23 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 14

--¿Y a dónde me llevas? –le pregunto para desviar el tema.
--A la ciudad –me responde –te caíste de espaldas y cuando te levanté, tenías una gran mancha de sangre. Empezó a brotar después de que te desmayaste, y tu pierna ya se veía muy mal –explica –me tomé la molestia de revisarla y entonces me dije a mí mismo que tenía que apresurar el paso y llegar a la ciudad porque…
Entonces deja de hablar, pero sé perfectamente lo que le cruza por la cabeza.
Volteo a verme la pierna impactada por lo que me ha dicho, se me revuelve la vida y entonces se combina una imagen de una parte de mi ser que acaba de verse envuelta en la certeza de que va a perder más que ganar después de haber pasado por este viaje.
Y todos mis pensamientos más terribles se sintetizan en una frase:
--¡Oh, diablos!
Mis ojos se han nublado por las lágrimas, creo que esa pequeña palabra no ha servido para expresar todo lo que me cruzó por la mente en cuanto me dijo que mi carne se estaba muriendo.
--…Lo siento –me dice el chico, del que no sé su nombre, y me agarra de la mano. Le sonrío y mi primer lágrima corre por mi mejilla, esperando caer sobre mi ropa –aunque esto me lleva a preguntarte –mientras formula bien su pregunta, volteo yo a donde se suscita la pelea, percatándome de que ya no están ahí.
--Creo que es hora de que le digas a tu amigo que acelere, o que mínimo prenda este cacharro –espeta Nael, pero finjo no escucharlo, entonces Axel entra en escena.
--No creo que debas presionarla, y si lo vuelves a hacer con dolor, te vuelvo a hacer llaves –amenaza, pero no le encuentro sentido a ello. Ellos ya no sienten.
--Dejen de pelear –dice mi abuelo –ustedes deberían estar avergonzados de su comportamiento, y si te apura llegar a tu destino, Nael, no es la manera de expresarlo –dice, pero el cínico solo pone los ojos en blanco y se sienta en el asiento trasero –mi nieta pasa por un momento que ni con el calor de nuestras manos pudimos arreglar… si me apoyaran para que se le olvide por un segundo, tal vez podamos llegar a nuestros destinos ¿me entiendes, Nael?
--Sí, su señoría –responde cínico y vuelve su mirada a la carretera que está tan estática como el carro.
Doy un respiro y trato de dormir pensando en que tal vez, solo tal vez… me quede sin mi pantorrilla.
No he interferido, solo los escucho y de vez en vez vuelvo la mirada hacia la parte trasera de la cabina, viendo que mi abuelo ya lo ha puesto en cintura, pero eso no me quita la sensación de inutilidad que cargo sobre los hombros.
Tengo la mano del muchacho que me recogió todavía envolviendo la mía, pero finjo que no me doy cuenta para sentir un poco del apoyo real que no hube sentido en todos estos años de vida. Ahora sí lo volteo a ver, notando que sus ojos de estrellas no se han despegado de mi mirada.
Me aferro a su mano como si se me fuera el alma en ello, mi otra mano ha abrazado a mi pierna mala sin darme cuenta, suelto mi pierna y me abalanzo hacia él en un abrazo que me nace del corazón y me dicta decir “gracias” con un poco de lágrimas que acompañan a mis emociones encontradas.
--Sé que no te conozco y que tal vez ni siquiera sabes por qué te lo digo o tal vez ni siquiera te importo –empiezo –pero… gracias.
--Estás sola en el mundo ¿verdad? –responde sin pensar, a lo que lo abrazo con más fuerza –eso creo que es un “sí” –y corresponde a mi abrazo sin decir más.

En mi experiencia sin hablar con el mundo y dejar que otro me susurre al oído cosas que no quiero escuchar, entiendo que hay veces en las que las palabras sobran.

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