Bajo
del autobús con pasos decididos. No me arrepiento ¿por qué habría de hacerlo?
He tomado una decisión precipitada y no es una decisión mala, sólo una un poco
más cómoda para mí en estos momentos.
Apago
mi teléfono, no quiero a nadie persiguiéndome en todo el día ¿pero quién más me
puede estar buscando? La única persona que me podría buscar es precisamente la
última a la que quiero ver, y no pienso en Jaden, sino en mi madre, quien
apenas le está agarrando la onda a los aparatos tecnológicos y ya ve mi
ubicación por GPS.
¡Ah!
¡Qué cosas con la tecnología! Está hecha para facilitar y a la vez joder la
vida.
Doy
paso apresurado y llego al panteón, donde pido la llave de la capilla familiar.
Abro, entro y cierro de golpe y me siento en el piso a respirar hondamente.
-Ya
estoy aquí –le digo. Está sentado en su tumba, sin hacer otra cosa más que
mirarme sin expresión. No me juzga, no me evalúa, no dice si he hecho algo bien
o mal, solo está ahí observándome como si tuviera vida –¡dime algo como mínimo!
–le exijo, pero sigue en silencio.
-Tranquilízate
–me ordena. Era una persona firme, no me queda duda, pero no logro
tranquilizarme del todo.
-Mi
vida se desmorona y quieres que me calme… -le digo –mis padres me van a querer
exorcizar, dejé a mi novio y no tengo amigos.
-Muchas
gracias, nieta –replica.
-Amigos
vivos.
-Sabes
que no es tu culpa, pero no es eso lo que te pesa por completo ¿verdad?
-Estuviste
presente cuando pasó –le recuerdo –ya llegaron a ese extremo.
-Y
por eso decidiste salir de la ciudad –completa.
-Un
exorcismo programado para las siete de la noche en la iglesia del centro nada
más porque veo cosas que otros no es algo que da miedo ¿no crees? –le pregunto,
pero no responde –no digas más.
-Lo
entiendo, pero tampoco es normal o cómodo para ti el vernos ¿o sí?
-¿Crees
que si me gustara la idea estaría tan asustada? ¡no quiero un exorcismo!
-Pero
no pareces asustada.
Lo
fulmino con la mirada.
-¡Claro!
Me voy de mi ciudad a un pueblo a dos horas de distancia porque me gusta hacer
viajes largos.
-Pero
no pareces asustada –repite una y otra vez.
-No
me asusta un exorcismo, me asusta que mis padres consideren que necesito uno
–respondo y oculto mi rostro entre mis piernas. Las lágrimas me corren, no hago
sonido alguno, las dejo caer sobre el concreto del suelo y entonces enciendo mi
teléfono. Son las cinco de la tarde y ya tengo siete llamadas perdidas y un
mensaje, cuatro de mi madre y dos de Jaden, la última es de mi padre y me ha
dejado un mensaje.
“Te
esperamos en la iglesia del centro” me dice, suspiro y doy algunos tumbos para
poder levantarme. Las piernas se han querido dormir, y no las despierto con
nada, mas me permiten estar de pie por unos minutos con ayuda de los muros que
logran recargarme.
No
pienso acudir a donde me dijeron, pienso quedarme una hora más aquí y seguir
platicando con mi abuelo. Tal vez platicaremos de algo que fuere más
interesante que mis miedos o penumbras. Camino un poco y me siento sobre la
tumba. Mi abuelo de un momento a otro, ya está a mi lado.
-¿Y
qué piensas hacer? –me pregunta.
-¿Con
respecto a qué? –mis planes se han esfumado. Ya recaímos al tema de mi extraña
vida.
-Con
respecto a todo.
-Tal
vez huir a una cueva y vivir comiendo semillas –respondo con un poco de ironía.
-Hablo
de una solución real –me recuerda.
-Tal
vez hablarlo con ellos –sugiero –deben escuchar a su hija.
-¿Y
con Jaden?
-¿Él
qué tiene que ver?
-Que
te quiere y se preocupa –replica –si no te quisiera, no te buscaría, y a pesar
de su ceguera espiritual, quiere lo mejor para ti.
-Precisamente
por la ceguera espiritual que tiene es que no lo quiero cerca –replico –no
quiero que me vaya a cerrar los ojos. Tendría que probarle lo que puedo hacer.
Me
siento mareada, intento pensar en la posibilidad de que resulte y nada viene a
mi mente.
Intento
que los minutos pasen rápidos y de ignorar las llamadas de mi madre y de mi
padre para que vaya a la iglesia. Pero sobretodo, regreso una y otra y otra vez
a ese momento.
Estaba
sentada en el comedor, hacía mis trabajos de la escuela, escuchaba música
fuerte y entonces el azote de una puerta interrumpió mi concentración. Entraron
mis padres, estaban teniendo otro conflicto causado por una pequeña diferencia
de opiniones que se había maximizado terriblemente.
Llegaron
al comedor a querer interrumpirme, mi padre me sacó los audífonos de la cabeza.
–Vas
a ir con nosotros a la iglesia.
–No,
gracias –respondí amable. Abandoné los ritos religiosos desde el momento en el
que me habían dicho que necesitaba un exorcismo. Gracias a esa noticia, no
quise tener nada que ver con ellos, porque veían con recelo a quienes no
hubieran pedido tener lo que tienen.
–¡Cómo
de que “no, gracias”! Vienes con nosotros.
–Antes
hay que preguntarle su opinión –agregó mi madre.
–Sí,
antes hay que preguntarme mi opinión –repetí –no pienso ir a ningún sitio en el
que me han dicho que tengo prácticamente un demonio adentro.
–Es
una causa muy probable, porque ver muertos no es normal –sentenció –vas a ir
porque vas a ir.
–¡Así
no se trata a nuestra hija! –gritó mi madre, pero eso no lo detuvo para que me
siguiera gritando. Yo seguía expectante.
–Si
digo que voy ¿dejas de gritar? –le pregunté tentativamente, lo que fue un gran
error –pero yo elijo día y hora.
–Convénceme.
–Viernes
a las siete…
Y
heme aquí, intentando evitar la cita, sentada en una tumba de cemento y bloques
mientras platico con mi abuelo muerto.
Al
carajo con el exorcismo, al carajo con la vida normal, de todas maneras ¿quién
quiere una vida así?
No hay comentarios:
Publicar un comentario