26 de octubre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 10

Estoy bastante cansada, de eso no hay duda alguna. Mi cuerpo resiente todo lo que le hago, desde el no haberlo dejado dormir hasta haber hecho una caminata rápida por una cueva en la que los entes sólo saben mirarme e intentar perseguirme. No me dejan en paz en ningún momento. Aunque lo único bueno del día sea que ya es la hora gris, no parece ser mi consuelo.
En un día común en casa, estaría despierta a esta hora con una taza de café para contemplar el amanecer mientras pienso en lo que me estaré o no perdiendo de ser una persona normal. La luna me acompañaría en mi viaje por el ultramar de mi mente, y el café alimentaría mis impulsos con el suficiente tacto como para obligarme a entrar de nuevo, sentarme y empezar a escribir alguna historia de desasosiego o desamor, o incluso un diario personal con los nombres cambiados para no poner en evidencia a ninguno de mis acompañantes eternos.
Pero no es un día común… ni estoy en casa.
Me vuelvo a sentar en la orilla de la carretera, mi pierna está mejorada, pero no lo suficiente como para aguantar el ritmo que me toca soportar después del amanecer, y dormir un par de horas no me hará daño.
Me enrosco, dejando que mi cuerpo descanse y finalmente sucumbo ante el sueño que no se escapa de mi cuerpo.
Después de unas dos horas de sueño, amarillenta de la mañana ilumina mi mirar para despertarme con suavidad…
Pero eso no evita que dé un grito espantoso.
-Señorita, buenos días –dice alguien a quien no sentí llegar en ningún momento de la noche y que ha decidido colocarse justo enfrente de mi rostro, como si aquello fuera una excelente idea. Mi extrañeza y espanto son tales que pierdo el equilibrio y caigo de costado contra el suelo terroso. No puedo con el dolor, el brazo derecho no puede con el dolor. –perdón, ¿te espanté?
-No… sólo me gusta caer sobre mi brazo roto –respondo con demasiado sarcasmo, me ayuda a levantarme y pone sus manos sobre mi brazo. Su calor me ayuda a bajar el dolor. Ojalá me repare el hueso.
-No era mi intención –dice, entonces lo volteo a ver a los ojos.
Me llevo una sorpresa al verlo. Ojos color miel rodeados por pestañas muy largas y enchinadas, nariz aguileña poco pronunciada, dientes derechos que delatan que alguna vez usó aparatos de ortodoncia, tez blanca, barba incipiente y un cuerpo promedio con espalda ancha y alto, viste una playera de manga larga color azul marino, pantalones de mezclilla oscura y un collar de colmillos negros. Sonríe con jovialidad y me mira a los ojos.
-Soy Axel –me informa, pero no le he preguntado nada –y soy soltero.
Abro los ojos, creo que casi se me van a salir de las órbitas.
Quiero decirle que obviamente está soltero… ¡está muerto! ¿cómo se le ocurre presentarse así? Aunque no ha sido un evento tan pesado, porque me río nerviosamente un poco de lo que me ha dicho.
Crudo, pero cierto, me han sonrojado las palabras de un fantasma, lo cual es una pena, porque si estuviese vivo, o me agradaran los vivos, me aseguraría de mantenerlo cerca de mí.
Pero no es así.
Tiene algo que me agrada, y a la vez que me mantiene alejada, por algún motivo me recuerda mucho a Jaden, tal vez sus sonrisas se asemejan demasiado, o tal vez es por el cinismo e indiferencia con el que dicen lo que piensan o lo que son, mostrando una faceta tan distinta como distante, pero que a la vez se conecta conmigo de un modo cálido y diferente, siendo que uno señala que es soltero sin sentir que existan mayores consecuencias, y el otro… bueno, intenta llevarme con un psiquiatra.
Empiezo a moverme por mi camino y arqueo las cejas cuando lo veo acompañar mi paso lento y apesadumbrado por el dolor. Tal vez, se me ocurre, sólo tal vez, que sea uno de esos minúsculos e improbables casos en los que quiera algo de mí. Volteo a mirarle directamente a esos ojos citrinos que tiene y lo encaro.
-¿Qué quieres de mí? –le digo directamente, no me gusta que me estén acechando tan de cerca –eres demasiado invasivo para ser un fantasma y eso es demasiado decir últimamente.
-¿Te molesta mi presencia? –me pregunta con una voz que me da hasta cierto punto un poco de ternura. Lo empiezo a analizar de arriba abajo, entonces me doy cuenta de una cosa…
Es un alma neutra.
No hizo locuras suficientes como para ameritar un castigo, pero tampoco fue la persona más caritativa o bien portada durante su vida, por lo cual su alma sigue en esta dimensión, vagando en búsqueda de un quehacer para enmendar lo que hizo o tal vez, lo que no hizo.
-Sí, ¿te molesta su presencia? –se asoma Nael a la conversación –a mí sí, sólo nos retrasa.
-¿Quieres irte, por favor? –le replico a mi fantasma favorito.
-Si éste se va primero –responde –seguramente te va a pedir un favor que nos va a retrasar.
-Si ese favor tiene que ver con su “soy soltero” puedo de una vez decirle que se puede ir por un tubo –replico –ahora no estoy de ánimos para aguantar una estupidez sobre noviazgos, siendo que salí de uno.
-¿Tenías novio? –pregunta Nael extrañado.
-Sí –respondo tratando de esquivar el tema –tenía un novio.
-¿Alguien te quería con esa actitud tan asquerosa? Me impresiona…
-¡JÓDETE! –grito sin pensarlo, pero no puedo darle ningún golpe. Mi brazo sigue lastimado y mi pierna aún necesita de su bastón para apoyarse, sin mencionar que sólo lo atravesaría -¡jódete, jódete, jódete, jódete!
-Nieta… -aparece mi abuelo y me toca la boca para callarme –no digas más esas palabras.
-¿Qué quieres que les diga? –grito -¿quieres que sea linda y comprensiva con alguien que sólo quiere ver por sí mismo?
-No se trata de sólo ver por mí… -medita lo que dice por unos segundos -bueno, sí, pero es por una buena causa.
-¿Qué clase de causa puede ser buena contigo? –pregunto sin vacilar más.
-No creas que te voy a decir.
-Tiene que saberlo –replica mi abuelo –si lo que quieres es que te ayude, explícale, en el fondo es una buena persona…
-Muy en el fondo –dice Axel, completando la oración de mi abuelo –pero tampoco creo que tenga un corazón de piedra.
Y mi abuelo no debate ese argumento.
-¡Abuelo! –reclamo.
-La verdad es la verdad, nieta –responde –eres… un… un poco… fría.
-Gracias por el apoyo –respondo.
Me siento y dejo que el sol me caliente ligeramente mientras pienso en lo que estoy viviendo ahora… y esta situación me remonta a pensar en Jaden.
No creí pensar en él en este viaje de regreso, no creí pensar siquiera en el hecho de que lo extraño siquiera un poco, ese fantasma extraño y simpático que se hace llamar Axel me hace recordarle, por la esencia de su alma, por el color de su aura tan gris que existe en ninguno de los dos lados.
Siempre creí yo que debía haber un blanco y un negro, mi experiencia con las almas no me deja mentir. Mas cuando recuerdo la esencia de Jaden y la contrasto con la de Axel, me digo a mí misma que no es cierto.
Hay gente muy gris y que finge de manera excelente tener un color que incluso crees poder asignarle uno, y yo ya se los asigné. Respiro con fuerza y miro la carretera abandonada por los carros que prefieren a las rutas rápidas por sobre las convencionales, siendo esa la historia de cualquier ruta que tomamos en la vida en cuanto se nos presenta una solución más fácil. Sigo respirando con fuerza, y el dolor se aviva, muestra su fiereza y me hace llorar.
–¿Triste? –pregunta Axel, quien se sienta a mi lado y se acerca tal vez demasiado –vamos, señorita, estoy seguro de que algo te aqueja.
-Me impresiona siquiera que te importe –rezongo –camino sola en una carretera solitaria y a los únicos que conozco no saben a dónde van.
Respondo un tanto melancólica mientras traduzco una canción de Green Day en mi mente, sintiendo que la letra va perfecta con este momento.
-Sí conozco a Green Day ¿sabes? –responde con una risa simpática –ya, dime lo que te pasa.
-¿De verdad quieres saber?
-Pues estoy muerto, no me queda de otra además de hablar con alguien que se ve interesante, todas las almas se ignoran entre sí, si eres observadora lo notarás –me comenta, pero lo ignoro sumiendo mi cabeza entre mis piernas –oh, ya veo.
-Sí… -le replico –esto me ha costado todo lo que conozco.
-¿Te importaría explicarte? –me pregunta. Pero rompo en llanto.
