20 de octubre de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective CAPíTULO 14: "Dolo"

–Estarás bien, no es el fin del mundo –para ellos no es el fin del mundo acabar con una relación, entregarse abiertamente a otras personas es un evento que ocurre día con día.

Y sin embargo, sigo aquí, escuchando las palabras del que es uno de mis mejores amigos; sí, Adrián está fungiendo como un consejero emocional, y aunque la mayoría de sus palabras son conformadas por un “no sé cómo les haya ido a ustedes dos, no soy para juzgar…” entiendo su punto, y ese es el mismo que me he estado repitiendo, el mismo punto que el sentido común repite como mantra hasta el cansancio.

Seguir adelante.

–No siempre se sigue adelante, a veces sólo pasan los días. Y en lo que pasan, sólo quiero que sigamos vigilando a ese carro –respondo apuntando al auto del Brayan en lo que tomo un sorbo de una bebida que yo desearía fuera cloro –mira, ya se mueve.

Y entonces Adrián avanza y sigue al auto a varios metros de distancia mientras yo lo vigilo, aún enfocada en todo lo que ha pasado en estos días.

El carro se ha desviado, toma la ruta que va directamente a la conexión con el puente intermunicipal y decide perderse entre otros carros de distintos colores, modelos y tamaños, pero la placa es fácilmente identificable.

–Tengo un mal presentimiento de este sujeto –indica Adrián, yo sólo sigo mirando a los carros y en lo que él habla, yo sólo busco hilar los hechos…

Un bebé asfixiado en casa de Graciela, y de pronto las reuniones se efectúan con rapidez.

Y ayer recibí una llamada extraña.

El celular indicaba el número de la señora Inés.

“–Señito –me dijo por el teléfono mientras Adrián abrazaba mi casi inmóvil cuerpo. De pronto, todo lo que este sujeto me hacía sentir… la taquicardia, los mareos y el olor que se desprendía de su ropa, ya no tenían ningún efecto en mí.

Esta fábrica de cariñitos se cerró para siempre.

¿Sí?

Vi las noticias y que disque según que ya encontraron al chamaquito –dijo con la voz aguda, como si implorara que le dijéramos… a mi criterio, su voz iba muy teatralizada -¿está bien el escuinclito?

Sí, sólo con el detalle de que lo encontramos verde y sin mucha vida…

Está muerto…

¡¿Qué?! ¿Cómo pasó? –gritó, parecía a punto de llorar.

Lo asfixiaron con una almohada –no respondió.

Se me figura que fue esa vieja loca, la Graciela esa o uno de sus achichincles de gobierno. Pero a lo que iba. Esta desgraciada mujer regresó con más niños, ahora son chavalitos de como 5 a 6 meses de edad y quiere que los cuide a todos. Se fue en su carro, una cosa blanca y bien hechecita con una W –se le salía la tonada clásica de la capital, y encima tenía un tono enojado –vienen casi cada semana con críos nuevos y recogen a uno y así cada siempre…

Enterada, gracias por hacérmelo saber.

Entonces colgué la llamada”.

Se sigue la carretera hasta llegar a tierra caliente, donde toma otra desviación a algunos kilómetros que decido pasar en silencio. Vamos a una velocidad prudente, no nos dejamos delatar y eso está bien, para personas que conocen poco del sigilo…

El camino es de terracería, y aparte es bastante largo, por lo que esperamos unos 10 minutos antes de volver a seguirle.

Me recargo de nuevo en el asiento del copiloto y contemplo todo el camino que falta por recorrer; mientras empiezo a pensar en mi vida y en lo rápida que se está yendo. Adrián intenta hacerme plática, pero no me dejo. No quiero hablar ahora. No quiero que otra cosa que no sea el sol calentando mi ropa negra comunique nada que no tenga que ver con un pequeño sufrir que pueda ser incluso peor que el hecho de haberme roto el alma o haber fragmentado la realidad.

–Síguelo –le ordeno, pero no hace caso hasta que le digo –sí, sigo rota ¿feliz? Ahora tenemos que hacer nuestro trabajo.

No media palabra alguna. Intenta entender mi posición puesto que no soy la única persona a la que le hayan roto el corazón y ni siquiera es la primera vez, por lo que no entiendo por qué duele tanto. Respiro y veo la terracería avanzar con nosotros encima de una carcacha y siguiendo las huellas de otra carcacha.

Llegamos después de unas horas, llegamos al atardecer y sobretodo llegamos a una carpa, la que está haciendo una sombra bastante tenue para lo que significa una tarde despejada y naranja como la que se despliega en el cielo del santo ocaso. Adrián se ha estacionado justo debajo de un árbol muy frondoso, detrás de unos arbustos y el viento ha creado otra cortina de tierra que nos ha camuflado más de lo que esperaba. Tanto ha sido el camuflaje que no distingo mucho, sólo una pequeña luz que se ha encendido en el interior de esa tela y aparte, escucho muchos intentos fallidos de palabras…

Muchos “Da dá” o eso es lo que llego a comprender.

Y al final: sollozos.

El atardecer ha terminado, y entonces la noche se pinta sobre nosotros para delatar a un sujeto que ahora tiene bolsas oscuras que bota a un agujero escarbado detrás de la carpa. 
Busco entender lo que ocurre, y no es difícil de comprenderlo cuando se ve algo gotear de las bolsas.

La situación hizo enfurecer a Adrián; y a mí, atar los cabos sueltos.

Las fechas de las conversaciones fueron previas al día en el que encontramos el cuerpo del niño asfixiado, y entonces las reuniones se volvieron a efectuar...

Brayan mató al bebé y se lo dejó a Graciela como amenaza.



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