–¿Estás
segura de esto? –pregunta mientras me ve empacando una pequeña mochila que
consiguió en la semana como una petición mía –puedes quedarte tanto como
gustes.
–Lo
sé y gracias –respondo –pero no me interesa quedarme en un lugar en el que
puedan… hacerte… daño –trago pesado cuando pienso en la posibilidad –y tú
también deberías irte de aquí.
–Sí,
debería –empieza a pensar –y por eso me iré contigo.
–Eres
tan gracioso –respondo –pero sabemos los dos que no pasará.
–No
me retes… sé que en al menos un mes querrás que vaya contigo.
–Porque
te conozco, después de un tiempo determinado, te arrepientes de las cosas que
haces o dejas de hacer.
–Eso
ya se verá, pero prométeme que vas a irte de aquí en cuanto yo me vaya y que
esos cabrones no te encontrarán.
–Estás
más preocupada que yo.
–Soy
obsesiva y lo sabes.
–Bien,
lo prometo… igualmente mañana pensaba cambiar de depa.
–Bueno,
nos vemos pronto.
–Adiós
–se despide de mí con un beso en la frente, el cual en su idioma significa
“cuídate mucho, que te quiero bien”.
Salgo
de ahí sin decir nada, realmente cuando se pone loco con esas confusiones, no
me gusta pensar en nada, prefiero irme antes de que él siga diciendo tanta
locura.
En
su caso, un “te amo” me parece una locura.
Sigo
caminando hasta llegar a un autobús que me regresará a donde solía vivir, y
cuando llego, tomo algunas de mis cosas, mi computadora portátil, mi cámara,
una libreta y un poco de ropa para cambiarme en los trayectos que me toquen
vivir.
Ya
no tengo a nadie, o a casi nadie. Adrián y Memo están muertos y Daniel salió
del país por un trabajo que le ofrecieron recientemente, mientras yo estaba
internada y recuperándome del secuestro, por lo tanto, estoy sola.
Otra
vez.
Me
he pintado el cabello a rojo y me he puesto pupilentes del color del cielo. La
combinación discorda, definitivamente, pero es mejor que ser identificada por
el hecho de ser quien soy.
Daniel
podrá estar fuera, pero no por ello deja de ser un amigo leal. Siempre le he
admirado su capacidad para seguir con las personas, cosa que yo no poseo salvo
en raras ocasiones, como con él.
“–Listo –dice mientras
me pasa todo el historial del Brayan.
–Gracias –le digo
animada en mi cuarto de hotel mientras reviso toda la información en una
computadora barata que conseguí para estas ocasiones.
–Deberías agradecer que
no te ahorqué por ir a volver a ver a ese idiota –y por idiota se refería a
Fernando. Mi historia con él no es la mejor, y francamente, tampoco confío
mucho en él, pero hizo la labor que debía y por ello es que sé que debo estar
agradecida. A pesar de que siempre que estoy con él, termino con un mal sabor
de boca.
–Ya sé que no fue mi mejor idea, pero como
mínimo terminé en un hospital en lugar de desangrada en la mitad de la calle.
–Sólo por eso es que le doy un punto –cruzó
los brazos durante la videollamada –pero bueno, eso es colateral, como dices,
pero sigo sin fiarme.
–Nadie te pide que te fíes de él, es más, ni
siquiera estoy con él ¿entendido?
–Bien, ¿y ahora qué harás?
–Con lo que me mandaste, la idea es averiguar
sus puntos de reunión y espiarlo. Y corroborar mi sospecha.
–Ya te dije que no lo creo…
–¿Por qué?
–Porque ese sujeto tiene menos cerebro que
una tabla de planchar, por más asesino que sea, no se ve que sea inteligente…
–Bien, lo corroboraré.
Corté la llamada y me
fui a pintar el cabello.”
“Bien,
veamos si de verdad tienes menos cerebro que una tabla” pienso y entonces me
dispongo a salir a otro bar, pero ahora este es de mala muerte, un escondrijo
en el segundo piso de una tienda de ropa de segunda mano, justo detrás de una
calle que da a un callejón que me da muy mala espina. Sin embargo, entro.
Olor
a cigarro, cerveza barata, orines, sobaco de hombre sudado y cuero caliente…
No
me equivoco, hay un grupo de grandulones llenos de pelos y con los cabellos
cebosos alrededor de cervezas en una mesa que parece quemada por tantos
cigarros encendidos que dejan ahí. Trato de camuflarme, de no llamar la
atención y pido un trago de tequila, porque en realidad… me gusta.
–Un
tequila –digo con voz tranquila, me sirven un caballito, el que me tomo
lentamente hasta que me percato de que uno de esos sujetos, los de la mesa
contigua, me están viendo. Sus ojos son similares a un par de navajas que
buscan llegar a mi cuerpo, empezando por mi mente.
Me
fastidia que hagan esas cosas.
Tomo
todo de golpe, la garganta me raspa y entonces desvío la mirada hacia la
ventana, la que me da una perfecta visión de todo el panorama… incluido Brayan.
Sí,
ese sujeto que se ve todo repugnante con ese cigarro en la cara. Piel cebosa,
cabello corto de los lados, manos gigantes y brazos grasosos. Escucho
atentamente lo que dicen… siendo sus palabras puras tonteras de gente que ya
está ebria, y entonces, en medio del intento de aquelarre y los improperios
llenos de alcohol, Brayan suelta el primer golpe y saca una navaja que agarra
por… el filo.
La
sangre no ha dejado de correrle de la mano, y ahora suenan un par de manotazos
que han resonado en todo el local, el cual es muy chico para ser un bar.
Decido
salirme… no hay nada que me interese.
Me
pongo de pie y apenas coloco las plantas en el piso:
–¡Y
no vas a irte hasta que me des todo tu dinero! –grita otro de los grandulones.
No me inmuto, no hago absolutamente nada, sólo pregunto al cantinero dónde está
el baño y paso lentamente a lado de estos bastardos –dijiste que tenías para
pagar lo de la apuesta!
–Y
lo tengo –balbucea ebrio. Las voces se van apagando en lo que me acerco al baño
y cierro la puerta. Pero me quedo escuchando –mañana te pago, carnal.
–Otra
vez con ese cuento. Ya llevas tres semanas sin darme ese dinero.
–Yo
podré… podré pagarte.
–¿Significa
que no puedes ahora? –la voz, si no me equivoco, es la del gigante con cara de
simio, y le está reclamando a Brayan por una apuesta que perdió –si no puedes
ahora, entonces ya sabes cómo me vas a pagar.
Y
se escucha un enorme grito cortar los aires, y a su vez: un súbito silencio, el
cual cruzó más fuerte por mis oídos que ninguna otra cosa.
En
efecto, Brayan era un idiota. Y al parecer, también un apostador irresponsable.
No
era mentira, ya tenía el dinero, pero no lo daba…
Eso
saca a Brayan de la lista; vaya modo aquel el de terminar.
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