4 de septiembre de 2015

El viaje (Serie) CAPíTULO 2

Siempre es lo mismo cuando regreso a mi casa. Veo que el lugar está lleno, veo que todas y cada una de las personas que habitan alrededor, engentan mi hogar y mi ser. Veo de todo, grandes y chicos, altos y bajos, morenos y rubios, jóvenes y viejos; y a ninguno le tomo tanta importancia como la que le tomo a aquella alma morena y brillante que me sigue con la mirada.
Lo veo y me ve y nos vemos ambos directamente a los ojos, los cuales me acusan y a la vez me comprenden, pero no por ello, me dejan tranquila. Agarro el anillo que cuelga de mi cuello con fuerza, la suficiente como para que la piedra se marque en mi mano y parezca querer cruzar por mis falanges. Me percato en ese instante de que mi palma ya se está lastimando y suelto el anillo.
Veo mi comida… un trozo de bistec y una ensalada que solo es lechuga en su mayoría, la como con rapidez y me voy a mi cuarto. Mi mamá no me pregunta nada nuevo, sólo me hace las mismas preguntas “¿Cómo te fue?” “¿Qué hiciste de nuevo?” “¿Cómo vas en la escuela?” y todo lo respondo con un simple y férreo “bien”, que no es sinónimo de nada además de un “llevo prisa”.
Llego a mi cuarto y me veo a mí misma en el espejo. Tomo el anillo y me acuesto en mi cama. Una de mis libretas se ha caído… por querer decirlo así.
-Ya te escuché –espeto con un gruñido -¿algo que quieras agregar?
Mi anillo empieza a arder sobre mi pecho. Odio esa sensación horrible, me anuncia siempre que algo podrá pasar. Me veo al espejo y ahí está él… mirándome inefable.
-¡Sabes que tengo que visitarte y que ahora no puedo! –grito.
Uno de los cuadros se cae directamente al piso. ¡Qué tierno es mi abuelo! Siempre enviándome señales con las que me quiere decir “¡no pongas excusas, niña floja!”.
-¿Y qué quieres que haga? ¡Sabes que no puedo ir a verte!
Me acuerdo perfectamente de ello, mis padres me habían prohibido salir con ellos de viaje a la tierra natal de mi madre. Era un día de verano, el calor era decente y mi mamá nos había llevado a su pueblo para celebrar las fiestas patrias. Y yo, como siempre, busqué algo en qué entretenerme. Sin embargo, las fiestas concordaban con la fecha de fallecimiento de mi abuelo antes de que siquiera mi mamá se hubiera casado. Siempre veía las tumbas con cierto recelo, puesto que las almas danzaban libres enfrente de mí y yo no podía hacer nada para evitar verlas, y mis padres lo saben. Pero ese día, yo ya estaba harta de verlos a todos.
Tenía doce años de edad, sentía a mi abuelo sonreírme, mirarme a cada segundo. Era una sonrisa afable y dulce, mas eso no le quitaba lo tétrico… un muerto me sonreía.
Caminé directamente a la puerta cuando sentí un calor recorrer mi hombro, pero todos los demás ya se habían salido de la capilla familiar. Volteé con lentitud a ver qué ocurría, quién de todos ellos me había agarrado el hombro.
Era mi abuelo, el mismo ser moreno lleno de luz del que mi madre me hubo contado toda la vida.
No tenía miedo, que me tocase el hombro no hacía ninguna diferencia.
-¿Cómo estás, Leah? –me preguntó con amabilidad… el miedo desapareció.
Duré todo el día hablando con él como si estuviera vivo. Hablamos y hablamos… y me enseñó tanto que no creí que fuera posible que una persona fuera capaz de albergar tanto conocimiento en su mente, conocimiento que puede trascender los siglos a través de las almas.
-¡Hija! –gritó mi mamá al verme encerrada adentro de la capilla y la abrió rápidamente -¿por qué no saliste?
-Estoy hablando con el abuelo –le contesté. Miró hacia donde yo veía, y al no ver nada además de la tumba de su padre, se le escapó una lágrima.
-No digas sandeces –me espetó en la cara –y ven, que nos tuviste a todos muy preocupados.
-Es en serio –había replicado –lo he visto, hemos hablado –comencé a hablar y a hablar… y entonces la lengua se me soltó. Había hablado de más… y mi madre se echó a llorar en el piso de la capilla.
-¿Desde cuándo pasa esto? –me preguntó, pero no encontré la manera de decirle que lo había visto desde toda la vida.
Hallé las palabras necesarias, pero no por ello las más prudentes. Después de eso, mis padres hablaron con el párroco del pueblo, quien examinó mi caso, y por lo pronto, prohibió mi entrada a ese panteón…
Desde entonces, se me había propuesto un exorcismo y hasta la fecha no he sido lo suficientemente valiente como para aceptarlo.
Se cae otro cuadro. Agarro mi anillo y pienso que tal vez podría hablar con él a través de la joya.
Suena mi teléfono, lo tomo y reviso el número.
Jaden…
Mi ex novio ateo a morir que cree que mi abuelo es un producto de una esquizofrenia latente, pero que a pesar de todo, no se atreve a dejarme. Resoplo y contesto el teléfono.
-Déjame… -no tengo muchos ánimos para hablar, pero intento ser lo más cortés que se pueda –llevo prisa.
-¡Qué cariñosa! –me contesta irónico –solo pasaba a preguntar si ya agendaste con el psiquiatra –me insiste. Aprieto los dientes por la furia.
-¡No soy esquizofrénica! –le grito.
-Sabes que intento ayudarte y que te amo.
-Si me amas, no me llames –exploto y cuelgo.
Tomo el anillo nuevamente entre mis manos y empiezo a concentrarme.
-Sé que estás ahí, acompañándome… -digo en voz baja. Y aparece enfrente de mí su silueta morena y traslúcida.
-Siempre lo estaré para mi nietita.
-Una a la que nunca conociste –le digo –pero de la que sabes todo su camino.
-Hay cosas que has hecho y quisiera demostrar el descontento –explica –pero como humana que eres, igual eres tan perfectible como joven.
-Y por lo mismo tonta –me digo a mí misma.
-…Solo joven –recalca –no seas tan dura contigo misma, hijita.
-Te es fácil decirlo porque ya estás muerto.
-No te voy a desmentir. La vida es más dura que la muerte, sin embargo obtener la paz que deseas dependerá de ti.
-Obtener paz… -resoplo entre mis cabellos –el ver cosas que nadie ve seguro que me traerá paz –le digo -¿sabes lo difícil que ha sido mi vida desde que mis padres saben esto?
-Pero el vernos no involucra todos los errores que has cometido.
Y entonces pienso en Jaden, en esa tarde que pasamos en su casa, solos…
Mi vergüenza se expande por todo mi rostro en forma de un rubor muy marcado y desvío la mirada. Sin embargo, él está enfrente de mí.

-Hay cosas que ni a ti misma te puedes ocultar…

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