17 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 13

Veo mi pierna envuelta en un trapo blanco y ahora húmedo y caliente, veo también ventanillas y un asiento suave y reclinable en el que estoy recostada. El parabrisas chorrea en agua de lluvia y mi conocimiento regresa poco a poco… lo que me lleva a pensar... ¿por qué hay un parabrisas enfrente de mí?

Estoy en el carro de un desconocido.
Me muevo rápidamente para intentar salir, pero estoy amarrada con el cinturón de seguridad, intento abrir la puerta.
--No seas tarada –me dice Axel mientras toma mi brazo –te vas a caer y mira cómo estás.
--No puedo ponerme peor –respondo sin importarme ni un segundo el hecho de que estoy hablando sola en apariencia. Me descontrolo y busco abrir la puerta, pero se cierra el seguro automáticamente.
--Sí puedes –responde el chico de ojos cafés que conduce la camioneta que vi minutos antes de desmayarme –y lo vas a hacer si no te calmas aunque sea un poco.
--¿Y a ti qué te importa? –respondo agresiva, pero no me interesa hasta que lo veo a los ojos… y toda su cadena familiar se desata enfrente de mí.
Veo a tres de sus abuelos y a aquellos que por edad ya murieron, bisabuelos y todavía a más miembros más lejanos. Uno de ellos es un niño y se me acerca para abrazarme la pierna que está en estado decente -no tan destrozada como la otra- y se queda aferrado a ella. No hago nada, es un niño, solo puedo poner los ojos en blanco.
Mis manos no tienen fuerza suficiente para mantenerse aunque sea unos segundos estiradas, por lo que me recuesto y volteo a la ventanilla únicamente para ver que la lluvia empeora.
--Verla con odio no hará que se detenga… -me dice el muchacho que conduce la camioneta mientras que mi abuelo me da un pequeño masaje en las sienes. Axel contempla la ventana desde la parte trasera de la cabina junto con Nael, quien se ha absorto en la carretera.
--¿Quién te dijo eso? ¿la lógica? –respondo sin siquiera mirarlo, aunque algo me llama a querer hacerlo.
--La experiencia –me dice sin voltear a verme, pero ahora soy yo la que cae y le da una mirada extrañada, tal vez algo interesada –tantas veces son las que me molesto y en las que quiero que todo se acabe con solo matarlo con los ojos, pero no puedes acabar con el ritmo de las cosas que no tienen que ver con tu estado actual. Sólo debes dejar que las gotas caigan en paz, porque no tienen la culpa de nada.
--La experiencia te ha dicho que la lluvia es libre de toda culpa –volteo de nuevo a la ventana, pero de inmediato regreso mis ojos a su rostro –a mí me ha dicho que es la causa de muchos males.
Cruza sus ojos con los míos y detiene el carro en una esquina cerca a la entrada de Ixmihuilcan. Sus orbes delatan duda, y a pesar del tono café, no dejan de brillar como si fueran estrellas sacadas del firmamento, unas pequeñas estrellas que endulzan su ya de por sí tierno rostro, pero su cabello rapado le confiere menor edad de la que debe de tener para ya estar conduciendo.
--¿Seguimos hablando de la lluvia? –pregunta arqueando una ceja de un modo tan simpático que casi me saca una sonrisa. Cuando me doy cuenta, la última gota de lluvia hubo chocado contra el parabrisas.
--Si quieres ver a la vida como una lluvia torrencial capaz de durar más de cuatro años, once meses y dos días… ¿pero quién lleva la cuenta? –sonrío ligeramente, me devuelve la sonrisa con un carisma muy grande y una mirada que se ha tornado más dulce de lo que jamás esperé. Entonces algo hace que mi pierna empiece a arder, el dolor me obliga a aferrarme al asiento… dolor penetrante, absurdamente penetrante y que me deja con un nudo oscuro en la garganta, el cual escapa en forma de un grito desgarrador que me obliga a llorar.
El chico no sabe que hacer, solo improvisa una cama recostando el asiento del carro y recorriéndolo hacia atrás, entonces agarra mi mano y me dice que el dolor va a pasar. Apenas puedo abrir los ojos…
Y lo que alcanzo a ver es a Nael, quien está torturando mi pierna con sus manos, tocándola con unas manos ardientes que parecen sacadas del infierno.
--¡Nael qué…! -entonces vuelvo a rugir por el dolor, enfoco mi vista hacia él, quien sólo me ve con una sonrisa ladina y cínica.
--Por perder el tiempo te toca sufrir… -replica, pero no me da tiempo de pensar en nada que no sea el dolor cuando éste ha colonizado todas mis terminaciones nerviosas.
Sigo mirándolo con fijeza, entonces Axel se le abalanza y trata de evitar que me siga haciendo más daño, lo que genera un forcejeo entre ellos dos, mi abuelo me resguarda la pierna y la calienta con el amor que emana, aminorando el dolor.
--¿Nael? –pregunta el chico aún sosteniendo mi mano, pero mi mirada está siguiendo el conflicto entre Axel y ese desgraciado infernal –creo que ya entiendo –responde mientras me suelta la mano –mi abuela hacía lo mismo, decía que la música siempre sonaba y el vino tinto olía muy fuerte. Siempre creyeron que estaba loca, pero yo supe que ella tenía algo muy especial.
Entonces su abuela se acerca a él y le pone un beso en la mejilla, la cual se toca instantáneamente mientras sonríe de lado, como si un escalofrío caliente le hubiera recorrido la piel, un trozo del amor de un alma que corre por todos los poros del cuerpo, y entonces es cuando recuerdo cómo es que mi abuelo a veces le planta besos a mi madre sin que ella se dé cuenta.
Sonrío de lado y volteo a la ventana. Siguen agarrándose a golpes… es interesante el panorama que tengo, jamás había visto a un alma infernal querer aplicarle una quebradora a un alma gris, incluso mi abuelo se sienta a mi lado y se ríe del espectáculo.
--Axel ni siquiera te conoce y ya te cuida de que te pasen esa clase de cosas –señala –lo que busca debe ser muy importante.
--No sé qué es lo que quiera –remarco aún agarrando el anillo de mi cuello –pero si algo busca, creo que no soy la persona correcta para llevarlo a ello.
--Lo que quiere es experimentar los extremos que nunca vivió, y cree que acompañarte va a hacerlo experimentar, aunque sea en carne ajena.
--Lo que sea que crea, está cometiendo un terrible error –enfatizo pensando en mí –conmigo no vivirá demasiado.
--¿Esta fuga de tu casa te parece poco emocionante? –responde, y entonces se me sale la risa en cuanto siento un brazo recorrerme los hombros, volteo a ver a mi abuelo, pero éste se ha desvanecido y entonces se coloca el chico de ojos castaños.
No hago otra cosa más que sonreír un poco. Sí, un poco es que se me destrocen las mejillas por fortalecer músculos que rara vez uso y que siento sonrojarse apenas veo al chico mirarme con sus ojos estrellados. Pero mi ceño se frunce otra vez en cuanto me percato de que me escuchó hablar sola.
--Te hace feliz ¿no es cierto? –me dice con un tono acampanado en su voz, como si estuviera reprimiendo una sonrisa –respóndeme.
--Tal vez un poco –digo sin saber exactamente a qué se refiere.
--Lo entiendo –dice –mi abuela también reía con ellos –volteo a verlo –¿no crees que es un poco obvio?
--¿Qué… qué cosa? –interrumpo.
--Tu visión fantasma.
Empiezo a toser por la impresión, y no me hace mucho caso, solo me ve y ríe un poco.
--Me caes bien.
--Tú no –miento descaradamente –visión fantasma ¿qué tontería es esa? –intento camuflar.
--Por favor, no te engañes diciendo que es esquizofrenia –dice –si ves a los fantasmas, créeme que no me asusta.
--En caso de que fuera así ¿cómo lo sabrías? –pregunto retadora, pero solo sabe cambiarme la mirada, me desconcierta y a la vez me fascina.
--El brillo de tus ojos te delata –responde –miras a ese sitio como si algo ocurriera, y para mí no es así… pero para ti siempre habrá algo que ver. Ese era el mismo brillo que tenía mi abuela cuando la encontraba en casa. Se divertía de lo lindo ahí, bailaba, comía e incluso les daba las buenas noches a todos los que le hablaban, después murió y la casa perdió el fulgor que ella le daba.
Lo escucho reír, hablar, sonreír con una pequeña campanada en su voz e incluso sus ojos brillan al momento de soltar alguna ocurrencia.

Definitivamente este hombre me gusta.

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