21 de diciembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 17

-Despejen –dicen con calma, repitiendo un proceso que para ellos no es ni será nuevo: alguien con un problema en el corazón.
Descargan sus desfibriladores en mi cuerpo una y otra y otra vez, todo mi torso se separa de la cama de un salto, intentan inhumanamente el traerme a la vida con un aparato que seguramente de las planchas está frío, pero que ha de producir un calor inesperado o…
¡O yo qué sé!
Solo sé que mi cuerpo está saltando por los aires sobre una cama de hospital mientras yo, o quien se supone que soy yo en este momento, piensa y habla consigo misma a la vez que veo todo a mis lados, al frente… incluso hacia atrás, a la pared blanca de hospital que me tiene encerrada en una habitación algo grande, pero llena de gente ahora que todos han acudido a ver mi problema cardiaco.
Y todas las almas de todos los médicos, todos sus fantasmas están en la habitación, generando un estrés particularmente nuevo, porque ahora sí se dirigen a mí, aunque sean solo sus miradas.
Siento algo en los brazos, los que muevo levemente hacia arriba, pero no se levantan, solo se arrastra una masa incolora que tiene la forma de mi cuerpo y trata de despegarse un poco, arrastrándome al dolor increíble e imposible que esto conlleva.
Y a mis lados, veo a Axel, Nael y a mi abuelo sosteniendo mis extremidades; Axel mi brazo izquierdo; Nael, el derecho y mi abuelo ambas piernas. Los siento con mucha vivacidad y entonces comprendo lo que está pasando en ese instante.
Soy un fantasma que intenta liberarse de su cuerpo.
De inmediato Axel agarra mi cabeza e intenta mantenerla en su sitio para que no se salga. El calor por el dolor recorre mi ser, la ansiedad me gana incluso en este estado de la vida; y a pesar de que puedo ver todas y cada una de las cosas que se encuentran a mi alrededor, no entiendo cuáles son las intenciones de estas personas al buscar mantenerme viva.
Pero no aguanto el querer gritar y agitarme y mover las cobijas y hacer todo un desbarajuste increíble enfrente de todos. Pero entonces recuerdo que soy solo un alma y que mi cuerpo es un ente inerte en este momento… y aun así no se me pasan las ganas de querer romperlo todo.
Este dolor es mil veces peor al dolor que me infringe el cuerpo cuando entro en el periodo, cuando mi cuerpo arde desde la más remota parte de mi pelvis para extenderse ese dolor hasta la garganta, mas no puedo evitarlo, y se muda de pierna en pierna, de brazo en brazo y finaliza en mi cabeza para renacer y volver a matarme con ese odio que me tiene.
Ese es el dolor de la muerte.
Abro los ojos, volteo a ver a Nael, quien me dedica una mirada seca y al final me barre y me sonríe con un poco de cinismo, tal vez vanagloriándose, tal vez recordando internamente… que este era exactamente el mismo dolor por el que su alma pasó al chocar ese camión.
Este es el dolor de todos los males, el dolor inexplicable de la caída directa a la peor de las sensaciones…
Este es el dolor del infierno.
-¡Ayúdame! –imploro a mi abuelo, pero él no me dice nada, solo baja la mirada con el peso de la decepción sobre ella, añorando que yo hubiera pasado por momentos mejores… y tal vez nunca haber almacenado tanto odio en el corazón.
Y con su mirada entiendo que no puede hacer nada por mí. Jamás pude ser buena persona en general. Siempre tan arisca, tan fría y tan indiferente con las personas…
¿Un amigo de verdad? Nunca lo tuve, nunca fui lo suficientemente abierta, porque cuando alguien se me acercaba en el pasado, veía a sus fantasmas, pensaba si éstos eran buenos o malos y entonces me ganaba el nerviosismo, no sabía qué hacer, y me ponía a parlotear principalmente por las ansias de quererlo abandonar todo, tal vez con las ganas de tener una vida más normal, tal vez con ganas de intentarlo, pero siempre esas ganas se disolvían en cuanto alguien entraba por la puerta de mi vida y la contaminaba con todos sus fantasmas, engentándome cada vez más aunque fuera con solo su presencia, aunque no me dirigieran la palabra… aunque no tuviéramos siquiera el contacto suficiente como para saber que algo iba a surgir.
Así viví un gran trecho de mí, huyendo, escabulléndome de todo y sin siquiera intentar entablar algo con alguien.
Y siempre fue así… hasta que alguien se interesó por mí lo suficiente como para soportarlo y creer que podía depositar todo mi ser en él, pero terminó por fallarme tanto su alma como sus fantasmas detrás, todos grises o de alma negra.
Ninguno me confería la tranquilidad que yo necesitaba, y el alma que yo creía que lo haría terminó por volverse insoportable y pesada, por lo cual la alejé y me quedé sola en todos los sentidos… otra vez.
Y de nuevo, sin rumbo determinado o fijo, vagué por la vida rutinaria, sin mostrar afecto, sin necesitarlo, sin entenderlo. Hasta que por la situación más común e inesperada, la que me generaría esta soledad y esta encrucijada, y a la que seguiría odiando por sobre todas las cosas –el entendimiento de la vida por parte de mis círculos más cercanos por obligación- decidí huir tomando un camión que me dejara cerca de la residencia de un cuerpo en descomposición desde hace más de veinte años, y tratara de ver si su alma me podría guiar como lo hubo hecho desde el momento en el que la vi por primera vez para evitar que me volviera lo que yo creía que era y lo que Axel es: un alma gris que tuviera una muerte indolora, una muerte que en el sentido de las almas no vale la pena.
O tal vez para evitar la situación que ahora se suscita sin más o menos. La muerte más dolorosa que jamás pude haber tenido, la muerte que me garantiza que seguiré sufriendo.
Y todos estos pensamientos se generan en el mismo segundo en el que mi cuerpo vuela por los aires con la siguiente descarga del desfibrilador, matándome y a la vez acortando mi muerte, porque el dolor se disipa en segundos, cuando el electrocardiograma muestra leve normalidad en los latidos de mi corazón, pero éstos vuelven a perderse.
Y veo de nuevo a ese muchacho de ojos brillantes y cansados por todos los sucesos del día ¿y puedo yo culparlo?
Creo que no.
Toparse conmigo no fue decisión de él, mucho menos mía. Retiro mi vista de sus ojos puros, y me lleno de tristeza.
Axel deja mi brazo en paz, el cual ya no intenta desprenderse de mí misma, lo mismo con Nael y mi abuelo… mi corazón se ha restablecido.
Todos los sentimientos que se juntan en este mismo instante me obligan a querer descansar… tal vez para siempre. Duermo unos segundos.
Despierto en la habitación. Todo sigue igual, pareciera que han pasado horas pero las siento como si hubieran sido un instante, unas equivalentes a segundos. Al voltear, me veo a mí misma mirándome fijamente en una silla y sonriendo mientras tararea y me sonríe con cinismo, tal vez algo de insolencia.
-¿Y qué me ves? –le pregunto con ira y un poco de escepticismo.
-Nada, solo lo destrozada que estás –me responde ¿o me respondo? A estas alturas no tengo idea de nada –y dime ¿qué se siente estar el doble de jodida de lo normal?
-Creí que eso preguntarías –digo sin voltear a verla. Me sonrojo por la furia y la naturaleza de la pregunta –pero deberías saberlo tú ¿o no?
-No soy lo suficientemente idiota como para dejarme vencer por un par de choques, pero tampoco soy lo suficientemente inteligente como para poder mantener algo bueno en mi vida, ni siquiera lo bastante lista como para evitar pudrirme en el infierno como sabes que lo merezco, y por lo mismo que lo mereces.