-Sé que no es importante, pero los he visto toda mi vida –explico –y también los he sentido cerca, moviendo cosas, cuidando a sus familias o haciendo estropicios cuando yo estoy ahí. Eso me volvió el bicho raro en todos los sentidos ante todos los de mi edad e incluso mayores –Axel me escuchaba atentamente –si veo a alguien… de inmediato veo a sus fantasmas. Llegaba a espantarlos a todos cuando hablaba de sus antepasados al ver a mis compañeros a la cara.
-Debió ser difícil –respondió –no sé qué decirte.
-No digas nada –me abraza por atrás y me recargo levemente en él. Expide un aroma agradable que me adormece ligeramente –solo me agarró la nostalgia.
-Con ese poder, me pregunto si alguna vez quisiste a alguien –dice en voz baja.
-Sí –respondo con naturalidad –se llama Jaden –empiezo a explicar –era mi novio con quien duré cerca de dos años nada más porque le parecí atractiva. Estaba reacia a hablar con él siquiera, pero se empeñó tanto que decidí ignorar a todos sus fantasmas y confiarle la verdad de mi persona.
-¿Y cómo salió? –preguntó curioso.
-Fatal, resulta que él es ateo y no cree en una vida después de la vida –respondo –y es demasiado orgulloso como para siquiera intentar creer en algo superior a él…
Me quedo callada mientras me abraza con dulzura, calentando cada uno de los poros de mi cuerpo, entonces recuerdo con claridad el día en el que me enfrenté a Jaden.
Llevábamos un año de noviazgo y le había mandado un mensaje de texto, dándole a entender que tenía algo muy importante que decirle y que no podía esperar más. Rápidamente me contestó, preocupándose por aquello que requiriera su atención inmediata y llegó a mi casa en alrededor de diez minutos.
-Amor –saludó, pero rápidamente me abrazó sujetándome por la cintura -¿pasó algo importante?
-En realidad, está pasando –dije sin poder desviar la atención de los ojos de su bisabuela Isabel –siempre pasa.
-¿Hice algo mal? –preguntó apresurado –si fue eso, lo corregiré, amor –me dio un beso en la cabeza mientras se sentaba.
-En realidad no –contesté –sólo quiero que sepas algo de mí –lo invité a sentarse y se acomodó para escucharme –resulta que… ay, no sé cómo empezar a explicarlo.
Volteé a ver a su abuela Marisa, quien acababa de integrarse a la familia fallecida de Jaden, venía caminando con una sonrisa de satisfacción mientras se acumulaba a la fila de antepasados. Ya sabía que su abuela estaba muy avejentada, por lo que no me extrañó tanto verla ahí a sus noventa y siete años de edad.
Pero eso no significó que hubiera sido prudente.
-Tu abuela… -dije en voz baja –tu abuela acaba de morir.
-¿Qué dices? –se extrañó –no bromees con eso, Leah.
-No… no era eso lo que quería decirte –repuse en cuanto pude –solo que… la estoy viendo… justamente… atrás de ti.
Volteó, pero como supuse, no vio nada.
-Esto ya no es divertido.
-¡Veo fantasmas todo el tiempo! –exploté perdida por la cantidad de pensamientos que se hallaban en desorden adentro de mí –ya lo dije…
-¿Qué? –preguntó extrañado -¿fantasmas? Leah, esas cosas no existen.
-Sí que existen y vaya que los veo –rezongo –eso quería decirte.
Se echó a reír estrepitosamente enfrente de mí, yo sólo reaccioné con un enojo sepulcral que no pude ocultar.
-Lárgate –le dije mientras abría la puerta.
-Espera, Leah –respondió aguantándose la risa –creo que podemos arreglar esto.
-Que te largues… -insistí –si no me vas a respetar…
Solo dejó de prestarme atención para revisar su teléfono, el que había sonado con una molesta tonada que indicaba un mensaje, en cuanto lo leyó, se me quedó mirando con extrañeza.
-Mi madre te dijo –exclamó, le llegó la noticia de su abuela.
-Jaden… -intenté razonar, pero no se pudo.
-Te dijo ¿sí o no? –exigió una respuesta.
-No me dijo nada –reclamé.
-¡Mientes!
-No miento –dije en voz baja –al menos no a ti.
-Entonces… ves cosas raras.
-Sí –contesté, en general era eso –veo cosas raras.
-¿Pensaste en ir al médico? –dijo con inocencia absoluta, como acostumbraba hacerlo, sin intención alguna de herirme, pero sin tacto.
-Adiós –abrí la puerta y lo saqué de mi casa sin decirle nada.
Y así fue como se enteró Jaden de mi habilidad, la cual confundió con esquizofrenia después de indagar mis supuestos síntomas en Google.
-¿Te sientes mejor? –me pregunta Axel mientras me veo a mí misma en su lugar… y me planteo si estar muerto es en realidad mejor que estar en mi posición actual.
Solo volteo a verlo. No tiene heridas visibles, ni una sola marca de balazos o algún tipo de corte, pero se ve que su alma es reciente.
-¿Y tú cómo llegaste aquí? –pregunto sin pensarlo, mientras el sol ilumina nuestro pequeño intercambio de miradas.



19 de octubre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 9

Me miran, todos me miran directamente a los ojos o a mis heridas, como si me evaluaran de forma lenta y rigurosa. Mi abuelo se congela conmigo, Nael me agarra de la cintura y me cubre la boca mientras que el niño se espanta y echa a correr.
-¿Corremos? –pregunto, pero ya me sé la respuesta.
Los fantasmas me han visto y no dudarán en ir a por mí si es que lo llegan a necesitar. No quiero más sorpresas el día de hoy así que intento apresurar el paso.
Me apoyo en mi bastón y busco irme de ahí cuando siento en mi cintura y debajo de mis brazos el calor de las manos de mi abuelo y Nael, quienes básicamente me están cargando, ayudan a que mi salida sea más rápida, pero mi corazón no lo resiste como yo espero que lo haga y se dispara al momento de latir.
Mis pies se empiezan a arrastrar por la tierra, el ajetreo no le hace bien a mi pantorrilla, la sigue martirizando con un dolor sin fin al momento de tener contacto con el crudo suelo. Ya casi no tengo aliento a pesar de lo poco que mi cuerpo me permite hacer.
Todo se ve borroso, mis párpados me pesan, mi pantorrilla me ha vuelto a sangrar y mis gemidos ahora se vuelven alaridos. Nunca supe en qué momento fue que mi cuerpo terminó en el suelo, recargado en el muro de una casita hecha de bloc frío, crudo y gris.
Vuelvo en mí al cabo de una hora gracias a un sonido que no puedo reconocer y que me ha despertado de golpe. También el niño contribuyó a liberarme de ese desmayo del cual al parecer Nael y mi abuelo no me pudieron sacar mientras que el pequeño arrastró mi cuerpo y lo trajo hasta acá… eso explica el palpitar de mi pierna y la línea de tierra que se encuentra en el suelo, sin mencionar todo mi ser lleno de polvo. Respiro con naturalidad y reviso mi pierna con sumo cuidado de no...
Saco un grito de mi garganta.
En efecto no puedo hacer nada sin dañarme a mí misma.
-¿En serio, cuerpo? ¿ahora me vas a hacer esto? –exclamo en voz alta, el niñito me pasa mi bastón y me quiere ayudar a levantar, pero le digo por favor que me deje en paz, que ahora no puedo andar.
No se rinde.
Me levanta de los hombros y me levanta la pierna que está lastimada, calentándola con sus manitas, entonces Nael y mi abuelo aparecen.
-Te ayudo –me dice Nael mientras pasa mi brazo por sobre sus hombros.
-Está empeñado –digo al aire, mi abuelo me sujeta de la cintura y sólo me escucha –si quiere volver a casa, tiene que hacerlo y no pedir que lo lleve por las tortillas.
-Tal vez era el alma de un niño muy obediente y no puede irse hasta haber cumplido una última voluntad –explica mi abuelo –recuerda que todos tenemos un pasado y una personalidad previa a la de la muerte.
-Ese niño es muy joven como para tener pasado –respondo –está demasiado limpio.
-Esa es la gracia de los infantes –dice él –que hacen todo sin dolo, dicen lo que piensan y obedecen con una inocencia muy grande. No tienes idea de la cantidad de fantasmas que llegan habiéndose arrepentido de no haber actuado como niños durante su lapso de vida.
-Gente que se cree muy madura y termina siendo muy mordaz ¿dónde he visto eso antes? –pregunto con ironía, obviamente estoy hablando de mí –lo que me impresiona de este niño es la inocencia con la que desea volver a casa.
-¿Por querer regresar con el encargo? –pregunta mi abuelo.
-No, por querer regresar a su cuerpo para cumplir el encargo –respondo yo –ser niño es ser lo suficientemente inocente como para apreciar una vida que al final te va a dar una patada directa en la cara.
-Pero él no lo sabía en el momento de vivir su vida –replica –si eres un niño del alma, la vida se resuelve por sí misma porque el pensamiento se simplifica, e incluso las soluciones absurdas pueden parecer brillantes, lo cual genera la imaginación y los obliga a experimentar.
