El sexo.
Nombrada como una de las actividades
deportivas tal vez no de las más fáciles de hacer, pero sí como una de las más
productivas y, para muchos que pregonan ser abiertos pero que en realidad están
muy vacíos por dentro, como una de las más entretenidas. Imagino que usan esa
palabra por no encontrar otra para definir dicha actividad.
Aunque no les quitaré el mérito. Es
muy entretenido.
Pero se puede decir que es fácil es
demeritarla, porque hay una serie de pasos a seguir, y el número uno es
encontrar una pareja para después proceder con calma... o intensidad.
Es usar demasiado esfuerzo, sentir que
el aire sale sobrando del estómago con cada embestida, sentir tener el calor de
otra piel cubriéndote como si fuera una manta de la que no quieres deshacerte,
imaginar que una corriente eléctrica recorre los nervios sin parar y perder la
sonrisa que tanto halagan los hombres en una mujer para pasar a poner una
expresión en apariencia vacía, pero que lo significa todo cuando sale todo ese
aire del estómago en forma de un gemido cada vez más ruidoso, en el que la
tensión acumulada en el cuerpo y traducida en músculos endurecidos se esfuma,
trayendo una paz que se camufla con el descanso similar al de una actividad
física que tal vez no podría tener ningún acierto o simbolismo.
Pero de no tenerlo, no sonreiría
después de cada roce de esa piel que me trata con cariño, uno capaz de hacerme
sentir como si pudiera hacer en esa noche todo lo que se me imposibilitaría en
un día común.
Como verlo a los ojos.
Lisandro besa todas y cada una de las
partes de mi piel que la sábana no puede cubrir mientras yo busco
desesperadamente sus ojos para contemplarlos por una última vez hasta que
llegue el momento en el que dejaré de hacerlo.
Nunca lo había notado hasta que le
conté cómo me sentía y que, por algún extraño impedimento mío, no me sentía
cómoda viendo a los ojos de las personas. Siempre busco una distracción para no
hacerlo, y cuando estoy relativamente cerca de vencer ese hábito, recargo mi
visión en un pómulo o incluso en las cejas o pestañas… pero nunca en una pupila
o iris.
Es un inconveniente extraño, pero no
por ello anormal en mi vida o en la vida de Lisandro, quien decidió vivirla
junto a mí, y yo junto a él.
Pero dejo de mirarlo a los ojos,
porque mi mente voló en un santiamén y recuerdo al bebé verde…
Lo cual apaga mi pasión y desvía mi
mirada a la nariz de Lisandro, quien se percata y agarra mi mejilla a besos en
espera de que se me olvide aquello que me distrajo. Pero no puedo olvidarlo, y
para colmo, el teléfono suena con el tono de los mensajes que le asigné a
Adrián.
Nunca he hablado con Adrián de cosas
que no se traten de trabajo o de sus amoríos fallidos, no necesito hablarle de
mi relación con Lisandro, porque ello fungiría como factor de envidias y
traiciones, situación que no necesito con un compañero a quien le tengo un
afecto importante, pero nunca superior o similar al amor… si es que es eso lo
que siento por Lisandro, porque el amor y la lealtad se parecen en demasía en
el sentido de que haría lo que fuera por ver a mis seres queridos felices, tal
vez incluso realice imposibles con el afán de ver a las personas que me agradan
felices, felices hasta el límite de mi paciencia o incluso de mi propia felicidad.
Y hasta cierto punto, cuando haces lo
que sea por alguien a costa de tu propio ser y sacrificas las oportunidades de
ser egoísta… podría decirse que lo que experimentas es similar a cumplir una
condena. Llega un momento en el que el hacer el bien por otros se vuelve un
martirio, un sacrificio personal.
Eso ocurre cuando no conoces otra
forma de vida, y el altruismo se convierte en cadenas únicamente reforzadas por
la rutina.
No es por ser buena persona. Es no
saber cómo despegarte de ese itinerario, de esa vida que se forja por dentro y
no se irá porque no sabes cómo hacer que se marche.
El molesto tono de las canciones de Maluma no se va. Sí, le asigné a Adrián
el tono de Maluma porque sé que le
desagrada en demasía como a mí, y aparte es un excelente método para hacer que
vea sus mensajes con rapidez porque me esmero en hacer que se apague.
“Karen ya sabe la causa de muerte…
asfixia, almohada, todo encaja.”
Me hace ruido su mensaje, no sólo por
la estúpida canción de Maluma, sino
por los hechos en cuestión… si el bebé fue sustraído de la casa de Inés y
después ha muerto por asfixia y el cadáver fue regresado a Graciela, me queda
como alternativa esperar a que Graciela se venga a quejar conmigo con lágrimas
y mocos que simplemente no comprenderé porque Noel no era su hijo.
“Vete preparando para recibirla
enojada o triste o como sea, si no me falla mi intuición (siempre falla) va a
regresar a reclamar o algo así, aparte, no me gusta cómo se van conduciendo las
cosas ¿leíste la entrevista que le hice a Inés? Si hay tantos bebés, siento que
algo va muy mal”.
Envío…
–Deja ese celular y ven –me dice con
un tono que llaman pícaro, como el que usan las parejas de la televisión que se
encuentran fornicando y terminan cansados después de sesiones de media hora o
cuarenta minutos.
Pero doy un suspiro largo mientras
aviento el teléfono al buró y abrazo a Lisandro del tórax, sintiendo su piel
más ardiente que nunca, pero no me despego, porque sé que él es mi pilar en la
vida y que si por un momento dejo de aferrarme, tal vez le pierda.
–Tengo que ir al anfiteatro –anuncio
sin más, a lo que Lisandro me voltea a ver.
–¿Qué ha ocurrido, Madeline?
–pregunta, pero no puedo verle a los ojos, por lo tanto, volteo al primer
objeto al que mis ojos apuntan y sin mayor problema, le confieso el caso hasta
ahora, desde cómo empezamos a sospechar de Graciela y también le conté del bebé
muerto y mis siguientes conjeturas.
–Si lo que creo termina por ser
verdad, lo que ocurrirá será que Graciela se enojará con nosotros y nos pedirá
que investiguemos a Inés por ser la posible asesina.
–Pero las cosas no indican que lo sea,
¿verdad? –me recalca, y lo miro a los ojos.
–Era la más cercana al niño… a los
niños que llevaba a cuidar con ella.
–Por eso mismo no tiene sentido, si
está resentida y fuera una asesina, ya les hubiera hecho algo a todos ellos
¿por qué engancharse a uno solo?
Pienso la situación, y a veces no le
doy las vueltas que debería, hasta que sonrío al intentar pensar en variables
que son capaces de llegar.
–¿Crees que Graciela haya mandado
matar a los niños por venganza contra Inés?
–Tendría sentido si hubiera una
conexión más allá de los pedidos entre ellas. Inés se escucha resentida contra
ella por tener dinero, pero es de esas personas humildes que sólo reprochan lo
que otros tienen, no se me figuraría una asesina, pero no puedes descartar las
opciones. Tienes dos variables, ahora, busca una tercera.
–Graciela salió con cosas de la oficina
del gobernador… -me pongo a pensar –y se rumora que la mujer de éste es
estéril.
–Ahí tienes tu tercer variable.
Esterilidad que impulsa a Graciela a darle bebés, y la mujer del gobernador la
descubre dándole cosas a cambio, considera que hay un engaño de por medio…
–Mata al niño… y se lo manda a
Graciela.
–Lo cual es una incongruencia
psicológica en caso de desear ser madre, pero podría funcionar.
Feliz como nunca y atenta como
siempre, retribuyo la ayuda que me ha dado con besos, abrazos y el placer que
sólo puedo yo darle.
Dicen que para hacer el amor no hay
reglas, que sólo debe haber personas dispuestas a hacerlo y lo demás viene con
la imaginación, pero para mí sólo hay una regla fundamental de la que se deriva
todo lo demás:
Siempre deberé amar a la persona con
la que esté.
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