30 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 15

Llevamos una hora de camino sin dirigirnos la palabra, y en mis suposiciones vagas y superfluas, un silencio así de pesado, significa “sí”. Si en cualquier otra mente, un silencio no concede a una petición, quiere decir que el dueño de dicha cabeza es alguien que no comprende cómo funciona el mundo.
Sigo resoplando a las ventanas, la lluvia cae de nuevo y se lleva con sus gotas todos mis pensamientos; un pensamiento por cada gota de lluvia, una nueva manera de ver al mundo con cada trozo de agua que se desprende de un cielo de ideas originales, que entonces se convierten en ideas desprendidas e inútiles, porque solo hasta que aterrizan en el suelo, se uniforman y se muestran como lo que son: otro cúmulo de algo que ya existió.
Y entre tantos cúmulos, solo me queda seguir pensando en cómo voy a vivir mi vida sin una pantorrilla en caso de que me la quiten, cosa que sí ocurrirá si mi carne sigue sufriendo esta necrosis muscular. No dejan de surgir ideas sobre andar con una prótesis o con una muleta, tal vez pedir limosnas en la calle o exagerar y pedir que me corten las dos piernas porque el mundo ya no tiene sentido.
En caso de que pase cualquier cosa, solo trataré de ser positiva cuando descubra cómo hacer eso.
--¿Y cómo se siente? –me pregunta mi compañero de viaje, el que sí está vivo.
--¿De qué hablas?
--La soledad –remarca -¿cómo se siente creer que estás sola cuando en realidad te acompañan más personas de las que crees?
--Me das ternura –respondo –no sabes nada de mí y ya crees que me puedes leer como a un libro de secundaria –lo volteo a ver, sus ojos siguen fijos en la carretera –ya crece, la vida acompañado es solo para aquel que desea vivirla. No tengo compañía, no deseo vivir.
--Ay niña –me dice –si sonrieras aunque fuera un poco, imagino que serías hermosa, pero tu mentalidad se niega a mostrar la flor que llevas adentro.
Sonríe un poco, y si habláramos de sonrisas bonitas, la de él no se queda atrás, por lo genuino que se muestra al momento de torcer así la boca, por lo genuino que se muestra cuando expresa una alegría infinita resumida en una sonrisa de gato tierno… es una pena que yo no pueda hacer eso. Si se tratara de sonreír para alegrar al mundo, tal vez yo no estaría contenta con los resultados, porque ni a mi familia le sonrío.
Suena mi teléfono, vibrando en el bolsillo de mi pantalón que ya está roto, sucio y echado a perder prácticamente. Lo saco… maldito teléfono intacto, vivo yo más de mil emociones en un día y ni siquiera parece que esté rayado. Apuesto a que si cayera un asteroide a la tierra, el teléfono quedaría como único sobreviviente después algunas cucarachas inmundas que pueblan la tierra… y los pequeños animalitos rastreros que se encuentran en las cloacas.
Veo el mensaje que está haciéndolo sonar y vibrar con un chillido insoportable…
Jaden.
“kiieRoh r3gr3zz@Rc c0nthyjo0…” se lee, seguramente está ebrio.
Elimino el mensaje, valiéndome un pedazo de pepino bien verde, mientras veo que mi madre no me ha marcado, cosa que se me hace muy extraña viniendo de ella, porque siempre está ametrallándome con llamadas que suelo “perder”.
Quiero arrojar mi teléfono por la ventana, desprenderme de él, no tener nada que ver con la gente ni con las redes sociales que me obligan a tener para cumplir con estatutos sociales, que nada me ate a este mundo material. Ganas de huir.
Huir…
Y ya he huido muy bien. Me doy cuenta de ello en cuanto veo a mi alrededor y noto que estamos dejando atrás la carretera. Ya hemos llegado al centro de Ixmihuilcan, cerca de un cruce en cruz en el que nos ha detenido una luz roja de semáforo, estamos atrás de cinco carros. Ya estoy a nada de llegar a casa.
Y la nostalgia que me trae el hecho de regresar se evapora cuando me imagino la regañada con la que me van a recibir en cuanto llegue.
--Pero te gusta estar sola ¿no? –me dice mi abuelo, dirigiéndome su mirada a través de los retrovisores –debes reconocer que en ocasiones es un tormento.
--Cito: “Por separado somos mejores, más sabios y más sensatos. La adscripción a un grupo puede convertir a un mismo individuo sereno y amable en el mismísimo demonio” –le digo a mi abuelo la frase de un libro que leí para la escuela –y como no quiero convertirme en uno, lo que haré será no adscribirme a ningún grupo. Ese es mi método, esa es mi vida.
--Pero necesitas de los otros para seguir adelante.
--Necesito de los otros para que dejen de necesitarme. En cuanto lo hayan hecho dejaré de ser útil y por ende, ellos ya no serán útiles para mí y seré feliz.
--¿Cómo puedes ser feliz si estás incompleta? –me responde, volteo a ver a mi pierna.
--Creo que lo superaré –digo con una sonrisa cínica.
El semáforo ha cambiado a verde, avanzamos hacia el cruce, parpadeo tal vez una o dos veces, el chico me sonríe, yo me sonrojo ligeramente, pero no puedo negar que me ha movido algo por dentro, algo más allá que el alma gris y simpática de Axel. Intento sonreír ligeramente.
Pero mi ceño se ha fruncido y dejo de mirarle solo para voltear a la ventanilla de su puerta.
--¡Cuidado! –grito desgarrándome la garganta. Él voltea a ver de qué estoy hablando, pero el impacto es demasiado, no ha podido reaccionar.
Un camión que choca contra nosotros, interrumpiendo mis palabras.

23 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 14

--¿Y a dónde me llevas? –le pregunto para desviar el tema.
--A la ciudad –me responde –te caíste de espaldas y cuando te levanté, tenías una gran mancha de sangre. Empezó a brotar después de que te desmayaste, y tu pierna ya se veía muy mal –explica –me tomé la molestia de revisarla y entonces me dije a mí mismo que tenía que apresurar el paso y llegar a la ciudad porque…
Entonces deja de hablar, pero sé perfectamente lo que le cruza por la cabeza.
Volteo a verme la pierna impactada por lo que me ha dicho, se me revuelve la vida y entonces se combina una imagen de una parte de mi ser que acaba de verse envuelta en la certeza de que va a perder más que ganar después de haber pasado por este viaje.
Y todos mis pensamientos más terribles se sintetizan en una frase:
--¡Oh, diablos!
Mis ojos se han nublado por las lágrimas, creo que esa pequeña palabra no ha servido para expresar todo lo que me cruzó por la mente en cuanto me dijo que mi carne se estaba muriendo.
--…Lo siento –me dice el chico, del que no sé su nombre, y me agarra de la mano. Le sonrío y mi primer lágrima corre por mi mejilla, esperando caer sobre mi ropa –aunque esto me lleva a preguntarte –mientras formula bien su pregunta, volteo yo a donde se suscita la pelea, percatándome de que ya no están ahí.
--Creo que es hora de que le digas a tu amigo que acelere, o que mínimo prenda este cacharro –espeta Nael, pero finjo no escucharlo, entonces Axel entra en escena.
--No creo que debas presionarla, y si lo vuelves a hacer con dolor, te vuelvo a hacer llaves –amenaza, pero no le encuentro sentido a ello. Ellos ya no sienten.
--Dejen de pelear –dice mi abuelo –ustedes deberían estar avergonzados de su comportamiento, y si te apura llegar a tu destino, Nael, no es la manera de expresarlo –dice, pero el cínico solo pone los ojos en blanco y se sienta en el asiento trasero –mi nieta pasa por un momento que ni con el calor de nuestras manos pudimos arreglar… si me apoyaran para que se le olvide por un segundo, tal vez podamos llegar a nuestros destinos ¿me entiendes, Nael?
--Sí, su señoría –responde cínico y vuelve su mirada a la carretera que está tan estática como el carro.
Doy un respiro y trato de dormir pensando en que tal vez, solo tal vez… me quede sin mi pantorrilla.
