–Ya regresé –grito al departamento,
pero nadie responde… Lisandro no responde.
Llevamos con esta rutina de no
vernos durante ya un tiempo considerable, unos meses en los que sale y vuelve.
Nos conocimos igualmente hace un año, mensajes y algunos encuentros hasta que
decidí que era buena idea el compartir morada, sin embargo no pasa mucho tiempo
aquí porque tiene que ir a trabajar a otro estado, donde despierta, trabaja,
come y duerme para volver a seguir con esa rutina que nos aleja mucho; a pesar
de que la hemos podido sobrellevar, es una situación dolorosa para mí, y una de
las razones por las que Adrián y yo hemos tenido más cercanía.
Ha llenado la soledad sólo con su
risa.
Me siento a la computadora y me llega
más correo de Daniel, quien ha hecho el trabajo que le pedí, ahora desde su
casa porque sigue en reposo desde lo ocurrido con ese cliente insatisfecho.
Aunque a veces me echo la culpa por ello.
Y entonces toca un timbre a la puerta
y me preparo con emoción; sé que es Lisandro. Él me aventuró que llegaría poco
antes de las cuatro de la tarde, y ahora lo tendré de frente para poder
abrazarlo como me gustaría hacer diario a cada hora, como me gustaría poder
hacer siempre.
Abro la puerta y le doy un abrazo como
los que acostumbro: tiernos y suaves, al igual que un beso dulce en la mejilla
y un pico en los labios, el que responde con dulzura, con la misma dulzura de
siempre, el mismo vigor y una sonrisa llena del afecto que siempre me da, que
siempre me regala sin pedirme nada a cambio, pero noto algo distinto en la
tonalidad de su voz cuando enfatiza la frase: “tengo que hablar contigo”.
Y como cabe esperar, me preocupa que
me diga algo así, tal vez por el prejuicio social impuesto a esas palabras
fuertemente ligadas a un rompimiento amoroso o algo similar.
Cuando dicen que
tienen que hablar, generalmente es para terminar un evento.
Nos sentamos en el sofá mientras me
abraza por la cadera y me dice que hay algo que lleva un tiempo rondando en su
mente. Me vuelve a abrazar con fuerza, como si procurara dejar las piezas
juntas en caso de que me fuese a romper.
No se equivoca, me quiebro en cuanto
dice: “Hay que dejar la relación hasta aquí y retomar cuando tengamos más
tiempo para ello” y no importa cuántas veces retorne a mi mente la frase
“retomar cuando tengamos más tiempo para ello”, simplemente me echo a llorar y
dejo a mis ojos abrirse para entender que tal vez el futuro de las relaciones y
su concepto nunca fue para mí.
Sólo sé que le abrazo con fuerza
mientras algo adentro de mí busca no quebrarse. Se aferra a la posibilidad de
lo irreal, el alma muere y renace, se convierte en un pasado y en un futuro y
entonces ese golpe del olvido regresa para hacer doler a ambos ojos. Una reacción
de bloqueo por parte de mi mente, una debilidad latente la de querer evitar y
evadir la realidad; las muertes internas a las que se somete la emoción, la
abstinencia de la droga del amor se hace presente, e incluso es increíble la
velocidad con la que una persona empieza a añorarla, a necesitarla.
Fugaces salen mis lágrimas para
recorrer mi cara y acabar en mi barbilla, que es justamente donde él las está
limpiando mientras me abraza con ambos brazos, creyendo que así no me quebraré
más de lo que ya estoy ahora.
Me recargo levemente en su pecho para
escuchar cómo su corazón está acelerado, cómo el mío se ha desbocado por la
novedad tan desagradable y para después voltear a verle a los ojos y descubrir
que brillan un poco más y al final, sentir una lágrima suya caer en mi mejilla.
–Nunca te rindas, eres la persona más
inteligente que he llegado a conocer –me dice, me incorporo al sofá y entonces
lo acompaño a la puerta –vales más que nadie en el mundo y cuando estemos
listos para poder continuar, te buscaré de nuevo. Y jamás olvides que te amo.
Sin percatarme de mis movimientos, le
abro la puerta para invitarle a salir, no puedo dejar que me vea más destrozada
de lo que ya me vio. Le abrazo nuevamente y entonces se va por donde vino…
Adrián de inmediato me manda mensaje
sobre el caso, aparentemente se ha comunicado con Memo, a quien le di la orden
expresa de buscar al famoso Brayan.
“Lisandro me terminó. Hazte cargo del
caso por hoy” le digo a Adrián.
“Wow… ¿estás bien? Memo ahora puede
esperar”.
“No” contesto con sinceridad y
entonces dejo de lado el teléfono para recargarme en el muro y llorar con la
fuerza que me faltó demostrar.
Vuelve a sonar el teléfono, lo ignoro
y pasados unos quince minutos, tocan a mi puerta…
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