28 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 6

Regreso a mí misma, me palpo todo el cuerpo. Me duele todo lo que sea que entra en contacto con mis manos, y creo que tengo el brazo derecho roto, porque cuando intento moverlo, un dolor insufrible me corre por toda la zona, congelando mis nervios en una intempestiva serie de respiros entrecortados que se materializan en lágrimas horribles. Mi cabeza recibió un golpe certero y entonces todo se volvió negro. Sin embargo, fue tan rápido que no creo poder recordar a futuro cómo fue que pasó.
Para variar con mi suerte… soy diestra de nacimiento.
Me levanto, apoyando el brazo que me queda en el suelo e incorporando mis piernas poco a poco sobre el pavimento. Me duele todo, como si hubiera recibido una serie de balazos que amedrentaran todos y cada uno de mis nervios. Y muchas personas están de pie, saliendo del autobús. Veo a mi alrededor en busca de mi cuerpo, pero recuerdo el dolor que me penetra hasta el cerebro y me da una pequeña alegría ligera el saberme viva.
A mi lado encuentro un cuerpo cubierto en sangre en su totalidad. Lo volteo con mi pie y le veo el rostro moreno todo desfigurado, un gran trozo de vidrio clavado en el diafragma y el cráneo roto. Mi pierna empieza a sangrar, volteo a verla y veo un vidrio de igual tamaño cruzando gran parte de mi pantorrilla, pero no llega al otro lado.
Pongo manos a la obra y saco con mucho dolor y fuerza de voluntad el trozo de vidrio. Y con cada intento, lloro abismalmente por todo el dolor que representa. La sangre no deja de fluir e incluso pienso en ceder y convivir con mi trozo de vidrio toda la vida. Pero no me dejo vencer por el dolor y lo saco con las pocas fuerzas que me sobran.
Caigo al piso y me sujeto la pierna, esperando a que el dolor pase como si se tratara de un sueño, pero sé que no lo es… y que todas las personas que veo de pie están ahora muertas, intentando regresar con sus familias.
-Oye ¿te puedo ayudar en algo? –preguntan atrás de mí. Estoy furiosa.
-¡No! ¡Sólo puedes quedarte ahí de pie, verme sufrir y no hacer nada, eso me ayudaría bastante! –grito obscenamente, y entonces volteo a verlo. Se trata de un chico moreno, un tanto alto y de ojos oscuros que lleva una playera de Iron Maiden rota por la mitad y unos audífonos muy grandes cubriéndole un rostro ensangrentado. Ese rostro, esa herida, esa playera…
¡El cadáver!
Volteo a verlo nada más para aclarar mis dudas. Es él y no me queda nada más que pensar. Hoy ha sido un día extraño, los no vivos se han relacionado conmigo y eso es algo que me debería preocupar. Siempre los veo, pero nunca me hablan o nunca les hablo yo en afán de respetar nuestras dimensiones, pero él me habla con mucha naturalidad, como si ya me hubiera visto de antes.
-Qué directa –me responde –¿y tú cómo es que sobreviviste al derrape?
-¿Se derrapó?
-No –contesta con ironía –el autobús decidió besar al suelo.
-Eres un fantasma desagradable ¿sabes? –le replico, no le interesa en lo más mínimo –y a todo esto, si ya estás muerto ¿qué demonios haces aquí? ¡a llegarle con tu familia!
-Con mi familia ¿se supone que es ahí a donde debo ir? –pregunta.
-No, sólo es mera sugerencia turística.
–No seas grosera con un alma perdida –me reprende mi abuelo, quien se aparece a mi lado y coloca su mano sobre mi hombro –el pobre aunque no lo parezca, está muerto de miedo.
-¿Se puede temerle a una muerte súbita? –pregunto un poco petulante.
-Tal vez tú lo veas así, pero él estaba haciendo una vida y seguramente el derrape no estaba en sus planes.
-Te aseguro que tampoco estaba en los míos –le digo.
-¡Chamaca! –reprende nuevamente. El chico se nos queda mirando y dirigiéndose a él -¿cómo te llamas?
-Nael, me llamaba Nael –contesta –y quisiera saber quiénes son ustedes.
-Tranquilo, no es que sea yo especialista en secuestrar fantasmas –le digo –pero como no corro ningún riesgo, te diré que mi nombre es Leah y él es mi abuelo.
-Mucho gusto, ahora viene una pregunta aún más difícil ¿puedo quedarme con ustedes?
