7 de diciembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 16

Siento mi mano caliente, como si algo suave la envolviera, un trozo de una cálida… venda. Una mano vendada envuelve a la mía mientras la acaricia y me mira a la cara, a los ojos. Mirada que rehúyo de inmediato, pero parece no notarlo. La sigo rehuyendo mientras me veo el cuerpo recostado en una cama de hospital; estoy tapada hasta el cuello y veo una mancha de sangre impresionante en uno de mis costados.
Pero no me duele…
Y entonces recuerdo cómo es que el camión impactó contra el carro en ese cruce. El dolor ha regresado, y con él todo el recuerdo. El carro impactó contra uno de los edificios y entonces mi cabeza se golpeó con la puerta.
Entra en negros hasta este momento.
Y despierto en una cama de hospital, tomada de la mano por el mismo muchacho de ojos estrellados que no deja de imprimir un sentimiento de cuidado y protección hacia mí, un sentimiento que solo puedo detectar porque le brillan los ojos de esa manera al verme, fulgor que se combina con un ceño fruncido que no deja ver otra cosa más que una tristeza fulminante.
En mi experiencia viendo a la gente llorar, tengo la vaga idea de que de eso se trata la preocupación, y que seguramente ha de sentir el mismo sudor frío y estrés que a mí me genera. Acaricia mi mano con la izquierda, la que no está vendada, dejándome sentir en su piel cariño que no podré sustituir con nada.
Es la única persona a la que me dan ganas de sonreírle. A pesar de toda esta situación, me dan ganas de reírme ligeramente.
--Saldrás de esto, tranquila –me dice con tal convencimiento que le creo –sé que podrás.
--Gracias –le digo, pero me sigue mirando con la misma fijeza con la que lo hubo hecho desde que abrí los ojos.
--Sé que no te pude sacar de esto, y también creo que es mi culpa -explica -en cuanto el carro chocó, traté de volantear para detenernos, pero ya no logré detenerlo y entonces perdiste la conciencia y ese fierro se impactó contra tu pecho; el edificio se destruyó y el carro acabó volcado, rompí la ventanilla con el pie para poder salir, abrir la puerta, sacarte… -sigue explicando, pero ahora pierde la mirada, viendo hacia no sé dónde. No puedo dejar de verle, me inflige tanta pena que no quiero perderle la vista para que se eche a llorar -llamé a una ambulancia con tu teléfono. Llegamos a la ciudad en solo 30 minutos…-traga con pesadez -perdón por causarte todo esto –empieza a lagrimear, no me gusta verle así.
Quiero mover la mano, intento devolverle los mismos gestos de cariño con los que me ha estado tratando, e incluso pienso en preguntarle el nombre, porque por primera vez me interesa saber con quién estoy tratando. Algo va mal. Muy mal.
No puedo mover la mano a mi voluntad, realmente no puedo mover nada, siendo que lo intento con todas mis fuerzas. Respiro con fuerza, me agito al intentarlo otra vez, quiero seguir haciéndolo, sé que estoy a punto de lograrlo.
Pero un dolor horrible me carcome el pecho y se desplaza a todo mi cuerpo.
El electrocardiograma se vuelve loco, el dolor va en aumento. Pero mi cuerpo sigue sin moverse cuando en estos momentos seguramente me retorcería del dolor como si fuera un gusano que está adentro de un salero. Mi respiración se vuelve turbia, intento gritar, lo hago para mí… pero mi boca no se ha movido.

Entran las enfermeras y los doctores alarmados y con un desfibrilador en las manos.

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