--¿Y
a dónde me llevas? –le pregunto para desviar el tema.
--A
la ciudad –me responde –te caíste de espaldas y cuando te levanté, tenías una
gran mancha de sangre. Empezó a brotar después de que te desmayaste, y tu
pierna ya se veía muy mal –explica –me tomé la molestia de revisarla y entonces
me dije a mí mismo que tenía que apresurar el paso y llegar a la ciudad porque…
Entonces
deja de hablar, pero sé perfectamente lo que le cruza por la cabeza.
Volteo
a verme la pierna impactada por lo que me ha dicho, se me revuelve la vida y
entonces se combina una imagen de una parte de mi ser que acaba de verse
envuelta en la certeza de que va a perder más que ganar después de haber pasado
por este viaje.
Y
todos mis pensamientos más terribles se sintetizan en una frase:
--¡Oh,
diablos!
Mis
ojos se han nublado por las lágrimas, creo que esa pequeña palabra no ha
servido para expresar todo lo que me cruzó por la mente en cuanto me dijo que
mi carne se estaba muriendo.
--…Lo
siento –me dice el chico, del que no sé su nombre, y me agarra de la mano. Le
sonrío y mi primer lágrima corre por mi mejilla, esperando caer sobre mi ropa
–aunque esto me lleva a preguntarte –mientras formula bien su pregunta, volteo
yo a donde se suscita la pelea, percatándome de que ya no están ahí.
--Creo
que es hora de que le digas a tu amigo que acelere, o que mínimo prenda este
cacharro –espeta Nael, pero finjo no escucharlo, entonces Axel entra en escena.
--No
creo que debas presionarla, y si lo vuelves a hacer con dolor, te vuelvo a
hacer llaves –amenaza, pero no le encuentro sentido a ello. Ellos ya no
sienten.
--Dejen
de pelear –dice mi abuelo –ustedes deberían estar avergonzados de su
comportamiento, y si te apura llegar a tu destino, Nael, no es la manera de
expresarlo –dice, pero el cínico solo pone los ojos en blanco y se sienta en el
asiento trasero –mi nieta pasa por un momento que ni con el calor de nuestras
manos pudimos arreglar… si me apoyaran para que se le olvide por un segundo, tal
vez podamos llegar a nuestros destinos ¿me entiendes, Nael?
--Sí,
su señoría –responde cínico y vuelve su mirada a la carretera que está tan
estática como el carro.
Doy
un respiro y trato de dormir pensando en que tal vez, solo tal vez… me quede
sin mi pantorrilla.
No
he interferido, solo los escucho y de vez en vez vuelvo la mirada hacia la
parte trasera de la cabina, viendo que mi abuelo ya lo ha puesto en cintura,
pero eso no me quita la sensación de inutilidad que cargo sobre los hombros.
Tengo
la mano del muchacho que me recogió todavía envolviendo la mía, pero finjo que
no me doy cuenta para sentir un poco del apoyo real que no hube sentido en
todos estos años de vida. Ahora sí lo volteo a ver, notando que sus ojos de
estrellas no se han despegado de mi mirada.
Me
aferro a su mano como si se me fuera el alma en ello, mi otra mano ha abrazado
a mi pierna mala sin darme cuenta, suelto mi pierna y me abalanzo hacia él en
un abrazo que me nace del corazón y me dicta decir “gracias” con un poco de
lágrimas que acompañan a mis emociones encontradas.
--Sé
que no te conozco y que tal vez ni siquiera sabes por qué te lo digo o tal vez
ni siquiera te importo –empiezo –pero… gracias.
--Estás
sola en el mundo ¿verdad? –responde sin pensar, a lo que lo abrazo con más
fuerza –eso creo que es un “sí” –y corresponde a mi abrazo sin decir más.
En
mi experiencia sin hablar con el mundo y dejar que otro me susurre al oído
cosas que no quiero escuchar, entiendo que hay veces en las que las palabras
sobran.
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