Veo
mi pierna envuelta en un trapo blanco y ahora húmedo y caliente, veo también
ventanillas y un asiento suave y reclinable en el que estoy recostada. El
parabrisas chorrea en agua de lluvia y mi conocimiento regresa poco a poco… lo
que me lleva a pensar... ¿por qué hay un parabrisas enfrente de mí?
Estoy en el carro de un desconocido.
Estoy en el carro de un desconocido.
Me
muevo rápidamente para intentar salir, pero estoy amarrada con el cinturón de
seguridad, intento abrir la puerta.
--No
seas tarada –me dice Axel mientras toma mi brazo –te vas a caer y mira cómo estás.
--No
puedo ponerme peor –respondo sin importarme ni un segundo el hecho de que estoy
hablando sola en apariencia. Me descontrolo y busco abrir la puerta, pero se
cierra el seguro automáticamente.
--Sí
puedes –responde el chico de ojos cafés que conduce la camioneta que vi minutos
antes de desmayarme –y lo vas a hacer si no te calmas aunque sea un poco.
--¿Y
a ti qué te importa? –respondo agresiva, pero no me interesa hasta que lo veo a
los ojos… y toda su cadena familiar se desata enfrente de mí.
Veo
a tres de sus abuelos y a aquellos que por edad ya murieron, bisabuelos y
todavía a más miembros más lejanos. Uno de ellos es un niño y se me acerca para
abrazarme la pierna que está en estado decente -no tan destrozada como la otra-
y se queda aferrado a ella. No hago nada, es un niño, solo puedo poner los ojos
en blanco.
Mis
manos no tienen fuerza suficiente para mantenerse aunque sea unos segundos
estiradas, por lo que me recuesto y volteo a la ventanilla únicamente para ver
que la lluvia empeora.
--Verla
con odio no hará que se detenga… -me dice el muchacho que conduce la camioneta
mientras que mi abuelo me da un pequeño masaje en las sienes. Axel contempla la
ventana desde la parte trasera de la cabina junto con Nael, quien se ha absorto
en la carretera.
--¿Quién
te dijo eso? ¿la lógica? –respondo sin siquiera mirarlo, aunque algo me llama a
querer hacerlo.
--La
experiencia –me dice sin voltear a verme, pero ahora soy yo la que cae y le da
una mirada extrañada, tal vez algo interesada –tantas veces son las que me
molesto y en las que quiero que todo se acabe con solo matarlo con los ojos,
pero no puedes acabar con el ritmo de las cosas que no tienen que ver con tu
estado actual. Sólo debes dejar que las gotas caigan en paz, porque no tienen
la culpa de nada.
--La
experiencia te ha dicho que la lluvia es libre de toda culpa –volteo de nuevo a
la ventana, pero de inmediato regreso mis ojos a su rostro –a mí me ha dicho
que es la causa de muchos males.
Cruza
sus ojos con los míos y detiene el carro en una esquina cerca a la entrada de
Ixmihuilcan. Sus orbes delatan duda, y a pesar del tono café, no dejan de
brillar como si fueran estrellas sacadas del firmamento, unas pequeñas
estrellas que endulzan su ya de por sí tierno rostro, pero su cabello rapado le
confiere menor edad de la que debe de tener para ya estar conduciendo.
--¿Seguimos
hablando de la lluvia? –pregunta arqueando una ceja de un modo tan simpático
que casi me saca una sonrisa. Cuando me doy cuenta, la última gota de lluvia
hubo chocado contra el parabrisas.
--Si
quieres ver a la vida como una lluvia torrencial capaz de durar más de cuatro
años, once meses y dos días… ¿pero quién lleva la cuenta? –sonrío ligeramente,
me devuelve la sonrisa con un carisma muy grande y una mirada que se ha tornado
más dulce de lo que jamás esperé. Entonces algo hace que mi pierna empiece a
arder, el dolor me obliga a aferrarme al asiento… dolor penetrante,
absurdamente penetrante y que me deja con un nudo oscuro en la garganta, el
cual escapa en forma de un grito desgarrador que me obliga a llorar.
El
chico no sabe que hacer, solo improvisa una cama recostando el asiento del
carro y recorriéndolo hacia atrás, entonces agarra mi mano y me dice que el
dolor va a pasar. Apenas puedo abrir los ojos…
Y
lo que alcanzo a ver es a Nael, quien está torturando mi pierna con sus manos,
tocándola con unas manos ardientes que parecen sacadas del infierno.
--¡Nael
qué…! -entonces vuelvo a rugir por el dolor, enfoco mi vista hacia él, quien
sólo me ve con una sonrisa ladina y cínica.
--Por
perder el tiempo te toca sufrir… -replica, pero no me da tiempo de pensar en
nada que no sea el dolor cuando éste ha colonizado todas mis terminaciones
nerviosas.
Sigo
mirándolo con fijeza, entonces Axel se le abalanza y trata de evitar que me
siga haciendo más daño, lo que genera un forcejeo entre ellos dos, mi abuelo me
resguarda la pierna y la calienta con el amor que emana, aminorando el dolor.
--¿Nael?
–pregunta el chico aún sosteniendo mi mano, pero mi mirada está siguiendo el
conflicto entre Axel y ese desgraciado infernal –creo que ya entiendo –responde
mientras me suelta la mano –mi abuela hacía lo mismo, decía que la música
siempre sonaba y el vino tinto olía muy fuerte. Siempre creyeron que estaba
loca, pero yo supe que ella tenía algo muy especial.
Entonces
su abuela se acerca a él y le pone un beso en la mejilla, la cual se toca
instantáneamente mientras sonríe de lado, como si un escalofrío caliente le
hubiera recorrido la piel, un trozo del amor de un alma que corre por todos los
poros del cuerpo, y entonces es cuando recuerdo cómo es que mi abuelo a veces
le planta besos a mi madre sin que ella se dé cuenta.
Sonrío
de lado y volteo a la ventana. Siguen agarrándose a golpes… es interesante el
panorama que tengo, jamás había visto a un alma infernal querer aplicarle una
quebradora a un alma gris, incluso mi abuelo se sienta a mi lado y se ríe del
espectáculo.
--Axel
ni siquiera te conoce y ya te cuida de que te pasen esa clase de cosas –señala
–lo que busca debe ser muy importante.
--No
sé qué es lo que quiera –remarco aún agarrando el anillo de mi cuello –pero si
algo busca, creo que no soy la persona correcta para llevarlo a ello.
--Lo
que quiere es experimentar los extremos que nunca vivió, y cree que acompañarte
va a hacerlo experimentar, aunque sea en carne ajena.
--Lo
que sea que crea, está cometiendo un terrible error –enfatizo pensando en mí
–conmigo no vivirá demasiado.
--¿Esta
fuga de tu casa te parece poco emocionante? –responde, y entonces se me sale la
risa en cuanto siento un brazo recorrerme los hombros, volteo a ver a mi
abuelo, pero éste se ha desvanecido y entonces se coloca el chico de ojos
castaños.
No
hago otra cosa más que sonreír un poco. Sí, un poco es que se me destrocen las
mejillas por fortalecer músculos que rara vez uso y que siento sonrojarse
apenas veo al chico mirarme con sus ojos estrellados. Pero mi ceño se frunce
otra vez en cuanto me percato de que me escuchó hablar sola.
--Te
hace feliz ¿no es cierto? –me dice con un tono acampanado en su voz, como si
estuviera reprimiendo una sonrisa –respóndeme.
--Tal
vez un poco –digo sin saber exactamente a qué se refiere.
--Lo
entiendo –dice –mi abuela también reía con ellos –volteo a verlo –¿no crees que
es un poco obvio?
--¿Qué…
qué cosa? –interrumpo.
--Tu
visión fantasma.
Empiezo
a toser por la impresión, y no me hace mucho caso, solo me ve y ríe un poco.
--Me
caes bien.
--Tú
no –miento descaradamente –visión fantasma ¿qué tontería es esa? –intento
camuflar.
--Por
favor, no te engañes diciendo que es esquizofrenia –dice –si ves a los
fantasmas, créeme que no me asusta.
--En
caso de que fuera así ¿cómo lo sabrías? –pregunto retadora, pero solo sabe
cambiarme la mirada, me desconcierta y a la vez me fascina.
--El
brillo de tus ojos te delata –responde –miras a ese sitio como si algo
ocurriera, y para mí no es así… pero para ti siempre habrá algo que ver. Ese
era el mismo brillo que tenía mi abuela cuando la encontraba en casa. Se
divertía de lo lindo ahí, bailaba, comía e incluso les daba las buenas noches a
todos los que le hablaban, después murió y la casa perdió el fulgor que ella le
daba.
Lo
escucho reír, hablar, sonreír con una pequeña campanada en su voz e incluso sus
ojos brillan al momento de soltar alguna ocurrencia.
Definitivamente
este hombre me gusta.
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