Siento mi mano caliente, como si algo suave la envolviera, un
trozo de una cálida… venda. Una mano vendada envuelve a la mía mientras la
acaricia y me mira a la cara, a los ojos. Mirada que rehúyo de inmediato, pero
parece no notarlo. La sigo rehuyendo mientras me veo el cuerpo recostado en una
cama de hospital; estoy tapada hasta el cuello y veo una mancha de sangre impresionante
en uno de mis costados.
Pero no me duele…
Y entonces recuerdo cómo es que el camión impactó contra el
carro en ese cruce. El dolor ha regresado, y con él todo el recuerdo. El carro
impactó contra uno de los edificios y entonces mi cabeza se golpeó con la
puerta.
Entra en negros hasta este momento.
Y despierto en una cama de hospital, tomada de la mano por el
mismo muchacho de ojos estrellados que no deja de imprimir un sentimiento de
cuidado y protección hacia mí, un sentimiento que solo puedo detectar porque le
brillan los ojos de esa manera al verme, fulgor que se combina con un ceño
fruncido que no deja ver otra cosa más que una tristeza fulminante.
En mi experiencia viendo a la gente llorar, tengo la vaga
idea de que de eso se trata la preocupación, y que seguramente ha de sentir el
mismo sudor frío y estrés que a mí me genera. Acaricia mi mano con la
izquierda, la que no está vendada, dejándome sentir en su piel cariño que no
podré sustituir con nada.
Es la única persona a la que me dan ganas de sonreírle. A
pesar de toda esta situación, me dan ganas de reírme ligeramente.
--Saldrás de esto, tranquila –me dice con tal convencimiento
que le creo –sé que podrás.
--Gracias –le digo, pero me sigue mirando con la misma fijeza
con la que lo hubo hecho desde que abrí los ojos.
--Sé que no te pude sacar de esto, y también creo que es mi
culpa -explica -en cuanto el carro chocó, traté de volantear para detenernos,
pero ya no logré detenerlo y entonces perdiste la conciencia y ese fierro se
impactó contra tu pecho; el edificio se destruyó y el carro acabó volcado,
rompí la ventanilla con el pie para poder salir, abrir la puerta, sacarte…
-sigue explicando, pero ahora pierde la mirada, viendo hacia no sé dónde. No
puedo dejar de verle, me inflige tanta pena que no quiero perderle la vista
para que se eche a llorar -llamé a una ambulancia con tu teléfono. Llegamos a
la ciudad en solo 30 minutos…-traga con pesadez -perdón por causarte todo esto –empieza
a lagrimear, no me gusta verle así.
Quiero mover la mano, intento devolverle los mismos gestos de
cariño con los que me ha estado tratando, e incluso pienso en preguntarle el
nombre, porque por primera vez me interesa saber con quién estoy tratando. Algo
va mal. Muy mal.
No puedo mover la mano a mi voluntad, realmente no puedo
mover nada, siendo que lo intento con todas mis fuerzas. Respiro con fuerza, me
agito al intentarlo otra vez, quiero seguir haciéndolo, sé que estoy a punto de
lograrlo.
Pero un dolor horrible me carcome el pecho y se desplaza a
todo mi cuerpo.
El electrocardiograma se vuelve loco, el dolor va en aumento.
Pero mi cuerpo sigue sin moverse cuando en estos momentos seguramente me
retorcería del dolor como si fuera un gusano que está adentro de un salero. Mi
respiración se vuelve turbia, intento gritar, lo hago para mí… pero mi boca no
se ha movido.
Entran las enfermeras y los doctores alarmados y con un
desfibrilador en las manos.
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