30 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 15

Llevamos una hora de camino sin dirigirnos la palabra, y en mis suposiciones vagas y superfluas, un silencio así de pesado, significa “sí”. Si en cualquier otra mente, un silencio no concede a una petición, quiere decir que el dueño de dicha cabeza es alguien que no comprende cómo funciona el mundo.
Sigo resoplando a las ventanas, la lluvia cae de nuevo y se lleva con sus gotas todos mis pensamientos; un pensamiento por cada gota de lluvia, una nueva manera de ver al mundo con cada trozo de agua que se desprende de un cielo de ideas originales, que entonces se convierten en ideas desprendidas e inútiles, porque solo hasta que aterrizan en el suelo, se uniforman y se muestran como lo que son: otro cúmulo de algo que ya existió.
Y entre tantos cúmulos, solo me queda seguir pensando en cómo voy a vivir mi vida sin una pantorrilla en caso de que me la quiten, cosa que sí ocurrirá si mi carne sigue sufriendo esta necrosis muscular. No dejan de surgir ideas sobre andar con una prótesis o con una muleta, tal vez pedir limosnas en la calle o exagerar y pedir que me corten las dos piernas porque el mundo ya no tiene sentido.
En caso de que pase cualquier cosa, solo trataré de ser positiva cuando descubra cómo hacer eso.
--¿Y cómo se siente? –me pregunta mi compañero de viaje, el que sí está vivo.
--¿De qué hablas?
--La soledad –remarca -¿cómo se siente creer que estás sola cuando en realidad te acompañan más personas de las que crees?
--Me das ternura –respondo –no sabes nada de mí y ya crees que me puedes leer como a un libro de secundaria –lo volteo a ver, sus ojos siguen fijos en la carretera –ya crece, la vida acompañado es solo para aquel que desea vivirla. No tengo compañía, no deseo vivir.
--Ay niña –me dice –si sonrieras aunque fuera un poco, imagino que serías hermosa, pero tu mentalidad se niega a mostrar la flor que llevas adentro.
Sonríe un poco, y si habláramos de sonrisas bonitas, la de él no se queda atrás, por lo genuino que se muestra al momento de torcer así la boca, por lo genuino que se muestra cuando expresa una alegría infinita resumida en una sonrisa de gato tierno… es una pena que yo no pueda hacer eso. Si se tratara de sonreír para alegrar al mundo, tal vez yo no estaría contenta con los resultados, porque ni a mi familia le sonrío.
Suena mi teléfono, vibrando en el bolsillo de mi pantalón que ya está roto, sucio y echado a perder prácticamente. Lo saco… maldito teléfono intacto, vivo yo más de mil emociones en un día y ni siquiera parece que esté rayado. Apuesto a que si cayera un asteroide a la tierra, el teléfono quedaría como único sobreviviente después algunas cucarachas inmundas que pueblan la tierra… y los pequeños animalitos rastreros que se encuentran en las cloacas.
Veo el mensaje que está haciéndolo sonar y vibrar con un chillido insoportable…
Jaden.
“kiieRoh r3gr3zz@Rc c0nthyjo0…” se lee, seguramente está ebrio.
Elimino el mensaje, valiéndome un pedazo de pepino bien verde, mientras veo que mi madre no me ha marcado, cosa que se me hace muy extraña viniendo de ella, porque siempre está ametrallándome con llamadas que suelo “perder”.
Quiero arrojar mi teléfono por la ventana, desprenderme de él, no tener nada que ver con la gente ni con las redes sociales que me obligan a tener para cumplir con estatutos sociales, que nada me ate a este mundo material. Ganas de huir.
Huir…
Y ya he huido muy bien. Me doy cuenta de ello en cuanto veo a mi alrededor y noto que estamos dejando atrás la carretera. Ya hemos llegado al centro de Ixmihuilcan, cerca de un cruce en cruz en el que nos ha detenido una luz roja de semáforo, estamos atrás de cinco carros. Ya estoy a nada de llegar a casa.
Y la nostalgia que me trae el hecho de regresar se evapora cuando me imagino la regañada con la que me van a recibir en cuanto llegue.
--Pero te gusta estar sola ¿no? –me dice mi abuelo, dirigiéndome su mirada a través de los retrovisores –debes reconocer que en ocasiones es un tormento.
--Cito: “Por separado somos mejores, más sabios y más sensatos. La adscripción a un grupo puede convertir a un mismo individuo sereno y amable en el mismísimo demonio” –le digo a mi abuelo la frase de un libro que leí para la escuela –y como no quiero convertirme en uno, lo que haré será no adscribirme a ningún grupo. Ese es mi método, esa es mi vida.
--Pero necesitas de los otros para seguir adelante.
--Necesito de los otros para que dejen de necesitarme. En cuanto lo hayan hecho dejaré de ser útil y por ende, ellos ya no serán útiles para mí y seré feliz.
--¿Cómo puedes ser feliz si estás incompleta? –me responde, volteo a ver a mi pierna.
--Creo que lo superaré –digo con una sonrisa cínica.
El semáforo ha cambiado a verde, avanzamos hacia el cruce, parpadeo tal vez una o dos veces, el chico me sonríe, yo me sonrojo ligeramente, pero no puedo negar que me ha movido algo por dentro, algo más allá que el alma gris y simpática de Axel. Intento sonreír ligeramente.
Pero mi ceño se ha fruncido y dejo de mirarle solo para voltear a la ventanilla de su puerta.
--¡Cuidado! –grito desgarrándome la garganta. Él voltea a ver de qué estoy hablando, pero el impacto es demasiado, no ha podido reaccionar.
Un camión que choca contra nosotros, interrumpiendo mis palabras.

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