Al
parecer yo. Yo quiero una vida así. Recorro sin sentido las calles del pueblo y
vaga mi mente por unos preciosos segundos en los que no parece que estoy en la
tierra. ¿Qué demonios estoy haciendo? ¡ah, ya sé! Cerré la capilla y pensé en
aquello que me dijo mi abuelo.
No
estoy para nada asustada, y eso me asusta. ¿Y por qué?
Porque
simplemente no creo que mi condición se deba a un demonio. No se trata de un
demonio, se trata tal vez de un don divino que no tengo idea de cómo explotar o
tal vez sí se trata de una imposición que nunca debí tener, que no debo tener y
que no me facilita en absoluto la vida.
Llego
a la central de autobuses y abordo de nuevo aquel que me dejará en mi ciudad.
Son las seis de la tarde, por lo que sé bien que no llegaré al exorcismo que me
tienen planeado, sin embargo, recibo una llamada de mi madre, a la cual declino
totalmente.
Y
posteriormente un mensaje de Jaden.
“Te
he agendado con los médicos del Sanatorio Ortega”.
Y
sé perfectamente lo que significa eso, tengo que ir a ver a un psiquiatra que
en nada me va a ayudar, que solo me dará medicamentos y alimentará el ego de mi
ex pareja ¿por qué demonios tuve que contarle?
“¿Cuándo
es?” respondo pesadamente. Y de inmediato me devolvió el mensaje.
“Mañana
en la tarde. Le conté de tu caso a la psiquiatra y quiere verte. No te
preocupes, yo pago” es su contestación. El autobús ha arrancado y la carretera
parece insegura… empiezo a sentirme insegura.
Todas
las almas a mi alrededor me miran como si pudieran sentir el espectro vagante
de mi ánima y compartieran el dolor que siento en este instante. Mi abuelo se
manifiesta a mi lado, justamente enfrente de una alma morena y resquebrajada recién
llegada y que lleva unos cortes en el cuello. Se suicidó rebanándose la yugular
y le cuelga la cabeza hacia la izquierda.
El
camión avanza rápido, ya hemos salido de la ciudad. La señora que está detrás
de mí saca su teléfono, suena el timbre y responde.
Retumba
el estrépito cuando deja resbalar su celular entre los dedos, y el resquebrajar
de un vidrio. A continuación, empieza a llorar.
Y
por lo que puedo ver en el alma suicida, están emparentadas... peor aún, es su
hija. Y la señora no habla, no dice nada. Quiero voltear a ver su expresión, de
todos modos, ya sé qué ha pasado.
-Está
más que devastada y lo sabes –me dice mi abuelo, me pongo de inmediato los
audífonos del celular y empiezo a hablarle.
-¿Y
eso no me da derecho a preguntarle por qué su teléfono terminó debajo de mi
pie? –respondo. Resoplo cada vez que pienso en todas las veces que he recurrido
a este truco para simular la aparente locura.
-No
voy a voltear porque te cause morbo –me regaña –respeta su dolor.
-¿Puedo
intervenir? –pregunta la chica suicida morena que está detrás de mí, a un lado
de su madre.
-¿Qué
quieres? –le pregunto.
-Quiero
que dejen de hablar de mi madre, por favor.
-No
estaríamos hablando de ella si no te hubieras pasado ese cuchillo por la
garganta –grito, la señora me escucha y se levanta triste y rápida para
encerrarse en el baño del autobús.
Pero
de inmediato regresa, entonces sé que no es del todo ella, lo sé porque abraza
a la chica morena y le empieza a llorar en el hombro. Me levanto y me dirijo al
baño para corroborar aquello que me cruza por la mente. La señora se encuentra
en posición fetal, sosteniéndose el corazón con ambas manos, casi cruzando
éstas por su costilla.
La
imagen me desgarra el alma. Pasó en cuestión de segundos la brecha delgada
entre la vida y la muerte. Respiro un poco… y vuelvo la vista a mi lugar, donde
mi abuelo permanece sentado y la señora llora de alegría al ver a su hija de
nuevo.
Mi
vista vuelve al baño y me encuentro con que mi abuelo ahora está adentro, a un
lado del cadáver. La señora y la chica se han ido, al parecer era su única hija
y ya no hay más descendencia a la que esas almas puedan perseguir.
Me
dan pena.
-¿Estás
bien? –me pregunta mi abuelo –te siento lastimada.
-Sí,
estoy bien. Ya sabes que la gente se muere muy a menudo en los viajes que hago
–respondo con ironía y la voz baja –lo que no es normal es que los vea… ay, no.
Eso es al revés en mi caso ¿verdad?
-Tienes
que adaptarte a vivir con ello. Creía que ya lo habías hecho –replica.
-No
tengo amigos ni nada que ofrecer –resoplo -¿quién los necesita?
El
autobús en ese momento enfrena, pierdo el equilibrio, trato de sujetarme a las
barras… intento adivinar qué está pasando, pero no se me ocurre nada, sólo me
queda pensar en lo peor cuando salgo volando por la ventanilla del chofer.
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