No he interferido, solo los escucho y de vez en vez vuelvo la mirada hacia la parte trasera de la cabina, viendo que mi abuelo ya lo ha puesto en cintura, pero eso no me quita la sensación de inutilidad que cargo sobre los hombros.
Tengo la mano del muchacho que me recogió todavía envolviendo la mía, pero finjo que no me doy cuenta para sentir un poco del apoyo real que no hube sentido en todos estos años de vida. Ahora sí lo volteo a ver, notando que sus ojos de estrellas no se han despegado de mi mirada.
Me aferro a su mano como si se me fuera el alma en ello, mi otra mano ha abrazado a mi pierna mala sin darme cuenta, suelto mi pierna y me abalanzo hacia él en un abrazo que me nace del corazón y me dicta decir “gracias” con un poco de lágrimas que acompañan a mis emociones encontradas.
--Sé que no te conozco y que tal vez ni siquiera sabes por qué te lo digo o tal vez ni siquiera te importo –empiezo –pero… gracias.
--Estás sola en el mundo ¿verdad? –responde sin pensar, a lo que lo abrazo con más fuerza –eso creo que es un “sí” –y corresponde a mi abrazo sin decir más.

En mi experiencia sin hablar con el mundo y dejar que otro me susurre al oído cosas que no quiero escuchar, entiendo que hay veces en las que las palabras sobran.

17 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 13

Veo mi pierna envuelta en un trapo blanco y ahora húmedo y caliente, veo también ventanillas y un asiento suave y reclinable en el que estoy recostada. El parabrisas chorrea en agua de lluvia y mi conocimiento regresa poco a poco… lo que me lleva a pensar... ¿por qué hay un parabrisas enfrente de mí?

Estoy en el carro de un desconocido.
Me muevo rápidamente para intentar salir, pero estoy amarrada con el cinturón de seguridad, intento abrir la puerta.
--No seas tarada –me dice Axel mientras toma mi brazo –te vas a caer y mira cómo estás.
--No puedo ponerme peor –respondo sin importarme ni un segundo el hecho de que estoy hablando sola en apariencia. Me descontrolo y busco abrir la puerta, pero se cierra el seguro automáticamente.
--Sí puedes –responde el chico de ojos cafés que conduce la camioneta que vi minutos antes de desmayarme –y lo vas a hacer si no te calmas aunque sea un poco.
--¿Y a ti qué te importa? –respondo agresiva, pero no me interesa hasta que lo veo a los ojos… y toda su cadena familiar se desata enfrente de mí.
Veo a tres de sus abuelos y a aquellos que por edad ya murieron, bisabuelos y todavía a más miembros más lejanos. Uno de ellos es un niño y se me acerca para abrazarme la pierna que está en estado decente -no tan destrozada como la otra- y se queda aferrado a ella. No hago nada, es un niño, solo puedo poner los ojos en blanco.
Mis manos no tienen fuerza suficiente para mantenerse aunque sea unos segundos estiradas, por lo que me recuesto y volteo a la ventanilla únicamente para ver que la lluvia empeora.
--Verla con odio no hará que se detenga… -me dice el muchacho que conduce la camioneta mientras que mi abuelo me da un pequeño masaje en las sienes. Axel contempla la ventana desde la parte trasera de la cabina junto con Nael, quien se ha absorto en la carretera.
--¿Quién te dijo eso? ¿la lógica? –respondo sin siquiera mirarlo, aunque algo me llama a querer hacerlo.
--La experiencia –me dice sin voltear a verme, pero ahora soy yo la que cae y le da una mirada extrañada, tal vez algo interesada –tantas veces son las que me molesto y en las que quiero que todo se acabe con solo matarlo con los ojos, pero no puedes acabar con el ritmo de las cosas que no tienen que ver con tu estado actual. Sólo debes dejar que las gotas caigan en paz, porque no tienen la culpa de nada.
--La experiencia te ha dicho que la lluvia es libre de toda culpa –volteo de nuevo a la ventana, pero de inmediato regreso mis ojos a su rostro –a mí me ha dicho que es la causa de muchos males.
Cruza sus ojos con los míos y detiene el carro en una esquina cerca a la entrada de Ixmihuilcan. Sus orbes delatan duda, y a pesar del tono café, no dejan de brillar como si fueran estrellas sacadas del firmamento, unas pequeñas estrellas que endulzan su ya de por sí tierno rostro, pero su cabello rapado le confiere menor edad de la que debe de tener para ya estar conduciendo.
--¿Seguimos hablando de la lluvia? –pregunta arqueando una ceja de un modo tan simpático que casi me saca una sonrisa. Cuando me doy cuenta, la última gota de lluvia hubo chocado contra el parabrisas.
--Si quieres ver a la vida como una lluvia torrencial capaz de durar más de cuatro años, once meses y dos días… ¿pero quién lleva la cuenta? –sonrío ligeramente, me devuelve la sonrisa con un carisma muy grande y una mirada que se ha tornado más dulce de lo que jamás esperé. Entonces algo hace que mi pierna empiece a arder, el dolor me obliga a aferrarme al asiento… dolor penetrante, absurdamente penetrante y que me deja con un nudo oscuro en la garganta, el cual escapa en forma de un grito desgarrador que me obliga a llorar.
El chico no sabe que hacer, solo improvisa una cama recostando el asiento del carro y recorriéndolo hacia atrás, entonces agarra mi mano y me dice que el dolor va a pasar. Apenas puedo abrir los ojos…
Y lo que alcanzo a ver es a Nael, quien está torturando mi pierna con sus manos, tocándola con unas manos ardientes que parecen sacadas del infierno.
--¡Nael qué…! -entonces vuelvo a rugir por el dolor, enfoco mi vista hacia él, quien sólo me ve con una sonrisa ladina y cínica.
--Por perder el tiempo te toca sufrir… -replica, pero no me da tiempo de pensar en nada que no sea el dolor cuando éste ha colonizado todas mis terminaciones nerviosas.
Sigo mirándolo con fijeza, entonces Axel se le abalanza y trata de evitar que me siga haciendo más daño, lo que genera un forcejeo entre ellos dos, mi abuelo me resguarda la pierna y la calienta con el amor que emana, aminorando el dolor.
--¿Nael? –pregunta el chico aún sosteniendo mi mano, pero mi mirada está siguiendo el conflicto entre Axel y ese desgraciado infernal –creo que ya entiendo –responde mientras me suelta la mano –mi abuela hacía lo mismo, decía que la música siempre sonaba y el vino tinto olía muy fuerte. Siempre creyeron que estaba loca, pero yo supe que ella tenía algo muy especial.
Entonces su abuela se acerca a él y le pone un beso en la mejilla, la cual se toca instantáneamente mientras sonríe de lado, como si un escalofrío caliente le hubiera recorrido la piel, un trozo del amor de un alma que corre por todos los poros del cuerpo, y entonces es cuando recuerdo cómo es que mi abuelo a veces le planta besos a mi madre sin que ella se dé cuenta.
Sonrío de lado y volteo a la ventana. Siguen agarrándose a golpes… es interesante el panorama que tengo, jamás había visto a un alma infernal querer aplicarle una quebradora a un alma gris, incluso mi abuelo se sienta a mi lado y se ríe del espectáculo.
--Axel ni siquiera te conoce y ya te cuida de que te pasen esa clase de cosas –señala –lo que busca debe ser muy importante.
--No sé qué es lo que quiera –remarco aún agarrando el anillo de mi cuello –pero si algo busca, creo que no soy la persona correcta para llevarlo a ello.
--Lo que quiere es experimentar los extremos que nunca vivió, y cree que acompañarte va a hacerlo experimentar, aunque sea en carne ajena.
--Lo que sea que crea, está cometiendo un terrible error –enfatizo pensando en mí –conmigo no vivirá demasiado.
--¿Esta fuga de tu casa te parece poco emocionante? –responde, y entonces se me sale la risa en cuanto siento un brazo recorrerme los hombros, volteo a ver a mi abuelo, pero éste se ha desvanecido y entonces se coloca el chico de ojos castaños.
No hago otra cosa más que sonreír un poco. Sí, un poco es que se me destrocen las mejillas por fortalecer músculos que rara vez uso y que siento sonrojarse apenas veo al chico mirarme con sus ojos estrellados. Pero mi ceño se frunce otra vez en cuanto me percato de que me escuchó hablar sola.
