15 de julio de 2016

La increíble y un tanto absurda vida de Madeline Quetzali, la detective CAPíTULO 8: "Variables"

El sexo.

Nombrada como una de las actividades deportivas tal vez no de las más fáciles de hacer, pero sí como una de las más productivas y, para muchos que pregonan ser abiertos pero que en realidad están muy vacíos por dentro, como una de las más entretenidas. Imagino que usan esa palabra por no encontrar otra para definir dicha actividad.

Aunque no les quitaré el mérito. Es muy entretenido.

Pero se puede decir que es fácil es demeritarla, porque hay una serie de pasos a seguir, y el número uno es encontrar una pareja para después proceder con calma... o intensidad.

Es usar demasiado esfuerzo, sentir que el aire sale sobrando del estómago con cada embestida, sentir tener el calor de otra piel cubriéndote como si fuera una manta de la que no quieres deshacerte, imaginar que una corriente eléctrica recorre los nervios sin parar y perder la sonrisa que tanto halagan los hombres en una mujer para pasar a poner una expresión en apariencia vacía, pero que lo significa todo cuando sale todo ese aire del estómago en forma de un gemido cada vez más ruidoso, en el que la tensión acumulada en el cuerpo y traducida en músculos endurecidos se esfuma, trayendo una paz que se camufla con el descanso similar al de una actividad física que tal vez no podría tener ningún acierto o simbolismo.

Pero de no tenerlo, no sonreiría después de cada roce de esa piel que me trata con cariño, uno capaz de hacerme sentir como si pudiera hacer en esa noche todo lo que se me imposibilitaría en un día común.

Como verlo a los ojos.

Lisandro besa todas y cada una de las partes de mi piel que la sábana no puede cubrir mientras yo busco desesperadamente sus ojos para contemplarlos por una última vez hasta que llegue el momento en el que dejaré de hacerlo.

Nunca lo había notado hasta que le conté cómo me sentía y que, por algún extraño impedimento mío, no me sentía cómoda viendo a los ojos de las personas. Siempre busco una distracción para no hacerlo, y cuando estoy relativamente cerca de vencer ese hábito, recargo mi visión en un pómulo o incluso en las cejas o pestañas… pero nunca en una pupila o iris.

Es un inconveniente extraño, pero no por ello anormal en mi vida o en la vida de Lisandro, quien decidió vivirla junto a mí, y yo junto a él.
Pero dejo de mirarlo a los ojos, porque mi mente voló en un santiamén y recuerdo al bebé verde…

Lo cual apaga mi pasión y desvía mi mirada a la nariz de Lisandro, quien se percata y agarra mi mejilla a besos en espera de que se me olvide aquello que me distrajo. Pero no puedo olvidarlo, y para colmo, el teléfono suena con el tono de los mensajes que le asigné a Adrián.

Nunca he hablado con Adrián de cosas que no se traten de trabajo o de sus amoríos fallidos, no necesito hablarle de mi relación con Lisandro, porque ello fungiría como factor de envidias y traiciones, situación que no necesito con un compañero a quien le tengo un afecto importante, pero nunca superior o similar al amor… si es que es eso lo que siento por Lisandro, porque el amor y la lealtad se parecen en demasía en el sentido de que haría lo que fuera por ver a mis seres queridos felices, tal vez incluso realice imposibles con el afán de ver a las personas que me agradan felices, felices hasta el límite de mi paciencia o incluso de mi propia felicidad.

Y hasta cierto punto, cuando haces lo que sea por alguien a costa de tu propio ser y sacrificas las oportunidades de ser egoísta… podría decirse que lo que experimentas es similar a cumplir una condena. Llega un momento en el que el hacer el bien por otros se vuelve un martirio, un sacrificio personal.

Eso ocurre cuando no conoces otra forma de vida, y el altruismo se convierte en cadenas únicamente reforzadas por la rutina.

No es por ser buena persona. Es no saber cómo despegarte de ese itinerario, de esa vida que se forja por dentro y no se irá porque no sabes cómo hacer que se marche.

El molesto tono de las canciones de Maluma no se va. Sí, le asigné a Adrián el tono de Maluma porque sé que le desagrada en demasía como a mí, y aparte es un excelente método para hacer que vea sus mensajes con rapidez porque me esmero en hacer que se apague.

“Karen ya sabe la causa de muerte… asfixia, almohada, todo encaja.”

Me hace ruido su mensaje, no sólo por la estúpida canción de Maluma, sino por los hechos en cuestión… si el bebé fue sustraído de la casa de Inés y después ha muerto por asfixia y el cadáver fue regresado a Graciela, me queda como alternativa esperar a que Graciela se venga a quejar conmigo con lágrimas y mocos que simplemente no comprenderé porque Noel no era su hijo.

“Vete preparando para recibirla enojada o triste o como sea, si no me falla mi intuición (siempre falla) va a regresar a reclamar o algo así, aparte, no me gusta cómo se van conduciendo las cosas ¿leíste la entrevista que le hice a Inés? Si hay tantos bebés, siento que algo va muy mal”.

Envío…

–Deja ese celular y ven –me dice con un tono que llaman pícaro, como el que usan las parejas de la televisión que se encuentran fornicando y terminan cansados después de sesiones de media hora o cuarenta minutos.

Pero doy un suspiro largo mientras aviento el teléfono al buró y abrazo a Lisandro del tórax, sintiendo su piel más ardiente que nunca, pero no me despego, porque sé que él es mi pilar en la vida y que si por un momento dejo de aferrarme, tal vez le pierda.

–Tengo que ir al anfiteatro –anuncio sin más, a lo que Lisandro me voltea a ver.

–¿Qué ha ocurrido, Madeline? –pregunta, pero no puedo verle a los ojos, por lo tanto, volteo al primer objeto al que mis ojos apuntan y sin mayor problema, le confieso el caso hasta ahora, desde cómo empezamos a sospechar de Graciela y también le conté del bebé muerto y mis siguientes conjeturas.

–Si lo que creo termina por ser verdad, lo que ocurrirá será que Graciela se enojará con nosotros y nos pedirá que investiguemos a Inés por ser la posible asesina.

–Pero las cosas no indican que lo sea, ¿verdad? –me recalca, y lo miro a los ojos.

–Era la más cercana al niño… a los niños que llevaba a cuidar con ella.

–Por eso mismo no tiene sentido, si está resentida y fuera una asesina, ya les hubiera hecho algo a todos ellos ¿por qué engancharse a uno solo?
Pienso la situación, y a veces no le doy las vueltas que debería, hasta que sonrío al intentar pensar en variables que son capaces de llegar.

–¿Crees que Graciela haya mandado matar a los niños por venganza contra Inés?

–Tendría sentido si hubiera una conexión más allá de los pedidos entre ellas. Inés se escucha resentida contra ella por tener dinero, pero es de esas personas humildes que sólo reprochan lo que otros tienen, no se me figuraría una asesina, pero no puedes descartar las opciones. Tienes dos variables, ahora, busca una tercera.

–Graciela salió con cosas de la oficina del gobernador… -me pongo a pensar –y se rumora que la mujer de éste es estéril.

–Ahí tienes tu tercer variable. Esterilidad que impulsa a Graciela a darle bebés, y la mujer del gobernador la descubre dándole cosas a cambio, considera que hay un engaño de por medio…

–Mata al niño… y se lo manda a Graciela.

–Lo cual es una incongruencia psicológica en caso de desear ser madre, pero podría funcionar.

Feliz como nunca y atenta como siempre, retribuyo la ayuda que me ha dado con besos, abrazos y el placer que sólo puedo yo darle.

Dicen que para hacer el amor no hay reglas, que sólo debe haber personas dispuestas a hacerlo y lo demás viene con la imaginación, pero para mí sólo hay una regla fundamental de la que se deriva todo lo demás:


Siempre deberé amar a la persona con la que esté.

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