[Semana
de rehabilitación]
–¿Made?
–pregunta tonteando, más que tonteando, bostezando y tallándose los ojos. No
dudo que esté sorprendido, esta no es la hora a la que le hablaría
generalmente, de hecho no es un momento de mi vida en el que yo le hablaría a
alguien. Mi estómago está revuelto, mis manos me tiemblan y no sé qué hacer.
Esta
es la mejor idea que he tenido hasta ahora, o tal vez es la peor, pero no me
interesa hasta que lo veo a los ojos, los que se abren de golpe y entonces me
mete a su cuarto y me recuesta en su cama.
–Fer
–respondo, y siento frío en mi cabeza, húmedo y algo cubrirme de pies a
hombros.
–Detendré
la herida ¡no te muevas! –avisa, pero no siento ganas ni tengo energía para
moverme. Apenas puedo recordar a trazos. Quién soy, qué hago, quiénes me
conocen, qué hago aquí.
Y
en ese momento le da a mi garganta por querer gritar estrepitosamente.
Un
cuarto oscuro, el dolor me empieza a corroer las muñecas y se extiende a mi
cabeza, la que se siente cálida y líquida, como si se derritiera y corriera
hasta hacerse uno con mi piel.
–¡Estoy
aquí, estoy aquí! –consuela, sigo sintiendo húmedo en mi cabeza –esto es mucha
sangre…
El
recuerdo se hace más nítido. Oscuro, sólo una bombilla sobre mi cabeza, el
dolor se hace más presente en mis muñecas y en mi cabeza se concentra en una
pequeña zona que arde.
–Es
una cortada profunda ¿cómo te hiciste esto? –pregunta, pero no sé cómo
responder, ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí. Empieza a hablar solo,
parece desesperado -¡manden una ambulancia pronto! la dirección es… sí, es una
hemorragia, la estoy deteniendo como puedo, ¿10 minutos? bien –siento calor en
mi rostro, pierdo la energía.
Y
el conocimiento.
Despierto
en un cuarto de paredes blancas, atiborrado de aparatos y con una máscara de
oxígeno en mi rostro suministrándome la vida en respiraciones largas.
Lo
hice con un espasmo en mi mente, abriendo los ojos de modo total en cuanto
definí el cuarto. Un lugar oscuro, iluminado por una bombilla de tungsteno, mis
muñecas atadas y un dolor punzante en mis mejillas.
Una
pelea fuerte cuando me deshice de los nudos, cuando liberé para siempre mis
manos y busqué la libertad en cuanto la olí muy cerca. Un chico cuidándome,
alto, cabello azabache, ojos marrones, piel morena y una pistola en la cadera;
creía yo que sería suficiente el ahorcarlo por detrás para inmovilizarlo y
huir, mas no me fue posible. Mi sigilo me falló –como siempre-, volteó a verme
y me apuntó a la cara.
Alcé
las manos hasta donde él las pudiera ver, no separadas, sino enfrente de mi
cuerpo, juntas, lo suficiente como para poder desarmarlo y someterlo por unos
segundos en el piso… y no me enorgullece decir que fue más fuerte que yo. Me
volteó al jugada, me tumbó y casi me mató con un cuchillo; logré moverme poco,
lo que llevó a que mi frente y el lado izquierdo de mi cráneo se vieran para
siempre marcados con una cicatriz que ahora mismo estoy viendo cosida con
puntos.
El
dolor punzante y el calor de la sangre hicieron que me enojara, lo suficiente
como para liberarme de nuevo, golpearle los testículos, arrancarle el arma,
cortarle la pierna en venganza y salir huyendo de ahí. Me llevé la mano a la
cabeza, ahora al lado derecho, y sentí un gran chichón, que hasta ahora logró
desinflamarse. Eso me llevó a recordar que Adrián no lo logró cuando me vi
metida en todo esto, cuando me llevaron una mano en una caja a mi oficina con
una nota.
Su
mano.
Y
otra nota…
“Este merecía una decoración
especial”.
“Ese
maldito hijo de zorra” me dije a mí misma en cuanto se me salieron las
lágrimas, en cuanto corrieron a la fuga, al igual que yo de mi oficina, y el
golpe que me llevó a ese cuarto me fue propinado.
Sólo
recuerdo que, después de haber salido de ese lugar y haber vencido a mi único
guardia, pensé en el último sitio en el que alguien me buscaría sobre la
tierra. Mi mordaza, aún la tenía en la boca, ni la había sentido… la usé el
tiempo necesario para cubrir la sangre y obligué a un taxista a dejarme cerca
de donde Fer, para caminar unos minutos mientras perdía el conocimiento.
Toqué
a su puerta repetidas veces hasta que abrió y se compadeció de mí.
Y
ahora estoy aquí.
–Despertaste
–indica, sólo sonrío ante su obviedad, pero me pareció muy tierna en el instante.
–¿Me
lo juras? –decido ser sarcástica con él por una vez en mi vida, le siento tomar
mi mano.
–¡¿Qué
fue lo que pasó?! –pregunta alarmado, yo sólo agacho la cabeza… Adrián me sigue
invadiendo. Sigue su fantasma muy cerca de mí.
Hace
poco me habían asignado el caso de una chica que había sobrevivido a un
accidente de carretera, en un camión de transporte, pero no lo tomé por la
falta de información, sin mencionar que ésta llegó salva a su casa, salvo por
una pierna que le tuvieron que amputar en el hospital. Esta mujer de nombre
Leah juraba que de no haber sido por el espíritu de su abuelo y de un fantasma
llamado Nael, jamás hubiera sobrevivido a esa experiencia. Y no la tildo de
loca ni mucho menos, si antes creía en los fantasmas y los entes paranormales,
ahora me creo capaz de asegurar su existencia, más ahora con mis amigos
deambulando por las calles en formas que por desgracia, no puedo mirar.
No
puedo mirar a Fer a los ojos, sólo me dan ganas de llorar nuevamente, pero toma
mi mano, haciéndome sentir música en mis venas, reviviendo pasiones muertas.
–Más
de lo que puedo soportar –me atrevo a responder, pero no busco decir… más de lo
que puedo soportar.
–Estarás
internada una semana para que te recuperes de las lesiones, después irás a mi
cuarto, pasarás el tiempo que necesites ahí y no quiero que me discutas, conociéndote
sé que te atreverás ¿entendiste?
–No
puedo negarte nada ahora ¿o sí?
Sonríe
un poco y me saca la máscara de gas por unos segundos para rozarme los labios
con los suyos. No puedo ocultar esa sensación que me produce desde hace
muchísimo tiempo, y ahora jamás la podré esconder, porque el electrocardiograma
ha hecho su trabajo y ha delatado a mi corazón acelerarse conforme él lo hace.
Sin
embargo, él se asusta.
–¿Estás
bien? –pregunta sonriendo, a lo que yo, sonriendo, respondo:
–Mejor
que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario