--¿Cómo se siente? –pregunto al viento, el dolor en mi pierna vuelve con
más ganas
de arrancarme la vida que el alma.
--De
la chingada –contesta sin mirarme. Apunta los ojos al piso y se vuelve a
detener, sin embargo regresa como si estuviera condenada para siempre a tenerlo
conmigo y exactamente a mi lado –creía yo que chocar contra ese pavimento fue
lo peor que me pudo haber ocurrido… pero mi alma ya estaba tan arraigada a la
vida placentera y fácil que me resultó imposible el desprenderme del cuerpo. Se
siente como un calor de brasas, la garganta arde y entonces la conciencia te
atraviesa la piel para dejarla marcada con el dolor de un arrepentimiento que
nunca llegó. El alma se quiere aferrar a la más mínima y mísera parte del
cuerpo, pero la muerte es más fuerte que cualquiera de nosotros y te arranca,
dejándote para siempre con todo aquello de lo que pudiste haberte arrepentido
en forma de un peso con el cual cargar durante toda la eternidad.
--¿Eso
explica tu mal humor? –suavizo el ambiente, mi abuelo solo me mira impactado
por la forma en la que he interpretado todo. Sé que es un asunto más serio del
que aparento comprender, pero es más fácil para mí simplemente fingir que
ignoro del todo lo que ocurre en la vida espiritual.
--Sí…
eso explica mi mal humor –replica. Se acerca y me da una cachetada que no puedo
evitar con nada. Incluso mi abuelo me da un golpe en la cabeza.
--¿¡Y
eso por qué fue!? –exclamo enojada y con justa razón.
--Por
imprudente –y me vuelve a dar otro golpe –ese por cínica –y me vuelve a dar un
tercero –y ese por si pensabas decir otra cosa.
--Mejor
un golpe en la pierna ¿no? –grito –digo, captaría mejor el mensaje.
--Tienes
una casa a la cual volver –me recuerda mi abuelo –así que sigue caminando. Mi
hija no merece pasar por esta clase de sustos.
--¿Crees
que esté muy preocupada mi madre?
--Lo
acabas de decir, es tu madre –me recuerda –obviamente está preocupada, y más
porque le aumenta la ansiedad al no verte.
--Ella
sabe que de alguna manera estoy contigo –recrimino.
--Pero
no lo va a entender hasta que muera.
--Ninguna
persona me entiende hasta que la muerte les llega de sorpresa –agrego –bueno,
sigamos caminando.
A
pesar de que la hora gris ya pasó, se ha nublado mucho más el día. Son las
siete de la madrugada y el cielo ya me está prometiendo una lluvia que al
parecer se intensificará. Respiro con fuerza cuando las primeras gotas de
lluvia caen sobre mi pierna y alocan las heridas, haciéndolas arder con mucha
vida, como si mi pierna tuviera un corazón que se desboca con cada sencillo
toque.
Gimo
un poco… no puedo hacer más que eso, más que sentir cómo es que la lluvia se
intensifica y me nubla toda la vista siguiente al grado de no poder percibir
nada.
Entonces
me doy cuenta de cuán diferente es la vista cuando no te cubres de la lluvia
con un paraguas encima de ti. La misma naturaleza, por más impresionante que
sea, puede deprimir a su población, y las lluvias son señales claras de que el
mundo está deprimido cada vez más y busca desahogarse con nosotros.
Axel
se acomoda atrás de mí y trata de cubrir mi pierna, pero no funciona, porque
las gotas simplemente lo atraviesan. Le sonrío en agradecimiento por ese gesto,
pero no hay nada más que hacer.
--¡Hey!
–oigo que alguien que me grita a mi lado. La lluvia torrencial no me deja
escuchar bien -¿señorita, está bien? –me pregunta un chico castaño y blanco de
piel que ha bajado de una camioneta vacía. Su mirada es sincera, sus
intenciones no son negativas y sus ojos cafés son tan brillantes como las
estrellas.
Me
le quedo viendo por unos segundos sin decir nada ¿quién es y cómo ha llegado
hasta acá?
Contrasta
su rostro con un cielo grisáceo, mi cabeza empieza a doler. Me tiende una mano
y empieza a decir algo que no escucho, o si lo hago, es muy confuso, muy
difuso.
Entonces
me doy cuenta de que es una persona que me quiere ayudar a algo, pero sigo sin
entender a qué. Y al igual que todos sus fantasmas, me sonríe con dulzura
mientras yo cierro los ojos y siento algo caliente correr por mi piel.
Hasta
ahora es cuando me percato de algo: he caído al suelo estrepitosamente.
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