Llevamos
una hora de camino sin dirigirnos la palabra, y en mis suposiciones vagas y
superfluas, un silencio así de pesado, significa “sí”. Si en cualquier otra
mente, un silencio no concede a una petición, quiere decir que el dueño de
dicha cabeza es alguien que no comprende cómo funciona el mundo.
Sigo
resoplando a las ventanas, la lluvia cae de nuevo y se lleva con sus gotas
todos mis pensamientos; un pensamiento por cada gota de lluvia, una nueva
manera de ver al mundo con cada trozo de agua que se desprende de un cielo de
ideas originales, que entonces se convierten en ideas desprendidas e inútiles,
porque solo hasta que aterrizan en el suelo, se uniforman y se muestran como lo
que son: otro cúmulo de algo que ya existió.
Y
entre tantos cúmulos, solo me queda seguir pensando en cómo voy a vivir mi vida
sin una pantorrilla en caso de que me la quiten, cosa que sí ocurrirá si mi
carne sigue sufriendo esta necrosis muscular. No dejan de surgir ideas sobre
andar con una prótesis o con una muleta, tal vez pedir limosnas en la calle o
exagerar y pedir que me corten las dos piernas porque el mundo ya no tiene
sentido.
En
caso de que pase cualquier cosa, solo trataré de ser positiva cuando descubra
cómo hacer eso.
--¿Y
cómo se siente? –me pregunta mi compañero de viaje, el que sí está vivo.
--¿De
qué hablas?
--La
soledad –remarca -¿cómo se siente creer que estás sola cuando en realidad te
acompañan más personas de las que crees?
--Me
das ternura –respondo –no sabes nada de mí y ya crees que me puedes leer como a
un libro de secundaria –lo volteo a ver, sus ojos siguen fijos en la carretera –ya
crece, la vida acompañado es solo para aquel que desea vivirla. No tengo compañía,
no deseo vivir.
--Ay
niña –me dice –si sonrieras aunque fuera un poco, imagino que serías hermosa,
pero tu mentalidad se niega a mostrar la flor que llevas adentro.
Sonríe
un poco, y si habláramos de sonrisas bonitas, la de él no se queda atrás, por
lo genuino que se muestra al momento de torcer así la boca, por lo genuino que
se muestra cuando expresa una alegría infinita resumida en una sonrisa de gato
tierno… es una pena que yo no pueda hacer eso. Si se tratara de sonreír para
alegrar al mundo, tal vez yo no estaría contenta con los resultados, porque ni
a mi familia le sonrío.
Suena
mi teléfono, vibrando en el bolsillo de mi pantalón que ya está roto, sucio y
echado a perder prácticamente. Lo saco… maldito teléfono intacto, vivo yo más
de mil emociones en un día y ni siquiera parece que esté rayado. Apuesto a que si
cayera un asteroide a la tierra, el teléfono quedaría como único sobreviviente después
algunas cucarachas inmundas que pueblan la tierra… y los pequeños animalitos
rastreros que se encuentran en las cloacas.
Veo
el mensaje que está haciéndolo sonar y vibrar con un chillido insoportable…
Jaden.
“kiieRoh
r3gr3zz@Rc c0nthyjo0…” se lee, seguramente está ebrio.
Elimino
el mensaje, valiéndome un pedazo de pepino bien verde, mientras veo que mi
madre no me ha marcado, cosa que se me hace muy extraña viniendo de ella,
porque siempre está ametrallándome con llamadas que suelo “perder”.
Quiero
arrojar mi teléfono por la ventana, desprenderme de él, no tener nada que ver
con la gente ni con las redes sociales que me obligan a tener para cumplir con
estatutos sociales, que nada me ate a este mundo material. Ganas de huir.
Huir…
Y
ya he huido muy bien. Me doy cuenta de ello en cuanto veo a mi alrededor y noto
que estamos dejando atrás la carretera. Ya hemos llegado al centro de
Ixmihuilcan, cerca de un cruce en cruz en el que nos ha detenido una luz roja
de semáforo, estamos atrás de cinco carros. Ya estoy a nada de llegar a casa.
Y
la nostalgia que me trae el hecho de regresar se evapora cuando me imagino la
regañada con la que me van a recibir en cuanto llegue.
--Pero
te gusta estar sola ¿no? –me dice mi abuelo, dirigiéndome su mirada a través de
los retrovisores –debes reconocer que en ocasiones es un tormento.
--Cito:
“Por separado somos mejores, más sabios y más
sensatos. La adscripción a un grupo puede convertir a un mismo individuo sereno
y amable en el mismísimo demonio” –le digo a mi abuelo la frase de un
libro que leí para la escuela –y como no quiero convertirme en uno, lo que haré
será no adscribirme a ningún grupo. Ese es mi método, esa es mi vida.
--Pero necesitas de los otros para seguir adelante.
--Necesito de los otros para que dejen de necesitarme. En
cuanto lo hayan hecho dejaré de ser útil y por ende, ellos ya no serán útiles
para mí y seré feliz.
--¿Cómo puedes ser feliz si estás incompleta? –me responde,
volteo a ver a mi pierna.
--Creo que lo superaré –digo con una sonrisa cínica.
El semáforo ha cambiado a verde, avanzamos hacia el cruce,
parpadeo tal vez una o dos veces, el chico me sonríe, yo me sonrojo ligeramente,
pero no puedo negar que me ha movido algo por dentro, algo más allá que el alma
gris y simpática de Axel. Intento sonreír ligeramente.
Pero mi ceño se ha fruncido y dejo de mirarle solo para
voltear a la ventanilla de su puerta.
--¡Cuidado! –grito desgarrándome la garganta. Él voltea a ver
de qué estoy hablando, pero el impacto es demasiado, no ha podido reaccionar.
Un camión que choca contra nosotros, interrumpiendo mis palabras.