1 de septiembre de 2015

Ladrón

Otro día, otra clase aburrida. Soy la única que piensa así, la única que odia la aparatosa clase de física ¿a quién le interesa cómo funciona ese circuito en serie? Son sólo cables ¿y a quién le interesa un estúpido sistema de cableado? A mí no, y por las calificaciones de mis compañeras, a ellas tampoco.

Y una de ellas suspira cuando lo ve hablar, o al menos cuando lo ve abrir la boca. A ellas no les gusta la física, no es lo suyo, hay chicas que deciden irse a Comunicación o a una ciencia de la salud, pero fingen que les interesa, porque lo que les gusta es el profesor. No voy a negar que tenga atractivo, es alto, delgado de cintura y caderas y tiene unos ojos azules que complementa con un rostro cuadrado y una mirada que es más dura que una piedra, sin mencionar su barba incipiente y su peinado de libro abierto con un flequillo que cae al frente cual estrella pretenciosa de cine y televisión. Pretencioso, eso es lo que es ese tipo, pretencioso.

-¿Entendieron lo que hay que traer para el laboratorio? –preguntó con una voz gruesa que las deleita demasiado, pero a mí me molesta, me desquicia, y yo tampoco parezco ser de su agrado, así que lo único que puedo hacer es asentir, fingir que me interesa e irme a mi casa. Mis calificaciones en esta materia están por los suelos y si no paso el examen extraordinario, probablemente repita el año.

Pero no me interesa en lo más mínimo.

Otra opción probable sería que me pasara a pesar de ello, pero no lo hará, es uno de los profesores más exigentes de la escuela, llega incluso a ser intransigente, pero no voy a negar que es muy inteligente.

Me levanto de mi pupitre y llevo una bocanada de aire a mis pulmones, tal vez con la leve esperanza de pasar el año y no verlo otra vez con sus tareas aburridas y sus proyectos estúpidos de laboratorio, tal vez sólo respiro en ese momento porque mi cuerpo está programado a hacerlo y porque me falta oxígeno, o tal vez sólo respiro porque estoy carente de emociones y trato de llenar mi vacío existencial con un poco del aire a mi alrededor, fingir que no estoy sola y que todo existe junto conmigo, o que tal vez nada existe… ni siquiera yo.

-Clara, ¿me permites un segundo? –me habla él con su voz fuerte e imponente, sólo lo veo de reojo, detrás de mi flequillo rubio y de mi sonrisa inexistente. Es obvio que lo que me tenga que decir me importa un comino.

-Suertuda –me susurra Ariana entre dientes, una chica llenita de caderas, piernas y busto, pero que tiene mucha confianza en sí misma y usa ligueros a la vista. Es una de las tantas locas por el profesor Bravo –me cuentas después cómo te fue –y me guiña el ojo. Trago con fuerza el aire que me había llevado y toso un poco. Recuerdo a Erika, una de las chicas del salón a quien no volvimos a ver desde que un profesor le pidió que se quedara a hablar con ella.

Y la desconfianza viene a mí.
No soy atractiva, sólo soy rubia y ya, aunque la gente habla, y dice que soy demasiado bonita, a pesar de que no concibo que esa sea mi realidad, tal vez es la ajena, pero no mía, no es mi vida, sólo son rumores que hablan de mí. Y se habla de mí así a pesar de mi manera de vestir, de que oculto mi figura detrás de una serie de telas holgadas que no deberían llamar la atención de nadie. Una sudadera oscura y percudida y un pantalón acampanado de mezclilla, el resto son sólo unos tenis y una cola de caballo que evita que mi cabello se revuelva demasiado, y los maquillajes no existen en este rostro.

Lo miro fijamente mientras me acerco poco a poco.

-¿Qué ocurre? –él sigue sentado y me regresa la mirada fría y dura, como la de un profesor de escuela común y corriente. Saca la lista de calificaciones.

-Tus calificaciones están en un declive muy marcado, Clara –me enseña mis promedios de mis parciales anteriores. Puros sietes es lo que veo en la lista.

-¿Y luego? –pregunto cínicamente. Quiere llevarse los dedos a los ojos, pero no puede hacerlo enfrente de mí, sería una clara señal ofensiva.

-Necesitas ayuda, eso es lo que pasa –me responde, sólo sonrío nerviosamente ante lo que me está diciendo, mi sonrisa es grande y muestro mi dentadura completa –tienes que recibir asesoría, tienes que pasar la materia. Eres brillante, no entiendo el problema aquí.

-Le diré a Erick que…

-No funcionará que tus compañeros te ayuden, pocos son los que van a pasar esta materia con una calificación alta –remarcó –necesitas ayuda del que sabe bien en esto.

-¿Y ese alguien es…? –pregunto inquisitiva. Por algún motivo ya me sé la respuesta.

-Ese alguien es tu profesor de clases –me responde… y acierto mentalmente, como imaginaba -¿tienes algo que hacer mañana a la hora de la salida?

-No… -respondo un tanto temerosa. Esto no me causa gracia alguna.

-Perfecto, a las dos te llevaré a mi casa y ahí estudiarás para el examen final. Podrás preguntarme cualquier duda que tengas.

-Sí –respondo vacilante. No me queda otra cosa que hacer además de sonreír de oreja a oreja –muchas gracias.

Salgo del salón y cierro la puerta con un golpe sordo.

-¿Qué te dijo? –pregunta Ariana con curiosidad. Deja caer su cabello largo y ondulado enfrente de su rostro, su sonrisa es más grande ahora –daría lo que fuera por ser tú ahora, anda ¿Qué te dijo?

-Nada importante –respondo -quiere que tome asesorías en su casa cuando salga mañana de clases.

-Y dices que no es importante –me guiña el ojo –si fuera tú, me dejaría meter mano.

-Eres una estúpida –respondo secamente –de hecho tengo miedo, ahora que lo mencionas.

-¿Qué un hombre guapísimo quiera hacer algo contigo te asusta? Entonces yo quiero gritar despavorida –contesta. No se guarda lo que piensa, a veces creo que ese es un problema, más cuando se trata de esas cuestiones tan importantes, pero tomadas a la ligera.

-No voy a dejar que un imbécil ojo alegre me vaya a faltar al respeto ¿sabes? –replico con rudeza.

-Ahora mismo eres la envidia de las chicas, disfruta cuando vayas allí.

-Sí, claro… soy la envidia como Erika lo fue en su momento el año pasado. Fue con el profesor de matemáticas y la violó el desgraciado.

-Entiendo. Sólo aprovecha una oportunidad que nadie más va a tener ¿vale?

-Solo es una clase de física en otro sitio, estoy segura de que me voy a dormir.
Me despido de Ariana, me voy a la salida y tomo un autobús que me deja directamente donde mi dentista, quien me receta paracetamol para mis muelas del juicio, las que comienzo a odiar con todo mi ser.

-El dolor es normal, sólo te hice una limpieza de sarro, y recuerda tomar tu medicamento. El mes que entra te pondré tus frenos y recuerda evitar el azúcar –me dice sutilmente, yo sólo quiero llegar a mi casa.

Le doy las gracias y me vuelvo para dormir un rato, ver el libro de física y aventarlo al piso… ¡cómo odio esta materia!

Me levanto y vivo mi día normal hasta que llega la última clase. Mi muela me sigue molestando, ahora más de lo que nunca lo había hecho. La clase transcurre rápido, es psicología, mi clase favorita, sólo me levanto y me voy a la puerta de salida.

Trato de esquivar a Ariana, pero me busca desesperada, tal vez quiera darme lencería fina para el momento, pero es algo que me viene valiendo un comino.

Veo un auto blanco, un Jetta con los vidrios polarizados y un rostro cuadrado adentro de él, es inconfundible el perfil del profesor Bravo.

-¿Clara? –pregunta por mí al verme en el zaguán de la salida, volteo a verlo a los ojos, pero lleva unas gafas oscuras ochenteras que no me parece que le queden por la forma de su rostro.

-Sólo acabemos con esto –murmullo y me subo al carro.

-¿Cómo estuvo tu día? –pregunta él, intenta hacerme una conversación amigable, mas no me dejo y veo al exterior de la ventanilla –qué raro que no hables, generalmente lo haces hasta por los codos.

-No tengo nada de qué hablar –digo secamente –sólo accedo a tomar asesoría porque no quiero cursar la clase de nuevo.

-Veo que sí te queda el ser directa.

-Y yo que a usted no le queda ser agradable.
Sigue conduciendo, no me dirige la palabra nuevamente. Llegamos al fraccionamiento, pero entonces toma una desviación a la derecha de la que dudo mucho.

-Creí que el fraccionamiento estaba del otro lado –señalo con ironía mientras cierro mi sudadera con fuerza.

-Y lo está… -contesta  sin dedicarme ni una mirada.

-¿Qué es todo esto? –pregunto cuando veo que llegamos a un terreno baldío, estamos justamente en medio de él, a kilómetros de la madre carretera -¿qué hacemos aquí?

-Por nada del mundo te vayas a salir de aquí –me ordena, y él sale del carro y abre la cajuela. Un mal presentimiento se asoma en mi corazón cuando enfoco el espejo y lo veo buscar con desesperación.

Compartimos miradas por un segundo, y entonces saca su control remoto y cierra todas las puertas con el seguro. Me congelo por unos segundos ¿qué demonios está pasando y por qué? Mis ansias arden en mis manos, intento empujar la puerta, abrirla por cualquier medio… pero no se puede, está muy bien cerrada.

Volteo a todos lados, pierdo de vista al profesor Bravo, y mi puerta se abre.

-Vienes para acá –me dice mientras me quita el cinturón de seguridad y me jala por los hombros con violencia. Forcejeo un rato, pero es más fuerte que yo.
Me tira al piso, veo a un costado de él y tiene una caja parecida a una de herramientas. Como cangrejo, retrocedo lo más que puedo en afán de alejarme lo más posible de él. Se ve intimidante desde este ángulo en nadir… y sigo yendo hacia atrás.

Logro levantarme y correr.

Me alcanza, me taclea por la lateral y me tira al piso para sujetarme las manos por encima de mi cabeza sólo con una de las suyas, y con la otra me toma de la cabeza, buscando abrir mi boca con fiereza.

-No te muevas, no te muevas –ordena, y no le hago caso. Me tiene en una posición comprometedora y no puedo hacer nada al respecto –abre y di “ah” –me sugiere con violencia.

Cuando mete su mano en mi boca, lo único que hago es morderle los dedos con fuerza, logra 
sacar su mano y se la revisa.

-¡Estúpida! –grita. Ha bajado la guardia, ha cesado en aplicar toda esa fuerza. Muevo las piernas y le empujo el tórax con las plantas del pie, creo que le he dado en el timo, porque no se puede levantar.

Reviso rápidamente con la vista el lugar, no me ha abierto la chaqueta, sólo buscaba mi boca, y la caja que llevaba está abierta y contiene utensilios de ortodoncia. ¿Qué demonios pasa?

No pregunto más y salgo corriendo del lugar hasta llegar a la carretera.

Regreso a mi casa, me limpio la tierra de la sudadera y trato de entender qué pasó.

No quiero volver a esa clase, no quiero verle la cara a ese degenerado, y no quiero entender por qué me tuvo que pasar esto a mí, al igual que a Erika en el año pasado con el profesor de matemáticas. Definitivamente esta es una situación que voy a tener que denunciar.

Trato de dormir, no hay nada que pueda hacer ahora, relajo el cuerpo y me acuesto en mi cama sin poder siquiera considerar las posibilidades.

He despertado… primer clase del día: profesor Bravo. Lo veo a la cara, nos confrontamos 
visualmente, con odio, con todo en contra nuestra, y entonces Ariana llega conmigo y me pregunta qué pasó.

-Nada –respondo secamente, sin despegar la vista de él, quien ya ha entrado al aula.

-¿Cómo que nada? –pregunta inconforme.

-Nada, no entendí nada, fue una asesoría rutinaria ¿me dejas en paz? –recrimino y se aleja.

Pasa el día, nada nuevo… pero se me queda mirando sin motivo alguno, más cuando intento sonreír y muestro todos los dientes. Espero en la dirección de mi escuela y hablo con los directivos correspondientes.

La conversación es larga y nada amena, odio todo lo referente a los procesos burocráticos, y no puedo hacer nada al respecto. Le explico a la directora mi situación y entonces me voy. A la hora siguiente veo que el profesor Bravo está abandonando el edificio.

Y Ariana va tras de él… y es la última vez que la veo en ese día.

Llego a mi casa, duermo y despierto en la noche gracias a una llamada telefónica que pertenece a Ariana y un mensaje. No deja de fregarme con esto.

“¡Estoy por tu casa! Ve al parque por mí  :’(“

Salgo por la puerta y voy al parque que me ha dicho, está encima de una de las colinas que rodean mi calle. Llego por enfrente. Está oscuro, no percibo nada, ni siquiera a la tenue luz que se supone debería estar iluminando los prados por la tarde-noche.

Y oigo un grito lastimero al otro extremo del parque, reconozco el timbre de voz.

-¡Ariana! –grito incansablemente. Entro al parque y lo recorro hasta llegar a una parada de autobuses.

Me agarran por los hombros, volteo violentamente.

-¡Clara! –exclama adolorida, un poco de luz se asoma por su rostro, veo que corre sangre de su boca y empieza a llorar.

-¡Demonios! ¿Qué te pasó? –la sostengo e inspecciono su boca. Empieza a toser y me escupe sangre a la cara.

-Mis… mo… mo… molares… -explica, pero no entiendo nada, no puede pronunciar bien por el dolor que le causa –el profesor Bravo…

-Vamos a mi casa… -le digo sutilmente mientras la agarro por los brazos. El dolor es insoportable y la tengo que llevar casi a rastras.

Se queda a dormir en mi casa, no puede llegar a su casa, por lo que le invento una excusa a su madre y le preparo una cama para que se duerma y no esté sola.

Llego a la escuela, no levanté a Ariana, cosa que se me hace muy justa dada la naturaleza de lo que le pasó.

Acaban las clases, sigo inquieta… veo el Jetta del señor Bravo afuera de mi escuela, y ahora está hablando con Alexa.

Pero me clava la mirada a mí.

Y entonces Alexa desaparece en el interior del automóvil…

[FIN]

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