-¡¿Qué?! –replico. Mi abuelo se acerca a mí.
-No es tu elección, si ya decidió seguirte, lo hará.
-Ahora tendré a un fantasma siguiéndome y haciéndome parecer esquizofrénica a toda hora del día ¡gracias! –exclamo. Esto es imposible de soportar junto con el dolor en mi cuerpo no me deja procesar más pensamientos.
Siento debilidad, los pies me flaquean, el dolor es insoportable, mi vista se nubla y la sangre se desvanece con cada parpadeo que hago. Y caigo al piso de espaldas.
Mi vista se pierde en la infinidad del cielo.
¡Maldita sea!
Despierto en una camilla, a la mitad de la noche y cubierta por una tela negra.
En cuanto me percato de ello, me levanto de golpe y salgo tan rápido como me lo permite mi cuerpo. Reviso a mi alrededor, no veo cuerpo mío alguno en la camilla y el dolor sigue recordándome lo obvio: sigo viva.
Me adentro a los campos alrededor de la carretera tan rápido como me lo permite mi cuerpo y me oculto detrás de un árbol que está en la zona. Mi respiración está disparada y mis latidos no se quedan atrás. Debo calmarme, debo regresar a mi realidad.
Saco mi teléfono.
¡Estúpido iPhone! Salí volando por un parabrisas y ahora me desmayo… el teléfono sigue intacto y ahora mi mamá sigue marcándome.
Pero ahora sí decido contestar.
-Salí mucho tiempo –digo sin pensarlo.
-¿¡Dónde estás!? –me exige, y no me extraña que lo haga –tu papá está enojado contigo.
-Salí a tu casa –le digo sin titubeos –a Mitlahualpan –la escucho respirar con furia… y empieza a gritarme –en el autobús que se volcó en la carretera. Estoy bien –me reviso el cuerpo una y otra vez, viendo la pantorrilla perforada y sintiendo mis huesos hipersensibles, especialmente el roto –sí, lo estoy –digo con un ligero titubeo y un poco de sarcasmo.
-Iré por ti... –me anuncia de inmediato.
-No –sentencio –no necesito que vengas, puedo llegar yo.
-Hija…
-Mira, mamá. Si te preocupa que algo malo me pase, vete deshaciendo de esa idea –empiezo a exponer –no estoy sola nunca –se calla. Empieza a llorar –llegaré.
Y por algún motivo, siento que me comprende, o que lo intenta de manera sincera y por primera vez.
-Te esperaré aquí.
-Solo… te prometo llegar –finalizo y corto la llamada –bueno, tengo que encontrar una ruta.
-Y vuelvo a preguntarte lo mismo de siempre ¿qué planeas hacer? –me dice mi abuelo, lo veo directamente a los ojos oscuros que tiene… o tenía –ahora sí te metiste en un problema grande.
-¿¡Me metí!? –pregunto impactada. Como si me dejara sola -¿¡yo!? ¿¡solita!?
-Sí, yo estoy muerto –usa mi ironía contra mí.
Ignoro ese comentario y me levanto con pesadez, el cuerpo me duele, no creo poder seguir avanzando. Entonces algo cálido me sostiene desde los brazos y me mantiene en pie. Respiro con fuerza, me importan muy poco los pasos que doy, o que apenas puedo dar con todos los latidos de mi corazón saliéndose del pecho.
Quiero desmayar. Voy a hacerlo, no me importa cómo.
-¡No! –me grita mi abuelo –vas a llegar –insiste –y llegarás en una pieza.
-¿Necesita ayuda? –apenas escucho. Desfallezco, pero estoy segura de que es ese chico muerto. Siento otro calor por mi cadera y otro poco más en mi cráneo, la temperatura se hace insoportable… pero ayuda. Se siente como si algo por dentro se reparara.
La calma vuelve, entonces doy un paso lento, doloroso y torpe, doy otro que ya es más firme y así voy sucediéndolos, como si se tratara de una cadena de cosas por hacer que me aleja siempre del sitio –real o surreal- en el que estoy de pie. Pero me ayuda…
Me ayuda en el trayecto a casa.
Estoy cansada. Llevo caminando una hora. Sin comida, ni agua, ni nada que ayude a mi pierna que me sigue punzando por dentro. No hay nubes en el cielo, está despejado, y cuando volteo esperando a que algo caiga, mis labios se desesperan y se agrietan más. No me siento mejor en definitiva.
Me sueltan, me siento a la orilla del camino y veo mi teléfono celular.

Son la una de la mañana, quiero dormir, quiero comer… pero no quiero llegar.

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