6 de junio de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective, CAPíTULO 2: "Un poco complicado"

̶ Me dijeron que usted es el mejor de la ciudad –dice dirigiéndose a Daniel, y no es de esperar, en apariencia este negocio es de él.

Es parte de nuestro trato. Decidimos abrir este lugar para satisfacer mi obsesión de conocer todos y cada uno de los detalles más profundos de cualquier tema conocido, queriendo fundar una agencia de investigación social antes que una de detección privada, sin embargo, las cosas tomaron un rumbo nuevo, evolucionaron, lográndome abrir los ojos para decir “a la gente le gusta el chisme”.

̶ En efecto, lo es –recalco sin miramientos, pero viene lesionado de un último trabajo. La gente cree que puede castigar al mensajero.

̶ Es una pena –recalca con voz temblorosa –creí que me podrían ayudar.

̶ Aún podemos –digo sin mirarla a los ojos… no me gusta mirar a la gente a los ojos, siempre la esquivo, y lo mejor de ello es que no me interesa.

Saco un contrato de mi escritorio, el que tiene la apariencia de ser el de una recepcionista fácil de conquistar, como esas mujeres estereotipadas que aún salen en la televisión usando ropas cortas y muy ceñidas para mostrar cuerpos rellenos de silicón.

̶ El contrato estándar consiste en que explique su caso, deje los datos que se le van a pedir y pague diez mil en dos depósitos, el primero será en cuanto salga de aquí en caso de aceptar nuestro servicio y el segundo, cuando el caso haya finalizado. Nuestro detective ahora se encuentra aquí, pero tenemos más personal a quienes se les coordina del otro lado de la puerta, por lo tanto, si me deja la información que necesitan, se las haré llegar.

̶ Es mi bebé –solloza en mi escritorio… empapa el contrato, por lo que saco toallitas faciales y la dejo limpiarse la cara –ha desaparecido.
̶ ¿Cuántos años o meses tiene? ¿gatea, camina? ¿quién estuvo cuidándole?

̶ ¡Esa perra desgraciada de Inés! –grita con mucho trabajo de la garganta, casi siento que se la ha raspado, por suerte sus palabras no me han hecho llegar olor a sangre o gotas rojas.

̶ ¿Quién es Inés? –pregunto para complementar la información, pero supongo que es la niñera o un familiar cercano.

̶ Es la nana de la niña, siempre le he confiado su cuidado cuando yo tengo que salir a las oficinas de gobierno… fui ayer a entregar unos oficios y, mi nena… -vuelve a encender las fuentes.

̶ Sólo diga lo que necesito ¿nombres y direcciones que me pueda proporcionar?

̶ Aquí está la dirección de Inés –saca una papeleta doblada con el nombre completo de la bebé y de la cuidadora, igualmente su dirección.

̶ ¿Sospecha usted de algún móvil para la sustracción?

̶ Soy rica, señorita… -duda al pronunciar mi nombre.

̶ Madeline –respondo.

̶ Sí, señorita Madeline… soy rica, como podrá notar –en realidad cuando dice eso sólo veo un traje sastre negro, medias ligeramente oscuras, un maquillaje cuidado y cabello negro ondulado, no me cuadran las cosas, se supone que es madre de un pequeño bebé ¿tiene tanto tiempo para arreglarse?

La duda hace que me agarre las trenzas…

̶ Oh, sí… su traje es de Dolce & Gabbana –digo lo primero que se me ocurre para despistar el hecho de que no distingo su clase social por la mera ropa que usa.

̶ En realidad es…

̶ Sí, no es de interés para el caso ¿podría anotar aquí su número para notificarle cuando haya encontrado a su bebé?

̶ Claro, no hay problema.

Escribe con elegancia su letra, pero parte de la tinta se ha corrido por sus lágrimas, pero el número aún es legible.

̶ Yo me estaré comunicando con usted en cuanto Daniel tenga pistas sobre lo ocurrido, y no se preocupe, le encontraremos.

Me abraza súbitamente, situación que no me gusta, no tolero en absoluto. Mi cara de asco es evidente en apariencia, porque Daniel no ha dejado de regañarme con la mirada, y susurra: “sé compasiva”.

Eso me lleva a rodearla con los brazos. Se desprende de mí y se va por la puerta.

̶ Tiene buenas calabazas –dice Daniel, pero le aviento una bola de papel para que se calle los comentarios sobre el cuerpo de las personas que vienen a pedir un servicio, más si son mujeres  ̶ ¿no se te hace raro?

̶ ¿El que tenga melones hasta para regalar? –comento mientras analizo el caso y empiezo una búsqueda minuciosa de las direcciones en google maps –los sentí extrañamente duros cuando me abrazó.

̶ Por favor, Madeline –me dice –está demasiado bien formada para ser madre…




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