-…y a crecer –completo –no es que me caigan mal los niños, solo quisiera que no vivieran en un mundo que los obliga a crecer de golpe y de manera cruda.
-Pero si viven en un contexto así, deja de ser crudo para volverse su realidad –interviene Nael –recuerda que la realidad nunca es la misma para nadie. Si que un niño quiera volver a su casa para cumplir un encargo se te hace tan fatal ¿por qué lo ayudas?
-Buen intento, Nael –le respondo –porque creo que en el trayecto entenderá que no debe buscar excusas para ir… -veo que hemos llegado a una casa de aluminio abandonada, de la que salen un par de personas mayores. El niño me ha soltado y corre en dirección a ellos.
Esto no me gusta para nada.
Lo reciben con un jovial abrazo lleno de alegría y estupor mientras le revuelven los cabellos y le limpian el rostro que ahora tiene poca sangre y le besan impacientes. Voltean a verme y me saludan con la mano, por lo que me siento con la confianza de acercarme más y más.
-¿Qué ha sucedido? –pregunto sin más. No son tan mayores como creía, sus edades oscilan entre unos treinta y cinco y cuarenta años, ambos son morenos y sus cabellos son largos, el de la mujer llega hasta la cadera. El hombre carga a su hijo sobre los hombros mientras éste se disculpa por no haber traído las tortillas.
-Hijo, eso no es ningún problema ya –le dice la madre emocionada por volver a ver a su hijo.
-¿Qué ha sucedido? –vuelvo a preguntar.
-Fuimos a buscarlo al mercado –responde el padre –y nos atraparon en un asalto. Sobrevivieron siete, pero nosotros no.
 -Lo siento… -respondo con dureza –debe ser difícil.
-Difícil para los que no tienen a sus seres queridos con ellos –dice la señora –ahora podemos irnos todos –sonríe mientras abraza a su marido y a su hijo –gracias por traerlo.
-De… de nada.
-Tu pierna sangra –señala la señora obviedad.
-Sí, me gusta que sangre –respondo –le da un toque hipster a mi cuerpo.
Coloca sus manos calientes en mi pierna, como todos los fantasmas últimamente y la alimenta de su energía. Se siente por un segundo como si mi pierna estuviera bien, pero sé que no durará mucho.
-Con eso será suficiente hasta que llegues con un médico –indica.
-Muchas gracias –respondo un poco más aliviada. Recojo mi bastón y doy media vuelta y sigo mi camino.
El niño me agarra la mano y volteo a verle a los ojos para después recibir un afectuoso abrazo. Sonrío un poco, sabiendo que así se siente el cariño inocente de un alma blanca, un alma que quisiera que todos tuvieran.
-Ya no te llevé por las tortillas –digo en voz baja, pero no le importa y me abraza aún más.
-Gracias –susurra y se va con sus padres.
Los tres han desaparecido de la faz de la tierra y ahora que están juntos van al juicio divino.
Y en lo que ellos reciben la buena de Dios, yo sigo mi camino mientras que mi mente sigue sumida en todo lo que me ha pasado el día de hoy.
-¿Y qué has aprendido de esto, nieta? –me pregunta mi abuelo. Me sorprende su curiosidad en estos momentos, pero no me queda otra cosa más que respirar y decir lo que siempre he pensado, pero que ahora reafirmo...
-Que no hay ninguna luz al final del túnel… 

12 de octubre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 8

Es un alma blanca, un niño pequeño de grandes ojos grises, piel oscura y una herida grande de bala que le perfora la frente y otra en el hombro. Sus cabellitos le cubren el agujero de la frente, y sus ojos lloran como si no hubiera un mañana. Se ve tan desgarrador que tomo un pequeño respiro en lo que busco recobrarme de lo petrificante que resulta verlo. Por suerte, aparento bien no haberme conmocionado… pero es una mentira, me ha conmovido tanto que palmeo un lugar junto a mí, invitándolo a sentarse.
Me pide dinero en voz baja, dinero que piensa destinar a tortillas que su madre le dejó encargadas.
¿Será que…? ¿no tiene consciencia de su muerte?
No, es imposible, de inmediato saben eso. Busco acariciarle la cabeza, pero se recarga en mi regazo, el cual al instante se siente caliente
-¿Vives lejos? –le pregunto, tratando de ignorar el hecho de que no sepa que está muerto.
Asiente con la cabeza mientras me mira a mis ojos oscuros. Se aferra más a mí.
