15 de enero de 2017

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective. CAPíTULO 18: "Rehab"

[Semana de rehabilitación]

–¿Made? –pregunta tonteando, más que tonteando, bostezando y tallándose los ojos. No dudo que esté sorprendido, esta no es la hora a la que le hablaría generalmente, de hecho no es un momento de mi vida en el que yo le hablaría a alguien. Mi estómago está revuelto, mis manos me tiemblan y no sé qué hacer.

Esta es la mejor idea que he tenido hasta ahora, o tal vez es la peor, pero no me interesa hasta que lo veo a los ojos, los que se abren de golpe y entonces me mete a su cuarto y me recuesta en su cama.

–Fer –respondo, y siento frío en mi cabeza, húmedo y algo cubrirme de pies a hombros.

–Detendré la herida ¡no te muevas! –avisa, pero no siento ganas ni tengo energía para moverme. Apenas puedo recordar a trazos. Quién soy, qué hago, quiénes me conocen, qué hago aquí.

Y en ese momento le da a mi garganta por querer gritar estrepitosamente.

Un cuarto oscuro, el dolor me empieza a corroer las muñecas y se extiende a mi cabeza, la que se siente cálida y líquida, como si se derritiera y corriera hasta hacerse uno con mi piel.

–¡Estoy aquí, estoy aquí! –consuela, sigo sintiendo húmedo en mi cabeza –esto es mucha sangre…

El recuerdo se hace más nítido. Oscuro, sólo una bombilla sobre mi cabeza, el dolor se hace más presente en mis muñecas y en mi cabeza se concentra en una pequeña zona que arde.

–Es una cortada profunda ¿cómo te hiciste esto? –pregunta, pero no sé cómo responder, ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí. Empieza a hablar solo, parece desesperado -¡manden una ambulancia pronto! la dirección es… sí, es una hemorragia, la estoy deteniendo como puedo, ¿10 minutos? bien –siento calor en mi rostro, pierdo la energía.

Y el conocimiento.

Despierto en un cuarto de paredes blancas, atiborrado de aparatos y con una máscara de oxígeno en mi rostro suministrándome la vida en respiraciones largas.

Lo hice con un espasmo en mi mente, abriendo los ojos de modo total en cuanto definí el cuarto. Un lugar oscuro, iluminado por una bombilla de tungsteno, mis muñecas atadas y un dolor punzante en mis mejillas.

Una pelea fuerte cuando me deshice de los nudos, cuando liberé para siempre mis manos y busqué la libertad en cuanto la olí muy cerca. Un chico cuidándome, alto, cabello azabache, ojos marrones, piel morena y una pistola en la cadera; creía yo que sería suficiente el ahorcarlo por detrás para inmovilizarlo y huir, mas no me fue posible. Mi sigilo me falló –como siempre-, volteó a verme y me apuntó a la cara.

Alcé las manos hasta donde él las pudiera ver, no separadas, sino enfrente de mi cuerpo, juntas, lo suficiente como para poder desarmarlo y someterlo por unos segundos en el piso… y no me enorgullece decir que fue más fuerte que yo. Me volteó al jugada, me tumbó y casi me mató con un cuchillo; logré moverme poco, lo que llevó a que mi frente y el lado izquierdo de mi cráneo se vieran para siempre marcados con una cicatriz que ahora mismo estoy viendo cosida con puntos.

El dolor punzante y el calor de la sangre hicieron que me enojara, lo suficiente como para liberarme de nuevo, golpearle los testículos, arrancarle el arma, cortarle la pierna en venganza y salir huyendo de ahí. Me llevé la mano a la cabeza, ahora al lado derecho, y sentí un gran chichón, que hasta ahora logró desinflamarse. Eso me llevó a recordar que Adrián no lo logró cuando me vi metida en todo esto, cuando me llevaron una mano en una caja a mi oficina con una nota.

Su mano.

Y otra nota…
“Este merecía una decoración especial”.

“Ese maldito hijo de zorra” me dije a mí misma en cuanto se me salieron las lágrimas, en cuanto corrieron a la fuga, al igual que yo de mi oficina, y el golpe que me llevó a ese cuarto me fue propinado.

Sólo recuerdo que, después de haber salido de ese lugar y haber vencido a mi único guardia, pensé en el último sitio en el que alguien me buscaría sobre la tierra. Mi mordaza, aún la tenía en la boca, ni la había sentido… la usé el tiempo necesario para cubrir la sangre y obligué a un taxista a dejarme cerca de donde Fer, para caminar unos minutos mientras perdía el conocimiento.

Toqué a su puerta repetidas veces hasta que abrió y se compadeció de mí.
Y ahora estoy aquí.

–Despertaste –indica, sólo sonrío ante su obviedad, pero me pareció muy tierna en el instante.

–¿Me lo juras? –decido ser sarcástica con él por una vez en mi vida, le siento tomar mi mano.

–¡¿Qué fue lo que pasó?! –pregunta alarmado, yo sólo agacho la cabeza… Adrián me sigue invadiendo. Sigue su fantasma muy cerca de mí.

Hace poco me habían asignado el caso de una chica que había sobrevivido a un accidente de carretera, en un camión de transporte, pero no lo tomé por la falta de información, sin mencionar que ésta llegó salva a su casa, salvo por una pierna que le tuvieron que amputar en el hospital. Esta mujer de nombre Leah juraba que de no haber sido por el espíritu de su abuelo y de un fantasma llamado Nael, jamás hubiera sobrevivido a esa experiencia. Y no la tildo de loca ni mucho menos, si antes creía en los fantasmas y los entes paranormales, ahora me creo capaz de asegurar su existencia, más ahora con mis amigos deambulando por las calles en formas que por desgracia, no puedo mirar.

No puedo mirar a Fer a los ojos, sólo me dan ganas de llorar nuevamente, pero toma mi mano, haciéndome sentir música en mis venas, reviviendo pasiones muertas.

–Más de lo que puedo soportar –me atrevo a responder, pero no busco decir… más de lo que puedo soportar.

–Estarás internada una semana para que te recuperes de las lesiones, después irás a mi cuarto, pasarás el tiempo que necesites ahí y no quiero que me discutas, conociéndote sé que te atreverás ¿entendiste?

–No puedo negarte nada ahora ¿o sí?
Sonríe un poco y me saca la máscara de gas por unos segundos para rozarme los labios con los suyos. No puedo ocultar esa sensación que me produce desde hace muchísimo tiempo, y ahora jamás la podré esconder, porque el electrocardiograma ha hecho su trabajo y ha delatado a mi corazón acelerarse conforme él lo hace.

Sin embargo, él se asusta.

–¿Estás bien? –pregunta sonriendo, a lo que yo, sonriendo, respondo:


–Mejor que nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario