y ahora está hablando con Alexa.

Pero me clava la mirada a mí.

Y entonces Alexa desaparece en el interior del automóvil…

[FIN]