15 de enero de 2017

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective. CAPíTULO 19: "Camuflaje"

–¿Estás segura de esto? –pregunta mientras me ve empacando una pequeña mochila que consiguió en la semana como una petición mía –puedes quedarte tanto como gustes.

–Lo sé y gracias –respondo –pero no me interesa quedarme en un lugar en el que puedan… hacerte… daño –trago pesado cuando pienso en la posibilidad –y tú también deberías irte de aquí.

–Sí, debería –empieza a pensar –y por eso me iré contigo.

–Eres tan gracioso –respondo –pero sabemos los dos que no pasará.

–No me retes… sé que en al menos un mes querrás que vaya contigo.

–Porque te conozco, después de un tiempo determinado, te arrepientes de las cosas que haces o dejas de hacer.

–Eso ya se verá, pero prométeme que vas a irte de aquí en cuanto yo me vaya y que esos cabrones no te encontrarán.

–Estás más preocupada que yo.

–Soy obsesiva y lo sabes.

–Bien, lo prometo… igualmente mañana pensaba cambiar de depa.

–Bueno, nos vemos pronto.

–Adiós –se despide de mí con un beso en la frente, el cual en su idioma significa “cuídate mucho, que te quiero bien”.

Salgo de ahí sin decir nada, realmente cuando se pone loco con esas confusiones, no me gusta pensar en nada, prefiero irme antes de que él siga diciendo tanta locura.

En su caso, un “te amo” me parece una locura.

Sigo caminando hasta llegar a un autobús que me regresará a donde solía vivir, y cuando llego, tomo algunas de mis cosas, mi computadora portátil, mi cámara, una libreta y un poco de ropa para cambiarme en los trayectos que me toquen vivir.

Ya no tengo a nadie, o a casi nadie. Adrián y Memo están muertos y Daniel salió del país por un trabajo que le ofrecieron recientemente, mientras yo estaba internada y recuperándome del secuestro, por lo tanto, estoy sola.
Otra vez.

Me he pintado el cabello a rojo y me he puesto pupilentes del color del cielo. La combinación discorda, definitivamente, pero es mejor que ser identificada por el hecho de ser quien soy. 

Daniel podrá estar fuera, pero no por ello deja de ser un amigo leal. Siempre le he admirado su capacidad para seguir con las personas, cosa que yo no poseo salvo en raras ocasiones, como con él.

“–Listo –dice mientras me pasa todo el historial del Brayan.

–Gracias –le digo animada en mi cuarto de hotel mientras reviso toda la información en una computadora barata que conseguí para estas ocasiones.

–Deberías agradecer que no te ahorqué por ir a volver a ver a ese idiota –y por idiota se refería a Fernando. Mi historia con él no es la mejor, y francamente, tampoco confío mucho en él, pero hizo la labor que debía y por ello es que sé que debo estar agradecida. A pesar de que siempre que estoy con él, termino con un mal sabor de boca.

Ya sé que no fue mi mejor idea, pero como mínimo terminé en un hospital en lugar de desangrada en la mitad de la calle.

Sólo por eso es que le doy un punto –cruzó los brazos durante la videollamada –pero bueno, eso es colateral, como dices, pero sigo sin fiarme.

Nadie te pide que te fíes de él, es más, ni siquiera estoy con él ¿entendido?

Bien, ¿y ahora qué harás?

Con lo que me mandaste, la idea es averiguar sus puntos de reunión y espiarlo. Y corroborar mi sospecha.

Ya te dije que no lo creo…

¿Por qué?

Porque ese sujeto tiene menos cerebro que una tabla de planchar, por más asesino que sea, no se ve que sea inteligente…

Bien, lo corroboraré.

Corté la llamada y me fui a pintar el cabello.”

“Bien, veamos si de verdad tienes menos cerebro que una tabla” pienso y entonces me dispongo a salir a otro bar, pero ahora este es de mala muerte, un escondrijo en el segundo piso de una tienda de ropa de segunda mano, justo detrás de una calle que da a un callejón que me da muy mala espina. Sin embargo, entro.

Olor a cigarro, cerveza barata, orines, sobaco de hombre sudado y cuero caliente…

No me equivoco, hay un grupo de grandulones llenos de pelos y con los cabellos cebosos alrededor de cervezas en una mesa que parece quemada por tantos cigarros encendidos que dejan ahí. Trato de camuflarme, de no llamar la atención y pido un trago de tequila, porque en realidad… me gusta.

–Un tequila –digo con voz tranquila, me sirven un caballito, el que me tomo lentamente hasta que me percato de que uno de esos sujetos, los de la mesa contigua, me están viendo. Sus ojos son similares a un par de navajas que buscan llegar a mi cuerpo, empezando por mi mente.

Me fastidia que hagan esas cosas.

Tomo todo de golpe, la garganta me raspa y entonces desvío la mirada hacia la ventana, la que me da una perfecta visión de todo el panorama… incluido Brayan.

Sí, ese sujeto que se ve todo repugnante con ese cigarro en la cara. Piel cebosa, cabello corto de los lados, manos gigantes y brazos grasosos. Escucho atentamente lo que dicen… siendo sus palabras puras tonteras de gente que ya está ebria, y entonces, en medio del intento de aquelarre y los improperios llenos de alcohol, Brayan suelta el primer golpe y saca una navaja que agarra por… el filo.

La sangre no ha dejado de correrle de la mano, y ahora suenan un par de manotazos que han resonado en todo el local, el cual es muy chico para ser un bar.

Decido salirme… no hay nada que me interese.

Me pongo de pie y apenas coloco las plantas en el piso:

–¡Y no vas a irte hasta que me des todo tu dinero! –grita otro de los grandulones. No me inmuto, no hago absolutamente nada, sólo pregunto al cantinero dónde está el baño y paso lentamente a lado de estos bastardos –dijiste que tenías para pagar lo de la apuesta!

–Y lo tengo –balbucea ebrio. Las voces se van apagando en lo que me acerco al baño y cierro la puerta. Pero me quedo escuchando –mañana te pago, carnal.

–Otra vez con ese cuento. Ya llevas tres semanas sin darme ese dinero.

–Yo podré… podré pagarte.

–¿Significa que no puedes ahora? –la voz, si no me equivoco, es la del gigante con cara de simio, y le está reclamando a Brayan por una apuesta que perdió –si no puedes ahora, entonces ya sabes cómo me vas a pagar.

Y se escucha un enorme grito cortar los aires, y a su vez: un súbito silencio, el cual cruzó más fuerte por mis oídos que ninguna otra cosa.

En efecto, Brayan era un idiota. Y al parecer, también un apostador irresponsable.

No era mentira, ya tenía el dinero, pero no lo daba…


Eso saca a Brayan de la lista; vaya modo aquel el de terminar.

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective. CAPíTULO 18: "Rehab"

[Semana de rehabilitación]

–¿Made? –pregunta tonteando, más que tonteando, bostezando y tallándose los ojos. No dudo que esté sorprendido, esta no es la hora a la que le hablaría generalmente, de hecho no es un momento de mi vida en el que yo le hablaría a alguien. Mi estómago está revuelto, mis manos me tiemblan y no sé qué hacer.

Esta es la mejor idea que he tenido hasta ahora, o tal vez es la peor, pero no me interesa hasta que lo veo a los ojos, los que se abren de golpe y entonces me mete a su cuarto y me recuesta en su cama.

–Fer –respondo, y siento frío en mi cabeza, húmedo y algo cubrirme de pies a hombros.

–Detendré la herida ¡no te muevas! –avisa, pero no siento ganas ni tengo energía para moverme. Apenas puedo recordar a trazos. Quién soy, qué hago, quiénes me conocen, qué hago aquí.

Y en ese momento le da a mi garganta por querer gritar estrepitosamente.

Un cuarto oscuro, el dolor me empieza a corroer las muñecas y se extiende a mi cabeza, la que se siente cálida y líquida, como si se derritiera y corriera hasta hacerse uno con mi piel.

–¡Estoy aquí, estoy aquí! –consuela, sigo sintiendo húmedo en mi cabeza –esto es mucha sangre…

El recuerdo se hace más nítido. Oscuro, sólo una bombilla sobre mi cabeza, el dolor se hace más presente en mis muñecas y en mi cabeza se concentra en una pequeña zona que arde.

–Es una cortada profunda ¿cómo te hiciste esto? –pregunta, pero no sé cómo responder, ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí. Empieza a hablar solo, parece desesperado -¡manden una ambulancia pronto! la dirección es… sí, es una hemorragia, la estoy deteniendo como puedo, ¿10 minutos? bien –siento calor en mi rostro, pierdo la energía.

Y el conocimiento.

Despierto en un cuarto de paredes blancas, atiborrado de aparatos y con una máscara de oxígeno en mi rostro suministrándome la vida en respiraciones largas.

Lo hice con un espasmo en mi mente, abriendo los ojos de modo total en cuanto definí el cuarto. Un lugar oscuro, iluminado por una bombilla de tungsteno, mis muñecas atadas y un dolor punzante en mis mejillas.

Una pelea fuerte cuando me deshice de los nudos, cuando liberé para siempre mis manos y busqué la libertad en cuanto la olí muy cerca. Un chico cuidándome, alto, cabello azabache, ojos marrones, piel morena y una pistola en la cadera; creía yo que sería suficiente el ahorcarlo por detrás para inmovilizarlo y huir, mas no me fue posible. Mi sigilo me falló –como siempre-, volteó a verme y me apuntó a la cara.

Alcé las manos hasta donde él las pudiera ver, no separadas, sino enfrente de mi cuerpo, juntas, lo suficiente como para poder desarmarlo y someterlo por unos segundos en el piso… y no me enorgullece decir que fue más fuerte que yo. Me volteó al jugada, me tumbó y casi me mató con un cuchillo; logré moverme poco, lo que llevó a que mi frente y el lado izquierdo de mi cráneo se vieran para siempre marcados con una cicatriz que ahora mismo estoy viendo cosida con puntos.

El dolor punzante y el calor de la sangre hicieron que me enojara, lo suficiente como para liberarme de nuevo, golpearle los testículos, arrancarle el arma, cortarle la pierna en venganza y salir huyendo de ahí. Me llevé la mano a la cabeza, ahora al lado derecho, y sentí un gran chichón, que hasta ahora logró desinflamarse. Eso me llevó a recordar que Adrián no lo logró cuando me vi metida en todo esto, cuando me llevaron una mano en una caja a mi oficina con una nota.

Su mano.

Y otra nota…
“Este merecía una decoración especial”.

“Ese maldito hijo de zorra” me dije a mí misma en cuanto se me salieron las lágrimas, en cuanto corrieron a la fuga, al igual que yo de mi oficina, y el golpe que me llevó a ese cuarto me fue propinado.

Sólo recuerdo que, después de haber salido de ese lugar y haber vencido a mi único guardia, pensé en el último sitio en el que alguien me buscaría sobre la tierra. Mi mordaza, aún la tenía en la boca, ni la había sentido… la usé el tiempo necesario para cubrir la sangre y obligué a un taxista a dejarme cerca de donde Fer, para caminar unos minutos mientras perdía el conocimiento.

Toqué a su puerta repetidas veces hasta que abrió y se compadeció de mí.
Y ahora estoy aquí.

–Despertaste –indica, sólo sonrío ante su obviedad, pero me pareció muy tierna en el instante.

–¿Me lo juras? –decido ser sarcástica con él por una vez en mi vida, le siento tomar mi mano.

–¡¿Qué fue lo que pasó?! –pregunta alarmado, yo sólo agacho la cabeza… Adrián me sigue invadiendo. Sigue su fantasma muy cerca de mí.

Hace poco me habían asignado el caso de una chica que había sobrevivido a un accidente de carretera, en un camión de transporte, pero no lo tomé por la falta de información, sin mencionar que ésta llegó salva a su casa, salvo por una pierna que le tuvieron que amputar en el hospital. Esta mujer de nombre Leah juraba que de no haber sido por el espíritu de su abuelo y de un fantasma llamado Nael, jamás hubiera sobrevivido a esa experiencia. Y no la tildo de loca ni mucho menos, si antes creía en los fantasmas y los entes paranormales, ahora me creo capaz de asegurar su existencia, más ahora con mis amigos deambulando por las calles en formas que por desgracia, no puedo mirar.

No puedo mirar a Fer a los ojos, sólo me dan ganas de llorar nuevamente, pero toma mi mano, haciéndome sentir música en mis venas, reviviendo pasiones muertas.

–Más de lo que puedo soportar –me atrevo a responder, pero no busco decir… más de lo que puedo soportar.

–Estarás internada una semana para que te recuperes de las lesiones, después irás a mi cuarto, pasarás el tiempo que necesites ahí y no quiero que me discutas, conociéndote sé que te atreverás ¿entendiste?

–No puedo negarte nada ahora ¿o sí?
Sonríe un poco y me saca la máscara de gas por unos segundos para rozarme los labios con los suyos. No puedo ocultar esa sensación que me produce desde hace muchísimo tiempo, y ahora jamás la podré esconder, porque el electrocardiograma ha hecho su trabajo y ha delatado a mi corazón acelerarse conforme él lo hace.

Sin embargo, él se asusta.

–¿Estás bien? –pregunta sonriendo, a lo que yo, sonriendo, respondo:


–Mejor que nunca.

12 de enero de 2017

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective. CAPíTULO 17: "Foto"

[Cuatro semanas después de rehabilitación]

–Dicen que tomar es mala idea bajo tu condición –me dice Fernando, mientras le da un sorbo inmenso a su cerveza, sólo lo miro con incredulidad y me recuesto en su pecho.
Una charla con él era lo que me hacía falta.

–¿Entonces cómo sugieres que enfrente esto? –pregunto –mataron a Memo y me lo llevaron a mi puerta como regalo de navidad… y estoy segura de que Santa no fue -tomo un gran trago de mi bebida y para mi sorpresa, me he acabado la lata de piña colada, y en realidad no me interesa que en este momento empiece a salir la risa sin control.

–No hablo sólo de esa condición –indica rozando mi cicatriz, sólo escondo mis ojos, pero los logra encontrar.
Su mirada es tierna, intenta hacerla ver como mala, pero lo conozco mejor que nadie, sé lo que trata de hacer al verme con esos ojos que busca tensar para agravar el peso de su ver, pero sus labios se ven menos amenazadores que los de un cachorro de perrito husky, logrando sólo hacer que yo sonría un poco más.

Mi corazón se desboca… como siempre lo hace cada que le veo a los ojos y recorro con la vista toda su cara hasta culminar en su cuello. Tiene algo que me atrae de sobremanera, no sé qué sea, pero es peligroso, porque siempre que le veo, sólo me es imposible decirle “no” a lo que sea que vaya a salir de su boca.

Su presencia es infernal para mi cuerpo, pasan horas antes de que pueda volver a controlar mis reacciones y mi estómago termina pagando caro por esas reacciones, puesto que siento cómo se revuelve todo adentro de mí. ¿Me contengo? Desde luego que sí, porque mis dientes no han dejado de tiritar y mis manos están incontrolables.

El único modo que encuentro para calmar esta sensación es abrazándolo muy fuerte, en aras de mantenerme a mí misma con fuerza. Sin embargo, sigue siendo capaz de descontrolarme con sólo rozar mi piel, sin tocarla sino lo suficiente para generar más estragos adentro de mi cuerpo.

Sí. Me atrae más de lo que estoy dispuesta a soportar, y yo a él, lo sé por cómo se escucha cada latido de su corazón desbocado en mis oídos.

Trato de mantenerme en control, trato de que no se note siquiera que me tiene en sus manos, trato de que mi ex novio no tenga una mínima idea de lo que es ser yo alrededor de sus brazos, lo único bueno de todo esto, es que parece entender mi lucha.

–¿Qué pasó exactamente? –me pregunta, algo que agradezco, porque Lisandro -a pesar de que me hacía entrar en la calma más añorada que jamás experimenté con nadie- no hacía. Me levanté un poco y lo vi directo a los ojos mientras él me acariciaba el rostro con una delicadeza bastante forzada; intenta tratarme como algo que no soy: una persona delicada.

–Mataron a Memo y lo dejaron enfrente de mi puerta en la oficina –respondo sin titubear, Fer de pronto arquea las tupidas cejas que tiene y sin preguntar más, me abraza y coloca mi cabeza nuevamente en su pecho, lo conozco lo suficiente como para saber que me está invitando a desahogarme, mas decido que es mejor que me lo diga verbalmente –y a Adrián cuando… -me cuesta trabajo aún poder digerirlo.

–Te escucho –y esa es mi invitación para continuar. Comienzo desde el principio, desde Graciela, la lesión de Daniel, Adrián y las foto, gobierno,  la supuesta esterilidad de la esposa del gober, el trabajo de Memo, las conversaciones de Facebook, Brayan, los secuestros, los bebés y finalmente los cadáveres, Memo, Adrián y las notas. A Fer no le puedo ocultar nada, y me impresiona lo fácil que es que salgan estas palabras de mi boca con el estímulo adecuado, Fer sólo está rascándome la cabeza y enterneciendo la mirada –lo que sea que necesites, aquí estoy para ti, nunca me excluyas. Una llamada, un mensaje de WhatsApp, o una conversación por video, siempre la tendrás conmigo, pero por favor, cuídate mucho, más ahora que tienes a un loco matando a tu equipo con el propósito de matarte a ti.

–Entiendo que me quieran matar, he entrado en la vida de muchas personas…

–Pero ahora no se trata de personas comunes y corrientes, esto es delito de cuello blanco 
–empieza a plantear, y de algún modo y sin percatarme de ello, he terminado encima de él, como si se tratara de una noche de sexo en la que yo suelo tener el control.

–¿Cuello blanco? –me sorprende lo que ha dicho.

–Mujer –siempre me ha llamado “mujer” o “hembra” o cosas por el estilo, así que ya no me sorprende de su parte algún apodo –por lo que me cuentas, no me sorprendería que se tratara de ese tal Brayan traicionando a su jefa y compañera y queriéndose quedar con todo el dinero, además de que ya te atrapó espiándole.

Entonces me toma el cuello ligeramente y empieza a besarlo con suavidad, como siempre lo supo hacer

–¿Por qué demonios no trabajas conmigo? –le pregunto entre risas y ahora un poco excitada.

–No, gracias… los dos sabemos cómo terminaría tu oficina.
Y me sonrojo totalmente.

No es la primera vez que terminamos en estas condiciones, a pesar de que ya hayamos hablado sobre la relación que deberíamos tener bajo el hecho de ser una expareja, bajo el hecho de que hemos pasado por cosas distintas cada uno de nosotros, y aun así, existe el aferramiento corporal, en el que terminamos rompiendo esas pieles de tela que nos recubren y nos separan de nuestros deseos profundos y banales en espera de seguir colonizándonos mutuamente en una relación que nace y muere cuando se nos da la gana, en una relación en la que la palabra “ética” pierde todo el sentido al instante en el que lo único que usas como ropa, es la ropa de cama.

–¿Cuándo terminará esto? –pregunto sin dejar de mirar al techo, teniendo consciencia de que sólo estoy usando una sábana sobre mis pechos, sobre los cuales Fer recuesta su cabeza, viendo directamente a mis pupilas.

–El día en el que dejes de responder a mis mensajes…

–¿Estás diciendo que esto es consciente de tu parte?

–No. Estoy diciendo que entre tú y yo, esto es inevitable, y que si terminamos casados y formando familias, seguiremos encontrándonos, tal vez como esposos o amantes.

–¡Qué hueva!

–Lo sé… -se recuesta de nuevo sobre su almohada –y quiero evitarme la parte de ser amante tuyo cuando te llegues a casar.
Esto me ha llamado la atención de sobremanera.

–¿De qué hablas?

–Ven a vivir conmigo…

La petición me ha dejado en shock. No he podido siquiera digerir lo que ha estado pasando entre él y yo en los últimos siete años y ahora busca una solución como esa ante una problemática en la que ni siquiera he buscado meterme.

Y mientras yo me hundo entre mis pensamientos más oscuros, algo suena afuera de la puerta.

Me levanto sin considerar el vestirme o no, al final del día, me conoce desnuda y eso no creo que cambie en mucho tiempo. Enciendo la luz y veo un papel, lo tomo… un maldito sobre.

–Ábrelo –me pide Fer con prisa, lo abro rápidamente y saco las hojas.

Fotos.

En cuanto las veo, se me caen al piso y sin darme cuenta, me recargo sobre la pared con los ojos abiertos. Fer las toma y las ve con atención. Al final de una de las imágenes, viene una nota que lee en voz alta.
“Hay destinos de los que uno no puede escaparse,

 tú tienes dos: tu exnovio y mi cámara”.
–Hey, salgo bien –trata de animar el ambiente, pero eso no me ayuda para nada –no importa lo que este sujeto haga, siempre estaré ahí para ti –lo abrazo y me acuesto en su cama un rato.


–Brayan, me las pagarás, cabrón -murmuro -¿acaso no hay sitio en el que no me puedas encontrar? –exclamo, Fer me besa la cabeza en medio de un abrazo muy fuerte, intento descansar… y entonces me duermo en los brazos de Fernando.