11 de junio de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective: CAPíTULO 3: "Propósito"

No dudo en cuanto a dudarlo, podría ser una mujer de metabolismo rápido y haber podido recuperar su figura después de haber parido, su cuerpo no es algo a lo que le haya puesto mucha atención. Las cosas de la biología son fascinantes, pero si no encaja con la verdad, no me interesa.

Sin embargo, no puedo darme el lujo de poner en duda la teoría de Daniel, no puedo darme el lujo de dudar de nada que pueda ser completamente certero o una completa falacia, es más, dudo de poder dudar. Esa es la magia de la investigación, la existencia de distintas hipótesis que pueden corroborarse con el fin de conseguir una verdad que en esencia deberá de ser única, irrepetible e incluso correr el riesgo de ser censurada porque en este ámbito hay una regla fundamental: demasiada verdad es tan mala como muy poca.

Y me reservo el hablar por ahora mientras me pongo a hacer la investigación en los mapas de internet para encontrar la casa de la señora Inés, después de ello, creo que procederé a irrumpir con mi peculiar manera agradable: tocar directamente a la puerta y si no me abren al primer llamado… romperla con una patada.

Sutil…

Y Daniel se ha quejado por la costilla que tiene rota, llamo a una ambulancia que no tarda en llegar y lo recoge con cuidado para darle tratamiento. ¿Es esto un problema en el caso?

No.

Generalmente trabajamos a la distancia. Yo arriesgo todo y le mando la información mientras que él se mete con todo lo que tenga que ver con computadores, así que cualquier sitio desde el que podamos trabajar es idóneo… para él, porque la que se va a estar moviendo como gato callejero seré yo.

Cuando localizo su paradero, sólo me queda exclamar al aire un “genial” cuando veo que se trata de la zona cercana a la prisión de la ciudad, por lo que empiezo a comprender las sospechas hacia Inés, llegando a una conclusión apresurada: “Inés robó al bebé porque vive en un entorno de pobreza”. Sí, eso diría cualquiera que pregonara tener sentido común.

Pero si algo he aprendido en este trabajo es que las cosas nunca serán lo que parecen.

Bueno, después de tanta cháchara mental conmigo misma, que se ha traducido en acciones como la de deshacerme las trenzas para volverlas a atar y alguna posición extraña en la silla, con mi rodilla a la altura de la boca, me preparo mentalmente, respiro y me levanto para tomar una sudadera roja, audífonos, mi cámara de fotografías profesionales y un paraguas, porque los truenos no se hicieron esperar esta mañana y se anuncia una tormenta inmensa, que tal vez frustre mis planes.

Odio tener que hacer cosas improvisadas, pero me gusta acabar lo más pronto posible para evitarme problemas como con el gordo mantecoso de hace unos instantes, el que me dejó el dinero y se fue todo enojado porque logré ponerlo en su lugar.

No, no lo puse en su lugar, defendí a Daniel y eso es todavía más valioso que nada.

Sólo sé que no puedo darme el lujo de elegir en qué momento empezar a hacer mi trabajo, mucho menos con un bebé desaparecido y con riesgos de muerte, pero no me queda de otra y tengo que ir allá a averiguar aquello por lo que siempre he abogado a pesar de lo crudo que pueda ser.


Y eso es la verdad.

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