21 de diciembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 17

-Despejen –dicen con calma, repitiendo un proceso que para ellos no es ni será nuevo: alguien con un problema en el corazón.
Descargan sus desfibriladores en mi cuerpo una y otra y otra vez, todo mi torso se separa de la cama de un salto, intentan inhumanamente el traerme a la vida con un aparato que seguramente de las planchas está frío, pero que ha de producir un calor inesperado o…
¡O yo qué sé!
Solo sé que mi cuerpo está saltando por los aires sobre una cama de hospital mientras yo, o quien se supone que soy yo en este momento, piensa y habla consigo misma a la vez que veo todo a mis lados, al frente… incluso hacia atrás, a la pared blanca de hospital que me tiene encerrada en una habitación algo grande, pero llena de gente ahora que todos han acudido a ver mi problema cardiaco.
Y todas las almas de todos los médicos, todos sus fantasmas están en la habitación, generando un estrés particularmente nuevo, porque ahora sí se dirigen a mí, aunque sean solo sus miradas.
Siento algo en los brazos, los que muevo levemente hacia arriba, pero no se levantan, solo se arrastra una masa incolora que tiene la forma de mi cuerpo y trata de despegarse un poco, arrastrándome al dolor increíble e imposible que esto conlleva.
Y a mis lados, veo a Axel, Nael y a mi abuelo sosteniendo mis extremidades; Axel mi brazo izquierdo; Nael, el derecho y mi abuelo ambas piernas. Los siento con mucha vivacidad y entonces comprendo lo que está pasando en ese instante.
Soy un fantasma que intenta liberarse de su cuerpo.
De inmediato Axel agarra mi cabeza e intenta mantenerla en su sitio para que no se salga. El calor por el dolor recorre mi ser, la ansiedad me gana incluso en este estado de la vida; y a pesar de que puedo ver todas y cada una de las cosas que se encuentran a mi alrededor, no entiendo cuáles son las intenciones de estas personas al buscar mantenerme viva.
Pero no aguanto el querer gritar y agitarme y mover las cobijas y hacer todo un desbarajuste increíble enfrente de todos. Pero entonces recuerdo que soy solo un alma y que mi cuerpo es un ente inerte en este momento… y aun así no se me pasan las ganas de querer romperlo todo.
Este dolor es mil veces peor al dolor que me infringe el cuerpo cuando entro en el periodo, cuando mi cuerpo arde desde la más remota parte de mi pelvis para extenderse ese dolor hasta la garganta, mas no puedo evitarlo, y se muda de pierna en pierna, de brazo en brazo y finaliza en mi cabeza para renacer y volver a matarme con ese odio que me tiene.
Ese es el dolor de la muerte.
Abro los ojos, volteo a ver a Nael, quien me dedica una mirada seca y al final me barre y me sonríe con un poco de cinismo, tal vez vanagloriándose, tal vez recordando internamente… que este era exactamente el mismo dolor por el que su alma pasó al chocar ese camión.
Este es el dolor de todos los males, el dolor inexplicable de la caída directa a la peor de las sensaciones…
Este es el dolor del infierno.
-¡Ayúdame! –imploro a mi abuelo, pero él no me dice nada, solo baja la mirada con el peso de la decepción sobre ella, añorando que yo hubiera pasado por momentos mejores… y tal vez nunca haber almacenado tanto odio en el corazón.
Y con su mirada entiendo que no puede hacer nada por mí. Jamás pude ser buena persona en general. Siempre tan arisca, tan fría y tan indiferente con las personas…
¿Un amigo de verdad? Nunca lo tuve, nunca fui lo suficientemente abierta, porque cuando alguien se me acercaba en el pasado, veía a sus fantasmas, pensaba si éstos eran buenos o malos y entonces me ganaba el nerviosismo, no sabía qué hacer, y me ponía a parlotear principalmente por las ansias de quererlo abandonar todo, tal vez con las ganas de tener una vida más normal, tal vez con ganas de intentarlo, pero siempre esas ganas se disolvían en cuanto alguien entraba por la puerta de mi vida y la contaminaba con todos sus fantasmas, engentándome cada vez más aunque fuera con solo su presencia, aunque no me dirigieran la palabra… aunque no tuviéramos siquiera el contacto suficiente como para saber que algo iba a surgir.
Así viví un gran trecho de mí, huyendo, escabulléndome de todo y sin siquiera intentar entablar algo con alguien.
Y siempre fue así… hasta que alguien se interesó por mí lo suficiente como para soportarlo y creer que podía depositar todo mi ser en él, pero terminó por fallarme tanto su alma como sus fantasmas detrás, todos grises o de alma negra.
Ninguno me confería la tranquilidad que yo necesitaba, y el alma que yo creía que lo haría terminó por volverse insoportable y pesada, por lo cual la alejé y me quedé sola en todos los sentidos… otra vez.
Y de nuevo, sin rumbo determinado o fijo, vagué por la vida rutinaria, sin mostrar afecto, sin necesitarlo, sin entenderlo. Hasta que por la situación más común e inesperada, la que me generaría esta soledad y esta encrucijada, y a la que seguiría odiando por sobre todas las cosas –el entendimiento de la vida por parte de mis círculos más cercanos por obligación- decidí huir tomando un camión que me dejara cerca de la residencia de un cuerpo en descomposición desde hace más de veinte años, y tratara de ver si su alma me podría guiar como lo hubo hecho desde el momento en el que la vi por primera vez para evitar que me volviera lo que yo creía que era y lo que Axel es: un alma gris que tuviera una muerte indolora, una muerte que en el sentido de las almas no vale la pena.
O tal vez para evitar la situación que ahora se suscita sin más o menos. La muerte más dolorosa que jamás pude haber tenido, la muerte que me garantiza que seguiré sufriendo.
Y todos estos pensamientos se generan en el mismo segundo en el que mi cuerpo vuela por los aires con la siguiente descarga del desfibrilador, matándome y a la vez acortando mi muerte, porque el dolor se disipa en segundos, cuando el electrocardiograma muestra leve normalidad en los latidos de mi corazón, pero éstos vuelven a perderse.
Y veo de nuevo a ese muchacho de ojos brillantes y cansados por todos los sucesos del día ¿y puedo yo culparlo?
Creo que no.
Toparse conmigo no fue decisión de él, mucho menos mía. Retiro mi vista de sus ojos puros, y me lleno de tristeza.
Axel deja mi brazo en paz, el cual ya no intenta desprenderse de mí misma, lo mismo con Nael y mi abuelo… mi corazón se ha restablecido.
Todos los sentimientos que se juntan en este mismo instante me obligan a querer descansar… tal vez para siempre. Duermo unos segundos.
Despierto en la habitación. Todo sigue igual, pareciera que han pasado horas pero las siento como si hubieran sido un instante, unas equivalentes a segundos. Al voltear, me veo a mí misma mirándome fijamente en una silla y sonriendo mientras tararea y me sonríe con cinismo, tal vez algo de insolencia.
-¿Y qué me ves? –le pregunto con ira y un poco de escepticismo.
-Nada, solo lo destrozada que estás –me responde ¿o me respondo? A estas alturas no tengo idea de nada –y dime ¿qué se siente estar el doble de jodida de lo normal?
-Creí que eso preguntarías –digo sin voltear a verla. Me sonrojo por la furia y la naturaleza de la pregunta –pero deberías saberlo tú ¿o no?
-No soy lo suficientemente idiota como para dejarme vencer por un par de choques, pero tampoco soy lo suficientemente inteligente como para poder mantener algo bueno en mi vida, ni siquiera lo bastante lista como para evitar pudrirme en el infierno como sabes que lo merezco, y por lo mismo que lo mereces.
-Sabes que no merezco el infierno…
-Pero tampoco mereces estar en el cielo, un amor precisamente no eres –escupe las palabras como… como yo –y si sabes que eres una mierda ¿por qué demonios intentas mantener la vida? Hubiera sido mejor que te hubieras dejado ir y les ahorrabas a los médicos el esfuerzo de sacar el desfibrilador.
Sus palabras me dan rabia, más de la que yo creía.
-¿Y si es cierto lo que decía Jaden? Que no eres más que una loca psicótica que escucha cosas raras porque necesita recluirse y medicarse no es una opción a descartar.
-Yo tengo una habilidad estúpida con la que no quiero convivir, pero eso no significa que me deba matar –defiendo –sé que no soy linda, pero…
-¿Qué no eres linda? Eso es más que una corta descripción de tu humor de perros. Mátate, salte del cuerpo y déjate vencer, que a nadie le va a importar.
-Tal vez a ese chico…
-¿Quién? ¿el que te trajo hasta aquí? ¡por favor! –exclama riendo –una vez que te conozca va a haber deseado no haberte salvado. Solo eres una carga para todos a tu alrededor, para tus padres… para Jaden lo eres, si no fuera así, no estaría llorando por ti.
-El que ese imbécil se embriagara no es mi culpa, el que me mandara mensajes así tampoco lo es.
-Pero es tu culpa por haberlo enamorado, por hacer que se preocupara en vano por un caso perdido. Es tu culpa por todo eso y tal vez más. La solución que te ofrezco es que me liberes, y te liberes a ti misma de todo esto, solo me estás oprimiendo –argumenta y no me inmuto ante lo que me dice. Solo quisiera que sus palabras no fueran del todo ciertas.
¿Quién me necesita? Ni siquiera me cuido bien a mí misma, si lo hiciera, dormiría mis ocho horas reglamentarias, tal vez incluso cuidaría mi alimentación y me valdría un carajo todo lo demás. Pero no es así, y procuro a veces incluso matarme mentalmente en sueños para no despertar al día siguiente.
Y pensar en la abuela del chico que me trajo hasta acá, la que incluso danzaba cantarina con las almas de quienes veía, me hacía pensar que tal vez desperdiciaba una gran capacidad. Pero en su caso, tal vez no se sentía sola, porque no hay nada más doloroso que estar tan solo y a la vez… saberte solo de verdad.
-Sabes que si te quisieras, lucharías un poco, incluso en todas las noches que pasas en vela –me recuerda.
-No es que no duerna por odio a mí misma –le digo, me digo –no duermo porque no puedo.
-Por temor a las pesadillas.
-Odio las malas noches casi tanto como odio los malos sueños, pero son más llevaderas que el cargar con aquello que atormenta a tu alma y se manifiesta en la mente. Por eso no duermo, no me gusta enfrentar al subconsciente.
-¿Y quién te dijo que tienes que hacerlo? –su oferta es tentadora ahora que me planteo la siguiente pregunta: ¿quién me necesita? –solo puedes intentar una cosa: liberarte.
Se levanta y se dirige a mí lentamente, extiende las manos y ahora presiona mi cuello.
Pero despierto de golpe y con la respiración agitada cuando veo al muchacho agitándose la mano, y el dolor corre por mi mejilla junto con una respiración agitada.
-Eres un caso extraño, mujer –me dice, lo escucho atentamente –empezaste a gritar de la nada y traté de calmarte de algún modo. Nunca antes he golpeado a una mujer y te suplico que me perdones por ello.
Mis ojos están abiertos de par en par.
-Y espero que no te moleste, pero tus padres vinieron… y un tal Jaden también –completa. Me le quedo mirando cuando los médicos entran a la habitación y me inyectan con algo que me deja sedada, casi tumbada.
Despierto al día siguiente, con el chico dormido encima de mí y sonrío de lado, un poco conmovida cuando veo que el fantasma de su abuela le acaricia los cabellos castaños. Su mirada de niño tierno me empieza a fascinar un poco.
Levanto las piernas, y me percato de algo muy curioso, tal vez incluso gracioso.
Ya no tengo pantorrilla.
Me la han cortado en un proceso quirúrgico, algo escucho, es a los doctores diciendo que tenía una necrosis que se pudo detener gracias a la rápida acción de decisión de mis padres.
El brazo lo tengo enyesado y mi corazón sano y salvo al parecer. Mis padres actuaron rápidamente, y nunca antes pensé que pudiera verme envuelta en la duda que conlleva el pensar si les debo agradecer u odiarles durante toda mi existencia.
Entran volando a mi cuarto, y los veo con extrañeza mientras me abrazan los dos con preocupación y mucho de lo que llaman afecto mientras lloran y exclaman lo felices que se encuentran por hallarme “bien” dentro de lo que cabe al yo haber perdido una pantorrilla.
Y Jaden entra a la habitación, exclamando lo triste que estuvo en cuanto supo que yo no me encontraba. Tiene ojos de crudo, y me mira con decepción y tristeza por tal vez perder una pierna… eso me obliga a no querer verlo.
En cambio, el otro muchacho, el de los ojos puros me dirige una mirada alegre, sobria y cansada, pero que no deja de brillar como si se trataran de un par de estrellas.
-Por cierto, me llamo Esteban –me dice.
-Leah –respondo –mucho gusto –me da la mano con un apretón al que respondo contenta por primera vez.
Un doctor entra al cuarto y habla con mis padres, después me dice que tengo que reposar un par de días y que me llevarán a casa.

-¿Me puede prestar un teléfono? –pregunto a una enfermera, quien me pasa mi maldito celular indestructible de inmediato.
-Creo que sabes lo que quiero –me dice Nael al verme a los ojos. Me susurra un número telefónico y empiezo a hablar.
-¿Qué dices? –responde una voz femenina al otro lado de la línea -¿Quién eres? ¿Por qué me dices algo así?
-Soy alguien que lo conoció, y es la verdad… y se arrepiente de todo –le contesto –si no me quieres creer, no lo hagas, pero sé lo que te digo.
Cuelga el teléfono, y entonces Nael desaparece guiñándome un ojo.
-Creo que ya me toca a mí –dijo antes de desvanecerse.
-¿Qué te pidió? –pregunta Axel curioso, solo sonrío y le digo que hay cosas que simplemente no se pueden contar, son secretos que se tienen en el alma, y Nael la tenía a ella lo suficientemente profundo como para ofrecer una disculpa.
-No importa –le digo –creo que tú deberías volver a tu casa.
-No –me dice –quiero vivir lo que me faltó de alguna manera, ¿por qué no? Te acompañaré a tu ciudad.
-Espero que no te aburra mi vida monótona –le respondo.
-Soy un alma gris, soy aburrido –me replica y empiezo a reír.
-Tienes mucho aún por aprender –me dice mi abuelo, pero ya no lo ignoro.
-Y tú me vas a enseñar –le contesto. Mis padres entran a mi cuarto con una silla de ruedas y un par de muletas.
La enfermera regresa y me sienta en la silla.
No pasan muchas horas para que yo esté de vuelta en casa, sentada, platicando con Axel y mi abuelo mientras mis padres me miran como siempre lo han hecho: con reservas.
Tocan la puerta.
Mi madre abre con cuidado y deja entrar a Esteban, quien se sienta enfrente de mí y me toma de las manos.
-¿Cómo estás? –pregunta con interés y una sonrisa que me mueve por dentro, solo respondo, continúo la conversación con finura mientras rechazo las llamadas de Jaden, quien no hace más que seguirme incomodando –eso de las almas errantes que ves, me es interesante… siempre le quise hacer a mi abuela algunas preguntas.
-Puedes hacérmelas a mí y con gusto ella te responderá –le digo con una sonrisa que intenta ser igual de amable que la suya, pero no lo logra, o eso creo yo. Sin embargo, sigue conmovido conmigo.
Entonces empieza a hablar…

Y yo empiezo a creer que he dejado de estar como una alma errante en el viaje de la vida, empiezo a creer que he encontrado en una parte del mundo mi lugar.

[FIN]

7 de diciembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 16

Siento mi mano caliente, como si algo suave la envolviera, un trozo de una cálida… venda. Una mano vendada envuelve a la mía mientras la acaricia y me mira a la cara, a los ojos. Mirada que rehúyo de inmediato, pero parece no notarlo. La sigo rehuyendo mientras me veo el cuerpo recostado en una cama de hospital; estoy tapada hasta el cuello y veo una mancha de sangre impresionante en uno de mis costados.
Pero no me duele…
Y entonces recuerdo cómo es que el camión impactó contra el carro en ese cruce. El dolor ha regresado, y con él todo el recuerdo. El carro impactó contra uno de los edificios y entonces mi cabeza se golpeó con la puerta.
Entra en negros hasta este momento.
Y despierto en una cama de hospital, tomada de la mano por el mismo muchacho de ojos estrellados que no deja de imprimir un sentimiento de cuidado y protección hacia mí, un sentimiento que solo puedo detectar porque le brillan los ojos de esa manera al verme, fulgor que se combina con un ceño fruncido que no deja ver otra cosa más que una tristeza fulminante.
En mi experiencia viendo a la gente llorar, tengo la vaga idea de que de eso se trata la preocupación, y que seguramente ha de sentir el mismo sudor frío y estrés que a mí me genera. Acaricia mi mano con la izquierda, la que no está vendada, dejándome sentir en su piel cariño que no podré sustituir con nada.
Es la única persona a la que me dan ganas de sonreírle. A pesar de toda esta situación, me dan ganas de reírme ligeramente.
--Saldrás de esto, tranquila –me dice con tal convencimiento que le creo –sé que podrás.
--Gracias –le digo, pero me sigue mirando con la misma fijeza con la que lo hubo hecho desde que abrí los ojos.
--Sé que no te pude sacar de esto, y también creo que es mi culpa -explica -en cuanto el carro chocó, traté de volantear para detenernos, pero ya no logré detenerlo y entonces perdiste la conciencia y ese fierro se impactó contra tu pecho; el edificio se destruyó y el carro acabó volcado, rompí la ventanilla con el pie para poder salir, abrir la puerta, sacarte… -sigue explicando, pero ahora pierde la mirada, viendo hacia no sé dónde. No puedo dejar de verle, me inflige tanta pena que no quiero perderle la vista para que se eche a llorar -llamé a una ambulancia con tu teléfono. Llegamos a la ciudad en solo 30 minutos…-traga con pesadez -perdón por causarte todo esto –empieza a lagrimear, no me gusta verle así.
Quiero mover la mano, intento devolverle los mismos gestos de cariño con los que me ha estado tratando, e incluso pienso en preguntarle el nombre, porque por primera vez me interesa saber con quién estoy tratando. Algo va mal. Muy mal.
No puedo mover la mano a mi voluntad, realmente no puedo mover nada, siendo que lo intento con todas mis fuerzas. Respiro con fuerza, me agito al intentarlo otra vez, quiero seguir haciéndolo, sé que estoy a punto de lograrlo.
Pero un dolor horrible me carcome el pecho y se desplaza a todo mi cuerpo.
El electrocardiograma se vuelve loco, el dolor va en aumento. Pero mi cuerpo sigue sin moverse cuando en estos momentos seguramente me retorcería del dolor como si fuera un gusano que está adentro de un salero. Mi respiración se vuelve turbia, intento gritar, lo hago para mí… pero mi boca no se ha movido.

Entran las enfermeras y los doctores alarmados y con un desfibrilador en las manos.

30 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 15

Llevamos una hora de camino sin dirigirnos la palabra, y en mis suposiciones vagas y superfluas, un silencio así de pesado, significa “sí”. Si en cualquier otra mente, un silencio no concede a una petición, quiere decir que el dueño de dicha cabeza es alguien que no comprende cómo funciona el mundo.
Sigo resoplando a las ventanas, la lluvia cae de nuevo y se lleva con sus gotas todos mis pensamientos; un pensamiento por cada gota de lluvia, una nueva manera de ver al mundo con cada trozo de agua que se desprende de un cielo de ideas originales, que entonces se convierten en ideas desprendidas e inútiles, porque solo hasta que aterrizan en el suelo, se uniforman y se muestran como lo que son: otro cúmulo de algo que ya existió.
Y entre tantos cúmulos, solo me queda seguir pensando en cómo voy a vivir mi vida sin una pantorrilla en caso de que me la quiten, cosa que sí ocurrirá si mi carne sigue sufriendo esta necrosis muscular. No dejan de surgir ideas sobre andar con una prótesis o con una muleta, tal vez pedir limosnas en la calle o exagerar y pedir que me corten las dos piernas porque el mundo ya no tiene sentido.
En caso de que pase cualquier cosa, solo trataré de ser positiva cuando descubra cómo hacer eso.
--¿Y cómo se siente? –me pregunta mi compañero de viaje, el que sí está vivo.
--¿De qué hablas?
--La soledad –remarca -¿cómo se siente creer que estás sola cuando en realidad te acompañan más personas de las que crees?
--Me das ternura –respondo –no sabes nada de mí y ya crees que me puedes leer como a un libro de secundaria –lo volteo a ver, sus ojos siguen fijos en la carretera –ya crece, la vida acompañado es solo para aquel que desea vivirla. No tengo compañía, no deseo vivir.
--Ay niña –me dice –si sonrieras aunque fuera un poco, imagino que serías hermosa, pero tu mentalidad se niega a mostrar la flor que llevas adentro.
Sonríe un poco, y si habláramos de sonrisas bonitas, la de él no se queda atrás, por lo genuino que se muestra al momento de torcer así la boca, por lo genuino que se muestra cuando expresa una alegría infinita resumida en una sonrisa de gato tierno… es una pena que yo no pueda hacer eso. Si se tratara de sonreír para alegrar al mundo, tal vez yo no estaría contenta con los resultados, porque ni a mi familia le sonrío.
Suena mi teléfono, vibrando en el bolsillo de mi pantalón que ya está roto, sucio y echado a perder prácticamente. Lo saco… maldito teléfono intacto, vivo yo más de mil emociones en un día y ni siquiera parece que esté rayado. Apuesto a que si cayera un asteroide a la tierra, el teléfono quedaría como único sobreviviente después algunas cucarachas inmundas que pueblan la tierra… y los pequeños animalitos rastreros que se encuentran en las cloacas.
Veo el mensaje que está haciéndolo sonar y vibrar con un chillido insoportable…
Jaden.
“kiieRoh r3gr3zz@Rc c0nthyjo0…” se lee, seguramente está ebrio.
Elimino el mensaje, valiéndome un pedazo de pepino bien verde, mientras veo que mi madre no me ha marcado, cosa que se me hace muy extraña viniendo de ella, porque siempre está ametrallándome con llamadas que suelo “perder”.
Quiero arrojar mi teléfono por la ventana, desprenderme de él, no tener nada que ver con la gente ni con las redes sociales que me obligan a tener para cumplir con estatutos sociales, que nada me ate a este mundo material. Ganas de huir.
Huir…
Y ya he huido muy bien. Me doy cuenta de ello en cuanto veo a mi alrededor y noto que estamos dejando atrás la carretera. Ya hemos llegado al centro de Ixmihuilcan, cerca de un cruce en cruz en el que nos ha detenido una luz roja de semáforo, estamos atrás de cinco carros. Ya estoy a nada de llegar a casa.
Y la nostalgia que me trae el hecho de regresar se evapora cuando me imagino la regañada con la que me van a recibir en cuanto llegue.
--Pero te gusta estar sola ¿no? –me dice mi abuelo, dirigiéndome su mirada a través de los retrovisores –debes reconocer que en ocasiones es un tormento.
--Cito: “Por separado somos mejores, más sabios y más sensatos. La adscripción a un grupo puede convertir a un mismo individuo sereno y amable en el mismísimo demonio” –le digo a mi abuelo la frase de un libro que leí para la escuela –y como no quiero convertirme en uno, lo que haré será no adscribirme a ningún grupo. Ese es mi método, esa es mi vida.
--Pero necesitas de los otros para seguir adelante.
--Necesito de los otros para que dejen de necesitarme. En cuanto lo hayan hecho dejaré de ser útil y por ende, ellos ya no serán útiles para mí y seré feliz.
--¿Cómo puedes ser feliz si estás incompleta? –me responde, volteo a ver a mi pierna.
--Creo que lo superaré –digo con una sonrisa cínica.
El semáforo ha cambiado a verde, avanzamos hacia el cruce, parpadeo tal vez una o dos veces, el chico me sonríe, yo me sonrojo ligeramente, pero no puedo negar que me ha movido algo por dentro, algo más allá que el alma gris y simpática de Axel. Intento sonreír ligeramente.
Pero mi ceño se ha fruncido y dejo de mirarle solo para voltear a la ventanilla de su puerta.
--¡Cuidado! –grito desgarrándome la garganta. Él voltea a ver de qué estoy hablando, pero el impacto es demasiado, no ha podido reaccionar.
Un camión que choca contra nosotros, interrumpiendo mis palabras.

23 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 14

--¿Y a dónde me llevas? –le pregunto para desviar el tema.
--A la ciudad –me responde –te caíste de espaldas y cuando te levanté, tenías una gran mancha de sangre. Empezó a brotar después de que te desmayaste, y tu pierna ya se veía muy mal –explica –me tomé la molestia de revisarla y entonces me dije a mí mismo que tenía que apresurar el paso y llegar a la ciudad porque…
Entonces deja de hablar, pero sé perfectamente lo que le cruza por la cabeza.
Volteo a verme la pierna impactada por lo que me ha dicho, se me revuelve la vida y entonces se combina una imagen de una parte de mi ser que acaba de verse envuelta en la certeza de que va a perder más que ganar después de haber pasado por este viaje.
Y todos mis pensamientos más terribles se sintetizan en una frase:
--¡Oh, diablos!
Mis ojos se han nublado por las lágrimas, creo que esa pequeña palabra no ha servido para expresar todo lo que me cruzó por la mente en cuanto me dijo que mi carne se estaba muriendo.
--…Lo siento –me dice el chico, del que no sé su nombre, y me agarra de la mano. Le sonrío y mi primer lágrima corre por mi mejilla, esperando caer sobre mi ropa –aunque esto me lleva a preguntarte –mientras formula bien su pregunta, volteo yo a donde se suscita la pelea, percatándome de que ya no están ahí.
--Creo que es hora de que le digas a tu amigo que acelere, o que mínimo prenda este cacharro –espeta Nael, pero finjo no escucharlo, entonces Axel entra en escena.
--No creo que debas presionarla, y si lo vuelves a hacer con dolor, te vuelvo a hacer llaves –amenaza, pero no le encuentro sentido a ello. Ellos ya no sienten.
--Dejen de pelear –dice mi abuelo –ustedes deberían estar avergonzados de su comportamiento, y si te apura llegar a tu destino, Nael, no es la manera de expresarlo –dice, pero el cínico solo pone los ojos en blanco y se sienta en el asiento trasero –mi nieta pasa por un momento que ni con el calor de nuestras manos pudimos arreglar… si me apoyaran para que se le olvide por un segundo, tal vez podamos llegar a nuestros destinos ¿me entiendes, Nael?
--Sí, su señoría –responde cínico y vuelve su mirada a la carretera que está tan estática como el carro.
Doy un respiro y trato de dormir pensando en que tal vez, solo tal vez… me quede sin mi pantorrilla.
No he interferido, solo los escucho y de vez en vez vuelvo la mirada hacia la parte trasera de la cabina, viendo que mi abuelo ya lo ha puesto en cintura, pero eso no me quita la sensación de inutilidad que cargo sobre los hombros.
Tengo la mano del muchacho que me recogió todavía envolviendo la mía, pero finjo que no me doy cuenta para sentir un poco del apoyo real que no hube sentido en todos estos años de vida. Ahora sí lo volteo a ver, notando que sus ojos de estrellas no se han despegado de mi mirada.
Me aferro a su mano como si se me fuera el alma en ello, mi otra mano ha abrazado a mi pierna mala sin darme cuenta, suelto mi pierna y me abalanzo hacia él en un abrazo que me nace del corazón y me dicta decir “gracias” con un poco de lágrimas que acompañan a mis emociones encontradas.
--Sé que no te conozco y que tal vez ni siquiera sabes por qué te lo digo o tal vez ni siquiera te importo –empiezo –pero… gracias.
--Estás sola en el mundo ¿verdad? –responde sin pensar, a lo que lo abrazo con más fuerza –eso creo que es un “sí” –y corresponde a mi abrazo sin decir más.

En mi experiencia sin hablar con el mundo y dejar que otro me susurre al oído cosas que no quiero escuchar, entiendo que hay veces en las que las palabras sobran.

17 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 13

Veo mi pierna envuelta en un trapo blanco y ahora húmedo y caliente, veo también ventanillas y un asiento suave y reclinable en el que estoy recostada. El parabrisas chorrea en agua de lluvia y mi conocimiento regresa poco a poco… lo que me lleva a pensar... ¿por qué hay un parabrisas enfrente de mí?

Estoy en el carro de un desconocido.
Me muevo rápidamente para intentar salir, pero estoy amarrada con el cinturón de seguridad, intento abrir la puerta.
--No seas tarada –me dice Axel mientras toma mi brazo –te vas a caer y mira cómo estás.
--No puedo ponerme peor –respondo sin importarme ni un segundo el hecho de que estoy hablando sola en apariencia. Me descontrolo y busco abrir la puerta, pero se cierra el seguro automáticamente.
--Sí puedes –responde el chico de ojos cafés que conduce la camioneta que vi minutos antes de desmayarme –y lo vas a hacer si no te calmas aunque sea un poco.
--¿Y a ti qué te importa? –respondo agresiva, pero no me interesa hasta que lo veo a los ojos… y toda su cadena familiar se desata enfrente de mí.
Veo a tres de sus abuelos y a aquellos que por edad ya murieron, bisabuelos y todavía a más miembros más lejanos. Uno de ellos es un niño y se me acerca para abrazarme la pierna que está en estado decente -no tan destrozada como la otra- y se queda aferrado a ella. No hago nada, es un niño, solo puedo poner los ojos en blanco.
Mis manos no tienen fuerza suficiente para mantenerse aunque sea unos segundos estiradas, por lo que me recuesto y volteo a la ventanilla únicamente para ver que la lluvia empeora.
--Verla con odio no hará que se detenga… -me dice el muchacho que conduce la camioneta mientras que mi abuelo me da un pequeño masaje en las sienes. Axel contempla la ventana desde la parte trasera de la cabina junto con Nael, quien se ha absorto en la carretera.
--¿Quién te dijo eso? ¿la lógica? –respondo sin siquiera mirarlo, aunque algo me llama a querer hacerlo.
--La experiencia –me dice sin voltear a verme, pero ahora soy yo la que cae y le da una mirada extrañada, tal vez algo interesada –tantas veces son las que me molesto y en las que quiero que todo se acabe con solo matarlo con los ojos, pero no puedes acabar con el ritmo de las cosas que no tienen que ver con tu estado actual. Sólo debes dejar que las gotas caigan en paz, porque no tienen la culpa de nada.
--La experiencia te ha dicho que la lluvia es libre de toda culpa –volteo de nuevo a la ventana, pero de inmediato regreso mis ojos a su rostro –a mí me ha dicho que es la causa de muchos males.
Cruza sus ojos con los míos y detiene el carro en una esquina cerca a la entrada de Ixmihuilcan. Sus orbes delatan duda, y a pesar del tono café, no dejan de brillar como si fueran estrellas sacadas del firmamento, unas pequeñas estrellas que endulzan su ya de por sí tierno rostro, pero su cabello rapado le confiere menor edad de la que debe de tener para ya estar conduciendo.
--¿Seguimos hablando de la lluvia? –pregunta arqueando una ceja de un modo tan simpático que casi me saca una sonrisa. Cuando me doy cuenta, la última gota de lluvia hubo chocado contra el parabrisas.
--Si quieres ver a la vida como una lluvia torrencial capaz de durar más de cuatro años, once meses y dos días… ¿pero quién lleva la cuenta? –sonrío ligeramente, me devuelve la sonrisa con un carisma muy grande y una mirada que se ha tornado más dulce de lo que jamás esperé. Entonces algo hace que mi pierna empiece a arder, el dolor me obliga a aferrarme al asiento… dolor penetrante, absurdamente penetrante y que me deja con un nudo oscuro en la garganta, el cual escapa en forma de un grito desgarrador que me obliga a llorar.
El chico no sabe que hacer, solo improvisa una cama recostando el asiento del carro y recorriéndolo hacia atrás, entonces agarra mi mano y me dice que el dolor va a pasar. Apenas puedo abrir los ojos…
Y lo que alcanzo a ver es a Nael, quien está torturando mi pierna con sus manos, tocándola con unas manos ardientes que parecen sacadas del infierno.
--¡Nael qué…! -entonces vuelvo a rugir por el dolor, enfoco mi vista hacia él, quien sólo me ve con una sonrisa ladina y cínica.
--Por perder el tiempo te toca sufrir… -replica, pero no me da tiempo de pensar en nada que no sea el dolor cuando éste ha colonizado todas mis terminaciones nerviosas.
Sigo mirándolo con fijeza, entonces Axel se le abalanza y trata de evitar que me siga haciendo más daño, lo que genera un forcejeo entre ellos dos, mi abuelo me resguarda la pierna y la calienta con el amor que emana, aminorando el dolor.
--¿Nael? –pregunta el chico aún sosteniendo mi mano, pero mi mirada está siguiendo el conflicto entre Axel y ese desgraciado infernal –creo que ya entiendo –responde mientras me suelta la mano –mi abuela hacía lo mismo, decía que la música siempre sonaba y el vino tinto olía muy fuerte. Siempre creyeron que estaba loca, pero yo supe que ella tenía algo muy especial.
Entonces su abuela se acerca a él y le pone un beso en la mejilla, la cual se toca instantáneamente mientras sonríe de lado, como si un escalofrío caliente le hubiera recorrido la piel, un trozo del amor de un alma que corre por todos los poros del cuerpo, y entonces es cuando recuerdo cómo es que mi abuelo a veces le planta besos a mi madre sin que ella se dé cuenta.
Sonrío de lado y volteo a la ventana. Siguen agarrándose a golpes… es interesante el panorama que tengo, jamás había visto a un alma infernal querer aplicarle una quebradora a un alma gris, incluso mi abuelo se sienta a mi lado y se ríe del espectáculo.
--Axel ni siquiera te conoce y ya te cuida de que te pasen esa clase de cosas –señala –lo que busca debe ser muy importante.
--No sé qué es lo que quiera –remarco aún agarrando el anillo de mi cuello –pero si algo busca, creo que no soy la persona correcta para llevarlo a ello.
--Lo que quiere es experimentar los extremos que nunca vivió, y cree que acompañarte va a hacerlo experimentar, aunque sea en carne ajena.
--Lo que sea que crea, está cometiendo un terrible error –enfatizo pensando en mí –conmigo no vivirá demasiado.
--¿Esta fuga de tu casa te parece poco emocionante? –responde, y entonces se me sale la risa en cuanto siento un brazo recorrerme los hombros, volteo a ver a mi abuelo, pero éste se ha desvanecido y entonces se coloca el chico de ojos castaños.
No hago otra cosa más que sonreír un poco. Sí, un poco es que se me destrocen las mejillas por fortalecer músculos que rara vez uso y que siento sonrojarse apenas veo al chico mirarme con sus ojos estrellados. Pero mi ceño se frunce otra vez en cuanto me percato de que me escuchó hablar sola.
--Te hace feliz ¿no es cierto? –me dice con un tono acampanado en su voz, como si estuviera reprimiendo una sonrisa –respóndeme.
--Tal vez un poco –digo sin saber exactamente a qué se refiere.
--Lo entiendo –dice –mi abuela también reía con ellos –volteo a verlo –¿no crees que es un poco obvio?
--¿Qué… qué cosa? –interrumpo.
--Tu visión fantasma.
Empiezo a toser por la impresión, y no me hace mucho caso, solo me ve y ríe un poco.
--Me caes bien.
--Tú no –miento descaradamente –visión fantasma ¿qué tontería es esa? –intento camuflar.
--Por favor, no te engañes diciendo que es esquizofrenia –dice –si ves a los fantasmas, créeme que no me asusta.
--En caso de que fuera así ¿cómo lo sabrías? –pregunto retadora, pero solo sabe cambiarme la mirada, me desconcierta y a la vez me fascina.
--El brillo de tus ojos te delata –responde –miras a ese sitio como si algo ocurriera, y para mí no es así… pero para ti siempre habrá algo que ver. Ese era el mismo brillo que tenía mi abuela cuando la encontraba en casa. Se divertía de lo lindo ahí, bailaba, comía e incluso les daba las buenas noches a todos los que le hablaban, después murió y la casa perdió el fulgor que ella le daba.
Lo escucho reír, hablar, sonreír con una pequeña campanada en su voz e incluso sus ojos brillan al momento de soltar alguna ocurrencia.

Definitivamente este hombre me gusta.

9 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 12

--¿Cómo se siente? –pregunto al viento, el dolor en mi pierna vuelve con más ganas de arrancarme la vida que el alma.
--De la chingada –contesta sin mirarme. Apunta los ojos al piso y se vuelve a detener, sin embargo regresa como si estuviera condenada para siempre a tenerlo conmigo y exactamente a mi lado –creía yo que chocar contra ese pavimento fue lo peor que me pudo haber ocurrido… pero mi alma ya estaba tan arraigada a la vida placentera y fácil que me resultó imposible el desprenderme del cuerpo. Se siente como un calor de brasas, la garganta arde y entonces la conciencia te atraviesa la piel para dejarla marcada con el dolor de un arrepentimiento que nunca llegó. El alma se quiere aferrar a la más mínima y mísera parte del cuerpo, pero la muerte es más fuerte que cualquiera de nosotros y te arranca, dejándote para siempre con todo aquello de lo que pudiste haberte arrepentido en forma de un peso con el cual cargar durante toda la eternidad.
--¿Eso explica tu mal humor? –suavizo el ambiente, mi abuelo solo me mira impactado por la forma en la que he interpretado todo. Sé que es un asunto más serio del que aparento comprender, pero es más fácil para mí simplemente fingir que ignoro del todo lo que ocurre en la vida espiritual.
--Sí… eso explica mi mal humor –replica. Se acerca y me da una cachetada que no puedo evitar con nada. Incluso mi abuelo me da un golpe en la cabeza.
--¿¡Y eso por qué fue!? –exclamo enojada y con justa razón.
--Por imprudente –y me vuelve a dar otro golpe –ese por cínica –y me vuelve a dar un tercero –y ese por si pensabas decir otra cosa.
--Mejor un golpe en la pierna ¿no? –grito –digo, captaría mejor el mensaje.
--Tienes una casa a la cual volver –me recuerda mi abuelo –así que sigue caminando. Mi hija no merece pasar por esta clase de sustos.
--¿Crees que esté muy preocupada mi madre?
--Lo acabas de decir, es tu madre –me recuerda –obviamente está preocupada, y más porque le aumenta la ansiedad al no verte.
--Ella sabe que de alguna manera estoy contigo –recrimino.
--Pero no lo va a entender hasta que muera.
--Ninguna persona me entiende hasta que la muerte les llega de sorpresa –agrego –bueno, sigamos caminando.
A pesar de que la hora gris ya pasó, se ha nublado mucho más el día. Son las siete de la madrugada y el cielo ya me está prometiendo una lluvia que al parecer se intensificará. Respiro con fuerza cuando las primeras gotas de lluvia caen sobre mi pierna y alocan las heridas, haciéndolas arder con mucha vida, como si mi pierna tuviera un corazón que se desboca con cada sencillo toque.
Gimo un poco… no puedo hacer más que eso, más que sentir cómo es que la lluvia se intensifica y me nubla toda la vista siguiente al grado de no poder percibir nada.
Entonces me doy cuenta de cuán diferente es la vista cuando no te cubres de la lluvia con un paraguas encima de ti. La misma naturaleza, por más impresionante que sea, puede deprimir a su población, y las lluvias son señales claras de que el mundo está deprimido cada vez más y busca desahogarse con nosotros.
Axel se acomoda atrás de mí y trata de cubrir mi pierna, pero no funciona, porque las gotas simplemente lo atraviesan. Le sonrío en agradecimiento por ese gesto, pero no hay nada más que hacer.
--¡Hey! –oigo que alguien que me grita a mi lado. La lluvia torrencial no me deja escuchar bien -¿señorita, está bien? –me pregunta un chico castaño y blanco de piel que ha bajado de una camioneta vacía. Su mirada es sincera, sus intenciones no son negativas y sus ojos cafés son tan brillantes como las estrellas.
Me le quedo viendo por unos segundos sin decir nada ¿quién es y cómo ha llegado hasta acá?
Contrasta su rostro con un cielo grisáceo, mi cabeza empieza a doler. Me tiende una mano y empieza a decir algo que no escucho, o si lo hago, es muy confuso, muy difuso.
Entonces me doy cuenta de que es una persona que me quiere ayudar a algo, pero sigo sin entender a qué. Y al igual que todos sus fantasmas, me sonríe con dulzura mientras yo cierro los ojos y siento algo caliente correr por mi piel.
Hasta ahora es cuando me percato de algo: he caído al suelo estrepitosamente.



3 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 11

--Un cáncer de piel me trajo para este lado hace tres días –contesta sin titubear.
--Debe ser feo morir, imagino yo –digo, lo volteo a ver.
--En realidad, no –contesta –nunca tuve un deber como tal, sólo hacía lo que debía hacer. Iba a la escuela, hacía mis deberes, gritaba en clases y nunca tuve una novia, además de que mis padres estaban preparados para esto desde mi diagnóstico, y mi decisión fue no hacer nada al respecto.
--¿Qué? –no puedo procesar las últimas palabras sin sentir que voy a hacer implosión, en serio quiero asestarle un buen golpe -¿tenías medios para hacerlo y no te trataste? ¿De verdad fuiste tan imbécil como para no hacerlo? –no me guardo mis palabras, ni siquiera me enfoco en medirlas.
--No quise hacerlo porque estaba muy avanzado cuando lo diagnosticaron, ya estaba regado por partes importantes de mi cuerpo. No entendí nada de lo que el doctor me dijo cuando fui a verlo y entonces supe que iba a morir –relata con naturalidad, tanta que me impresiona –eso fue hace un mes, me dijeron que podía tomar tratamientos, pero decidí rechazarlos porque no podía posponer lo inevitable. Debo admitir que al inicio sí fue duro aceptarlo.
No puedo entender cómo es que habla de ese asunto con naturalidad. Tal vez no ha estado muerto lo suficiente como para comprender. Entonces mi abuelo aparece a mi lado y se sienta conmigo, tomándome un brazo. Nael sólo se recuesta en el suelo y se entretiene con una piedra. Mi abuelo me ve a los ojos en señal de querer explicarme algunas cosas, como siempre lo hace cuando me manda una sonrisa cómplice.
--La rabia no me dejó pensar con claridad durante dos semanas, pero después me hice a la idea, respiré profundamente, medité mi vida y cuando vi que no había hecho algo importante además de incordiar a mis profesores y reducir el tiempo de clases de la preparatoria, pude aceptar con facilidad que me iba a ir. Cuando pasó, nadie preguntó por mí, porque ocurrió cuando eran vacaciones de la escuela, además de que no utilizaba redes sociales y siendo honesto, no voy a publicar algo como “estúpido cáncer, me quedan quince días… ¡adiós mundo cruel! Hashtag: la vida apesta”. Finalmente sólo sentí el peor dolor que pude haber sentido en mi vida corroyendo mi cuerpo, pero mi alma salió sin dolor alguno, y cuando ésta se fue por completo, el dolor cesó… había muerto –termina de narrar.
Y por primera vez, respeto la narración de alguien. No sé qué decir ante todo lo que me está diciendo, no sé siquiera cómo actuar verbalmente hablando, ni siquiera sé si debo siquiera seguir mirándolo. Respiro con profundidad y medito toda mi vida mientras pienso en el color que asignaría yo a mi alma.
Y no encuentro nada.
Me pongo de pie con ayuda de mi bastón y sigo mi camino. Pienso en lo que me ha dicho Axel a la vez que veo a un suelo fijo y terroso que busca sacarme lágrimas para matarlas combinándose con las esencias de la lluvia que está por venir. Lo vuelvo a mirar a la cara. De perfil le encuentro un atractivo visual que en pocas personas veo.
Entonces suelto:
--¿Te gusta estar muerto?
--Es una sensación peculiar –responde –imagino que sabes más que yo sobre la muerte por lo que ves, pero a mí no me dolió en absoluto el separarme de mi cuerpo.
--¿Puedo preguntar algo más?
--Con gusto –asiente jovialmente.
--¿Buscas algo de mí en particular? –digo con jovialidad o con algo de timidez. Me ha logrado conmover, por lo que entiendo que sea así incluso mi tono de voz.
--No –murmulla, pero no le creo –o sí…
--¿Qué cosa?
--Creo que quiero entender aquello que me estoy perdiendo –me mira a los ojos, lo miro yo a él. Resoplo y entonces comprendo todo.
Quiere entender a través de mí lo que se siente seguir vivo.
--No creo que sea seguro –le respondo –no quiera yo hacerte sentir nostalgia.
--No es posible, cuando morí, renuncié a esas emociones.
--¿Es posible eso, abuelo? –pregunto, él me sigue sosteniendo del brazo para que recargue la pierna lo menos posible.
--Cuando está el alma dispuesta a morir, renuncia a todo aquello terrenal para irse a un sitio donde no tendrá la necesidad de sentir lo que no haya sembrado en la tierra –quiero entender lo que me dice, pero no puedo. Le digo que me explique todo en cristiano –si fuiste una persona mala, se reflejará en tus emociones inmortales, sentirás enojo, furia, tristeza o estrés ¿imaginas vivir con una emoción así toda tu eternidad? Lo mismo si sembraste el bien a otros, lo único que sentirás será alegría y conforte.
Empiezo a razonar lo que me ha dicho.
--Entonces la eternidad es solo una monotonía sin fin –remarco y sigo avanzando.
--La monotonía es lo que más vale si sabes cómo vivirla –responde él con una sonrisa que me contagia de inmediato, pero por como veo a Nael y a Axel… morir no es algo que se me antoje hacer con alegría –la muerte indolora es la muerte menos deseable de todas, porque no sienten absolutamente nada dado que no dejaron algo que pueda ser retribuido en la eternidad.
--¿Y morir con dolor? –pregunto, como si no supiera lo que significa.
--¡Ja! –resopla Nael, lo veo a los ojos mientras se coloca enfrente de mí. La tierra de la carretera empieza a levantarse, el viento de la lluvia se empeña en que me empape los ojos con mis propias lágrimas.
--Te pasó a ti –remarco –tu muerte fue dolorosa.
--Salir volando de un autobús que se ha volcado y romperte el cráneo no es exactamente una sensación agradable –me dice, pero entonces se detiene. Yo avanzo, ignorando lo que me ha dicho, pero en el fondo, sé que no puedo simplemente fingir que no lo entiendo.
Trato de evitar pensar en eso mientras avanzo en línea recta esperando a que un camión o algo pase para que me dé un levantón y me lleve a casa... aunque involucre ver a alguien y por ende, a sus fantasmas.



26 de octubre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 10

Estoy bastante cansada, de eso no hay duda alguna. Mi cuerpo resiente todo lo que le hago, desde el no haberlo dejado dormir hasta haber hecho una caminata rápida por una cueva en la que los entes sólo saben mirarme e intentar perseguirme. No me dejan en paz en ningún momento. Aunque lo único bueno del día sea que ya es la hora gris, no parece ser mi consuelo.
En un día común en casa, estaría despierta a esta hora con una taza de café para contemplar el amanecer mientras pienso en lo que me estaré o no perdiendo de ser una persona normal. La luna me acompañaría en mi viaje por el ultramar de mi mente, y el café alimentaría mis impulsos con el suficiente tacto como para obligarme a entrar de nuevo, sentarme y empezar a escribir alguna historia de desasosiego o desamor, o incluso un diario personal con los nombres cambiados para no poner en evidencia a ninguno de mis acompañantes eternos.
Pero no es un día común… ni estoy en casa.
Me vuelvo a sentar en la orilla de la carretera, mi pierna está mejorada, pero no lo suficiente como para aguantar el ritmo que me toca soportar después del amanecer, y dormir un par de horas no me hará daño.
Me enrosco, dejando que mi cuerpo descanse y finalmente sucumbo ante el sueño que no se escapa de mi cuerpo.
Después de unas dos horas de sueño, amarillenta de la mañana ilumina mi mirar para despertarme con suavidad…
Pero eso no evita que dé un grito espantoso.
-Señorita, buenos días –dice alguien a quien no sentí llegar en ningún momento de la noche y que ha decidido colocarse justo enfrente de mi rostro, como si aquello fuera una excelente idea. Mi extrañeza y espanto son tales que pierdo el equilibrio y caigo de costado contra el suelo terroso. No puedo con el dolor, el brazo derecho no puede con el dolor. –perdón, ¿te espanté?
-No… sólo me gusta caer sobre mi brazo roto –respondo con demasiado sarcasmo, me ayuda a levantarme y pone sus manos sobre mi brazo. Su calor me ayuda a bajar el dolor. Ojalá me repare el hueso.
-No era mi intención –dice, entonces lo volteo a ver a los ojos.
Me llevo una sorpresa al verlo. Ojos color miel rodeados por pestañas muy largas y enchinadas, nariz aguileña poco pronunciada, dientes derechos que delatan que alguna vez usó aparatos de ortodoncia, tez blanca, barba incipiente y un cuerpo promedio con espalda ancha y alto, viste una playera de manga larga color azul marino, pantalones de mezclilla oscura y un collar de colmillos negros. Sonríe con jovialidad y me mira a los ojos.
-Soy Axel –me informa, pero no le he preguntado nada –y soy soltero.
Abro los ojos, creo que casi se me van a salir de las órbitas.
Quiero decirle que obviamente está soltero… ¡está muerto! ¿cómo se le ocurre presentarse así? Aunque no ha sido un evento tan pesado, porque me río nerviosamente un poco de lo que me ha dicho.
Crudo, pero cierto, me han sonrojado las palabras de un fantasma, lo cual es una pena, porque si estuviese vivo, o me agradaran los vivos, me aseguraría de mantenerlo cerca de mí.
Pero no es así.
Tiene algo que me agrada, y a la vez que me mantiene alejada, por algún motivo me recuerda mucho a Jaden, tal vez sus sonrisas se asemejan demasiado, o tal vez es por el cinismo e indiferencia con el que dicen lo que piensan o lo que son, mostrando una faceta tan distinta como distante, pero que a la vez se conecta conmigo de un modo cálido y diferente, siendo que uno señala que es soltero sin sentir que existan mayores consecuencias, y el otro… bueno, intenta llevarme con un psiquiatra.
Empiezo a moverme por mi camino y arqueo las cejas cuando lo veo acompañar mi paso lento y apesadumbrado por el dolor. Tal vez, se me ocurre, sólo tal vez, que sea uno de esos minúsculos e improbables casos en los que quiera algo de mí. Volteo a mirarle directamente a esos ojos citrinos que tiene y lo encaro.
-¿Qué quieres de mí? –le digo directamente, no me gusta que me estén acechando tan de cerca –eres demasiado invasivo para ser un fantasma y eso es demasiado decir últimamente.
-¿Te molesta mi presencia? –me pregunta con una voz que me da hasta cierto punto un poco de ternura. Lo empiezo a analizar de arriba abajo, entonces me doy cuenta de una cosa…
Es un alma neutra.
No hizo locuras suficientes como para ameritar un castigo, pero tampoco fue la persona más caritativa o bien portada durante su vida, por lo cual su alma sigue en esta dimensión, vagando en búsqueda de un quehacer para enmendar lo que hizo o tal vez, lo que no hizo.
-Sí, ¿te molesta su presencia? –se asoma Nael a la conversación –a mí sí, sólo nos retrasa.
-¿Quieres irte, por favor? –le replico a mi fantasma favorito.
-Si éste se va primero –responde –seguramente te va a pedir un favor que nos va a retrasar.
-Si ese favor tiene que ver con su “soy soltero” puedo de una vez decirle que se puede ir por un tubo –replico –ahora no estoy de ánimos para aguantar una estupidez sobre noviazgos, siendo que salí de uno.
-¿Tenías novio? –pregunta Nael extrañado.
-Sí –respondo tratando de esquivar el tema –tenía un novio.
-¿Alguien te quería con esa actitud tan asquerosa? Me impresiona…
-¡JÓDETE! –grito sin pensarlo, pero no puedo darle ningún golpe. Mi brazo sigue lastimado y mi pierna aún necesita de su bastón para apoyarse, sin mencionar que sólo lo atravesaría -¡jódete, jódete, jódete, jódete!
-Nieta… -aparece mi abuelo y me toca la boca para callarme –no digas más esas palabras.
-¿Qué quieres que les diga? –grito -¿quieres que sea linda y comprensiva con alguien que sólo quiere ver por sí mismo?
-No se trata de sólo ver por mí… -medita lo que dice por unos segundos -bueno, sí, pero es por una buena causa.
-¿Qué clase de causa puede ser buena contigo? –pregunto sin vacilar más.
-No creas que te voy a decir.
-Tiene que saberlo –replica mi abuelo –si lo que quieres es que te ayude, explícale, en el fondo es una buena persona…
-Muy en el fondo –dice Axel, completando la oración de mi abuelo –pero tampoco creo que tenga un corazón de piedra.
Y mi abuelo no debate ese argumento.
-¡Abuelo! –reclamo.
-La verdad es la verdad, nieta –responde –eres… un… un poco… fría.
-Gracias por el apoyo –respondo.
Me siento y dejo que el sol me caliente ligeramente mientras pienso en lo que estoy viviendo ahora… y esta situación me remonta a pensar en Jaden.