--Te hace feliz ¿no es cierto? –me dice con un tono acampanado en su voz, como si estuviera reprimiendo una sonrisa –respóndeme.
--Tal vez un poco –digo sin saber exactamente a qué se refiere.
--Lo entiendo –dice –mi abuela también reía con ellos –volteo a verlo –¿no crees que es un poco obvio?
--¿Qué… qué cosa? –interrumpo.
--Tu visión fantasma.
Empiezo a toser por la impresión, y no me hace mucho caso, solo me ve y ríe un poco.
--Me caes bien.
--Tú no –miento descaradamente –visión fantasma ¿qué tontería es esa? –intento camuflar.
--Por favor, no te engañes diciendo que es esquizofrenia –dice –si ves a los fantasmas, créeme que no me asusta.
--En caso de que fuera así ¿cómo lo sabrías? –pregunto retadora, pero solo sabe cambiarme la mirada, me desconcierta y a la vez me fascina.
--El brillo de tus ojos te delata –responde –miras a ese sitio como si algo ocurriera, y para mí no es así… pero para ti siempre habrá algo que ver. Ese era el mismo brillo que tenía mi abuela cuando la encontraba en casa. Se divertía de lo lindo ahí, bailaba, comía e incluso les daba las buenas noches a todos los que le hablaban, después murió y la casa perdió el fulgor que ella le daba.
Lo escucho reír, hablar, sonreír con una pequeña campanada en su voz e incluso sus ojos brillan al momento de soltar alguna ocurrencia.

Definitivamente este hombre me gusta.

9 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 12

--¿Cómo se siente? –pregunto al viento, el dolor en mi pierna vuelve con más ganas de arrancarme la vida que el alma.
--De la chingada –contesta sin mirarme. Apunta los ojos al piso y se vuelve a detener, sin embargo regresa como si estuviera condenada para siempre a tenerlo conmigo y exactamente a mi lado –creía yo que chocar contra ese pavimento fue lo peor que me pudo haber ocurrido… pero mi alma ya estaba tan arraigada a la vida placentera y fácil que me resultó imposible el desprenderme del cuerpo. Se siente como un calor de brasas, la garganta arde y entonces la conciencia te atraviesa la piel para dejarla marcada con el dolor de un arrepentimiento que nunca llegó. El alma se quiere aferrar a la más mínima y mísera parte del cuerpo, pero la muerte es más fuerte que cualquiera de nosotros y te arranca, dejándote para siempre con todo aquello de lo que pudiste haberte arrepentido en forma de un peso con el cual cargar durante toda la eternidad.
--¿Eso explica tu mal humor? –suavizo el ambiente, mi abuelo solo me mira impactado por la forma en la que he interpretado todo. Sé que es un asunto más serio del que aparento comprender, pero es más fácil para mí simplemente fingir que ignoro del todo lo que ocurre en la vida espiritual.
--Sí… eso explica mi mal humor –replica. Se acerca y me da una cachetada que no puedo evitar con nada. Incluso mi abuelo me da un golpe en la cabeza.
--¿¡Y eso por qué fue!? –exclamo enojada y con justa razón.
--Por imprudente –y me vuelve a dar otro golpe –ese por cínica –y me vuelve a dar un tercero –y ese por si pensabas decir otra cosa.
--Mejor un golpe en la pierna ¿no? –grito –digo, captaría mejor el mensaje.
--Tienes una casa a la cual volver –me recuerda mi abuelo –así que sigue caminando. Mi hija no merece pasar por esta clase de sustos.
--¿Crees que esté muy preocupada mi madre?
--Lo acabas de decir, es tu madre –me recuerda –obviamente está preocupada, y más porque le aumenta la ansiedad al no verte.
--Ella sabe que de alguna manera estoy contigo –recrimino.
--Pero no lo va a entender hasta que muera.
--Ninguna persona me entiende hasta que la muerte les llega de sorpresa –agrego –bueno, sigamos caminando.
A pesar de que la hora gris ya pasó, se ha nublado mucho más el día. Son las siete de la madrugada y el cielo ya me está prometiendo una lluvia que al parecer se intensificará. Respiro con fuerza cuando las primeras gotas de lluvia caen sobre mi pierna y alocan las heridas, haciéndolas arder con mucha vida, como si mi pierna tuviera un corazón que se desboca con cada sencillo toque.
Gimo un poco… no puedo hacer más que eso, más que sentir cómo es que la lluvia se intensifica y me nubla toda la vista siguiente al grado de no poder percibir nada.
Entonces me doy cuenta de cuán diferente es la vista cuando no te cubres de la lluvia con un paraguas encima de ti. La misma naturaleza, por más impresionante que sea, puede deprimir a su población, y las lluvias son señales claras de que el mundo está deprimido cada vez más y busca desahogarse con nosotros.
Axel se acomoda atrás de mí y trata de cubrir mi pierna, pero no funciona, porque las gotas simplemente lo atraviesan. Le sonrío en agradecimiento por ese gesto, pero no hay nada más que hacer.
--¡Hey! –oigo que alguien que me grita a mi lado. La lluvia torrencial no me deja escuchar bien -¿señorita, está bien? –me pregunta un chico castaño y blanco de piel que ha bajado de una camioneta vacía. Su mirada es sincera, sus intenciones no son negativas y sus ojos cafés son tan brillantes como las estrellas.
Me le quedo viendo por unos segundos sin decir nada ¿quién es y cómo ha llegado hasta acá?
Contrasta su rostro con un cielo grisáceo, mi cabeza empieza a doler. Me tiende una mano y empieza a decir algo que no escucho, o si lo hago, es muy confuso, muy difuso.
Entonces me doy cuenta de que es una persona que me quiere ayudar a algo, pero sigo sin entender a qué. Y al igual que todos sus fantasmas, me sonríe con dulzura mientras yo cierro los ojos y siento algo caliente correr por mi piel.
Hasta ahora es cuando me percato de algo: he caído al suelo estrepitosamente.



3 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 11

--Un cáncer de piel me trajo para este lado hace tres días –contesta sin titubear.
--Debe ser feo morir, imagino yo –digo, lo volteo a ver.
--En realidad, no –contesta –nunca tuve un deber como tal, sólo hacía lo que debía hacer. Iba a la escuela, hacía mis deberes, gritaba en clases y nunca tuve una novia, además de que mis padres estaban preparados para esto desde mi diagnóstico, y mi decisión fue no hacer nada al respecto.
--¿Qué? –no puedo procesar las últimas palabras sin sentir que voy a hacer implosión, en serio quiero asestarle un buen golpe -¿tenías medios para hacerlo y no te trataste? ¿De verdad fuiste tan imbécil como para no hacerlo? –no me guardo mis palabras, ni siquiera me enfoco en medirlas.
--No quise hacerlo porque estaba muy avanzado cuando lo diagnosticaron, ya estaba regado por partes importantes de mi cuerpo. No entendí nada de lo que el doctor me dijo cuando fui a verlo y entonces supe que iba a morir –relata con naturalidad, tanta que me impresiona –eso fue hace un mes, me dijeron que podía tomar tratamientos, pero decidí rechazarlos porque no podía posponer lo inevitable. Debo admitir que al inicio sí fue duro aceptarlo.
No puedo entender cómo es que habla de ese asunto con naturalidad. Tal vez no ha estado muerto lo suficiente como para comprender. Entonces mi abuelo aparece a mi lado y se sienta conmigo, tomándome un brazo. Nael sólo se recuesta en el suelo y se entretiene con una piedra. Mi abuelo me ve a los ojos en señal de querer explicarme algunas cosas, como siempre lo hace cuando me manda una sonrisa cómplice.
--La rabia no me dejó pensar con claridad durante dos semanas, pero después me hice a la idea, respiré profundamente, medité mi vida y cuando vi que no había hecho algo importante además de incordiar a mis profesores y reducir el tiempo de clases de la preparatoria, pude aceptar con facilidad que me iba a ir. Cuando pasó, nadie preguntó por mí, porque ocurrió cuando eran vacaciones de la escuela, además de que no utilizaba redes sociales y siendo honesto, no voy a publicar algo como “estúpido cáncer, me quedan quince días… ¡adiós mundo cruel! Hashtag: la vida apesta”. Finalmente sólo sentí el peor dolor que pude haber sentido en mi vida corroyendo mi cuerpo, pero mi alma salió sin dolor alguno, y cuando ésta se fue por completo, el dolor cesó… había muerto –termina de narrar.
Y por primera vez, respeto la narración de alguien. No sé qué decir ante todo lo que me está diciendo, no sé siquiera cómo actuar verbalmente hablando, ni siquiera sé si debo siquiera seguir mirándolo. Respiro con profundidad y medito toda mi vida mientras pienso en el color que asignaría yo a mi alma.
Y no encuentro nada.
Me pongo de pie con ayuda de mi bastón y sigo mi camino. Pienso en lo que me ha dicho Axel a la vez que veo a un suelo fijo y terroso que busca sacarme lágrimas para matarlas combinándose con las esencias de la lluvia que está por venir. Lo vuelvo a mirar a la cara. De perfil le encuentro un atractivo visual que en pocas personas veo.
Entonces suelto:
--¿Te gusta estar muerto?
--Es una sensación peculiar –responde –imagino que sabes más que yo sobre la muerte por lo que ves, pero a mí no me dolió en absoluto el separarme de mi cuerpo.
--¿Puedo preguntar algo más?
--Con gusto –asiente jovialmente.
--¿Buscas algo de mí en particular? –digo con jovialidad o con algo de timidez. Me ha logrado conmover, por lo que entiendo que sea así incluso mi tono de voz.
--No –murmulla, pero no le creo –o sí…
--¿Qué cosa?
--Creo que quiero entender aquello que me estoy perdiendo –me mira a los ojos, lo miro yo a él. Resoplo y entonces comprendo todo.
Quiere entender a través de mí lo que se siente seguir vivo.
--No creo que sea seguro –le respondo –no quiera yo hacerte sentir nostalgia.
--No es posible, cuando morí, renuncié a esas emociones.
--¿Es posible eso, abuelo? –pregunto, él me sigue sosteniendo del brazo para que recargue la pierna lo menos posible.
--Cuando está el alma dispuesta a morir, renuncia a todo aquello terrenal para irse a un sitio donde no tendrá la necesidad de sentir lo que no haya sembrado en la tierra –quiero entender lo que me dice, pero no puedo. Le digo que me explique todo en cristiano –si fuiste una persona mala, se reflejará en tus emociones inmortales, sentirás enojo, furia, tristeza o estrés ¿imaginas vivir con una emoción así toda tu eternidad? Lo mismo si sembraste el bien a otros, lo único que sentirás será alegría y conforte.
Empiezo a razonar lo que me ha dicho.
--Entonces la eternidad es solo una monotonía sin fin –remarco y sigo avanzando.
--La monotonía es lo que más vale si sabes cómo vivirla –responde él con una sonrisa que me contagia de inmediato, pero por como veo a Nael y a Axel… morir no es algo que se me antoje hacer con alegría –la muerte indolora es la muerte menos deseable de todas, porque no sienten absolutamente nada dado que no dejaron algo que pueda ser retribuido en la eternidad.
--¿Y morir con dolor? –pregunto, como si no supiera lo que significa.
--¡Ja! –resopla Nael, lo veo a los ojos mientras se coloca enfrente de mí. La tierra de la carretera empieza a levantarse, el viento de la lluvia se empeña en que me empape los ojos con mis propias lágrimas.
--Te pasó a ti –remarco –tu muerte fue dolorosa.
--Salir volando de un autobús que se ha volcado y romperte el cráneo no es exactamente una sensación agradable –me dice, pero entonces se detiene. Yo avanzo, ignorando lo que me ha dicho, pero en el fondo, sé que no puedo simplemente fingir que no lo entiendo.
Trato de evitar pensar en eso mientras avanzo en línea recta esperando a que un camión o algo pase para que me dé un levantón y me lleve a casa... aunque involucre ver a alguien y por ende, a sus fantasmas.