-Tengo frío –murmura. Lo abrazo más, aunque mi pierna me esté matando, aunque tal vez ni siquiera valga la pena. Tal vez lo hago por mera lástima, pensando que es un niño indefenso tanto en vida como en la misma muerte… un alma que busca estar cerca de su familia bajo cualquier pretexto –mi cabeza sigue caliente –lo toco y mi mano empieza a oler a hierro.
Me hace pensar en que si estuviera yo bajo las mismas condiciones, tal vez haría lo mismo.
-¿Hay un mercado cerca? –niega con la cabeza -¿entonces qué haces hasta acá?
-No lo sé –me ha confirmado lo que pensaba –sólo recuerdo un dolor fuerte en la frente y ahora estoy aquí.
No lleva mucho tiempo desde que ocurrió… desde que le colocaron ese balazo.
Un carro se acerca y acelera en cuanto lo veo, parece ser que me ha visto y en lugar de detenerse a ayudar, sólo me arroja un papel arrugado a la cara.
Agradables personas…
Lo desarrugo y veo en él una fotografía con la leyenda de “Se busca”. Es el niño que me está acompañando en esta madrugada.
-¡Abuelo! –exclamo con un grito, inconscientemente agarro el anillo que traigo colgado al cuello. Cumple su promesa de aparecer.
-Leah –dice -¿y el niño? –pregunta de inmediato mientras doy un suspiro –entiendo…
-No parece saber.
-¿Cómo puede no saberlo? –grita Nael, quien también apareció. Quiere cumplir su promesa de fastidiarme la vida –es más que obvio.
-Nadie te llamó –digo de inmediato –está triste y solo.
El niño se para y me toma de la mano.
-¿Qué? –le pregunto de inmediato, pero sigue jalando -quieres que vaya contigo –afirmo, se levanta y echa a correr. Me apoyo en mi bastón y lo sigo a una velocidad no muy decente en mis condiciones actuales. Regresa de donde se encuentra y al verme incapaz de seguir su paso, me toma de la mano para ayudarme a caminar, le palmeo la cabeza con una sonrisa.
Pasa media hora de caminata y llegamos a un barranco, entonces baja, intentando buscar algo, pero no distingo qué.
-Su cuerpo –interrumpe Nael –se está buscando.
-¿Para qué? –pregunto inútilmente.
-¿Para resucitar? –responde con ironía. La noche aún nos cubre.
Veo que ha logrado jalar algo, una mano… y una cabeza. Entonces logra sacar todo el cuerpo muerto, su cuerpo muerto.
Increíblemente y contra todos mis pronósticos, intenta volver a él. Se acuesta y se combina con el cadáver, pero no logra revivir.
-¿¡Qué haces!? –le grito -¡ya no puedes…!
-¡Las tortillas! –grita -¡no puedo volver sin las tortillas!
La presión me ha bajado por la impresión y la respiración se me ha acelerado de golpe… ¿qué demonios ha sido eso? ¿las tortillas? ¿de verdad quiere volver a casa con las tortillas y por eso no regresa con su familia? No me parece que cuadre nada en esto, pero no tiene que hacerlo, sólo debo entender que tal vez los motivos son lo suficientemente poderosos como para buscar alternativas distintas.
-¡Ven! –le ordeno -¡ven!
Regresa de inmediato, está llorando, pareciera que es víctima de su propio destino. No puede volver a la vida, no puede conseguir lo que desea y por ende, no puede obtener los medios para lograrlo.
Siento pena por el niño ahora.
-Sé que no puedes volver, y lo lamento mucho –le digo mientras le limpio las lágrimas –pero es mejor que vayas al limbo ahora.
-No puedo ir sin haberles dado las tortillas a mis papás –insiste. Suspiro.
-Y si yo les llevo las tortillas a tus padres en tu nombre ¿irías al limbo?
-¿¡Qué!? –pregunta Nael sorprendido –no, nada de eso… tienes que volver a la ciudad.
-Hay un alma que me necesita –murmullo.
-Claro que la hay ¡yo!
Quiero darle una cachetada.
-¿En serio eres tan egoísta como para dejar a este niño sin ver a su familia por última vez? –le pregunto impactada. Simplemente no lo puedo creer.
-¿¡Crees que a mí no me afecta esto!? ¡Yo no pedí morir!
-Yo tampoco pedí que me siguieras como si fueras mi sombra –le recrimino, no me contesta –además, nos queda tiempo.
-Tiempo es precisamente lo que nos falta –replica –le dijiste a tu madre que mínimo estarías en casa, que llegarías. Y si no llegas, me voy a encargar de hacer tu vida un infierno.
-Ya lo haces –le recrimino. Ahora lo ignoro y me dirijo al pequeño -¿dónde viven tus padres?
-Ixmihuilcan –responde dubitativo. El lugar me llega a la memoria. Ese pueblo está a dos kilómetros desde donde estoy en dirección a la ciudad.
-Bien, andando –ordeno de inmediato. Observo mi teléfono… tres y treinta, exactamente. El niño guía animosamente el camino mientras me dice con señas leves qué rutas tomar; es amable, sin duda, pero no puedo seguir fiándome de cualquier alma o a hacer cualquier tipo de recorridos, pude haberme topado con un ente oscuro o con cualquier cosa que venga del mundo espiritual.
Sigo caminando con ayuda de mi bastón y mi abuelo, quien me sostiene por los hombros. El niñito toma mi mano con prisa.
-No puedo correr como tú –le recuerdo –me duele mucho la pantorrilla.
Se detiene y la ve con detalle, siento cómo pone sus manos fantasmales y le transmite calor a mi área herida, la cual se estremece completamente, alterando todos y cada uno de los vellos de mi piel. No está curada, pero su energía me permite andar con más facilidad por unos momentos.
Le estoy agradecida.
-¿Por aquí? –pregunta Nael, quien hubo mantenido un silencio incómodo mientras me acompañaba. Ojalá se quedara callado, pero no lo hace, recitando puras estupideces -¡estás pendejo!
-¡Nael! –se me escapa un grito. Callo mi boca rápidamente.
El eco perturbador de la cueva hace que mi voz se me regrese… está muy sola.
Una cueva larga como una mina, y oscura como el cielo que me cubre o como mis ojos azul oscuro.
De repente, tengo miedo.
-Por aquí –confirma la pequeña almita y entra.
-Lo dudo… -digo con severidad -¿no hay otra parte?
-Este es el camino más corto.
-¿Has estado por aquí? –pregunto preocupada.
-Sí, estuve aquí antes… -responde, pero no me conforta, y no desiste –por aquí –repite con sonoridad y al mismo tiempo camina familiarizado.
“Al mal paso darle prisa” me llega la frase de inmediato mientras sigo su rastro con un poco menos dolor.
Esto sí me da miedo.
Jamás había visto a tantas almas vagar juntas en un solo sitio, todas ellas jóvenes, todas tristes, sin rumbo, apartadas de la vida y al mismo tiempo sin haber muerto por completo, requiriendo de algún favor.
Las veo, y ellas a mí, como siempre, intento ignorarlas mientras mi pierna me sigue punzando sin reparo alguno en como me siento yo.
El dolor se intensifica conforme voy caminando y mi cuerpo me quiere detener para desplomarse en el suelo, víctima del sueño apabullante y del dolor traducido en una sensación de fuego que corre por mis venas y culmina en un sangrado que al más mínimo toque, retoma su fluido camino.
Pero el niño no lo permite.
Me jala siempre, cada vez más fuerte mientras que mi abuelo me sostiene por debajo de los brazos, esperando a que eso me ayude tan siquiera un poco.
-¿Cuánto falta para recorrer la cueva? –le pregunto casi muerta y con un nuevo rastro de sangre persiguiéndome. Mi voz delata mi cansancio, no contesta, se limita a mirar al frente –mucho, ¿eh?
Sólo asiente, para mi desgracia.
Agarro fuerzas de no sé dónde y trato de dar un paso, un paso sencillo, uno que tal vez me libere…
En lugar de eso, me tortura con un dolor indescriptible que corroe todos mis músculos, articulaciones, paraliza mi mirada y altera mi voz para dejarla salir en forma de un grito desgarrador.

Un grito que es lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.

5 de octubre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 7

Me despierto a las tres de la mañana, la luna mengúa sobre mí y mi abuelo y Nael platican a mi lado. Sus murmullos me arrullaron en un inicio, ahora me taladran el cerebro y hacen que mis gritos sean lo primero en escucharse en todo el valdío.
-¡Sé…! Sé que no duermen, ¡pero tengan consideración por los vivos si no les molesta! –balbuceo. Nael me mira fijamente.
-Cállate –suelta -¡uy sí, estoy viva! ¡gran tragedia!
-Si no estuviera tan cansada, o tú muerto, te partiría la cara por la mitad –sentencio. Intento levantarme, pero mi pantorrilla lastimada no responde, mi abuelo se acerca a mí y me sostiene.
Noto que mi pierna ya no puede más.
Me agacho por un palo de metal que está tirado a mi lado, pero Nael lo patea lejos de mí.
-Qué imbécil eres –mascullo, no parece importarle –ahora tráelo.
-¡Qué amargada! –dice, me acerca el palo y entonces empiezo a caminar –pero te seguiré.
-Vete con tu familia, o tal vez al… ¿al infierno, quizás? –murmullo.
-No te preocupes, ya llegué…
Mi enojo no puede más. Golpeo con el palo a su cabeza, pero ante mis ojos, el trozo de hierro sólo lo atraviesa, mas no le daña, exactamente como ocurre en las películas de horror que involucran a un personaje como Gasparín. Eso pasa por tratar de retar a la naturaleza de la muerte, sólo quedo en ridículo.
-Tienes cerebro ¿verdad? -dice.
-Más que tú, cualquiera. Ahora vete al infierno y déjame en paz… -grito.
-Hijita –me llama mi abuelo –no puede irse.
-¿¡Qué!? –cuestiono -¡cómo que no!
-Al menos no todavía. Tiene algo que hacer.
-¿Y eso me interesa porque…?
-¡Oye! –llama Nael –tú me viste cuando nadie más lo hizo.
-¡Porque nadie puede ver lo que yo! –grito.
-Exactamente, además, por lo que sé, vas de camino a la ciudad de la que yo vengo también, así que vas a ayudarme –ordena –tienes que hacerlo.
-Púdrete –respondo. Me voy con el palo que he recogido y trato de avanzar lo más rápido que puedo –si alguien va a ayudarte va a ser la perra que te parió.
-¡Hey! –grita mi abuelo antes de que siga diciendo improperios –ni tu madre ni tu padre ni yo te hemos enseñado a hablar así…
Me reprendo a mí misma, sintiéndome como perro regañado, doy un gruñido y volteo a seguir mi camino.
-¿Pero si ya no tiene madre, por qué me he de sentir culpable? –replico.
Sonrío y volteo a verlo. Se ha quedado de pie a un lado de la carretera, con esa expresión vacía que le hube visto cuando lo conocí. Camino cojeando hacia mi destino, vuelvo a voltear, y sigue atrás; al frente, atrás, al frente, atrás… sigo mirando… al frente, atrás, al frente…
Suelto un grito.
-No puedes deshacerte de mí –me dice con cierto regodeo, soltando su fantasmal aliento en mi rostro. Casi me da un infarto –si te digo que me vas a ayudar, es porque ya no te queda otra opción.
-¿Qué no me queda opción? ¡Oh, claro que me queda! –repito. Rápidamente camino –volveré a casa y a ver quién te ayuda, porque yo no seré ¿escuchaste, Nael?
-Y mientras no me ayudes, voy a estar fregándote –amenaza, yo no lo escucho.
Pierdo mi apoyo, el palo que uso como bastón se resbala y caigo de bruces al suelo. Mi pantorrilla me mata de dolor con cada paso que da, y esta caída ha intensificado todas las sensaciones que mi cuerpo es capaz de albergar. Obviamente me enojo y odio todo esto. Escupo la tierra que ha entrado a mi boca y me arrastro como puedo hasta tomar mi intento de bastón. Nael se regodea y lo patea más lejos.
-Hablo en serio ¿te queda claro? –repite y repite y no deja de repetir.
-¡Está bien! –grito, pero impulsada por el dolor, no por las intenciones honestas o puras de querer ayudarle –lo haré, sólo pásame ese palo, imbécil.
Lo acerca y me lo entrega directito en la mano, hasta parece un acto petulante cuando lo hace, con reverencia y un espectáculo para vanagloriarse a sí mismo como un ganador y fingiendo que me tiene aunque sea tantito respeto. Quiero escupirle en la cara. Me apoyo en él y sigo mi camino.
Jamás había escuchado tanto barullo en la carretera de regreso a la ciudad. Volteo al cielo, la luna nueva me mira escondida detrás de ese firmamento oscuro… y entre más oscuridad hay, más intensos son los alaridos de las almas vagantes, y más de ellas vienen desde donde sus cuerpos yacen sin digno descanso.
Son demasiados, muchos con heridas en la cabeza o en el tórax, otros con partes amputadas y otros están desfigurados por completo. Estas almas son de personas que fueron asesinadas o murieron antes de tiempo, no han superado el trauma y vagan cerca de donde yacen.
Tomo un respiro y me siento a la orilla de la carretera, ningún automóvil pasa a esta hora, sin embargo eso no significa que no me sienta perturbada.
La calle estará vacía, pero no evita que mi descanso se vea allanado por alguien que me toma del hombro y lo sacude.