19 de octubre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 9

Me miran, todos me miran directamente a los ojos o a mis heridas, como si me evaluaran de forma lenta y rigurosa. Mi abuelo se congela conmigo, Nael me agarra de la cintura y me cubre la boca mientras que el niño se espanta y echa a correr.
-¿Corremos? –pregunto, pero ya me sé la respuesta.
Los fantasmas me han visto y no dudarán en ir a por mí si es que lo llegan a necesitar. No quiero más sorpresas el día de hoy así que intento apresurar el paso.
Me apoyo en mi bastón y busco irme de ahí cuando siento en mi cintura y debajo de mis brazos el calor de las manos de mi abuelo y Nael, quienes básicamente me están cargando, ayudan a que mi salida sea más rápida, pero mi corazón no lo resiste como yo espero que lo haga y se dispara al momento de latir.
Mis pies se empiezan a arrastrar por la tierra, el ajetreo no le hace bien a mi pantorrilla, la sigue martirizando con un dolor sin fin al momento de tener contacto con el crudo suelo. Ya casi no tengo aliento a pesar de lo poco que mi cuerpo me permite hacer.
Todo se ve borroso, mis párpados me pesan, mi pantorrilla me ha vuelto a sangrar y mis gemidos ahora se vuelven alaridos. Nunca supe en qué momento fue que mi cuerpo terminó en el suelo, recargado en el muro de una casita hecha de bloc frío, crudo y gris.
Vuelvo en mí al cabo de una hora gracias a un sonido que no puedo reconocer y que me ha despertado de golpe. También el niño contribuyó a liberarme de ese desmayo del cual al parecer Nael y mi abuelo no me pudieron sacar mientras que el pequeño arrastró mi cuerpo y lo trajo hasta acá… eso explica el palpitar de mi pierna y la línea de tierra que se encuentra en el suelo, sin mencionar todo mi ser lleno de polvo. Respiro con naturalidad y reviso mi pierna con sumo cuidado de no...
Saco un grito de mi garganta.
En efecto no puedo hacer nada sin dañarme a mí misma.
-¿En serio, cuerpo? ¿ahora me vas a hacer esto? –exclamo en voz alta, el niñito me pasa mi bastón y me quiere ayudar a levantar, pero le digo por favor que me deje en paz, que ahora no puedo andar.
No se rinde.
Me levanta de los hombros y me levanta la pierna que está lastimada, calentándola con sus manitas, entonces Nael y mi abuelo aparecen.
-Te ayudo –me dice Nael mientras pasa mi brazo por sobre sus hombros.
-Está empeñado –digo al aire, mi abuelo me sujeta de la cintura y sólo me escucha –si quiere volver a casa, tiene que hacerlo y no pedir que lo lleve por las tortillas.
-Tal vez era el alma de un niño muy obediente y no puede irse hasta haber cumplido una última voluntad –explica mi abuelo –recuerda que todos tenemos un pasado y una personalidad previa a la de la muerte.
-Ese niño es muy joven como para tener pasado –respondo –está demasiado limpio.
-Esa es la gracia de los infantes –dice él –que hacen todo sin dolo, dicen lo que piensan y obedecen con una inocencia muy grande. No tienes idea de la cantidad de fantasmas que llegan habiéndose arrepentido de no haber actuado como niños durante su lapso de vida.
-Gente que se cree muy madura y termina siendo muy mordaz ¿dónde he visto eso antes? –pregunto con ironía, obviamente estoy hablando de mí –lo que me impresiona de este niño es la inocencia con la que desea volver a casa.
-¿Por querer regresar con el encargo? –pregunta mi abuelo.
-No, por querer regresar a su cuerpo para cumplir el encargo –respondo yo –ser niño es ser lo suficientemente inocente como para apreciar una vida que al final te va a dar una patada directa en la cara.
-Pero él no lo sabía en el momento de vivir su vida –replica –si eres un niño del alma, la vida se resuelve por sí misma porque el pensamiento se simplifica, e incluso las soluciones absurdas pueden parecer brillantes, lo cual genera la imaginación y los obliga a experimentar.
-…y a crecer –completo –no es que me caigan mal los niños, solo quisiera que no vivieran en un mundo que los obliga a crecer de golpe y de manera cruda.
-Pero si viven en un contexto así, deja de ser crudo para volverse su realidad –interviene Nael –recuerda que la realidad nunca es la misma para nadie. Si que un niño quiera volver a su casa para cumplir un encargo se te hace tan fatal ¿por qué lo ayudas?
-Buen intento, Nael –le respondo –porque creo que en el trayecto entenderá que no debe buscar excusas para ir… -veo que hemos llegado a una casa de aluminio abandonada, de la que salen un par de personas mayores. El niño me ha soltado y corre en dirección a ellos.
Esto no me gusta para nada.
Lo reciben con un jovial abrazo lleno de alegría y estupor mientras le revuelven los cabellos y le limpian el rostro que ahora tiene poca sangre y le besan impacientes. Voltean a verme y me saludan con la mano, por lo que me siento con la confianza de acercarme más y más.
-¿Qué ha sucedido? –pregunto sin más. No son tan mayores como creía, sus edades oscilan entre unos treinta y cinco y cuarenta años, ambos son morenos y sus cabellos son largos, el de la mujer llega hasta la cadera. El hombre carga a su hijo sobre los hombros mientras éste se disculpa por no haber traído las tortillas.
-Hijo, eso no es ningún problema ya –le dice la madre emocionada por volver a ver a su hijo.
-¿Qué ha sucedido? –vuelvo a preguntar.
-Fuimos a buscarlo al mercado –responde el padre –y nos atraparon en un asalto. Sobrevivieron siete, pero nosotros no.
 -Lo siento… -respondo con dureza –debe ser difícil.
-Difícil para los que no tienen a sus seres queridos con ellos –dice la señora –ahora podemos irnos todos –sonríe mientras abraza a su marido y a su hijo –gracias por traerlo.
-De… de nada.
-Tu pierna sangra –señala la señora obviedad.
-Sí, me gusta que sangre –respondo –le da un toque hipster a mi cuerpo.
Coloca sus manos calientes en mi pierna, como todos los fantasmas últimamente y la alimenta de su energía. Se siente por un segundo como si mi pierna estuviera bien, pero sé que no durará mucho.
-Con eso será suficiente hasta que llegues con un médico –indica.
-Muchas gracias –respondo un poco más aliviada. Recojo mi bastón y doy media vuelta y sigo mi camino.
El niño me agarra la mano y volteo a verle a los ojos para después recibir un afectuoso abrazo. Sonrío un poco, sabiendo que así se siente el cariño inocente de un alma blanca, un alma que quisiera que todos tuvieran.
-Ya no te llevé por las tortillas –digo en voz baja, pero no le importa y me abraza aún más.
-Gracias –susurra y se va con sus padres.
Los tres han desaparecido de la faz de la tierra y ahora que están juntos van al juicio divino.
Y en lo que ellos reciben la buena de Dios, yo sigo mi camino mientras que mi mente sigue sumida en todo lo que me ha pasado el día de hoy.
-¿Y qué has aprendido de esto, nieta? –me pregunta mi abuelo. Me sorprende su curiosidad en estos momentos, pero no me queda otra cosa más que respirar y decir lo que siempre he pensado, pero que ahora reafirmo...
-Que no hay ninguna luz al final del túnel… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario