--Un
cáncer de piel me trajo para este lado hace tres días –contesta sin titubear.
--Debe
ser feo morir, imagino yo –digo, lo volteo a ver.
--En
realidad, no –contesta –nunca tuve un deber como tal, sólo hacía lo que debía hacer.
Iba a la escuela, hacía mis deberes, gritaba en clases y nunca tuve una novia,
además de que mis padres estaban preparados para esto desde mi diagnóstico, y
mi decisión fue no hacer nada al respecto.
--¿Qué?
–no puedo procesar las últimas palabras sin sentir que voy a hacer implosión,
en serio quiero asestarle un buen golpe -¿tenías medios para hacerlo y no te
trataste? ¿De verdad fuiste tan imbécil como para no hacerlo? –no me guardo mis
palabras, ni siquiera me enfoco en medirlas.
--No
quise hacerlo porque estaba muy avanzado cuando lo diagnosticaron, ya estaba
regado por partes importantes de mi cuerpo. No entendí nada de lo que el doctor
me dijo cuando fui a verlo y entonces supe que iba a morir –relata con
naturalidad, tanta que me impresiona –eso fue hace un mes, me dijeron que podía
tomar tratamientos, pero decidí rechazarlos porque no podía posponer lo
inevitable. Debo admitir que al inicio sí fue duro aceptarlo.
No
puedo entender cómo es que habla de ese asunto con naturalidad. Tal vez no ha
estado muerto lo suficiente como para comprender. Entonces mi abuelo aparece a mi
lado y se sienta conmigo, tomándome un brazo. Nael sólo se recuesta en el suelo
y se entretiene con una piedra. Mi abuelo me ve a los ojos en señal de querer
explicarme algunas cosas, como siempre lo hace cuando me manda una sonrisa
cómplice.
--La
rabia no me dejó pensar con claridad durante dos semanas, pero después me hice
a la idea, respiré profundamente, medité mi vida y cuando vi que no había hecho
algo importante además de incordiar a mis profesores y reducir el tiempo de
clases de la preparatoria, pude aceptar con facilidad que me iba a ir. Cuando
pasó, nadie preguntó por mí, porque ocurrió cuando eran vacaciones de la
escuela, además de que no utilizaba redes sociales y siendo honesto, no voy a
publicar algo como “estúpido cáncer, me quedan quince días… ¡adiós mundo cruel!
Hashtag: la vida apesta”. Finalmente
sólo sentí el peor dolor que pude haber sentido en mi vida corroyendo mi
cuerpo, pero mi alma salió sin dolor alguno, y cuando ésta se fue por completo,
el dolor cesó… había muerto –termina de narrar.
Y
por primera vez, respeto la narración de alguien. No sé qué decir ante todo lo
que me está diciendo, no sé siquiera cómo actuar verbalmente hablando, ni
siquiera sé si debo siquiera seguir mirándolo. Respiro con profundidad y medito
toda mi vida mientras pienso en el color que asignaría yo a mi alma.
Y
no encuentro nada.
Me
pongo de pie con ayuda de mi bastón y sigo mi camino. Pienso en lo que me ha
dicho Axel a la vez que veo a un suelo fijo y terroso que busca sacarme
lágrimas para matarlas combinándose con las esencias de la lluvia que está por
venir. Lo vuelvo a mirar a la cara. De perfil le encuentro un atractivo visual
que en pocas personas veo.
Entonces
suelto:
--¿Te
gusta estar muerto?
--Es
una sensación peculiar –responde –imagino que sabes más que yo sobre la muerte
por lo que ves, pero a mí no me dolió en absoluto el separarme de mi cuerpo.
--¿Puedo
preguntar algo más?
--Con
gusto –asiente jovialmente.
--¿Buscas
algo de mí en particular? –digo con jovialidad o con algo de timidez. Me ha logrado
conmover, por lo que entiendo que sea así incluso mi tono de voz.
--No
–murmulla, pero no le creo –o sí…
--¿Qué
cosa?
--Creo
que quiero entender aquello que me estoy perdiendo –me mira a los ojos, lo miro
yo a él. Resoplo y entonces comprendo todo.
Quiere
entender a través de mí lo que se siente seguir vivo.
--No
creo que sea seguro –le respondo –no quiera yo hacerte sentir nostalgia.
--No
es posible, cuando morí, renuncié a esas emociones.
--¿Es
posible eso, abuelo? –pregunto, él me sigue sosteniendo del brazo para que
recargue la pierna lo menos posible.
--Cuando
está el alma dispuesta a morir, renuncia a todo aquello terrenal para irse a un
sitio donde no tendrá la necesidad de sentir lo que no haya sembrado en la
tierra –quiero entender lo que me dice, pero no puedo. Le digo que me explique
todo en cristiano –si fuiste una persona mala, se reflejará en tus emociones
inmortales, sentirás enojo, furia, tristeza o estrés ¿imaginas vivir con una
emoción así toda tu eternidad? Lo mismo si sembraste el bien a otros, lo único
que sentirás será alegría y conforte.
Empiezo
a razonar lo que me ha dicho.
--Entonces
la eternidad es solo una monotonía sin fin –remarco y sigo avanzando.
--La
monotonía es lo que más vale si sabes cómo vivirla –responde él con una sonrisa
que me contagia de inmediato, pero por como veo a Nael y a Axel… morir no es
algo que se me antoje hacer con alegría –la muerte indolora es la muerte menos
deseable de todas, porque no sienten absolutamente nada dado que no dejaron
algo que pueda ser retribuido en la eternidad.
--¿Y
morir con dolor? –pregunto, como si no supiera lo que significa.
--¡Ja!
–resopla Nael, lo veo a los ojos mientras se coloca enfrente de mí. La tierra
de la carretera empieza a levantarse, el viento de la lluvia se empeña en que
me empape los ojos con mis propias lágrimas.
--Te
pasó a ti –remarco –tu muerte fue dolorosa.
--Salir
volando de un autobús que se ha volcado y romperte el cráneo no es exactamente
una sensación agradable –me dice, pero entonces se detiene. Yo avanzo,
ignorando lo que me ha dicho, pero en el fondo, sé que no puedo simplemente
fingir que no lo entiendo.
Trato
de evitar pensar en eso mientras avanzo en línea recta esperando a que un
camión o algo pase para que me dé un levantón y me lleve a casa... aunque
involucre ver a alguien y por ende, a sus fantasmas.
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