No creí pensar en él en este viaje de regreso, no creí pensar siquiera en el hecho de que lo extraño siquiera un poco, ese fantasma extraño y simpático que se hace llamar Axel me hace recordarle, por la esencia de su alma, por el color de su aura tan gris que existe en ninguno de los dos lados.
Siempre creí yo que debía haber un blanco y un negro, mi experiencia con las almas no me deja mentir. Mas cuando recuerdo la esencia de Jaden y la contrasto con la de Axel, me digo a mí misma que no es cierto.
Hay gente muy gris y que finge de manera excelente tener un color que incluso crees poder asignarle uno, y yo ya se los asigné. Respiro con fuerza y miro la carretera abandonada por los carros que prefieren a las rutas rápidas por sobre las convencionales, siendo esa la historia de cualquier ruta que tomamos en la vida en cuanto se nos presenta una solución más fácil. Sigo respirando con fuerza, y el dolor se aviva, muestra su fiereza y me hace llorar.
–¿Triste? –pregunta Axel, quien se sienta a mi lado y se acerca tal vez demasiado –vamos, señorita, estoy seguro de que algo te aqueja.
-Me impresiona siquiera que te importe –rezongo –camino sola en una carretera solitaria y a los únicos que conozco no saben a dónde van.
Respondo un tanto melancólica mientras traduzco una canción de Green Day en mi mente, sintiendo que la letra va perfecta con este momento.
-Sí conozco a Green Day ¿sabes? –responde con una risa simpática –ya, dime lo que te pasa.
-¿De verdad quieres saber?
-Pues estoy muerto, no me queda de otra además de hablar con alguien que se ve interesante, todas las almas se ignoran entre sí, si eres observadora lo notarás –me comenta, pero lo ignoro sumiendo mi cabeza entre mis piernas –oh, ya veo.
-Sí… -le replico –esto me ha costado todo lo que conozco.
-¿Te importaría explicarte? –me pregunta. Pero rompo en llanto.
-Sé que no es importante, pero los he visto toda mi vida –explico –y también los he sentido cerca, moviendo cosas, cuidando a sus familias o haciendo estropicios cuando yo estoy ahí. Eso me volvió el bicho raro en todos los sentidos ante todos los de mi edad e incluso mayores –Axel me escuchaba atentamente –si veo a alguien… de inmediato veo a sus fantasmas. Llegaba a espantarlos a todos cuando hablaba de sus antepasados al ver a mis compañeros a la cara.
-Debió ser difícil –respondió –no sé qué decirte.
-No digas nada –me abraza por atrás y me recargo levemente en él. Expide un aroma agradable que me adormece ligeramente –solo me agarró la nostalgia.
-Con ese poder, me pregunto si alguna vez quisiste a alguien –dice en voz baja.
-Sí –respondo con naturalidad –se llama Jaden –empiezo a explicar –era mi novio con quien duré cerca de dos años nada más porque le parecí atractiva. Estaba reacia a hablar con él siquiera, pero se empeñó tanto que decidí ignorar a todos sus fantasmas y confiarle la verdad de mi persona.
-¿Y cómo salió? –preguntó curioso.
-Fatal, resulta que él es ateo y no cree en una vida después de la vida –respondo –y es demasiado orgulloso como para siquiera intentar creer en algo superior a él…
Me quedo callada mientras me abraza con dulzura, calentando cada uno de los poros de mi cuerpo, entonces recuerdo con claridad el día en el que me enfrenté a Jaden.
Llevábamos un año de noviazgo y le había mandado un mensaje de texto, dándole a entender que tenía algo muy importante que decirle y que no podía esperar más. Rápidamente me contestó, preocupándose por aquello que requiriera su atención inmediata y llegó a mi casa en alrededor de diez minutos.
-Amor –saludó, pero rápidamente me abrazó sujetándome por la cintura -¿pasó algo importante?
-En realidad, está pasando –dije sin poder desviar la atención de los ojos de su bisabuela Isabel –siempre pasa.
-¿Hice algo mal? –preguntó apresurado –si fue eso, lo corregiré, amor –me dio un beso en la cabeza mientras se sentaba.
-En realidad no –contesté –sólo quiero que sepas algo de mí –lo invité a sentarse y se acomodó para escucharme –resulta que… ay, no sé cómo empezar a explicarlo.
Volteé a ver a su abuela Marisa, quien acababa de integrarse a la familia fallecida de Jaden, venía caminando con una sonrisa de satisfacción mientras se acumulaba a la fila de antepasados. Ya sabía que su abuela estaba muy avejentada, por lo que no me extrañó tanto verla ahí a sus noventa y siete años de edad.
Pero eso no significó que hubiera sido prudente.
-Tu abuela… -dije en voz baja –tu abuela acaba de morir.
-¿Qué dices? –se extrañó –no bromees con eso, Leah.
-No… no era eso lo que quería decirte –repuse en cuanto pude –solo que… la estoy viendo… justamente… atrás de ti.
Volteó, pero como supuse, no vio nada.
-Esto ya no es divertido.
-¡Veo fantasmas todo el tiempo! –exploté perdida por la cantidad de pensamientos que se hallaban en desorden adentro de mí –ya lo dije…
-¿Qué? –preguntó extrañado -¿fantasmas? Leah, esas cosas no existen.
-Sí que existen y vaya que los veo –rezongo –eso quería decirte.
Se echó a reír estrepitosamente enfrente de mí, yo sólo reaccioné con un enojo sepulcral que no pude ocultar.
-Lárgate –le dije mientras abría la puerta.
-Espera, Leah –respondió aguantándose la risa –creo que podemos arreglar esto.
-Que te largues… -insistí –si no me vas a respetar…
Solo dejó de prestarme atención para revisar su teléfono, el que había sonado con una molesta tonada que indicaba un mensaje, en cuanto lo leyó, se me quedó mirando con extrañeza.
-Mi madre te dijo –exclamó, le llegó la noticia de su abuela.
-Jaden… -intenté razonar, pero no se pudo.
-Te dijo ¿sí o no? –exigió una respuesta.
-No me dijo nada –reclamé.
-¡Mientes!
-No miento –dije en voz baja –al menos no a ti.
-Entonces… ves cosas raras.
-Sí –contesté, en general era eso –veo cosas raras.
-¿Pensaste en ir al médico? –dijo con inocencia absoluta, como acostumbraba hacerlo, sin intención alguna de herirme, pero sin tacto.
-Adiós –abrí la puerta y lo saqué de mi casa sin decirle nada.
Y así fue como se enteró Jaden de mi habilidad, la cual confundió con esquizofrenia después de indagar mis supuestos síntomas en Google.
-¿Te sientes mejor? –me pregunta Axel mientras me veo a mí misma en su lugar… y me planteo si estar muerto es en realidad mejor que estar en mi posición actual.
Solo volteo a verlo. No tiene heridas visibles, ni una sola marca de balazos o algún tipo de corte, pero se ve que su alma es reciente.
-¿Y tú cómo llegaste aquí? –pregunto sin pensarlo, mientras el sol ilumina nuestro pequeño intercambio de miradas.