Me
despierto a las tres de la mañana, la luna mengúa sobre mí y mi abuelo y Nael
platican a mi lado. Sus murmullos me arrullaron en un inicio, ahora me taladran
el cerebro y hacen que mis gritos sean lo primero en escucharse en todo el
valdío.
-¡Sé…!
Sé que no duermen, ¡pero tengan consideración por los vivos si no les molesta!
–balbuceo. Nael me mira fijamente.
-Cállate
–suelta -¡uy sí, estoy viva! ¡gran tragedia!
-Si
no estuviera tan cansada, o tú muerto, te partiría la cara por la mitad
–sentencio. Intento levantarme, pero mi pantorrilla lastimada no responde, mi
abuelo se acerca a mí y me sostiene.
Noto
que mi pierna ya no puede más.
Me
agacho por un palo de metal que está tirado a mi lado, pero Nael lo patea lejos
de mí.
-Qué
imbécil eres –mascullo, no parece importarle –ahora tráelo.
-¡Qué
amargada! –dice, me acerca el palo y entonces empiezo a caminar –pero te
seguiré.
-Vete
con tu familia, o tal vez al… ¿al infierno, quizás? –murmullo.
-No
te preocupes, ya llegué…
Mi
enojo no puede más. Golpeo con el palo a su cabeza, pero ante mis ojos, el
trozo de hierro sólo lo atraviesa, mas no le daña, exactamente como ocurre en
las películas de horror que involucran a un personaje como Gasparín. Eso pasa por tratar de retar a la naturaleza de la
muerte, sólo quedo en ridículo.
-Tienes
cerebro ¿verdad? -dice.
-Más
que tú, cualquiera. Ahora vete al infierno y déjame en paz… -grito.
-Hijita
–me llama mi abuelo –no puede irse.
-¿¡Qué!?
–cuestiono -¡cómo que no!
-Al
menos no todavía. Tiene algo que hacer.
-¿Y
eso me interesa porque…?
-¡Oye!
–llama Nael –tú me viste cuando nadie más lo hizo.
-¡Porque
nadie puede ver lo que yo! –grito.
-Exactamente,
además, por lo que sé, vas de camino a la ciudad de la que yo vengo también,
así que vas a ayudarme –ordena –tienes que hacerlo.
-Púdrete
–respondo. Me voy con el palo que he recogido y trato de avanzar lo más rápido
que puedo –si alguien va a ayudarte va a ser la perra que te parió.
-¡Hey!
–grita mi abuelo antes de que siga diciendo improperios –ni tu madre ni tu
padre ni yo te hemos enseñado a hablar así…
Me
reprendo a mí misma, sintiéndome como perro regañado, doy un gruñido y volteo a
seguir mi camino.
-¿Pero
si ya no tiene madre, por qué me he de sentir culpable? –replico.
Sonrío
y volteo a verlo. Se ha quedado de pie a un lado de la carretera, con esa
expresión vacía que le hube visto cuando lo conocí. Camino cojeando hacia mi
destino, vuelvo a voltear, y sigue atrás; al frente, atrás, al frente, atrás…
sigo mirando… al frente, atrás, al frente…
Suelto
un grito.
-No
puedes deshacerte de mí –me dice con cierto regodeo, soltando su fantasmal
aliento en mi rostro. Casi me da un infarto –si te digo que me vas a ayudar, es
porque ya no te queda otra opción.
-¿Qué
no me queda opción? ¡Oh, claro que me queda! –repito. Rápidamente camino –volveré
a casa y a ver quién te ayuda, porque yo no seré ¿escuchaste, Nael?
-Y
mientras no me ayudes, voy a estar fregándote –amenaza, yo no lo escucho.
Pierdo
mi apoyo, el palo que uso como bastón se resbala y caigo de bruces al suelo. Mi
pantorrilla me mata de dolor con cada paso que da, y esta caída ha
intensificado todas las sensaciones que mi cuerpo es capaz de albergar. Obviamente
me enojo y odio todo esto. Escupo la tierra que ha entrado a mi boca y me
arrastro como puedo hasta tomar mi intento de bastón. Nael se regodea y lo
patea más lejos.
-Hablo
en serio ¿te queda claro? –repite y repite y no deja de repetir.
-¡Está
bien! –grito, pero impulsada por el dolor, no por las intenciones honestas o
puras de querer ayudarle –lo haré, sólo pásame ese palo, imbécil.
Lo
acerca y me lo entrega directito en la mano, hasta parece un acto petulante
cuando lo hace, con reverencia y un espectáculo para vanagloriarse a sí mismo
como un ganador y fingiendo que me tiene aunque sea tantito respeto. Quiero
escupirle en la cara. Me apoyo en él y sigo mi camino.
Jamás
había escuchado tanto barullo en la carretera de regreso a la ciudad. Volteo al
cielo, la luna nueva me mira escondida detrás de ese firmamento oscuro… y entre
más oscuridad hay, más intensos son los alaridos de las almas vagantes, y más
de ellas vienen desde donde sus cuerpos yacen sin digno descanso.
Son
demasiados, muchos con heridas en la cabeza o en el tórax, otros con partes
amputadas y otros están desfigurados por completo. Estas almas son de personas
que fueron asesinadas o murieron antes de tiempo, no han superado el trauma y
vagan cerca de donde yacen.
Tomo
un respiro y me siento a la orilla de la carretera, ningún automóvil pasa a
esta hora, sin embargo eso no significa que no me sienta perturbada.
La
calle estará vacía, pero no evita que mi descanso se vea allanado por alguien
que me toma del hombro y lo sacude.
No hay comentarios:
Publicar un comentario