-Sabes que no merezco el infierno…
-Pero tampoco mereces estar en el cielo, un amor precisamente no eres –escupe las palabras como… como yo –y si sabes que eres una mierda ¿por qué demonios intentas mantener la vida? Hubiera sido mejor que te hubieras dejado ir y les ahorrabas a los médicos el esfuerzo de sacar el desfibrilador.
Sus palabras me dan rabia, más de la que yo creía.
-¿Y si es cierto lo que decía Jaden? Que no eres más que una loca psicótica que escucha cosas raras porque necesita recluirse y medicarse no es una opción a descartar.
-Yo tengo una habilidad estúpida con la que no quiero convivir, pero eso no significa que me deba matar –defiendo –sé que no soy linda, pero…
-¿Qué no eres linda? Eso es más que una corta descripción de tu humor de perros. Mátate, salte del cuerpo y déjate vencer, que a nadie le va a importar.
-Tal vez a ese chico…
-¿Quién? ¿el que te trajo hasta aquí? ¡por favor! –exclama riendo –una vez que te conozca va a haber deseado no haberte salvado. Solo eres una carga para todos a tu alrededor, para tus padres… para Jaden lo eres, si no fuera así, no estaría llorando por ti.
-El que ese imbécil se embriagara no es mi culpa, el que me mandara mensajes así tampoco lo es.
-Pero es tu culpa por haberlo enamorado, por hacer que se preocupara en vano por un caso perdido. Es tu culpa por todo eso y tal vez más. La solución que te ofrezco es que me liberes, y te liberes a ti misma de todo esto, solo me estás oprimiendo –argumenta y no me inmuto ante lo que me dice. Solo quisiera que sus palabras no fueran del todo ciertas.
¿Quién me necesita? Ni siquiera me cuido bien a mí misma, si lo hiciera, dormiría mis ocho horas reglamentarias, tal vez incluso cuidaría mi alimentación y me valdría un carajo todo lo demás. Pero no es así, y procuro a veces incluso matarme mentalmente en sueños para no despertar al día siguiente.
Y pensar en la abuela del chico que me trajo hasta acá, la que incluso danzaba cantarina con las almas de quienes veía, me hacía pensar que tal vez desperdiciaba una gran capacidad. Pero en su caso, tal vez no se sentía sola, porque no hay nada más doloroso que estar tan solo y a la vez… saberte solo de verdad.
-Sabes que si te quisieras, lucharías un poco, incluso en todas las noches que pasas en vela –me recuerda.
-No es que no duerna por odio a mí misma –le digo, me digo –no duermo porque no puedo.
-Por temor a las pesadillas.
-Odio las malas noches casi tanto como odio los malos sueños, pero son más llevaderas que el cargar con aquello que atormenta a tu alma y se manifiesta en la mente. Por eso no duermo, no me gusta enfrentar al subconsciente.
-¿Y quién te dijo que tienes que hacerlo? –su oferta es tentadora ahora que me planteo la siguiente pregunta: ¿quién me necesita? –solo puedes intentar una cosa: liberarte.
Se levanta y se dirige a mí lentamente, extiende las manos y ahora presiona mi cuello.
Pero despierto de golpe y con la respiración agitada cuando veo al muchacho agitándose la mano, y el dolor corre por mi mejilla junto con una respiración agitada.
-Eres un caso extraño, mujer –me dice, lo escucho atentamente –empezaste a gritar de la nada y traté de calmarte de algún modo. Nunca antes he golpeado a una mujer y te suplico que me perdones por ello.
Mis ojos están abiertos de par en par.
-Y espero que no te moleste, pero tus padres vinieron… y un tal Jaden también –completa. Me le quedo mirando cuando los médicos entran a la habitación y me inyectan con algo que me deja sedada, casi tumbada.
Despierto al día siguiente, con el chico dormido encima de mí y sonrío de lado, un poco conmovida cuando veo que el fantasma de su abuela le acaricia los cabellos castaños. Su mirada de niño tierno me empieza a fascinar un poco.
Levanto las piernas, y me percato de algo muy curioso, tal vez incluso gracioso.
Ya no tengo pantorrilla.
Me la han cortado en un proceso quirúrgico, algo escucho, es a los doctores diciendo que tenía una necrosis que se pudo detener gracias a la rápida acción de decisión de mis padres.
El brazo lo tengo enyesado y mi corazón sano y salvo al parecer. Mis padres actuaron rápidamente, y nunca antes pensé que pudiera verme envuelta en la duda que conlleva el pensar si les debo agradecer u odiarles durante toda mi existencia.
Entran volando a mi cuarto, y los veo con extrañeza mientras me abrazan los dos con preocupación y mucho de lo que llaman afecto mientras lloran y exclaman lo felices que se encuentran por hallarme “bien” dentro de lo que cabe al yo haber perdido una pantorrilla.
Y Jaden entra a la habitación, exclamando lo triste que estuvo en cuanto supo que yo no me encontraba. Tiene ojos de crudo, y me mira con decepción y tristeza por tal vez perder una pierna… eso me obliga a no querer verlo.
En cambio, el otro muchacho, el de los ojos puros me dirige una mirada alegre, sobria y cansada, pero que no deja de brillar como si se trataran de un par de estrellas.
-Por cierto, me llamo Esteban –me dice.
-Leah –respondo –mucho gusto –me da la mano con un apretón al que respondo contenta por primera vez.
Un doctor entra al cuarto y habla con mis padres, después me dice que tengo que reposar un par de días y que me llevarán a casa.

-¿Me puede prestar un teléfono? –pregunto a una enfermera, quien me pasa mi maldito celular indestructible de inmediato.
-Creo que sabes lo que quiero –me dice Nael al verme a los ojos. Me susurra un número telefónico y empiezo a hablar.
-¿Qué dices? –responde una voz femenina al otro lado de la línea -¿Quién eres? ¿Por qué me dices algo así?
-Soy alguien que lo conoció, y es la verdad… y se arrepiente de todo –le contesto –si no me quieres creer, no lo hagas, pero sé lo que te digo.
Cuelga el teléfono, y entonces Nael desaparece guiñándome un ojo.
-Creo que ya me toca a mí –dijo antes de desvanecerse.
-¿Qué te pidió? –pregunta Axel curioso, solo sonrío y le digo que hay cosas que simplemente no se pueden contar, son secretos que se tienen en el alma, y Nael la tenía a ella lo suficientemente profundo como para ofrecer una disculpa.
-No importa –le digo –creo que tú deberías volver a tu casa.
-No –me dice –quiero vivir lo que me faltó de alguna manera, ¿por qué no? Te acompañaré a tu ciudad.
-Espero que no te aburra mi vida monótona –le respondo.
-Soy un alma gris, soy aburrido –me replica y empiezo a reír.
-Tienes mucho aún por aprender –me dice mi abuelo, pero ya no lo ignoro.
-Y tú me vas a enseñar –le contesto. Mis padres entran a mi cuarto con una silla de ruedas y un par de muletas.
La enfermera regresa y me sienta en la silla.
No pasan muchas horas para que yo esté de vuelta en casa, sentada, platicando con Axel y mi abuelo mientras mis padres me miran como siempre lo han hecho: con reservas.
Tocan la puerta.
Mi madre abre con cuidado y deja entrar a Esteban, quien se sienta enfrente de mí y me toma de las manos.
-¿Cómo estás? –pregunta con interés y una sonrisa que me mueve por dentro, solo respondo, continúo la conversación con finura mientras rechazo las llamadas de Jaden, quien no hace más que seguirme incomodando –eso de las almas errantes que ves, me es interesante… siempre le quise hacer a mi abuela algunas preguntas.
-Puedes hacérmelas a mí y con gusto ella te responderá –le digo con una sonrisa que intenta ser igual de amable que la suya, pero no lo logra, o eso creo yo. Sin embargo, sigue conmovido conmigo.
Entonces empieza a hablar…

Y yo empiezo a creer que he dejado de estar como una alma errante en el viaje de la vida, empiezo a creer que he encontrado en una parte del mundo mi lugar.

[FIN]

7 de diciembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 16

Siento mi mano caliente, como si algo suave la envolviera, un trozo de una cálida… venda. Una mano vendada envuelve a la mía mientras la acaricia y me mira a la cara, a los ojos. Mirada que rehúyo de inmediato, pero parece no notarlo. La sigo rehuyendo mientras me veo el cuerpo recostado en una cama de hospital; estoy tapada hasta el cuello y veo una mancha de sangre impresionante en uno de mis costados.
Pero no me duele…
Y entonces recuerdo cómo es que el camión impactó contra el carro en ese cruce. El dolor ha regresado, y con él todo el recuerdo. El carro impactó contra uno de los edificios y entonces mi cabeza se golpeó con la puerta.
Entra en negros hasta este momento.
Y despierto en una cama de hospital, tomada de la mano por el mismo muchacho de ojos estrellados que no deja de imprimir un sentimiento de cuidado y protección hacia mí, un sentimiento que solo puedo detectar porque le brillan los ojos de esa manera al verme, fulgor que se combina con un ceño fruncido que no deja ver otra cosa más que una tristeza fulminante.
En mi experiencia viendo a la gente llorar, tengo la vaga idea de que de eso se trata la preocupación, y que seguramente ha de sentir el mismo sudor frío y estrés que a mí me genera. Acaricia mi mano con la izquierda, la que no está vendada, dejándome sentir en su piel cariño que no podré sustituir con nada.
Es la única persona a la que me dan ganas de sonreírle. A pesar de toda esta situación, me dan ganas de reírme ligeramente.
--Saldrás de esto, tranquila –me dice con tal convencimiento que le creo –sé que podrás.
--Gracias –le digo, pero me sigue mirando con la misma fijeza con la que lo hubo hecho desde que abrí los ojos.
--Sé que no te pude sacar de esto, y también creo que es mi culpa -explica -en cuanto el carro chocó, traté de volantear para detenernos, pero ya no logré detenerlo y entonces perdiste la conciencia y ese fierro se impactó contra tu pecho; el edificio se destruyó y el carro acabó volcado, rompí la ventanilla con el pie para poder salir, abrir la puerta, sacarte… -sigue explicando, pero ahora pierde la mirada, viendo hacia no sé dónde. No puedo dejar de verle, me inflige tanta pena que no quiero perderle la vista para que se eche a llorar -llamé a una ambulancia con tu teléfono. Llegamos a la ciudad en solo 30 minutos…-traga con pesadez -perdón por causarte todo esto –empieza a lagrimear, no me gusta verle así.
Quiero mover la mano, intento devolverle los mismos gestos de cariño con los que me ha estado tratando, e incluso pienso en preguntarle el nombre, porque por primera vez me interesa saber con quién estoy tratando. Algo va mal. Muy mal.
No puedo mover la mano a mi voluntad, realmente no puedo mover nada, siendo que lo intento con todas mis fuerzas. Respiro con fuerza, me agito al intentarlo otra vez, quiero seguir haciéndolo, sé que estoy a punto de lograrlo.
Pero un dolor horrible me carcome el pecho y se desplaza a todo mi cuerpo.
El electrocardiograma se vuelve loco, el dolor va en aumento. Pero mi cuerpo sigue sin moverse cuando en estos momentos seguramente me retorcería del dolor como si fuera un gusano que está adentro de un salero. Mi respiración se vuelve turbia, intento gritar, lo hago para mí… pero mi boca no se ha movido.

Entran las enfermeras y los doctores alarmados y con un desfibrilador en las manos.