25 de diciembre de 2011

La carta

En esta época del año es en la que más se estereotipa el concepto de la felicidad, la alegría y en el que se tiene la "buena voluntad". Bueno, al menos así es como debería de ser pero, en estas fechas, mi familia es capaz de recordar lo más horrible de todos y cada uno de sus miembros, sus errores, malos actos, defectos, persistiendo en dejar las virtudes atrás.


Incapaces de perdonarse mutuamente y tratar de pasar un rato agradable, hemos vuelto de estas fechas un infierno; uno del cual, por simple gusto, queremos vivir año tras año.


"¡Mami, mami! el abuelo no se siente bien" gritaba la pequeña Elizabeth, una inocente niña de siete años de edad quien desconocía, junto conmigo, el por qué de nuestro conflicto y estaba ilusionada con la idea de recibir algún regalo como una muñeca o un simple juego de té. La pequeña Elizabeth lloraba de tristeza por el estado del abuelo pero mi tía, enfrascada en su mar de odio, no escuchaba a mi primita.


"¡Mamá!" gritó Elizabeth con toda su voz hasta que la tía Paola reaccionó. "¿Qué quieres chamaca?" preguntó mi tía, después notó que estaba desconsolada. "¡Mi abuelito se siente mal!" sollozó y sollozó Elizabeth hasta que todos en la familia nos dirigimos a su habitación.


Éramos diez personas en total: mi primo más grande Alberto, mi prima Ximena y la primita Elizabeth, junto con mi tía Paola y mi tío Abel quienes formaban el lado paterno de mi familia, la cual era formada por mi hermana mayor Mayra, mi padre de nombre Jaime, mi madre de nombre Sandra y yo, Paco, con trece años de edad; el miembro restante era mi abuelo quien estaba tomando reposo en su cama. Alberto se acercó a la cama de mi abuelo para medir su temperatura puesto a que es médico. "Está muy mal de salud, se nota por su alta temperatura".


En esos instantes empecé a preocuparme, pues no se movía y su piel se tornaba color perla. "Va a estar bien, lo más probable es que sea una gripa leve, recuerden que es invierno, todos nos enfermamos en esta época" trató de consolarnos Mayra, mientras que Ximena le lanzaba una mirada incrédula. "¿Cómo puedes creer que a su edad es una simple gripa?" respondió Ximena, haciendo enojar a Mayra, no pasó mucho tiempo para que entre ellas comenzara una discusión la cual terminó por volverse una pelea entre ellas.


"¿Por qué permites que tu hija le hable así a la mía?" preguntó mi madre encolerizada. "¿Por qué llegas a hablarme en ese tono tan grotesco? ya veo de donde salió lo altanero de tu hija" respondió la tía Paola, cuyos oscuros ojos brillaban de ira.


Alberto no se había metido a la conversación porque estaba revisando a mi abuelito. Mientras todas estas escenas se desarrollaban, vi a Elizabeth llorar de manera desconsolada, "¿Qué tienes Elizabeth?" quise preguntarle para poder animarla, pero no me respondió, en vez de eso derramaba lágrimas como una fuente. "Nada, sólo que me preocupa mi abuelito"


Mientras yo trataba de animar a mi primita, la batalla campal del otro lado del cuarto seguía, ahora se le había sumado mi padre y el tío Abel, quienes discutían como si se odiaran a muerte, de todas maneras, ellos no se agradaban mutuamente.


"Disculpen, disculpen... ¡Disculpen!" gritó Alberto, logrando llamar la atención de todos. "¿Qué pasó? ¿Estará bien el abuelo?" preguntó Ximena con preocupación, "Me temo que no, ha fallecido. Pasó mientras ustedes discutían". Cuando dio la impactante noticia, Elizabeth lloró con más fuerza, después pudo calmarse pero se veía en sus ojos que se sentía cada vez más destrozada por la mala nueva. "Dejó una carta dirigida a sus hijos"


"¿Qué demonios estás esperando? ¿Una invitación por escrito? ¡lee la carta!" ordenó mi tía junto con mi padre, Alberto inició la lectura.


"Queridos hijos:


Quisiera poder desearles una feliz noche-buena y posteriormente una feliz navidad, quisiera también poder hacer aquello con mis nietos pues, no hay nadie en esta familia a quien no ame o a quien menosprecie, los quiero a todos, de diferente forma pero por igual.


Es una pena que esté mal de salud en estos momentos y no pueda bajar con ustedes al comedor para disfrutar de la deliciosa cena que prepararon y también es feo para mi el no poder disfrutar de la compañía de mis adorados nietos.


Pero... ¿Saben que es más que una pena? tener que estar escuchando sus discusiones desde mi recámara y saber que nadie está gozando de una noche tan agradable como esta por su orgullo estúpido y su tonto rencor. A mí me destruye por dentro el pensar que mis hijos se odian y además empeora mi estado de salud el presenciar sus gritos y peleas la única vez en el año que puedo estar con ustedes.


Me hacen pensar que he fallado al criarlos porque siemrpe es lo mismo, y tampoco es justo que traten de crear violencia entre sus hijos poniéndoles en contra de su propia familia.


Si Dios me lo permite, viviré mi última navidad lejos de aquel ambiente venenoso y moriré con la idea de que el odio entre ustedes es más poderoso que una plegaria de paz mandada al cielo. He fallado totalmente como padre.


Feliz navidad
Atte:
José Jaime Higareda Suárez."

Cuando Alberto finalizó la lectura de la carta, el ambiente pasó de ser tenso a triste, Elizabeth volvió a sollozar acompañada de mi, Ximena y Mayra, quienes llevaban una vida completa llena de rencor, se abrazaron entre lágrimas y palabras de reconciliación; mi padre y mi tía se tomaron de las manos y comenzaron a llorar de manera desconsolada. Alberto se incó a lado de la cama con la mano del cuerpo de mi abuelo entrelazada con la suya.

Mi madre se aproximó hacia mi y empezó a derramar lágrimas pesadas, no faltó mucho para que mi tío se uniera a nosotros; mientras tanto yo medité la situación por unos minutos, en los cuales la tristeza se manifestó a través de mi llanto, me aproximé al cadáver logrando ver sus ojos marcados por tanto llorar.

Abuelo... lo siento mucho.

[FIN]

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