3 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 11

--Un cáncer de piel me trajo para este lado hace tres días –contesta sin titubear.
--Debe ser feo morir, imagino yo –digo, lo volteo a ver.
--En realidad, no –contesta –nunca tuve un deber como tal, sólo hacía lo que debía hacer. Iba a la escuela, hacía mis deberes, gritaba en clases y nunca tuve una novia, además de que mis padres estaban preparados para esto desde mi diagnóstico, y mi decisión fue no hacer nada al respecto.
--¿Qué? –no puedo procesar las últimas palabras sin sentir que voy a hacer implosión, en serio quiero asestarle un buen golpe -¿tenías medios para hacerlo y no te trataste? ¿De verdad fuiste tan imbécil como para no hacerlo? –no me guardo mis palabras, ni siquiera me enfoco en medirlas.
--No quise hacerlo porque estaba muy avanzado cuando lo diagnosticaron, ya estaba regado por partes importantes de mi cuerpo. No entendí nada de lo que el doctor me dijo cuando fui a verlo y entonces supe que iba a morir –relata con naturalidad, tanta que me impresiona –eso fue hace un mes, me dijeron que podía tomar tratamientos, pero decidí rechazarlos porque no podía posponer lo inevitable. Debo admitir que al inicio sí fue duro aceptarlo.
No puedo entender cómo es que habla de ese asunto con naturalidad. Tal vez no ha estado muerto lo suficiente como para comprender. Entonces mi abuelo aparece a mi lado y se sienta conmigo, tomándome un brazo. Nael sólo se recuesta en el suelo y se entretiene con una piedra. Mi abuelo me ve a los ojos en señal de querer explicarme algunas cosas, como siempre lo hace cuando me manda una sonrisa cómplice.
--La rabia no me dejó pensar con claridad durante dos semanas, pero después me hice a la idea, respiré profundamente, medité mi vida y cuando vi que no había hecho algo importante además de incordiar a mis profesores y reducir el tiempo de clases de la preparatoria, pude aceptar con facilidad que me iba a ir. Cuando pasó, nadie preguntó por mí, porque ocurrió cuando eran vacaciones de la escuela, además de que no utilizaba redes sociales y siendo honesto, no voy a publicar algo como “estúpido cáncer, me quedan quince días… ¡adiós mundo cruel! Hashtag: la vida apesta”. Finalmente sólo sentí el peor dolor que pude haber sentido en mi vida corroyendo mi cuerpo, pero mi alma salió sin dolor alguno, y cuando ésta se fue por completo, el dolor cesó… había muerto –termina de narrar.
Y por primera vez, respeto la narración de alguien. No sé qué decir ante todo lo que me está diciendo, no sé siquiera cómo actuar verbalmente hablando, ni siquiera sé si debo siquiera seguir mirándolo. Respiro con profundidad y medito toda mi vida mientras pienso en el color que asignaría yo a mi alma.
Y no encuentro nada.
Me pongo de pie con ayuda de mi bastón y sigo mi camino. Pienso en lo que me ha dicho Axel a la vez que veo a un suelo fijo y terroso que busca sacarme lágrimas para matarlas combinándose con las esencias de la lluvia que está por venir. Lo vuelvo a mirar a la cara. De perfil le encuentro un atractivo visual que en pocas personas veo.
Entonces suelto:
--¿Te gusta estar muerto?
--Es una sensación peculiar –responde –imagino que sabes más que yo sobre la muerte por lo que ves, pero a mí no me dolió en absoluto el separarme de mi cuerpo.
--¿Puedo preguntar algo más?
--Con gusto –asiente jovialmente.
--¿Buscas algo de mí en particular? –digo con jovialidad o con algo de timidez. Me ha logrado conmover, por lo que entiendo que sea así incluso mi tono de voz.
--No –murmulla, pero no le creo –o sí…
--¿Qué cosa?
--Creo que quiero entender aquello que me estoy perdiendo –me mira a los ojos, lo miro yo a él. Resoplo y entonces comprendo todo.
Quiere entender a través de mí lo que se siente seguir vivo.
--No creo que sea seguro –le respondo –no quiera yo hacerte sentir nostalgia.
--No es posible, cuando morí, renuncié a esas emociones.
--¿Es posible eso, abuelo? –pregunto, él me sigue sosteniendo del brazo para que recargue la pierna lo menos posible.
--Cuando está el alma dispuesta a morir, renuncia a todo aquello terrenal para irse a un sitio donde no tendrá la necesidad de sentir lo que no haya sembrado en la tierra –quiero entender lo que me dice, pero no puedo. Le digo que me explique todo en cristiano –si fuiste una persona mala, se reflejará en tus emociones inmortales, sentirás enojo, furia, tristeza o estrés ¿imaginas vivir con una emoción así toda tu eternidad? Lo mismo si sembraste el bien a otros, lo único que sentirás será alegría y conforte.
Empiezo a razonar lo que me ha dicho.
--Entonces la eternidad es solo una monotonía sin fin –remarco y sigo avanzando.
--La monotonía es lo que más vale si sabes cómo vivirla –responde él con una sonrisa que me contagia de inmediato, pero por como veo a Nael y a Axel… morir no es algo que se me antoje hacer con alegría –la muerte indolora es la muerte menos deseable de todas, porque no sienten absolutamente nada dado que no dejaron algo que pueda ser retribuido en la eternidad.
--¿Y morir con dolor? –pregunto, como si no supiera lo que significa.
--¡Ja! –resopla Nael, lo veo a los ojos mientras se coloca enfrente de mí. La tierra de la carretera empieza a levantarse, el viento de la lluvia se empeña en que me empape los ojos con mis propias lágrimas.
--Te pasó a ti –remarco –tu muerte fue dolorosa.
--Salir volando de un autobús que se ha volcado y romperte el cráneo no es exactamente una sensación agradable –me dice, pero entonces se detiene. Yo avanzo, ignorando lo que me ha dicho, pero en el fondo, sé que no puedo simplemente fingir que no lo entiendo.
Trato de evitar pensar en eso mientras avanzo en línea recta esperando a que un camión o algo pase para que me dé un levantón y me lleve a casa... aunque involucre ver a alguien y por ende, a sus fantasmas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario