Camino
sola por la calle, no es extraño en mí, siempre lo hago, y siempre es la misma
ruta para llegar al mismo sitio. De un lado “a” voy a otro lado que es el “b” siempre y sin titubear, incluso podría hacerlo con los ojos cerrados, pero
decido tapar mis oídos y escuchar música a todo volumen mientras voy pensando
en todo lo que me tocó hacer la semana pasada.
Sí, tomar fotografías de gente cogiendo es algo considerado trabajo y también a lo que me dedico, y para hacerlo más excitante, lo hago en la oscuridad, donde nadie me mira, donde nadie me oye o percibe.
Sí, tomar fotografías de gente cogiendo es algo considerado trabajo y también a lo que me dedico, y para hacerlo más excitante, lo hago en la oscuridad, donde nadie me mira, donde nadie me oye o percibe.
Las
estoy viendo en mi teléfono, de hecho ya las he mandado a la oficina y minutos
después recibo un mensaje de Daniel, mi pirata informático.
“Se quiere desquitar
conmigo!!!” y creo
que parece desesperado; en estas situaciones suelo agarrarme las trenzas que me
hago en la noche y que no me quito jamás, casi creando una adicción
incontrolable, pero sólo sucede en situaciones de estrés…
…Y
este trabajo es estresante.
Entro
al edificio muy rápidamente y cierro de un azote la puerta a mis espaldas, la
que se ha descompuesto de la chapa de tantas ocasiones en las que he hecho eso.
Subo las escaleras hasta el tercer nivel y saco las llaves de mi bolsillo, abro
con cuidado la puerta de la oficina.
Está
hecha un desastre.
Ese
loco cliente está golpeando a Daniel sin miramiento alguno en la cara,
directamente en los pómulos y la nariz, y veo cómo le duele al momento en el
que suelta lágrimas por el acto reflejo de un puñetazo en el tabique. Me lleno
de algo a lo que llaman ira, creo que así se siente, como si tuviera piedras
calientes a punto de querer escaparse de mi boca y en mi mente ya he matado a
ese tipo más de mil veces.
En
un acto reflejo, estoy ya enfrente de él y le agarro el cuello por detrás con
el brazo derecho y el trícep con la mano izquierda.
“Ahora
eres mi marioneta” le espeto y lo lanzo hacia una silla con ruedas que, por el
impulso, choca con la pared de la oficina. El sujeto es gordo enfermizo, un
mantecoso de mierda que demostró sólo saber aprovecharse de la fuerza bruta
para encontrar desquite, y en efecto, ese era el testimonio de la mujer que
protagoniza esas fotografías, ya no quería estar con él y le va a pedir el
divorcio mañana.
Debió hacerlo desde el primer día de casada.
Pongo
los ojos en blanco y me dirijo a Daniel, quien está intentando ponerse de pie
en cuanto lo volteo a ver.
̶
Te pondré una compresa y no te quejarás -le espeto, pero no tiene energía
siquiera para contrariarme, por lo que le he limpiado las lágrimas, la sangre y
le he puesto la cabeza en hielo –y dime ¿qué pasó exactamente?
̶
Sólo le di… la… in… formación que… quería… -exhala y entonces tiento su tórax
encontrando una costilla rota.
Me
enojo todavía más y me dirijo a la silla donde está ese gordo mantecoso, cinco
zancadas mías son suficientes para llegar y propinarle un golpe seco en la
nariz, el cual le hace llorar. Le agarro el estropajo sucio y negro que tiene
por cabello y le miro directamente a la cara.
̶ ¡No se golpea al mensajero, pomposo de mierda! -espeto ahí mismo, le entrego
las fotografías del amante de su mujer y le recuerdo –aún falta ver lo de su
pago.
El sujeto sólo me ve de reojo, con mucho enojo aparentemente, lo llego a suponer porque ha fruncido el ceño y ha tensado todo su cuerpo, pero no me inmuto ante él. Deja los billetes en mi escritorio y sale de la oficina, para dar entrada a una mujer morena de cabello ondulado y buena figura, se ve seria por la sobriedad de su traje sastre, pero a la vez aparenta juventud y mucha belleza.
̶
Está triste –me aventura Daniel, pero es una situación que francamente no
identifico… luce tan normal, seria, recatada…
Hasta
que suelta una lágrima.
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