9 de noviembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 12

--¿Cómo se siente? –pregunto al viento, el dolor en mi pierna vuelve con más ganas de arrancarme la vida que el alma.
--De la chingada –contesta sin mirarme. Apunta los ojos al piso y se vuelve a detener, sin embargo regresa como si estuviera condenada para siempre a tenerlo conmigo y exactamente a mi lado –creía yo que chocar contra ese pavimento fue lo peor que me pudo haber ocurrido… pero mi alma ya estaba tan arraigada a la vida placentera y fácil que me resultó imposible el desprenderme del cuerpo. Se siente como un calor de brasas, la garganta arde y entonces la conciencia te atraviesa la piel para dejarla marcada con el dolor de un arrepentimiento que nunca llegó. El alma se quiere aferrar a la más mínima y mísera parte del cuerpo, pero la muerte es más fuerte que cualquiera de nosotros y te arranca, dejándote para siempre con todo aquello de lo que pudiste haberte arrepentido en forma de un peso con el cual cargar durante toda la eternidad.
--¿Eso explica tu mal humor? –suavizo el ambiente, mi abuelo solo me mira impactado por la forma en la que he interpretado todo. Sé que es un asunto más serio del que aparento comprender, pero es más fácil para mí simplemente fingir que ignoro del todo lo que ocurre en la vida espiritual.
--Sí… eso explica mi mal humor –replica. Se acerca y me da una cachetada que no puedo evitar con nada. Incluso mi abuelo me da un golpe en la cabeza.
--¿¡Y eso por qué fue!? –exclamo enojada y con justa razón.
--Por imprudente –y me vuelve a dar otro golpe –ese por cínica –y me vuelve a dar un tercero –y ese por si pensabas decir otra cosa.
--Mejor un golpe en la pierna ¿no? –grito –digo, captaría mejor el mensaje.
--Tienes una casa a la cual volver –me recuerda mi abuelo –así que sigue caminando. Mi hija no merece pasar por esta clase de sustos.
--¿Crees que esté muy preocupada mi madre?
--Lo acabas de decir, es tu madre –me recuerda –obviamente está preocupada, y más porque le aumenta la ansiedad al no verte.
--Ella sabe que de alguna manera estoy contigo –recrimino.
--Pero no lo va a entender hasta que muera.
--Ninguna persona me entiende hasta que la muerte les llega de sorpresa –agrego –bueno, sigamos caminando.
A pesar de que la hora gris ya pasó, se ha nublado mucho más el día. Son las siete de la madrugada y el cielo ya me está prometiendo una lluvia que al parecer se intensificará. Respiro con fuerza cuando las primeras gotas de lluvia caen sobre mi pierna y alocan las heridas, haciéndolas arder con mucha vida, como si mi pierna tuviera un corazón que se desboca con cada sencillo toque.
Gimo un poco… no puedo hacer más que eso, más que sentir cómo es que la lluvia se intensifica y me nubla toda la vista siguiente al grado de no poder percibir nada.
Entonces me doy cuenta de cuán diferente es la vista cuando no te cubres de la lluvia con un paraguas encima de ti. La misma naturaleza, por más impresionante que sea, puede deprimir a su población, y las lluvias son señales claras de que el mundo está deprimido cada vez más y busca desahogarse con nosotros.
Axel se acomoda atrás de mí y trata de cubrir mi pierna, pero no funciona, porque las gotas simplemente lo atraviesan. Le sonrío en agradecimiento por ese gesto, pero no hay nada más que hacer.
--¡Hey! –oigo que alguien que me grita a mi lado. La lluvia torrencial no me deja escuchar bien -¿señorita, está bien? –me pregunta un chico castaño y blanco de piel que ha bajado de una camioneta vacía. Su mirada es sincera, sus intenciones no son negativas y sus ojos cafés son tan brillantes como las estrellas.
Me le quedo viendo por unos segundos sin decir nada ¿quién es y cómo ha llegado hasta acá?
Contrasta su rostro con un cielo grisáceo, mi cabeza empieza a doler. Me tiende una mano y empieza a decir algo que no escucho, o si lo hago, es muy confuso, muy difuso.
Entonces me doy cuenta de que es una persona que me quiere ayudar a algo, pero sigo sin entender a qué. Y al igual que todos sus fantasmas, me sonríe con dulzura mientras yo cierro los ojos y siento algo caliente correr por mi piel.
Hasta ahora es cuando me percato de algo: he caído al suelo estrepitosamente.



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