Me
miran, todos me miran directamente a los ojos o a mis heridas, como si me evaluaran
de forma lenta y rigurosa. Mi abuelo se congela conmigo, Nael me agarra de la
cintura y me cubre la boca mientras que el niño se espanta y echa a correr.
-¿Corremos?
–pregunto, pero ya me sé la respuesta.
Los
fantasmas me han visto y no dudarán en ir a por mí si es que lo llegan a
necesitar. No quiero más sorpresas el día de hoy así que intento apresurar el
paso.
Me
apoyo en mi bastón y busco irme de ahí cuando siento en mi cintura y debajo de
mis brazos el calor de las manos de mi abuelo y Nael, quienes básicamente me están
cargando, ayudan a que mi salida sea más rápida, pero mi corazón no lo resiste
como yo espero que lo haga y se dispara al momento de latir.
Mis
pies se empiezan a arrastrar por la tierra, el ajetreo no le hace bien a mi
pantorrilla, la sigue martirizando con un dolor sin fin al momento de tener
contacto con el crudo suelo. Ya casi no tengo aliento a pesar de lo poco que mi
cuerpo me permite hacer.
Todo
se ve borroso, mis párpados me pesan, mi pantorrilla me ha vuelto a sangrar y
mis gemidos ahora se vuelven alaridos. Nunca supe en qué momento fue que mi
cuerpo terminó en el suelo, recargado en el muro de una casita hecha de bloc
frío, crudo y gris.
Vuelvo
en mí al cabo de una hora gracias a un sonido que no puedo reconocer y que me
ha despertado de golpe. También el niño contribuyó a liberarme de ese desmayo
del cual al parecer Nael y mi abuelo no me pudieron sacar mientras que el
pequeño arrastró mi cuerpo y lo trajo hasta acá… eso explica el palpitar de mi
pierna y la línea de tierra que se encuentra en el suelo, sin mencionar todo mi
ser lleno de polvo. Respiro con naturalidad y reviso mi pierna con sumo cuidado
de no...
Saco
un grito de mi garganta.
En
efecto no puedo hacer nada sin dañarme a mí misma.
-¿En
serio, cuerpo? ¿ahora me vas a hacer esto? –exclamo en voz alta, el niñito me
pasa mi bastón y me quiere ayudar a levantar, pero le digo por favor que me
deje en paz, que ahora no puedo andar.
No
se rinde.
Me
levanta de los hombros y me levanta la pierna que está lastimada, calentándola
con sus manitas, entonces Nael y mi abuelo aparecen.
-Te
ayudo –me dice Nael mientras pasa mi brazo por sobre sus hombros.
-Está
empeñado –digo al aire, mi abuelo me sujeta de la cintura y sólo me escucha –si
quiere volver a casa, tiene que hacerlo y no pedir que lo lleve por las
tortillas.
-Tal
vez era el alma de un niño muy obediente y no puede irse hasta haber cumplido
una última voluntad –explica mi abuelo –recuerda que todos tenemos un pasado y
una personalidad previa a la de la muerte.
-Ese
niño es muy joven como para tener pasado –respondo –está demasiado limpio.
-Esa
es la gracia de los infantes –dice él –que hacen todo sin dolo, dicen lo que
piensan y obedecen con una inocencia muy grande. No tienes idea de la cantidad
de fantasmas que llegan habiéndose arrepentido de no haber actuado como niños
durante su lapso de vida.
-Gente
que se cree muy madura y termina siendo muy mordaz ¿dónde he visto eso antes? –pregunto
con ironía, obviamente estoy hablando de mí –lo que me impresiona de este niño
es la inocencia con la que desea volver a casa.
-¿Por
querer regresar con el encargo? –pregunta mi abuelo.
-No,
por querer regresar a su cuerpo para cumplir el encargo –respondo yo –ser niño
es ser lo suficientemente inocente como para apreciar una vida que al final te
va a dar una patada directa en la cara.
-Pero
él no lo sabía en el momento de vivir su vida –replica –si eres un niño del
alma, la vida se resuelve por sí misma porque el pensamiento se simplifica, e
incluso las soluciones absurdas pueden parecer brillantes, lo cual genera la
imaginación y los obliga a experimentar.
-…y
a crecer –completo –no es que me caigan mal los niños, solo quisiera que no vivieran
en un mundo que los obliga a crecer de golpe y de manera cruda.
-Pero
si viven en un contexto así, deja de ser crudo para volverse su realidad –interviene
Nael –recuerda que la realidad nunca es la misma para nadie. Si que un niño
quiera volver a su casa para cumplir un encargo se te hace tan fatal ¿por qué
lo ayudas?
-Buen
intento, Nael –le respondo –porque creo que en el trayecto entenderá que no
debe buscar excusas para ir… -veo que hemos llegado a una casa de aluminio abandonada,
de la que salen un par de personas mayores. El niño me ha soltado y corre en
dirección a ellos.
Esto
no me gusta para nada.
Lo
reciben con un jovial abrazo lleno de alegría y estupor mientras le revuelven
los cabellos y le limpian el rostro que ahora tiene poca sangre y le besan
impacientes. Voltean a verme y me saludan con la mano, por lo que me siento con
la confianza de acercarme más y más.
-¿Qué
ha sucedido? –pregunto sin más. No son tan mayores como creía, sus edades
oscilan entre unos treinta y cinco y cuarenta años, ambos son morenos y sus
cabellos son largos, el de la mujer llega hasta la cadera. El hombre carga a su
hijo sobre los hombros mientras éste se disculpa por no haber traído las
tortillas.
-Hijo,
eso no es ningún problema ya –le dice la madre emocionada por volver a ver a su
hijo.
-¿Qué
ha sucedido? –vuelvo a preguntar.
-Fuimos
a buscarlo al mercado –responde el padre –y nos atraparon en un asalto.
Sobrevivieron siete, pero nosotros no.
-Lo siento… -respondo con dureza –debe ser
difícil.
-Difícil
para los que no tienen a sus seres queridos con ellos –dice la señora –ahora
podemos irnos todos –sonríe mientras abraza a su marido y a su hijo –gracias por
traerlo.
-De…
de nada.
-Tu
pierna sangra –señala la señora obviedad.
-Sí,
me gusta que sangre –respondo –le da un toque hipster a mi cuerpo.
Coloca
sus manos calientes en mi pierna, como todos los fantasmas últimamente y la
alimenta de su energía. Se siente por un segundo como si mi pierna estuviera
bien, pero sé que no durará mucho.
-Con
eso será suficiente hasta que llegues con un médico –indica.
-Muchas
gracias –respondo un poco más aliviada. Recojo mi bastón y doy media vuelta y
sigo mi camino.
El
niño me agarra la mano y volteo a verle a los ojos para después recibir un
afectuoso abrazo. Sonrío un poco, sabiendo que así se siente el cariño inocente
de un alma blanca, un alma que quisiera que todos tuvieran.
-Ya
no te llevé por las tortillas –digo en voz baja, pero no le importa y me abraza
aún más.
-Gracias
–susurra y se va con sus padres.
Los
tres han desaparecido de la faz de la tierra y ahora que están juntos van al
juicio divino.
Y
en lo que ellos reciben la buena de Dios, yo sigo mi camino mientras que mi
mente sigue sumida en todo lo que me ha pasado el día de hoy.
-¿Y
qué has aprendido de esto, nieta? –me pregunta mi abuelo. Me sorprende su curiosidad en estos momentos, pero no me queda otra cosa más que respirar y decir lo que siempre he pensado, pero que ahora reafirmo...
-Que
no hay ninguna luz al final del túnel…
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