12 de agosto de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective: CAPíTULO 11: "Vigilantes"

Eso de seguirle la pista a alguien no es sencillo, y ser discreto para lograrlo es aún peor, porque al menos yo como persona tengo la misma cantidad de sigilo que la de un todo enojado después de ver el color rojo.

Sí, para espiar soy un asco.

Por eso es que tengo un equipo grande; Daniel se encarga de informática, Adrián de fotografía y Memo de la vigilancia, y se lo encargo a él porque sé que es el más discreto de la zona.

“–¿Qué tranza, morra? –me saludaba siempre así, esas palabras estaban acompañadas por un choque de manos y puños que terminaban juntándose en un sonoro y a veces doloroso golpe que, en un barrio bajo, tiene connotación doble de saludo y amistad muy profunda. Me miraba con fuerza, con sus ojos oscuros y profundos como el ónix y su cabello perfectamente lleno de gel y peinado con picos estilo carcelero. Y así él era uno de los agentes de Asuntos Internos y siempre era enviado de encubierto a las zonas más bajas de la ciudad… al igual que a las más altas. Siempre se destacó en lo que hizo y por ello le tuve y tengo mucha admiración.

Nada importante, wey –siempre fui un poco ruda con él, puesto que se prestaba para ello –sólo con algunos formularios de las  investigaciones de los delitos recientes que debo llenar antes de que acabe la jornada –respondía indiferente; mi trabajo en Criminalística nunca me fue muy llamativo, puesto que tenía que recopilar información que no me interesaba demasiado, además del pobre salario que recibía en esa dependencia -¿y tú? ¿vas a ir de encubierto nuevamente?

Simona la mona –siempre respondía con eso. Nunca entendí la gracia de esa frase ¿por qué alargarla tanto si puede sencillamente decir “sí”? –si me necesitas, estaré en los barrios altos.

Cámara, cuídate –me despedí nuevamente con el ademán del puño y volví a mi trabajo.
Siempre fui especialmente buena ligando hechos con información nueva recopilada por los demás peritos, eso era lo que me encantaba de estar ahí: manejar información en cantidades importantes y mantenerme llena de esos datos que pudieran ser relevantes en cualquier caso, para terminar llenando un informe al final.

Nunca fui tan allegada a la Criminología, lo que explicaría mi aversión a tratar con los autores de un crimen de una manera tan directa, y sólo me limito a recolectar la información y sintetizarla, y en ocasiones también a dar mi opinión como experta en esta materia… pero mi opinión ha tenido que ser buena si es que con ella y mis deducciones hemos atrapado a cinco asesinos seriales con rasgos psicopáticos.

Me levantaba lentamente de mi lugar, toda la información de los archivos estaba entre mis brazos y entonces choqué con alguien que me había hecho tirarlo todo.
Un joven de ojos oscuros adornados con unas pestañas tupidas y chinas fue el autor de ese desastre burocrático en el que tuve que reacomodar todos mis papeles, los cuales no me fueron fáciles de armar y juntar, sin mencionar que dentro de unas horas iba a tener reunión oficial con los detectives del caso actual… podría decirse que yo solo era una simple asistente.

¡Perdona! No siempre me fijo por dónde voy –se excusa, pero ni siquiera su espalda ancha, pestañas tupidas o sonrisa tierna pudieron desviarme de aquello en lo que mi mente estaba enfocada. Sólo me fijé en su cámara de fotografías… una réflex marca Nikon d5300 bien equipada con lentes intercambiables y flashes listos para hacer su trabajo -¿segura de que no quieres ayuda? –argumentó al verme muy ocupada y desesperada al intentar juntar de nuevo todos los casos –por cierto, soy Adrián.

Dile a quien le importe un carajo –respondí ruda, pero aparentemente no le interesó, porque me sonrió con una risa fugitiva escapándose de sus labios.

Es TDAH –me informa –tengo problemas de atención y creo que no te presté la suficiente.

Pero sabes usar una cámara compleja –remarqué.

Es sólo un privilegio por trabajar en un periódico.

Entonces eres buitre de la prensa… -dije sin pensar –no estás quedando exactamente bien enfrente de mí ¿sabes?

Huraña…

Ya me estás cayendo mejor, ahora sí dices lo que piensas –solté de golpe y le extendí la mano, él me la estrujó con una sonrisa en su rostro ligeramente cuadrado, el cual no se veía mal –Madeline.

Adrián…”

Sí, así conocí a esos dos; Memo, cuya apariencia ruda y comúnmente denominada “de barrio” intimida a casi todos los que se le acercan, a mí se me hizo muy reconfortante; y a Adrián, cuya presencia cubriendo los hechos en su trabajo como periodista me desestabilizó al momento de verle esas tupidas pestañas castañas, pero a mi temor y temblores quise encubrir con una respiración que terminó por volverse calmada, tierna… sin embargo, él al igual que un río, me llenaba y vaciaba a la vez. Sus ojos eran animales sedientos que buscaban a mi alma con desesperación, y al encontrar el vacío que suele dejar el cinismo y las ironías por las cuales tenemos que pasar a través del absurdo hecho de ser seres humanos, entendí que no sé lidiar con situaciones similares. Sólo comprendo que no me quedó más que hacer en ese momento que usar mi defensa ante situaciones nuevas e impredecibles, sepultar todo lo que estuviera volviendo mi mente loca, e intentar calmar a aquello que se desbocó y terminó por traducirse en lo que seguramente es tomado coloquialmente por una grosería.

Pero desde ese momento a ahora, ha pasado cerca de un año, y muchas cosas terminaron sepultadas bajo una tierra tan fina que es incapaz de mantenerse quieta, siendo erosionada con las risas o incluso roces ligeros de piel...

Sí. El más mínimo y leve toque de sus manos al abrazarme en un consuelo puede ser capaz de mover montañas, de vaciar el mismo mar, de alterar la presión de los cielos e incluso avivar los infiernos más exquisitos jamás inventados por la imaginación. Pero no hago más que aguantar todas y cada una de estas reacciones, creyendo que el infinito no se encuentra en las estrellas del cielo, sino en un lugar más recóndito e inimaginable: el soplar de sus labios.

Labios que sólo usamos para dirigirnos la palabra con insultos, porque de otro modo, sería incómodo y todavía más asfixiante. Al pensar en todo esto, al convertir las emociones en palabras, siempre faltará el aire que se necesita para exhalarlas todas.

En ocasiones el aire sobra y se aglomera en la garganta, busca un escape rápido, uno que sea comprensible para el cerebro y que también sea benigno. Tal vez, sólo tal vez unos orgasmos son capaces de deshacerse de ese aire de sobra, de ese momento en el que nos atoramos y buscamos no continuar. Eso es ese aire. Arrepentimiento que se junta y busca salir en espera de no existir nunca más.

Pero jamás se dará, se volverá un orgasmo reprimido en la espera de salir algún día por medio de respiraciones naturales que engendrarían más placer…

Si es que de golpe no les hubiera detenido, sustituyéndose por la calma que necesita un alma de vez en cuando.

Por la calma que me genera Lisandro.

Ese hombre me causa una calma impresionante, el extremo opuesto a mí, siempre capaz de apaciguar el fuego de mi alma con el frío de la suya. Una voz pasiva y tierna que evita que mis temblores se propaguen hasta el centro de la tierra y de vuelta. Me hace respirar tranquila e incluso su abrazo me hace dormir con anhelo de seguir despertando a su lado para seguir teniendo una vida simple…

…Pero yo no lo soy, siempre fui una persona desbocada cuyos pies jamás van a poder estar enraizados en un solo sitio en el mundo, eso es algo que jamás va a comprender o aceptar y aun sabiendo eso sigo ahí, con él, aniquilando con cada suspiro lo que él necesita. Aniquilo enamorándolo, aniquilo como total bastarda que sólo ilusiona con promesas que no se van a cumplir.

Debería sentirme culpable al pensar en esas cosas cuando de repente veo a sus ojos y la culpa se va, decidiendo que tal vez la calma propia de los lagos, en un universo alterno, sí es para mí.

Sonrío pensando en eso y analizando el cómo es que una persona puede hacerte cambiar tu vida, cómo es que una sencilla llovizna se puede volver un huracán que destruye todo a su paso y cambia los escenarios, creando nuevas perspectivas e incluso haciendo brillar las partes del paisaje que antes no se veían por estar sumergidas en el negro abismo del desconocimiento. Pero sigo sonriendo, tal vez alegre de que haya sido así o tal vez triste porque lo que yo creía de mí misma se derrumba enfrente de mis narices.

Volteo a ver mi teléfono. Desvío los pensamientos más aterradores de mi vida hacia ese aparato y le mando mensaje preguntando cómo va con el asunto que le encargué.

Me responde con rapidez. Siempre ha hecho su trabajo muy bien, y la verdad no me sorprende.

“Sólo ha hecho viajes al centro comercial a comprar vestidos caros y a conducir un carro caro. Estoy a dos cuadras de distancia con unos binoculares, entró a un hospital, ahorita te averiguo sus antecedentes”.

“Sigue vigilando” ordeno “algo con ella no cuadra”.

“Su ignorancia es lo que no cuadra. Llevo un rato viéndola y no se encuentra con el gober para nada, sólo regresa a dormir y sale a hacer compras y despilfarrar mis impuestos… culera”.

“Si ves algo nuevo, me avisas”.


“Simón”.